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Freyja
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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Estaba escrito. Marcus O’Donnell y Alice Gallia estaban predestinados a estar juntos desde antes de nacer, aunque las vicisitudes de la vida y sus familias, les impidieron conocerse hasta llegar a Hogwarts. Desde el primer día, en las barcas, sintieron esa conexión única que acabaría desembocando en la más bella historia de amor, pero hicieron falta siete años de idas y venidas, de heridas tan dolorosas como la pérdida de una madre o la apertura de secretos familiares que podían traer un terremoto a la vida de todo el mundo, para que acabaran juntos y felices.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo la primera parte.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 1
Índice de capítulos
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
1. La eternidad es nuestra
2. The birthday boy
3. Juntos pero no revueltos
4. Rêve d'un matin d'été
5. Don't need to go any further
6. The ghost of the past are the fears of the future
7. Que alumbra y no quema
8. Where it's peaceful, where I'm happy, where I'm free
9. Could you never grow up?
10. El largo vuelo
11. Family fights together
12. The language of facts
13. El ejército
14. They made their way
15. De cara al pasado
16. Toda la carne en el asador
17. Con los pies en el suelo
18. The encounter
19. Titanium
20. La bandada
21. Turmoil
22. En el ojo del huracán
23. La mágica familia americana
24. Vientos de guerra
25. The hateful heirs
26. Damocles
27. Tierra sin ley, odio que ciega
28. Sueños de paz
29. Antes de despegar hay que aterrizar
30. Volar es un pensamiento que no se puede atrapar
31. El vuelo de las águilas
32. Como las piedras celtas
33. Are we out of the Woods?
34. Bad topic
35. The date
36. Furthermore
37. Sin miedo a la diversión
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
- No he visto a vuestra hija. - Pero a nuestro hijo sí ¿verdad? - Comentó Marc, y él, Susanne y Marcus se echaron a reír, mientras este último rodaba los ojos. - Me ha parecido verle, sí... - Ay, hijo, tú no te dejes llevar por esa fachadita de él. En el fondo está nerviosito perdido por hablar con tu padre. Y le encanta Londres, estaba deseando venir, pero es que... él es así. - Aportó Susanne. Marcus rio con los labios cerrados. - Me lo creo. - Él mismo se comportaba así muchas veces, pero claro, él era más Ravenclaw que Slytherin y no se le daba tan bien. Abrió la boca para continuar con la conversación cuando una voz estrepitosa irrumpió en la escena, junto con su propietaria y la novia de esta, que al contrario que ella tenía cara de querer que se la tragara la tierra. - Ay, Violet... - Suspiró Susanne con una sonrisita resignada. Marcus la miró con los ojos entornados y también una sonrisilla. - En el mío también entró así. - Eso hizo al matrimonio reír.
Saludó a las tías en la lejanía pero no le dio tiempo a acercarse, porque su novia estaba pidiendo que se sentaran a las mesas. Buscó a Dylan con la mirada y le levantó ambos pulgares, porque si bien feliz por la compañía de Olive, le seguía viendo un poco tenso... Tenso estaba él, que quería que el cumpleaños de ese chico fuera perfecto y empezaba a ver ya demasiadas cosas que se salían de su control. Pero lo mejor que podían hacer todos era disfrutarlo, y ya irían saliendo las cosas... Espíritu Gallia, que le dicen, tendría que ser uno de ellos por un día, a ver cómo le iba con eso. Se acercó a la mesa, pero William pidió que esperaran, que tenía algo preparado. El encantamiento le hizo abrir los ojos con ilusión y sonreír, riendo levemente y mirándole con admiración desbordada. - Míralo. Si es que me lo tiene comprado. - Dijo su padre lo suficientemente alto como para que se enterara. Al menos, cuando fue a mirarle mal, vio a su madre riendo levemente... bien, bien, que las cosas entre su madre y William siempre habían estado... un poco tensas, más desde Pascua. Le gustaba verla riéndose así de algo relacionado con él.
No le iba a durar mucho la alegría. Tragó saliva y esquivó la mirada, poniéndola en el cielo como si no estuviera allí siquiera. Lo de que William hubiera sentado a su padre a su lado sería más tierno y gracioso si no hubiera sentado a su madre en la otra punta, aunque lo salvó bastante bien con lo de las varitas... bueno, más o menos. Porque cuando vio a André acercándose a su madre con cara de lobo hambriento se frotó la frente, respirando hondo. Por Merlín, como metas la pata con ella estás condenado, mejor sigue intentándolo con mi padre. De verdad, no quería ni un drama Gallia-O'Donnell ni un drama en el cumpleaños de Dylan. Vale, Marcus, habíamos quedado en que no te ibas a tensar así que relájate. Mentalidad Gallia. Sí, mejor adaptarse a la mentalidad Gallia.
- Si es que es nuestro patito favorito. - Le dijo a Dylan con complicidad. El chico rio un tanto nerviosamente y se giró a Olive. - Es que mi madre me lo decía mucho. - Te lo dice todo el mundo, pero vale, aceptamos que fuera cosa de tu madre. Olive encogió un hombro. - Me parece muy tierno. Y si vas de amarillo, pues eres un patito cien por cien. - En verdad no solo me lo decía mi madre, me lo dice casi toda mi familia. - Ah, vaya, de repente nos viene bien el mote. Se tenía que aguantar la risa y mirar a Alice mientras lo hacía. Menudo cuento que tenía Dylan, delante de Olive se veía aún más claro. Sentado ya a su sitio, escuchó el discurso de Alice, sonriente y orgulloso de su novia. Dylan estaba radiante mientras presentaba a Olive, y cuando hizo lo propio con Darren miró a su hermano con una sonrisa tranquila. Todo está perfecto, disfruta. Pensó, y en el rostro de su hermano, que le miraba con los ojos entornados hacia arriba, detectó lo que parecía una leve sonrisa agradecida.
Lo que fue una sorpresa fue la salida de Jackie, hacia la que se giró con los ojos muy abiertos. Después del shock inicial no pudo evitar pensar a ver, por favor, ¿podemos dejar de desviar el foco de atención del cumpleañero? Respiró hondo y soltó el aire por la nariz, despacio. Mentalidad Gallia, Marcus. Y, ciertamente... ¿Acababan de oficializar que eran novios? ¡Pues eso era muy buena noticia! Les miró a los dos con una gran sonrisa, y en cuanto pudiera se acercaría a darles la enhorabuena y a decirle lo bien que le parecía y todas esas peroratas románticas que Marcus solía soltar. La siguiente en pronunciarse fue Helena, y poco a poco empezaron a aparecer comidas y hechizos que le hicieron sentirse como un niño pequeño, básicamente como siempre que veía comida y hechizos nuevos. Sonrió a su novia y se dejó caer fugazmente en su hombro. - Controladísimo. - Ay, cariño, esto está precioso. Eres una hermana buenísima. - Le dijo su abuela con cariño. Él recibió el besito en la mejilla con una sonrisa infantil. - Sí que la merece. No tienes que dármelas en absoluto, yo también estoy encantado. Esto es genial. - Apretó su mano y la miró a los ojos. - Y es todo gracias a ti. -
Ya solo el primer plato le hizo relamerse los labios. No se lo pensó ni medio segundo para empezar a comer. - Bueno, ¿cuándo os tengo por el taller? - Preguntó su abuelo. Había pillado a Marcus con la boca llena, y su incapacidad para reaccionar inmediatamente hizo que su abuela chistara y le diera con la mano en el brazo. - ¡Ay, qué hombre agonías! Deja a los chiquillos, que están de vacaciones. - A decir verdad, abuelo, una visitilla tampoco la rechazaríamos. Aunque empecemos oficialmente en septiembre. - Dijo compartiendo miradas cómplices con Alice. Su abuelo se hinchó, bien orgulloso, pero su abuela rodó los ojos. - Los dos iguales. Hija, tú no te sientas presionada. ¡Estamos de cumpleaños y estamos en verano! Así que hay que hablar de vacaciones. - Y su abuela había puesto esa cara de dignidad, con los párpados caídos, que vaticinaba que estaba a punto de llevarse un tema a su terreno. No se equivocó. - Por ejemplo, ¿cuándo vamos a ir a Irlanda? -Su abuelo se echó a reír. Más digna se puso la mujer, alzando las palmas. - ¡No he sacado yo el tema! - ¿No? ¿Segura? - Preguntó Lawrence, lo cual pareció ofenderla. - ¡Pues a ver, de vacaciones estábamos hablando! Vamos, más apropiado que hablar de empezar a estudiar, digo yo, si estamos en verano y en familia. Vacaciones, verano y familia, ¡pues Irlanda! A ver si voy ahora yo a inventarme los temas. - Marcus se estaba riendo por lo bajo, mirando a Alice de reojo. Cuando Molly acabó su perorata indignada, se hizo el nieto ideal para decirle lo que quería oír. - Abuela, lo estamos deseando. En cuantito podamos nos tienes allí. De hecho, teníamos pensado que fuera nuestro próximo viaje. - ¡¡Oy!! ¡Qué alegría me dais! ¿Ves? Los niños lo estaban deseando, criaturas. Este hombre, se cree que me invento yo los temas... -
Saludó a las tías en la lejanía pero no le dio tiempo a acercarse, porque su novia estaba pidiendo que se sentaran a las mesas. Buscó a Dylan con la mirada y le levantó ambos pulgares, porque si bien feliz por la compañía de Olive, le seguía viendo un poco tenso... Tenso estaba él, que quería que el cumpleaños de ese chico fuera perfecto y empezaba a ver ya demasiadas cosas que se salían de su control. Pero lo mejor que podían hacer todos era disfrutarlo, y ya irían saliendo las cosas... Espíritu Gallia, que le dicen, tendría que ser uno de ellos por un día, a ver cómo le iba con eso. Se acercó a la mesa, pero William pidió que esperaran, que tenía algo preparado. El encantamiento le hizo abrir los ojos con ilusión y sonreír, riendo levemente y mirándole con admiración desbordada. - Míralo. Si es que me lo tiene comprado. - Dijo su padre lo suficientemente alto como para que se enterara. Al menos, cuando fue a mirarle mal, vio a su madre riendo levemente... bien, bien, que las cosas entre su madre y William siempre habían estado... un poco tensas, más desde Pascua. Le gustaba verla riéndose así de algo relacionado con él.
No le iba a durar mucho la alegría. Tragó saliva y esquivó la mirada, poniéndola en el cielo como si no estuviera allí siquiera. Lo de que William hubiera sentado a su padre a su lado sería más tierno y gracioso si no hubiera sentado a su madre en la otra punta, aunque lo salvó bastante bien con lo de las varitas... bueno, más o menos. Porque cuando vio a André acercándose a su madre con cara de lobo hambriento se frotó la frente, respirando hondo. Por Merlín, como metas la pata con ella estás condenado, mejor sigue intentándolo con mi padre. De verdad, no quería ni un drama Gallia-O'Donnell ni un drama en el cumpleaños de Dylan. Vale, Marcus, habíamos quedado en que no te ibas a tensar así que relájate. Mentalidad Gallia. Sí, mejor adaptarse a la mentalidad Gallia.
- Si es que es nuestro patito favorito. - Le dijo a Dylan con complicidad. El chico rio un tanto nerviosamente y se giró a Olive. - Es que mi madre me lo decía mucho. - Te lo dice todo el mundo, pero vale, aceptamos que fuera cosa de tu madre. Olive encogió un hombro. - Me parece muy tierno. Y si vas de amarillo, pues eres un patito cien por cien. - En verdad no solo me lo decía mi madre, me lo dice casi toda mi familia. - Ah, vaya, de repente nos viene bien el mote. Se tenía que aguantar la risa y mirar a Alice mientras lo hacía. Menudo cuento que tenía Dylan, delante de Olive se veía aún más claro. Sentado ya a su sitio, escuchó el discurso de Alice, sonriente y orgulloso de su novia. Dylan estaba radiante mientras presentaba a Olive, y cuando hizo lo propio con Darren miró a su hermano con una sonrisa tranquila. Todo está perfecto, disfruta. Pensó, y en el rostro de su hermano, que le miraba con los ojos entornados hacia arriba, detectó lo que parecía una leve sonrisa agradecida.
Lo que fue una sorpresa fue la salida de Jackie, hacia la que se giró con los ojos muy abiertos. Después del shock inicial no pudo evitar pensar a ver, por favor, ¿podemos dejar de desviar el foco de atención del cumpleañero? Respiró hondo y soltó el aire por la nariz, despacio. Mentalidad Gallia, Marcus. Y, ciertamente... ¿Acababan de oficializar que eran novios? ¡Pues eso era muy buena noticia! Les miró a los dos con una gran sonrisa, y en cuanto pudiera se acercaría a darles la enhorabuena y a decirle lo bien que le parecía y todas esas peroratas románticas que Marcus solía soltar. La siguiente en pronunciarse fue Helena, y poco a poco empezaron a aparecer comidas y hechizos que le hicieron sentirse como un niño pequeño, básicamente como siempre que veía comida y hechizos nuevos. Sonrió a su novia y se dejó caer fugazmente en su hombro. - Controladísimo. - Ay, cariño, esto está precioso. Eres una hermana buenísima. - Le dijo su abuela con cariño. Él recibió el besito en la mejilla con una sonrisa infantil. - Sí que la merece. No tienes que dármelas en absoluto, yo también estoy encantado. Esto es genial. - Apretó su mano y la miró a los ojos. - Y es todo gracias a ti. -
Ya solo el primer plato le hizo relamerse los labios. No se lo pensó ni medio segundo para empezar a comer. - Bueno, ¿cuándo os tengo por el taller? - Preguntó su abuelo. Había pillado a Marcus con la boca llena, y su incapacidad para reaccionar inmediatamente hizo que su abuela chistara y le diera con la mano en el brazo. - ¡Ay, qué hombre agonías! Deja a los chiquillos, que están de vacaciones. - A decir verdad, abuelo, una visitilla tampoco la rechazaríamos. Aunque empecemos oficialmente en septiembre. - Dijo compartiendo miradas cómplices con Alice. Su abuelo se hinchó, bien orgulloso, pero su abuela rodó los ojos. - Los dos iguales. Hija, tú no te sientas presionada. ¡Estamos de cumpleaños y estamos en verano! Así que hay que hablar de vacaciones. - Y su abuela había puesto esa cara de dignidad, con los párpados caídos, que vaticinaba que estaba a punto de llevarse un tema a su terreno. No se equivocó. - Por ejemplo, ¿cuándo vamos a ir a Irlanda? -Su abuelo se echó a reír. Más digna se puso la mujer, alzando las palmas. - ¡No he sacado yo el tema! - ¿No? ¿Segura? - Preguntó Lawrence, lo cual pareció ofenderla. - ¡Pues a ver, de vacaciones estábamos hablando! Vamos, más apropiado que hablar de empezar a estudiar, digo yo, si estamos en verano y en familia. Vacaciones, verano y familia, ¡pues Irlanda! A ver si voy ahora yo a inventarme los temas. - Marcus se estaba riendo por lo bajo, mirando a Alice de reojo. Cuando Molly acabó su perorata indignada, se hizo el nieto ideal para decirle lo que quería oír. - Abuela, lo estamos deseando. En cuantito podamos nos tienes allí. De hecho, teníamos pensado que fuera nuestro próximo viaje. - ¡¡Oy!! ¡Qué alegría me dais! ¿Ves? Los niños lo estaban deseando, criaturas. Este hombre, se cree que me invento yo los temas... -
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Tener tanto refuerzo positivo era nuevo para ella, pero era la marca O’Donnell de las cosas y les veía ciertamente felices con todo, así que podía asegurar que había logrado controlar el caos Gallia y había creado algo bonito y adecuado. Adecuado parecía, desde luego, para los intereses de Dylan porque estaba dándolo todo con Olive. — No sería una celebración Gallia si mi tata no entrara dando la nota y mi padre no la liara de alguna manera. — Dijo dirigiendo la mirada a Emma que, de forma milagrosa, pareció estar a gusto entre sus tíos y André. — Pero todo parece más o menos en orden. — Estrechó la mano de Marcus y le miró sonriendo. — Gracias a los dos, que no habría podido enfilar la recta final de esto sin ti, mi sol. — Se acercó al oído y dijo. — Como buena abejita, me encanta estar al sol. — Y le zumbó un poquito, imitando al bicho. Se asomó para mirar a Molly. — Y gracias a papá, la verdad, porque todo lo del jardín lo ha hecho él y ha quedado precioso. — La abuela sonrió y asintió. — Si es que a mi niño, cuando se centra, le salen cosas muy bonitas, y si no mírate a ti y a Dylan. — Ella se rio, dando un traguito de la limonada que tenía delante. — No sé yo si estaba muy centrado precisamente cuando me hizo a mí. — Yo creo que no era consciente ni de lo que estaba creando en ese momento, se dijo con una risita para sí misma. — Uy hija, centrado estaba seguro, el asunto era en qué. — Y las dos se echaron a reír, sobre todo al ver las caras de Lawrence y Marcus oyéndolas hablar así, y ella encantada, porque eso era lo que quería ella de aquel día, risas, familia y que Dylan sintiera amor de todos ellos.
Estaba probando el brie, degustando la cocina de su abuela, cuando Lawrence preguntó pro el taller y ella le miró con los ojos brillantes y la respuesta en la boca, ya que a su novio le habían pillado pelín ocupado. — Por mí cuanto antes, abuelo. No te he dicho de ir ya de ya porque… Papá y Dylan me necesitaban por aquí. — Lawrence asintió y levantó las manos. — Claro, hija, claro. Si es lo que ha dicho Marcus, hasta septiembre… — Ella puso media sonrisa y señaló con la barbilla a Dylan que hablaba encantado de la vida con William y el abuelo Robert, explicándoles algo que implicaba a Olive y estaban los cuatro entregadísimos. — Pero creo que esto está más controlado de lo que yo esperaba, me fui a La Provenza y no quemaron nada que yo haya notado, se apañaron muy bien y todo así que… — Miró a su novio y alzó un poco las cejas. — Igual podemos empezar un poquito antes. —
Pero Molly mencionó algo que era completamente cierto: les debían un viaje a Irlanda. — ¡Es cierto! Llevo montón de tiempo diciéndolo, que me hace muchísima ilusión conocer Irlanda y vuestro pueblo. — Y claro, Molly hinchada como un pavo. — Claro que sí, ¡uy! No sabes tú cómo se va a poner la familia O’Donnell y los Laceys cuando vean a mi niño y la novia tan guapa que se ha echado! Y claro, si ya mi Lex quisiera venir con Darren, porque es que ese niño pega mucho en Irlanda, y con lo que le gusta el quidditch a Nancy… — A ver, a ver, Molly, querida, echa el freno. Que todavía a este que nos adora y a su novia la que siempre quiere más y ama las leyendas y las plantitas, todavía. Pero meter a Lex en un pueblo lleno de gente tan… Efusiva como nuestras familias… — Le saltó Lawrence, con el mismo tono que si diera una conferencia, que no sirvió de nada porque Molly tumbó sus argumentos a la Gryffindor, chasqueando la lengua y moviendo la mano como si espantara una mosca. — Mi niño si yo se lo pido se viene con su abuela, y su abuela le cuida y le enseña cosas que le gusten. — Se tuvo que contener una risa y miró de reojo a Lex a ver si algo de aquella oleada le había llegado, pero ahora estaba riéndose él también con algo, y se sintió doblemente satisfecha porque también estuviera a gusto aun tan rodeado de gente.
Habían aparecido unos cuantos aperitivos más, y la abuela Molly estaba muy intrigada en las proporciones de la tapenade, en plena guerra con el abuelo que no paraba de decirle “en gramos, mujer, pregunta en gramos” cuando otro ejército de patitos apareció por la mesa y se posó en los platos. Tardó en darse cuenta de lo que era. — Son pasteles de pollo y setas, con forma de patitos. Pero mirad lo que traen en el pico. — Dylan lo cogio y era como un pequeño vial. — Es la salsa para echársela por encima. — ¿Y qué salsa es, memé? — Una que se transforma en vuestro sabor favorito. — ¡Como el ponche de Navidad! — Saltó Olive, expresando lo que Alice estaba pensando. Todos estaban alucinando y felicitando a su abuela, y Alice se inclinó sobre Marcus. — ¿Sabes que mi abuela quería ser creadora de hechizos? — Claro que quería serlo, era muy muy creativa, aunque siempre en su propio beneficio. — Saltó Molly a su lado. Alice ladeó la sonrisa. — Esa es mi abuela, sin duda. Pero me contó que la bisabuela Daisy no lo veía con muy buenos ojos. — Molly suspiró y negó con la cabeza. — Eran otros tiempos, hija. Mira, en Irlanda siempre hemos sido tan pobres y olvidados que no había gente con enormes aspiraciones, pero aquí… Hubo mucha gente que aspiraba a seguir siendo algo que ya no existía después de la guerra. Tu abuela podría haber sido una creadora magnífica, pero eso eran muchos años de estudios e inversión, y no dinero inmediato como el Ministerio, por no hablar de que eso de no tener tanto tiempo para la familia… En fin, cosas que pasaban antes. — Alice asintió, pero notaba un peso en su pecho que le molestaba, pensando en todo lo que su abuela quizá alguna vez soñó y no había sido capaz de llevar a cabo.
Pero aquello era un cumpleaños, así que iba a honrar las cosas que hicieran felices tanto a Dylan como a su abuela, y abrió la salsa. — ¡Oh! ¡Esperad! Ya sé cuál va a ser la salsa por lo menos de Alice. — Saltó Arnold. — ¿Será…? — Trató como de darle intriga y ella ya estaba poniendo los ojos en blanco, mientras Darren le seguía el rollo haciendo ruido de tambores en la mesa. — Qué graciosos. — ¡ARÁNDANOS! — Saltó Olive muy emocionada. — Sí, señora, señorita Clearwater, si pudiera darle puntos se los daría. — Dijo Arnold, encantado, como siempre que tenía una niña parlanchina alrededor. — Lo sé porque le salió eso mismo en el ponche y porque Marcus siempre va por Hogwarts persiguiéndole con los arándanos para que coma. — Aquello provocó una oleada de risas y ella siguió poniendo los ojos en blanco. — Y la de Marcus no la sé, porque le gusta toda la comida, y cuando el ponche, no nos dejaron ver qué sabor le salía… — ¡Bueno! Ya veis que Olive enseguidita se integra. Venga, todos a disfrutar de esta comida tan buena de memé. — Interrumpió ella con una gran sonrisa. Luego se giró a su novio y dijo en bajito. — Sabía yo que, algún día, lo de usar a mi hermano de excusa, nos caería de vuelta. Lo que no esperaba es que fuera en forma de niña Gryffindor aireando situaciones, la verdad. — Pero, a decir verdad, lo que estaba era encantada de ver a todo el mundo tan integrado.
Estaba probando el brie, degustando la cocina de su abuela, cuando Lawrence preguntó pro el taller y ella le miró con los ojos brillantes y la respuesta en la boca, ya que a su novio le habían pillado pelín ocupado. — Por mí cuanto antes, abuelo. No te he dicho de ir ya de ya porque… Papá y Dylan me necesitaban por aquí. — Lawrence asintió y levantó las manos. — Claro, hija, claro. Si es lo que ha dicho Marcus, hasta septiembre… — Ella puso media sonrisa y señaló con la barbilla a Dylan que hablaba encantado de la vida con William y el abuelo Robert, explicándoles algo que implicaba a Olive y estaban los cuatro entregadísimos. — Pero creo que esto está más controlado de lo que yo esperaba, me fui a La Provenza y no quemaron nada que yo haya notado, se apañaron muy bien y todo así que… — Miró a su novio y alzó un poco las cejas. — Igual podemos empezar un poquito antes. —
Pero Molly mencionó algo que era completamente cierto: les debían un viaje a Irlanda. — ¡Es cierto! Llevo montón de tiempo diciéndolo, que me hace muchísima ilusión conocer Irlanda y vuestro pueblo. — Y claro, Molly hinchada como un pavo. — Claro que sí, ¡uy! No sabes tú cómo se va a poner la familia O’Donnell y los Laceys cuando vean a mi niño y la novia tan guapa que se ha echado! Y claro, si ya mi Lex quisiera venir con Darren, porque es que ese niño pega mucho en Irlanda, y con lo que le gusta el quidditch a Nancy… — A ver, a ver, Molly, querida, echa el freno. Que todavía a este que nos adora y a su novia la que siempre quiere más y ama las leyendas y las plantitas, todavía. Pero meter a Lex en un pueblo lleno de gente tan… Efusiva como nuestras familias… — Le saltó Lawrence, con el mismo tono que si diera una conferencia, que no sirvió de nada porque Molly tumbó sus argumentos a la Gryffindor, chasqueando la lengua y moviendo la mano como si espantara una mosca. — Mi niño si yo se lo pido se viene con su abuela, y su abuela le cuida y le enseña cosas que le gusten. — Se tuvo que contener una risa y miró de reojo a Lex a ver si algo de aquella oleada le había llegado, pero ahora estaba riéndose él también con algo, y se sintió doblemente satisfecha porque también estuviera a gusto aun tan rodeado de gente.
Habían aparecido unos cuantos aperitivos más, y la abuela Molly estaba muy intrigada en las proporciones de la tapenade, en plena guerra con el abuelo que no paraba de decirle “en gramos, mujer, pregunta en gramos” cuando otro ejército de patitos apareció por la mesa y se posó en los platos. Tardó en darse cuenta de lo que era. — Son pasteles de pollo y setas, con forma de patitos. Pero mirad lo que traen en el pico. — Dylan lo cogio y era como un pequeño vial. — Es la salsa para echársela por encima. — ¿Y qué salsa es, memé? — Una que se transforma en vuestro sabor favorito. — ¡Como el ponche de Navidad! — Saltó Olive, expresando lo que Alice estaba pensando. Todos estaban alucinando y felicitando a su abuela, y Alice se inclinó sobre Marcus. — ¿Sabes que mi abuela quería ser creadora de hechizos? — Claro que quería serlo, era muy muy creativa, aunque siempre en su propio beneficio. — Saltó Molly a su lado. Alice ladeó la sonrisa. — Esa es mi abuela, sin duda. Pero me contó que la bisabuela Daisy no lo veía con muy buenos ojos. — Molly suspiró y negó con la cabeza. — Eran otros tiempos, hija. Mira, en Irlanda siempre hemos sido tan pobres y olvidados que no había gente con enormes aspiraciones, pero aquí… Hubo mucha gente que aspiraba a seguir siendo algo que ya no existía después de la guerra. Tu abuela podría haber sido una creadora magnífica, pero eso eran muchos años de estudios e inversión, y no dinero inmediato como el Ministerio, por no hablar de que eso de no tener tanto tiempo para la familia… En fin, cosas que pasaban antes. — Alice asintió, pero notaba un peso en su pecho que le molestaba, pensando en todo lo que su abuela quizá alguna vez soñó y no había sido capaz de llevar a cabo.
Pero aquello era un cumpleaños, así que iba a honrar las cosas que hicieran felices tanto a Dylan como a su abuela, y abrió la salsa. — ¡Oh! ¡Esperad! Ya sé cuál va a ser la salsa por lo menos de Alice. — Saltó Arnold. — ¿Será…? — Trató como de darle intriga y ella ya estaba poniendo los ojos en blanco, mientras Darren le seguía el rollo haciendo ruido de tambores en la mesa. — Qué graciosos. — ¡ARÁNDANOS! — Saltó Olive muy emocionada. — Sí, señora, señorita Clearwater, si pudiera darle puntos se los daría. — Dijo Arnold, encantado, como siempre que tenía una niña parlanchina alrededor. — Lo sé porque le salió eso mismo en el ponche y porque Marcus siempre va por Hogwarts persiguiéndole con los arándanos para que coma. — Aquello provocó una oleada de risas y ella siguió poniendo los ojos en blanco. — Y la de Marcus no la sé, porque le gusta toda la comida, y cuando el ponche, no nos dejaron ver qué sabor le salía… — ¡Bueno! Ya veis que Olive enseguidita se integra. Venga, todos a disfrutar de esta comida tan buena de memé. — Interrumpió ella con una gran sonrisa. Luego se giró a su novio y dijo en bajito. — Sabía yo que, algún día, lo de usar a mi hermano de excusa, nos caería de vuelta. Lo que no esperaba es que fuera en forma de niña Gryffindor aireando situaciones, la verdad. — Pero, a decir verdad, lo que estaba era encantada de ver a todo el mundo tan integrado.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Se rio como un bobo, porque su novia era adorable y le había hecho cosquillas en la oreja con ese zumbidito. Fue a asentir vehementemente al comentario de su abuela, pero la respuesta de Alice, le hizo disimular una risilla avergonzada tras una mano, bajando la cabeza. Esta novia suya, tenía unas cosas... y aún debía dar las gracias de que William no hubiera presenciado esa conversación, o se hubiera tornado mucho más incómoda... Bueno, ya estaba su abuela para eso. Chistó levemente, ya un poco ruborizado, y miró de soslayo a su abuelo, que con mucha más capacidad de disimule debido a la edad pero también se veía que no estaba en su conversación de preferencia.
Mejor intentaba desviar el tema, por lo que cuando le dio otro bocado al brie, se manchó un poco la punta del índice con miel, se la enseñó a su novia con una sonrisilla y se la llevó cómicamente a los labios, haciendo un zumbidito de vuelta después. Le iba a durar la broma de la abejita hasta que dejara de ver tan amarilla a Alice. Cuando su novia respondió a su abuelo, miró a uno y a otro de hito en hito, sonriente (y masticando, claro). Sí, le apetecía tener vacaciones, y las tendrían, pero imaginarse en el taller de su abuelo con Alice... ni un sueño se le asemejaba. Era el lugar que mejores recuerdos le traía de su infancia, había soñado con ser alumno de su abuelo, y el que el amor de su vida compartiera todo eso con él... no tenía palabras para explicar lo feliz que le hacía. Como siguiera fantaseando con eso, iba a dar por concluidas las vacaciones, así que volvió a mirar la comida y... sí, era un sueño precioso, pero si esperaba un mesesito para verse cumplido tampoco pasaba nada. Así que alargó un plato para coger otro de los manjares de Helena, con la lengua a un lado de la boca con cara de niño glotón, y disfrutó de sus vacaciones y de pensar en toda la vida tan maravillosa que a ambos les quedaba por delante.
Por supuesto que Alice se había enganchado a lo del viaje, pero él no pensaba quedarse atrás (solo estaba masticando mientras su novia hablaba). Solo escuchar esa conversación le ponía una sonrisa en la cara. Miró a Alice. - Aunque no haya ido nunca, mi amor y mi respeto por mi familia está ahí. Conozco perfectamente a cada uno de mis primos y tíos segundos. - Su abuela fue a alabarle con esa cara que precedía que iba a soltarle una montaña de piropos con voz aguda y elevada, pero su abuelo rio y se adelantó. - Por eso y por el repaso al árbol genealógico que te hacía recitar una y otra vez mientras te daba comida en la cocina. Qué manera de instruir a un nieto, Margaret... - ¡Como que tú no hacías eso con los estados de la alquimia! - Pero no le premiaba con comida. - Las discusiones de sus abuelos eran graciosísimas. Marcus se echó hacia atrás y alzó los brazos. - La cuestión es que conozco a la familia, siempre fui el mejor de mi promoción en alquimia y tengo unos preciosos recuerdos de la comida de mi abuela. Yo creo que todos hemos salido ganando. - ¡Ves! Mi niño me entiende. - Tu niño nos ha salido medio Slytherin. - Le dijo su abuelo mirándole con una sonrisilla, pero Marcus le guiñó el ojo con chulería y siguió comiendo.
Siguió comiendo mientras atendía a sus abuelos y reía junto a Alice, cuando más patitos aparecieron ante ellos. Marcus no iba a dejar de alucinar con los hechizos de William en toda su vida, el día que tuviera hijos (había quedado en dejar el tema estar con Alice, pero no había jurado nada sobre fantasear con ello), esperaba que también se los hiciera, le iban a encantar. Encima, la transformación fue, además de impecable y dificilísima, más comida con una pinta deliciosa. Miró a su madre en la lejanía y la vio mirando el plato con esa sutil expresión que él y quienes la conocían bien sabían identificar a la perfección: era admiración genuina. Solo que le costaba reconocerlo públicamente en general (lo decía si lo tenía que decir, pero no hacía grandes aspavientos como Marcus o Arnold), cuanto menos a William, para que se viniera más arriba todavía. Los que sí estaban aplaudiendo con efusividad eran Marc y Susanne, y ya vio como, unos por las señales de la varita con la que estaba usada y la otra por la dificultad de la transformación, volvieron a engancharse en la conversación.
Alice le sacó de su observación a otros con una pregunta que no pudo contestar, ya lo hizo su abuela por él. Aunque sí arqueó las cejas y añadió. - Pues hubiera sido una creadora de hechizos genial. - Chasqueó la lengua y reflexionó, mirando a la nada. - Qué gran creadora de hechizos culinarios se ha perdido el mundo mágico... - Ya estaba fantaseando con comida otra vez, aun teniéndola delante. Conectó con lo que su abuela narraba y torció el gesto. Habían tenido mucha suerte de nacer en esa época entonces, porque... era una pena que tanto talento se desperdiciara.
Eso sí, el espectáculo de la intriga que se originó después con lo de la salsa de Alice le hizo reír a carcajadas. - Mi amor, piensa en lo bien que te conocemos todos. - Dijo entre risas, aunque la realidad que querían evidenciar era que a Alice parecía gustarle solo una cosa. Aunque lo que dijo su padre le hizo alzar el brazo, reclamando atención pero sin perder la jovialidad. - ¡Eh, eh, eh! Que si alguien podría tener potestad para dar puntos en esta mesa por proximidad del cargo soy yo. - Por favor, no empecéis con eso otra vez. - Suspiró Lex, rodando los ojos. Eso sí, esa flagrante manera de Olive de delatarle y provocar risas en los demás le hizo mirarla con una cómica mueca de ojos entrecerrados. - Muy graciosa. Puntos perdidos. - Y como la risa no cesaba, se irguió muy digno. - Reíros, envidiosos, de un buen caballero que solo procura el bienestar de la persona que ama. - Pero Olive siguió hablando y ya se estaba metiendo en un jardín que Alice atajó más rápido que si tuviera unas enormes tijeras de podar. Aunque estaba viendo la carilla de André, su sonrisa ladearse y sus ojillos entrecerrarse. - De eso tengo que enterarme yo. - Le oyó decir. Si es que no se podía estar con Gryffindors cerca...
Rodó los ojos hacia Alice, bufando muy bajito. - Desde luego. - Le dio con el índice levemente en las costillas. - Aunque, a decir verdad, la ideita de usar al niño siempre fue tuya. - Como que él tenía una alternativa mejor que "pues no se puede y ya está". - Cariño. - Interrumpió su abuela, haciendo eso tan de ella que era pretender que estaba diciendo una confidencia, porque se estaba acercando mucho a ellos para hablar mientras miraba con muy poca discreción a todo el mundo, pero sin apenas bajar el tono de voz, solo poniendo un extraño tono grave que no engañaba a nadie. - ¿Los regalos cuándo los damos? - Mostró las palmas. - ¡Yo lo que tú me digas! Pero vamos, que ya lo tengo aquí. - Es decir, que le des las gracias porque no se lo haya dado ya saltándose todos los protocol-AU, ¡abuela! - Se había puesto a burlarse con su novia entre risitas pero ni la frase le había dejado acabar, porque se había llevado una colleja de regalo. - ¿Tú no dices que respetas a tu familia y tus ancestros? Pues deja de meterte conmigo, no esperes a que esté muerta para respetarme. - ¡Oy! Cómo eres. - Se quejó, frotándose la nuca.
Mejor intentaba desviar el tema, por lo que cuando le dio otro bocado al brie, se manchó un poco la punta del índice con miel, se la enseñó a su novia con una sonrisilla y se la llevó cómicamente a los labios, haciendo un zumbidito de vuelta después. Le iba a durar la broma de la abejita hasta que dejara de ver tan amarilla a Alice. Cuando su novia respondió a su abuelo, miró a uno y a otro de hito en hito, sonriente (y masticando, claro). Sí, le apetecía tener vacaciones, y las tendrían, pero imaginarse en el taller de su abuelo con Alice... ni un sueño se le asemejaba. Era el lugar que mejores recuerdos le traía de su infancia, había soñado con ser alumno de su abuelo, y el que el amor de su vida compartiera todo eso con él... no tenía palabras para explicar lo feliz que le hacía. Como siguiera fantaseando con eso, iba a dar por concluidas las vacaciones, así que volvió a mirar la comida y... sí, era un sueño precioso, pero si esperaba un mesesito para verse cumplido tampoco pasaba nada. Así que alargó un plato para coger otro de los manjares de Helena, con la lengua a un lado de la boca con cara de niño glotón, y disfrutó de sus vacaciones y de pensar en toda la vida tan maravillosa que a ambos les quedaba por delante.
Por supuesto que Alice se había enganchado a lo del viaje, pero él no pensaba quedarse atrás (solo estaba masticando mientras su novia hablaba). Solo escuchar esa conversación le ponía una sonrisa en la cara. Miró a Alice. - Aunque no haya ido nunca, mi amor y mi respeto por mi familia está ahí. Conozco perfectamente a cada uno de mis primos y tíos segundos. - Su abuela fue a alabarle con esa cara que precedía que iba a soltarle una montaña de piropos con voz aguda y elevada, pero su abuelo rio y se adelantó. - Por eso y por el repaso al árbol genealógico que te hacía recitar una y otra vez mientras te daba comida en la cocina. Qué manera de instruir a un nieto, Margaret... - ¡Como que tú no hacías eso con los estados de la alquimia! - Pero no le premiaba con comida. - Las discusiones de sus abuelos eran graciosísimas. Marcus se echó hacia atrás y alzó los brazos. - La cuestión es que conozco a la familia, siempre fui el mejor de mi promoción en alquimia y tengo unos preciosos recuerdos de la comida de mi abuela. Yo creo que todos hemos salido ganando. - ¡Ves! Mi niño me entiende. - Tu niño nos ha salido medio Slytherin. - Le dijo su abuelo mirándole con una sonrisilla, pero Marcus le guiñó el ojo con chulería y siguió comiendo.
Siguió comiendo mientras atendía a sus abuelos y reía junto a Alice, cuando más patitos aparecieron ante ellos. Marcus no iba a dejar de alucinar con los hechizos de William en toda su vida, el día que tuviera hijos (había quedado en dejar el tema estar con Alice, pero no había jurado nada sobre fantasear con ello), esperaba que también se los hiciera, le iban a encantar. Encima, la transformación fue, además de impecable y dificilísima, más comida con una pinta deliciosa. Miró a su madre en la lejanía y la vio mirando el plato con esa sutil expresión que él y quienes la conocían bien sabían identificar a la perfección: era admiración genuina. Solo que le costaba reconocerlo públicamente en general (lo decía si lo tenía que decir, pero no hacía grandes aspavientos como Marcus o Arnold), cuanto menos a William, para que se viniera más arriba todavía. Los que sí estaban aplaudiendo con efusividad eran Marc y Susanne, y ya vio como, unos por las señales de la varita con la que estaba usada y la otra por la dificultad de la transformación, volvieron a engancharse en la conversación.
Alice le sacó de su observación a otros con una pregunta que no pudo contestar, ya lo hizo su abuela por él. Aunque sí arqueó las cejas y añadió. - Pues hubiera sido una creadora de hechizos genial. - Chasqueó la lengua y reflexionó, mirando a la nada. - Qué gran creadora de hechizos culinarios se ha perdido el mundo mágico... - Ya estaba fantaseando con comida otra vez, aun teniéndola delante. Conectó con lo que su abuela narraba y torció el gesto. Habían tenido mucha suerte de nacer en esa época entonces, porque... era una pena que tanto talento se desperdiciara.
Eso sí, el espectáculo de la intriga que se originó después con lo de la salsa de Alice le hizo reír a carcajadas. - Mi amor, piensa en lo bien que te conocemos todos. - Dijo entre risas, aunque la realidad que querían evidenciar era que a Alice parecía gustarle solo una cosa. Aunque lo que dijo su padre le hizo alzar el brazo, reclamando atención pero sin perder la jovialidad. - ¡Eh, eh, eh! Que si alguien podría tener potestad para dar puntos en esta mesa por proximidad del cargo soy yo. - Por favor, no empecéis con eso otra vez. - Suspiró Lex, rodando los ojos. Eso sí, esa flagrante manera de Olive de delatarle y provocar risas en los demás le hizo mirarla con una cómica mueca de ojos entrecerrados. - Muy graciosa. Puntos perdidos. - Y como la risa no cesaba, se irguió muy digno. - Reíros, envidiosos, de un buen caballero que solo procura el bienestar de la persona que ama. - Pero Olive siguió hablando y ya se estaba metiendo en un jardín que Alice atajó más rápido que si tuviera unas enormes tijeras de podar. Aunque estaba viendo la carilla de André, su sonrisa ladearse y sus ojillos entrecerrarse. - De eso tengo que enterarme yo. - Le oyó decir. Si es que no se podía estar con Gryffindors cerca...
Rodó los ojos hacia Alice, bufando muy bajito. - Desde luego. - Le dio con el índice levemente en las costillas. - Aunque, a decir verdad, la ideita de usar al niño siempre fue tuya. - Como que él tenía una alternativa mejor que "pues no se puede y ya está". - Cariño. - Interrumpió su abuela, haciendo eso tan de ella que era pretender que estaba diciendo una confidencia, porque se estaba acercando mucho a ellos para hablar mientras miraba con muy poca discreción a todo el mundo, pero sin apenas bajar el tono de voz, solo poniendo un extraño tono grave que no engañaba a nadie. - ¿Los regalos cuándo los damos? - Mostró las palmas. - ¡Yo lo que tú me digas! Pero vamos, que ya lo tengo aquí. - Es decir, que le des las gracias porque no se lo haya dado ya saltándose todos los protocol-AU, ¡abuela! - Se había puesto a burlarse con su novia entre risitas pero ni la frase le había dejado acabar, porque se había llevado una colleja de regalo. - ¿Tú no dices que respetas a tu familia y tus ancestros? Pues deja de meterte conmigo, no esperes a que esté muerta para respetarme. - ¡Oy! Cómo eres. - Se quejó, frotándose la nuca.
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Su novio era definitivamente lo más adorable que había en el mundo, con la miel y los sonidos de abeja. Ellos y sus tonterías, no cambiarían jamás, lo tenía clarísimo. Igual que Lawrence y Marcus parecía que no las conocían a Molly y ella y seguían poniéndose rojitos diciendo según qué cosas. Y tampoco cambiarían los métodos de Molly O’Donnell: comida e Irlanda parecía la mejor combinación posible para describirla y, por supuesto, si había comida y familia, Marcus aprendía rápidamente. Alice reía con ganas, porque era lo que pegaba con aquella tarde tan bonita, llena de planes y buenos presagios. — No puedo esperar, abuela. En cuanto pase el cumple, empezamos a planearlo. — A Molly le brillaron los ojos. — El veinticinco de julio es el aniversario del primer día que bailamos juntos, que hablamos así como dos personas que no se chillan por un libro viejo… — Molly rio y Lawrence la miró con admiración, mientras ella seguía hablando. — No sé si se sigue celebrando mucho el día de Saint James, pero estaría bien recuperar una noche como esa, ¿eh, alquimista? — Alice les miró con adoración. Definitivamente, quería eso y quería no cambiar nunca como hacían ellos. Y para no defraudarse a sí misma, soltó un suspirito involuntario ante el guiño y la sonrisa de su novio. Qué hombre.
Le encantaba ver lo bien que habían acabado funcionando los Gallia y los O’Donnell, todos con sus conversaciones, las bromitas cotidianas, como Marcus ejerciendo de prefecto y Lex quejándose. Cruzó la mirada con Dylan, pero este estaba muy ocupado hablando con Olive de mil cosas y riéndose con André que, claro, era un anfitrión ideal para cualquier fiesta. Y entonces sintió una mirada sobre ella y alzó los ojos. A su izquierda había tenido todo el rato a la abuela Helena, pero había estado tan ocupada en toda su ristra de hechizos y comida que no habían cruzado palabra. Su abuela no era de muchas palabras, así en general, al menos con ella. Pero tenía algo parecido a una sonrisa. Señaló con la barbilla a Dylan y dijo. — Qué feliz parece. Qué felices parecen todos. — Inspiró y vio como miraba de reojo a la tata, que estaba sacándole los colores a Erin delante de los jóvenes. — Pensé que nunca volveríamos a estar así. — Alice tomó aire, controlando las lágrimas que habían querido acudir a sus ojos, porque sabía que esas palabras de su abuela llevaban un "gracias por conseguirlo". — Todo puede mejorarse siempre, memé. — Ladeó una sonrisa y rio un poco. — Suponía que era de ti de quien había sacado siempre querer más. — Y, por primera vez que recordara, vio algo que se parecía a una sonrisa de orgullo en la cara de su abuela.
El momento se vio interrumpido por el huracán Molly que no solía aguantar mucho con un regalo entre las manos. Obviamente a Marcus y a ella les dio la risa, pero ella vio venir la colleja antes que su novio y se libró, casi cayéndose encima de su abuela, que también se rio. — Bueno, bueno, dejadme por lo menos sacar la tarta de cumpleaños, ¿no? — Se giró a su hermano. —A ver, patito, atento que llega tu tarta. — Y todo estaban mirándoles esperando a ver qué pasaba ahora. Pero su abuela simplemente sacó una galleta en la palma de su mano. Dylan la miró confusa. — Eh… Memé… — Y entonces, Helena puso la cara más Slytherin del mundo y alzó una ceja. — ¿Qué se hace con las velas de cumpleaños? — Dylan sonrió un poquito. — ¿Se soplan? — Helena rio y el niño se inclinó la para soplar la galleta, y al hacerlo, se convirtió en una tarta amarilla clarita, de vainilla por el olor, que contaba con tres pisos, rematada con nata y con galletitas pegadas en las paredes y rematada con un patito. — Memé, ¿has hecho tú esto? — Preguntó, alucinada. — No, la verdad, la tarta la han encontrado Jackie y André, así que dales las gracias a ellos, patito. — La prima Jackie me trae un primo y me trae una tarta, está que lo tira. — Dijo Dylan entre risas, antes de tirarles un beso. — Y ahora… Sopla el patito de arriba. — ¿PUEDO YO? — Saltó su padre por detrás de Dylan, haciendo reír muy fuertemente a Olive. — No, William, no seas crío, deja al cumpleañero. — Pero yo por el mío quiero otra. — ¿Y qué pongo arriba? ¿El cuervo tullido ese tuyo? — Vale, volvía a ser su abuela Helena. Quedaba claro que el rincón de la ternura en su vida era de Dylan. Su hermano, por su parte, se había encaramado ya a la mesa y soplaba el patito que salió volando por encima de la tarta y, bajo su vuelo, dejó doce velas encendidas. Todos cantaron cumpleaños feliz y, al terminar, casi por costumbre, Alice dijo. — Pide un deseo cuando soples, Dylan. — Pero su hermano miró a su alrededor, posando la mirada en los O’Donnell, en su padre, en Olive… Y la miró y se encogió de hombros. — No sé qué pedir, hermana. Esto era lo que vi en el espejo de Oesed, y mamá no puede volver porque yo lo pida. — Sus ojos se inundaron de lágrimas y sonrió sin saber qué más decir. — Pide entonces que se conserve, Dylan. — Dijo una voz inconfundible. — Que nunca más nos separemos y podamos celebrar tu cumpleaños todos juntos. — Emma había dicho esas palabras con la dulzura que solía dirigir a los más pequeños, pero fue suficiente para hacerla llorar, agarrando con fuerza la mano de Marcus y asintiendo, cuando su hermano la miró. — Pídelo, patito. Que todos los que estamos aquí procuraremos que se cumpla. — Y Dylan sonrió y sopló las velas del tirón. — ¡Y ahora los regalos! — Exclamó William. — Eh, eh, eh, empieza su abuela. — Reclamó Helena. — Yo ya tengo el regalo aquí mismo. — Señaló Molly, y Alice tuvo que subir las manos. — Quieto todo el mundo. Por favor. Que empiece la invitada de honor. — Y señaló a Olive, que se puso un poco rojita, pero sacó una caja de cartón.
Dylan abrió la caja y sus ojos se hicieron enormes en su cara. — ¿Me has regalado plantitas? — Casi podía oírle pidiendo auxilio. — Pero son unas plantitas especiales porque en verdad son de papel, se hacen con un papel especial de la tienda de mis padres, así que no se mueren. — Explicó la chica, mientras iba sacando unas macetitas monísimas. — He traído dos díctamos, porque me dijiste que les gustaban a tus padres, y aquí… ¡Ah sí! El romero de Alice, un espino blanco de Marcus, mis verbenas rojas y unos girasoles, que son así muy amarillos y alegres, para ti. — Los dejó todos en la mesa y sonrió. — Las he hecho yo. Ahora es como si tuvieras una familia representada por las plantitas siempre contigo. — Alice miró a su padre con una sonrisa adorable y William, secándose los ojos tras las gafas dijo. — Nos la quedamos. —
Le encantaba ver lo bien que habían acabado funcionando los Gallia y los O’Donnell, todos con sus conversaciones, las bromitas cotidianas, como Marcus ejerciendo de prefecto y Lex quejándose. Cruzó la mirada con Dylan, pero este estaba muy ocupado hablando con Olive de mil cosas y riéndose con André que, claro, era un anfitrión ideal para cualquier fiesta. Y entonces sintió una mirada sobre ella y alzó los ojos. A su izquierda había tenido todo el rato a la abuela Helena, pero había estado tan ocupada en toda su ristra de hechizos y comida que no habían cruzado palabra. Su abuela no era de muchas palabras, así en general, al menos con ella. Pero tenía algo parecido a una sonrisa. Señaló con la barbilla a Dylan y dijo. — Qué feliz parece. Qué felices parecen todos. — Inspiró y vio como miraba de reojo a la tata, que estaba sacándole los colores a Erin delante de los jóvenes. — Pensé que nunca volveríamos a estar así. — Alice tomó aire, controlando las lágrimas que habían querido acudir a sus ojos, porque sabía que esas palabras de su abuela llevaban un "gracias por conseguirlo". — Todo puede mejorarse siempre, memé. — Ladeó una sonrisa y rio un poco. — Suponía que era de ti de quien había sacado siempre querer más. — Y, por primera vez que recordara, vio algo que se parecía a una sonrisa de orgullo en la cara de su abuela.
El momento se vio interrumpido por el huracán Molly que no solía aguantar mucho con un regalo entre las manos. Obviamente a Marcus y a ella les dio la risa, pero ella vio venir la colleja antes que su novio y se libró, casi cayéndose encima de su abuela, que también se rio. — Bueno, bueno, dejadme por lo menos sacar la tarta de cumpleaños, ¿no? — Se giró a su hermano. —A ver, patito, atento que llega tu tarta. — Y todo estaban mirándoles esperando a ver qué pasaba ahora. Pero su abuela simplemente sacó una galleta en la palma de su mano. Dylan la miró confusa. — Eh… Memé… — Y entonces, Helena puso la cara más Slytherin del mundo y alzó una ceja. — ¿Qué se hace con las velas de cumpleaños? — Dylan sonrió un poquito. — ¿Se soplan? — Helena rio y el niño se inclinó la para soplar la galleta, y al hacerlo, se convirtió en una tarta amarilla clarita, de vainilla por el olor, que contaba con tres pisos, rematada con nata y con galletitas pegadas en las paredes y rematada con un patito. — Memé, ¿has hecho tú esto? — Preguntó, alucinada. — No, la verdad, la tarta la han encontrado Jackie y André, así que dales las gracias a ellos, patito. — La prima Jackie me trae un primo y me trae una tarta, está que lo tira. — Dijo Dylan entre risas, antes de tirarles un beso. — Y ahora… Sopla el patito de arriba. — ¿PUEDO YO? — Saltó su padre por detrás de Dylan, haciendo reír muy fuertemente a Olive. — No, William, no seas crío, deja al cumpleañero. — Pero yo por el mío quiero otra. — ¿Y qué pongo arriba? ¿El cuervo tullido ese tuyo? — Vale, volvía a ser su abuela Helena. Quedaba claro que el rincón de la ternura en su vida era de Dylan. Su hermano, por su parte, se había encaramado ya a la mesa y soplaba el patito que salió volando por encima de la tarta y, bajo su vuelo, dejó doce velas encendidas. Todos cantaron cumpleaños feliz y, al terminar, casi por costumbre, Alice dijo. — Pide un deseo cuando soples, Dylan. — Pero su hermano miró a su alrededor, posando la mirada en los O’Donnell, en su padre, en Olive… Y la miró y se encogió de hombros. — No sé qué pedir, hermana. Esto era lo que vi en el espejo de Oesed, y mamá no puede volver porque yo lo pida. — Sus ojos se inundaron de lágrimas y sonrió sin saber qué más decir. — Pide entonces que se conserve, Dylan. — Dijo una voz inconfundible. — Que nunca más nos separemos y podamos celebrar tu cumpleaños todos juntos. — Emma había dicho esas palabras con la dulzura que solía dirigir a los más pequeños, pero fue suficiente para hacerla llorar, agarrando con fuerza la mano de Marcus y asintiendo, cuando su hermano la miró. — Pídelo, patito. Que todos los que estamos aquí procuraremos que se cumpla. — Y Dylan sonrió y sopló las velas del tirón. — ¡Y ahora los regalos! — Exclamó William. — Eh, eh, eh, empieza su abuela. — Reclamó Helena. — Yo ya tengo el regalo aquí mismo. — Señaló Molly, y Alice tuvo que subir las manos. — Quieto todo el mundo. Por favor. Que empiece la invitada de honor. — Y señaló a Olive, que se puso un poco rojita, pero sacó una caja de cartón.
Dylan abrió la caja y sus ojos se hicieron enormes en su cara. — ¿Me has regalado plantitas? — Casi podía oírle pidiendo auxilio. — Pero son unas plantitas especiales porque en verdad son de papel, se hacen con un papel especial de la tienda de mis padres, así que no se mueren. — Explicó la chica, mientras iba sacando unas macetitas monísimas. — He traído dos díctamos, porque me dijiste que les gustaban a tus padres, y aquí… ¡Ah sí! El romero de Alice, un espino blanco de Marcus, mis verbenas rojas y unos girasoles, que son así muy amarillos y alegres, para ti. — Los dejó todos en la mesa y sonrió. — Las he hecho yo. Ahora es como si tuvieras una familia representada por las plantitas siempre contigo. — Alice miró a su padre con una sonrisa adorable y William, secándose los ojos tras las gafas dijo. — Nos la quedamos. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Marcus ya se estaba frotando las manos ante la perspectiva de la tarta, y eso que aún tenía comida en la boca. No pensaba dejar de comer, de hecho, aunque le sirvieran su trozo, que aún quedaban cosas por ahí y todas estaban buenísimas. Atendió como atendía con todo, con sumo interés y los ojos muy abiertos. Solo había que ver la cara de Helena y conocer un poco a esa familia para saber que lo de la galleta tenía truco. Eso sí, se tuvo que aguantar fuertemente la risa con la incursión de William, queriendo soplar él. Y eso que estaba alucinando en todas las gamas cromáticas de amarillo con esa tarta y la deliciosa pinta que tenía. Alzó un brazo y llamó con un gesto la atención de Jackie y André. - Eh, primos. Ya me estáis diciendo de dónde habéis sacado esa tarta. - ¿Qué me vas a dar a cambio? - Preguntó André, con una sonrisa ladeada. Jackie soltó una única carcajada, mirando a su hermano. - ¿No has escuchado a tu primo? El mérito es mío. - Y, tras decir eso muy dignamente, la chica miró a Dylan y le lanzó un besito en el aire.
Volvieron a centrarse en el cumpleañero, y entonces Dylan tuvo una de sus clásicas salidas: la de emocionarles a todos. Tragó saliva, mirando a Alice con una sonrisa emocionada. Lo que le faltaba era la aportación de su madre. Se le estaban llenando los ojos de lágrimas, pero cuando Alice apretó su mano, disimuló y simplemente sonrió aún más, devolviéndole el gesto. Cuando el niño sopló y todos aplaudieron, Marcus se acercó a su novia y le susurró de corazón. - Esto, todo esto, es obra tuya. Espero que lo sepas. - Y dejó un beso cargado de orgullo en su mejilla. Alice había tenido una vida muy difícil con la que él no habría sabido ni por dónde empezar, hacía un año estaban muchísimo peor que en esos momentos, y ahora... todo era gracias a ella. Y estaba convencido de que no era el único allí que lo pensaba.
La repentina pelea de las abuelas por dar los regalos hizo que, mientras se aguantaba la risa, pinchara un poco el ambiente echándose hacia atrás en la silla como si quisiera evidenciar que no quería estar en medio de ese fuego cruzado. - Nosotros ya si eso nos quedamos para el final. - Le dijo a Alice, bromista. Bueno, tanto como para el final... solo lo estaba diciendo para picar a las dos mujeres, que Molly además entraba rapidísimo a los piques. La que se alzó con el primer puesto fue, por mandato de la hermana del cumpleañero, Olive.
Estiró el cuello para ver qué traía la caja de Olive, intentando asomarse por encima del hombro de Dylan. Le estaba viendo a André la risilla de fondo y cómo se acercaba a Theo, al que tenía relativamente cerca, y le murmuraba algo que hacía al chico asentir y a ambos reír. Se imaginaba por dónde iban los tiros: Dylan había alabado su propio conocimiento en plantas por encima de sus posibilidades. Sin embargo, no eran plantas propiamente dichas, y la explicación de la chica hizo que a Marcus le dieran ganas de llorar otra vez. Miró automáticamente a William y vio que estaba con los ojos brillantes y una expresión entre enternecida, curiosa (como siempre) y de júbilo. Pareció detectar su mirada, porque se la devolvió y, sin emitir sonido (que ya era mérito en él, de verdad no querría incomodar a su hijo), movió los labios para que Marcus detectara lo que le quería decir. - Te va a quitar el puesto. - Marcus dibujó una expresión entre sorprendida y ofendida tan teatralizada que el hombre tuvo que llevarse una mano a la boca para no echarse a reír. Pero lo cierto es que, si Olive llegaba a ser Gallia algún día también, William iba a estar encantadísimo. Y él también.
El hombre, de hecho, estaba visiblemente emocionado, y tras la explicación miró a su hija y confirmó lo que todos estaban pensando. Marcus se acercó a la chica, levantándose y trotando alegremente. - Yo quiero ver la planta Marcus. - Y se agachó junto a ella, mirando su espino. - ¡Ay! Yo también las quiero ver, qué cosa más bonita, con lo que me gustan a mí las plantas. - Afirmó su abuela, y también se acercó a ellos. Llenaron a Olive de alabanzas, quien se puso coloradita, pero por supuesto que lo de su abuela acercándose al cumpleañero no era casual. - Ay, bueno, cariño, ya que estoy aquí, ya te doy lo mío. - Marcus miró a Alice y negó con la cabeza. Ya estaba viendo a Helena con ganas de querer asesinarla con la mirada, pero pensar que Molly no iba a adelantarse era no conocerla de nada. Mientras Marcus volvía a su sitio, Molly fue contando. - Los dos son de los dos pero cada uno ha hecho uno. Y yo sé que tú quieres mucho a mi niño, así que tenía que regalarte algo como lo que le hice a él cuando cumplió doce. - Soltó una risita. Aún tenía el paquete envuelto en la mano. - Ahora mismo no te va a servir mucho, pero me lo agradecerás cuando estés en Hogwarts. - Mooooolly. Deja que el niño descubra el regalo, deja de dar pistas, mujer. - Dijo su abuelo, levantando varias risillas, incluida la de su mujer. - ¡Ay, es que me emociono y no lo puedo evitar! Toma, cariño, ábrelo antes de que diga más cosas. ¡Aunque nunca he desvelado un regalo antes de tiempo, que sois...! - Pero se había generado tal clamor generalizado que claramente evidenciaba desacuerdo con esa afirmación por parte de todos los O'Donnell y parte de los Gallia que la mujer soltó un bufido ofendido. - ¡Bueno, ya está! Que no lo dejáis a la criatura abrir su regalo. - Dijo muy digna, y le dio deliberadamente la espalda a todo el mundo para mirar a Dylan descubrir el paquete.
- ¡Qué bonito! ¡Y suave! - Afirmó Dylan, y luego le miró a él. - ¿Tú tienes uno igual, colega? - ¡Claro! Los jerseys calentitos de la abuela Molly son lo mejor. Lex también tiene algunos. - Dylan miró a su hermano y este le devolvió una sonrisa afirmativa, lo que hizo que Dylan se abrazara al jersey amarillito como si fuera un peluche. - ¡Muchas gracias! - De nada, mi amor. Y este también es nuestro. - Le tendió un paquete rectangular y estrecho que Dylan abrió con cuidadito. De él salió un precioso marco con la fecha del día de hoy grabada y un patito labrado en una esquina. Por el brillo especial del material, a Marcus no le cabía ninguna duda de que estaba transmutado por su abuelo. De hecho, este habló. - A tu madre le encantaban las fotografías, y le hubiera encantado hacer una de toda su familia junta, aquí. - Lawrence hizo un ceremonioso gesto, señalando el marco. - Sigue su legado. Saca la foto más bonita del día de hoy, y enmárcala como es debido. Para que nunca olvides este día. -
Volvieron a centrarse en el cumpleañero, y entonces Dylan tuvo una de sus clásicas salidas: la de emocionarles a todos. Tragó saliva, mirando a Alice con una sonrisa emocionada. Lo que le faltaba era la aportación de su madre. Se le estaban llenando los ojos de lágrimas, pero cuando Alice apretó su mano, disimuló y simplemente sonrió aún más, devolviéndole el gesto. Cuando el niño sopló y todos aplaudieron, Marcus se acercó a su novia y le susurró de corazón. - Esto, todo esto, es obra tuya. Espero que lo sepas. - Y dejó un beso cargado de orgullo en su mejilla. Alice había tenido una vida muy difícil con la que él no habría sabido ni por dónde empezar, hacía un año estaban muchísimo peor que en esos momentos, y ahora... todo era gracias a ella. Y estaba convencido de que no era el único allí que lo pensaba.
La repentina pelea de las abuelas por dar los regalos hizo que, mientras se aguantaba la risa, pinchara un poco el ambiente echándose hacia atrás en la silla como si quisiera evidenciar que no quería estar en medio de ese fuego cruzado. - Nosotros ya si eso nos quedamos para el final. - Le dijo a Alice, bromista. Bueno, tanto como para el final... solo lo estaba diciendo para picar a las dos mujeres, que Molly además entraba rapidísimo a los piques. La que se alzó con el primer puesto fue, por mandato de la hermana del cumpleañero, Olive.
Estiró el cuello para ver qué traía la caja de Olive, intentando asomarse por encima del hombro de Dylan. Le estaba viendo a André la risilla de fondo y cómo se acercaba a Theo, al que tenía relativamente cerca, y le murmuraba algo que hacía al chico asentir y a ambos reír. Se imaginaba por dónde iban los tiros: Dylan había alabado su propio conocimiento en plantas por encima de sus posibilidades. Sin embargo, no eran plantas propiamente dichas, y la explicación de la chica hizo que a Marcus le dieran ganas de llorar otra vez. Miró automáticamente a William y vio que estaba con los ojos brillantes y una expresión entre enternecida, curiosa (como siempre) y de júbilo. Pareció detectar su mirada, porque se la devolvió y, sin emitir sonido (que ya era mérito en él, de verdad no querría incomodar a su hijo), movió los labios para que Marcus detectara lo que le quería decir. - Te va a quitar el puesto. - Marcus dibujó una expresión entre sorprendida y ofendida tan teatralizada que el hombre tuvo que llevarse una mano a la boca para no echarse a reír. Pero lo cierto es que, si Olive llegaba a ser Gallia algún día también, William iba a estar encantadísimo. Y él también.
El hombre, de hecho, estaba visiblemente emocionado, y tras la explicación miró a su hija y confirmó lo que todos estaban pensando. Marcus se acercó a la chica, levantándose y trotando alegremente. - Yo quiero ver la planta Marcus. - Y se agachó junto a ella, mirando su espino. - ¡Ay! Yo también las quiero ver, qué cosa más bonita, con lo que me gustan a mí las plantas. - Afirmó su abuela, y también se acercó a ellos. Llenaron a Olive de alabanzas, quien se puso coloradita, pero por supuesto que lo de su abuela acercándose al cumpleañero no era casual. - Ay, bueno, cariño, ya que estoy aquí, ya te doy lo mío. - Marcus miró a Alice y negó con la cabeza. Ya estaba viendo a Helena con ganas de querer asesinarla con la mirada, pero pensar que Molly no iba a adelantarse era no conocerla de nada. Mientras Marcus volvía a su sitio, Molly fue contando. - Los dos son de los dos pero cada uno ha hecho uno. Y yo sé que tú quieres mucho a mi niño, así que tenía que regalarte algo como lo que le hice a él cuando cumplió doce. - Soltó una risita. Aún tenía el paquete envuelto en la mano. - Ahora mismo no te va a servir mucho, pero me lo agradecerás cuando estés en Hogwarts. - Mooooolly. Deja que el niño descubra el regalo, deja de dar pistas, mujer. - Dijo su abuelo, levantando varias risillas, incluida la de su mujer. - ¡Ay, es que me emociono y no lo puedo evitar! Toma, cariño, ábrelo antes de que diga más cosas. ¡Aunque nunca he desvelado un regalo antes de tiempo, que sois...! - Pero se había generado tal clamor generalizado que claramente evidenciaba desacuerdo con esa afirmación por parte de todos los O'Donnell y parte de los Gallia que la mujer soltó un bufido ofendido. - ¡Bueno, ya está! Que no lo dejáis a la criatura abrir su regalo. - Dijo muy digna, y le dio deliberadamente la espalda a todo el mundo para mirar a Dylan descubrir el paquete.
- ¡Qué bonito! ¡Y suave! - Afirmó Dylan, y luego le miró a él. - ¿Tú tienes uno igual, colega? - ¡Claro! Los jerseys calentitos de la abuela Molly son lo mejor. Lex también tiene algunos. - Dylan miró a su hermano y este le devolvió una sonrisa afirmativa, lo que hizo que Dylan se abrazara al jersey amarillito como si fuera un peluche. - ¡Muchas gracias! - De nada, mi amor. Y este también es nuestro. - Le tendió un paquete rectangular y estrecho que Dylan abrió con cuidadito. De él salió un precioso marco con la fecha del día de hoy grabada y un patito labrado en una esquina. Por el brillo especial del material, a Marcus no le cabía ninguna duda de que estaba transmutado por su abuelo. De hecho, este habló. - A tu madre le encantaban las fotografías, y le hubiera encantado hacer una de toda su familia junta, aquí. - Lawrence hizo un ceremonioso gesto, señalando el marco. - Sigue su legado. Saca la foto más bonita del día de hoy, y enmárcala como es debido. Para que nunca olvides este día. -
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Ivanka
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Y allá que fueron todos en tropel a ver las plantitas, ante la sonrisa y los ojos emocionados de Alice. Eso sí, tuvo que estallar en una carcajada ante la maniobra de la abuela Molly para encasquetarle la primera los regalos a Dylan, y más aún se rio oyendo el discurso que ya estaba dando, con indignación por los comentarios de los demás incluidos. — Siempre ha sido así, pero la adoro. — Dijo Lawrence en voz baja a su lado. Alice sonrió y la miró con cariño. — Es para adorarla, en verdad, hace unos regalos ideales. — Lawrence asintió y rio. — Casi siempre comida y jerseys, pero cuando Marcus y Lex eran pequeños se volvía loca con los juguetes, era más niña que ellos… Ya… Bueno, quizá algún día lo veas tú misma. — El abuelo estaba mirando al cielo como si tal cosa y Alice ladeó una sonrisa. — Menudo matrimonio de Slytherins encubiertos estáis hechos. — El abuelo rio también y se encogió de hombros. — Bueno, es que para ser alquimista hace falta aunque sea un poquito de ambición, señorita “siempre más”. — Terminó dándole en la nariz y ambos sonrieron.
Decidió atender a los regalos de su hermano y sonrió con ternura cuando abrazó así el jersey. Seguía siendo absolutamente adorable, y ver a su padre tan feliz con Marcus y Olive al lado era el remate. Y, justo entonces, sacó Dylan el marco y ya sí sus ojos se anegaron en lágrimas. — ¡Hermana! ¿Tenemos la cámara de mamá? — Ella asintió rápidamente, y le vino muy bien ir a por la dicha cámara, para poder dejar caer unas cuantas lágrimas por el camino. La rescató de las cajas donde tenía ella guardadas todas las cosas de su madre, y bajó rauda y veloz. — ¿Pero aún no os habéis colocado? Menudo caos… — Toda su familia estaba dando vueltas a la mesa por un extremo, intentando no pisar las flores, pero prácticamente encaramándose en la valla del jardín, porque eran demasiada gente, y, en fin, intentar organizar a su familia, con dos hufflepuffs de más etc… — A ver, patito, ven aquí. — Llamó, pero casi no se la oía con el griterío. — ¡André, me estás pisando! — ¡Olive delante que si no se la ve! — ¡El padre tendrá que estar en primera fila! — En las fotos mágicas podemos movernos, ¿hacemos algo todos? ¿Como piquitos así con las manos? — Preguntaba Darren haciendo el propio gesto con la mano. Al final, de entre todo el mare magnum, salió Dylan, coloradito de la emoción, y probablemente de la risa, lo que le hacía parecer absolutamente adorable. — ¿Cómo lo hago, hermana? — Ella le tendió la cámara. — Primero enfoca, y cuando estés seguro del encuadre, me lo dices y le hecho un hechizo para que se aguante en el sitio. — Así lo hicieron y Alice se dirigió a los demás. — Vale, ahora cuando estemos todos menos tú colocados bien, le das al pulsador, que le he puesto el temporizador, y vienes corriendo. Dylan se pone ahí. — Señaló el hueco entre su padre y Olive. — ¡Eh, pero que a mí no se me ve! — Yo a la izquierda no puedo que es mi perfil malo! — Yo no tengo perfiles malos pero es que Marc es más alto que yo y se nos confunde la melena… — ¡SILENCIO! — Ordenó Alice alzando la voz. Luego tomó aire. — Podéis llegar a ser agotadores. Haced el favor de posar ya donde estéis, que lo importante es que estemos todos juntos. Y sonriendo, que estamos todos muy felices por el patito. — Y, por fin, la hicieron caso. Aunque ya tuvo Darren que añadir en el último momento. — Yo voy a hacer lo del piquito. Lex pon la mano así… — ¡QUE VOY! — Avisó Dylan antes de pulsar la cámara y salir corriendo para aparecer en su sitio. Al final, callarse no se habían callado demasiado, y cada uno estaba hablando de sus cosas, pero Alice estaba segura de que todos estaban sonriendo, y eso era lo que más le gustaba a su patito. Miró a Marcus y sonrió, sabiendo que a su novio le hacía feliz que ella fuera feliz. — Esto es como un sueño. Uno muy ruidoso, un sueño Gallia, más bien. —
Por fin, volvieron a dispersarse y Alice miró a sus abuelos. — Memé, ahora puedes darle tus regalos. — Pero su abuela levantó la mano muy digna. — Yo o la primera o lo mejor para final. — Captado, pensó entornando un poco los ojos. Slytherins. Así que señaló a los demás y dijo. — Bueno, pues cuando queráis el resto. — Theo se acercó y le dio un paquete delgadito. Cuando Dylan lo abrió, frunció el ceño. — ¿Qué es? — Son dioramas. Eres muy bueno con las cosas manuales, Dylan, y como aún no puedes hacer magia fuera de la escuela, pues eres un colega muggle. — Eso le hizo reír. — Tienes que recortar el cartón y encajar las piezas, y al final te salen monumentos del mundo. A mí me gustaban mucho de pequeño, pero mis hermanos solían cavar rompiéndomelos, tú no tienes ese problema. — Alice abrió mucho los ojos y sonrió. — ¡Yo quiero! Apúntatelo para mi cumple. — Theo rio. — Hay muchísimos en las papelerías y la tiendas de juguetes, te traigo uno cuando quieras. — Su tía Susanne se acercó y dejó frente a él una gran caja, que el niño abrió con los ojos brillantes. — ¿Qué es? — Cuando lo terminó de abrir, había un tablero con muñequitos, casas y como una ciudad en miniatura. — Es un juego de misterios, ahí hay unas tarjetas que te van dando pistas sobre cómo resolver la trama principal, y estos son los personajes con los que te vas moviendo. Hay peligros, hay recompensas, pistas más importantes y otras que no te dirán mucho… — Los muñequitos se movían y salían chispitas de colores de algunos sitios. — ¡Cómo mola, tía Susanne! — Hay dieciséis historias, hemos escrito cuatro cada uno de nosotros. — Dijo señalando a la familia Gallia francesa. Alice aprovechó y susurró a Marcus. — ¿Crees que podemos hacer uno de esos? Yo quiero. — Se rio de su propia frase y apoyó la cabeza en el hombro de su novio. — Todos los celos que no he tenido nunca de Dylan me están dando en este cumple. —
Decidió atender a los regalos de su hermano y sonrió con ternura cuando abrazó así el jersey. Seguía siendo absolutamente adorable, y ver a su padre tan feliz con Marcus y Olive al lado era el remate. Y, justo entonces, sacó Dylan el marco y ya sí sus ojos se anegaron en lágrimas. — ¡Hermana! ¿Tenemos la cámara de mamá? — Ella asintió rápidamente, y le vino muy bien ir a por la dicha cámara, para poder dejar caer unas cuantas lágrimas por el camino. La rescató de las cajas donde tenía ella guardadas todas las cosas de su madre, y bajó rauda y veloz. — ¿Pero aún no os habéis colocado? Menudo caos… — Toda su familia estaba dando vueltas a la mesa por un extremo, intentando no pisar las flores, pero prácticamente encaramándose en la valla del jardín, porque eran demasiada gente, y, en fin, intentar organizar a su familia, con dos hufflepuffs de más etc… — A ver, patito, ven aquí. — Llamó, pero casi no se la oía con el griterío. — ¡André, me estás pisando! — ¡Olive delante que si no se la ve! — ¡El padre tendrá que estar en primera fila! — En las fotos mágicas podemos movernos, ¿hacemos algo todos? ¿Como piquitos así con las manos? — Preguntaba Darren haciendo el propio gesto con la mano. Al final, de entre todo el mare magnum, salió Dylan, coloradito de la emoción, y probablemente de la risa, lo que le hacía parecer absolutamente adorable. — ¿Cómo lo hago, hermana? — Ella le tendió la cámara. — Primero enfoca, y cuando estés seguro del encuadre, me lo dices y le hecho un hechizo para que se aguante en el sitio. — Así lo hicieron y Alice se dirigió a los demás. — Vale, ahora cuando estemos todos menos tú colocados bien, le das al pulsador, que le he puesto el temporizador, y vienes corriendo. Dylan se pone ahí. — Señaló el hueco entre su padre y Olive. — ¡Eh, pero que a mí no se me ve! — Yo a la izquierda no puedo que es mi perfil malo! — Yo no tengo perfiles malos pero es que Marc es más alto que yo y se nos confunde la melena… — ¡SILENCIO! — Ordenó Alice alzando la voz. Luego tomó aire. — Podéis llegar a ser agotadores. Haced el favor de posar ya donde estéis, que lo importante es que estemos todos juntos. Y sonriendo, que estamos todos muy felices por el patito. — Y, por fin, la hicieron caso. Aunque ya tuvo Darren que añadir en el último momento. — Yo voy a hacer lo del piquito. Lex pon la mano así… — ¡QUE VOY! — Avisó Dylan antes de pulsar la cámara y salir corriendo para aparecer en su sitio. Al final, callarse no se habían callado demasiado, y cada uno estaba hablando de sus cosas, pero Alice estaba segura de que todos estaban sonriendo, y eso era lo que más le gustaba a su patito. Miró a Marcus y sonrió, sabiendo que a su novio le hacía feliz que ella fuera feliz. — Esto es como un sueño. Uno muy ruidoso, un sueño Gallia, más bien. —
Por fin, volvieron a dispersarse y Alice miró a sus abuelos. — Memé, ahora puedes darle tus regalos. — Pero su abuela levantó la mano muy digna. — Yo o la primera o lo mejor para final. — Captado, pensó entornando un poco los ojos. Slytherins. Así que señaló a los demás y dijo. — Bueno, pues cuando queráis el resto. — Theo se acercó y le dio un paquete delgadito. Cuando Dylan lo abrió, frunció el ceño. — ¿Qué es? — Son dioramas. Eres muy bueno con las cosas manuales, Dylan, y como aún no puedes hacer magia fuera de la escuela, pues eres un colega muggle. — Eso le hizo reír. — Tienes que recortar el cartón y encajar las piezas, y al final te salen monumentos del mundo. A mí me gustaban mucho de pequeño, pero mis hermanos solían cavar rompiéndomelos, tú no tienes ese problema. — Alice abrió mucho los ojos y sonrió. — ¡Yo quiero! Apúntatelo para mi cumple. — Theo rio. — Hay muchísimos en las papelerías y la tiendas de juguetes, te traigo uno cuando quieras. — Su tía Susanne se acercó y dejó frente a él una gran caja, que el niño abrió con los ojos brillantes. — ¿Qué es? — Cuando lo terminó de abrir, había un tablero con muñequitos, casas y como una ciudad en miniatura. — Es un juego de misterios, ahí hay unas tarjetas que te van dando pistas sobre cómo resolver la trama principal, y estos son los personajes con los que te vas moviendo. Hay peligros, hay recompensas, pistas más importantes y otras que no te dirán mucho… — Los muñequitos se movían y salían chispitas de colores de algunos sitios. — ¡Cómo mola, tía Susanne! — Hay dieciséis historias, hemos escrito cuatro cada uno de nosotros. — Dijo señalando a la familia Gallia francesa. Alice aprovechó y susurró a Marcus. — ¿Crees que podemos hacer uno de esos? Yo quiero. — Se rio de su propia frase y apoyó la cabeza en el hombro de su novio. — Todos los celos que no he tenido nunca de Dylan me están dando en este cumple. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Marcus, por supuesto, se había quedado mirando el marco para ver cómo estaba transmutado, y ya iba camino de preguntarle a su abuelo por los materiales utilizados cuando Dylan dijo que quería hacer la foto en ese momento. - Colega, ¿no prefieres terminar de ver tus regalos primero? - Sugirió, por aquello de aportar un poco de orden y horario al cumpleaños. Por supuesto que no iba a colar. En lo que Alice iba por la cámara, empezaron a colocarse. Darren soltó una risilla y dijo. - Los hermanitos O'Donnell para el final, que si no tapáis a todo el mund... - Pero entonces cruzó la mirada con una de las personas de las que habían heredado la altura: su madre. No tardó en reconducir. - O donde queráis, en verdad si nos ponemos bien no tiene por qué ir nadie detrás. - Soltó una risita nerviosa y se escabulló junto a Theo. Marcus y Lex se miraron y se aguantaron la risa, pero oyeron a su madre soltar un suspiro mudo y rodar los ojos a su lado. Ya, si no tuvieras esa presencia no darías tanto miedo a tus hijos políticos, pensó Marcus, divertido.
Lo que se generó después fue un auténtico caos. Marcus intentaba reordenar a todo el mundo como si quisiera hacerle una foto a una camada de gatitos, y el efecto era el mismo: todos revolviéndose, pisándose y cambiándose de sitio justo cuando ya habían encontrado el hueco adecuado. Su padre había tirado la toalla antes que él, y Lex y su madre ni siquiera se habían molestado en intentar colocar a nadie, estaban parados en el sitio que habían elegido. Lo importante era lo felices que estaban todos, y las risas que se estaban llevando. Porque, por muy desesperante que todo aquello le pareciera, al final no paraba de reír.
Le dio un beso en la mejilla a Alice, aún con una risilla residual. - ¿Ruidoso? No sé por qué lo dices, no era consciente. - Negó con la cabeza, riendo. - Esto es lo que Dylan ha querido en su cumpleaños y, efectivamente, es un sueño para todos. Nada le caracteriza más que hacernos a todos felices. - Se lo había dicho arriba: era digno hijo de sus dos padres, y allí estaba quedando demostrado. Podían ya retomar el momento regalos, solo que a Helena ya no le convencía seguir. Se tapó la mano para que no se le notara la risa, vaya con las dos abuelas, a cual mejor. El que se adelantó fue Theo, y Marcus, como chico curioso que era, se acercó a mirar y a escuchar con interés. Un artefacto muggle en el que había que usar el ingenio. Ya tenía captada su atención.
- Oye, pues mola mucho. - Dijo, mirando el diorama con genuino interés. Su hermano soltó una risa entre dientes. - Cuidado, Dylan, que te lo roba. - Ja, ja. Solo estoy diciendo que me parece un buen regalo. - Pero si el niño le dejaba usarlo un ratito tampoco se iba a oponer. Su novia, por supuesto, como buena Ravneclaw también quería uno de esos, lo que hizo que Lex volviera a reír exactamente con el mismo tono que antes. - ¿Seguro que no tiene ese problema? - Marcus rodó los ojos. - Alice no le va a romper nada. Solo es curiosidad genuina, de esa que tú no entiendes. - Pero por un segundo miró de reojo a su novia. Ahora NO lo rompas, por favor, que vamos a quedar fatal. Menos mal que ese regalo no había venido con una Alice de menos edad por allí.
No tardaron en dirigir su atención al siguiente regalo, de hecho prácticamente se echaron encima de Dylan para verlo. En el fondo seguían siendo niños pequeños y curiosos en un cumpleaños. - Eh, colega, a eso hay que jugar. - Hacedle un hueco a mi pelirroja. - Dijo de fondo la voz de Violet, reclinada en su silla y mirando el espectáculo. Cuando se fijaron, se dieron cuenta de que Erin también estaba muy discretamente asomando la cabeza por allí, y ante la mención se puso colorada y se encogió de hombros. - ¿Qué? Me gustan los juegos de mesa, tiene buena pinta. - Pero entonces siguieron explicando en qué consistía y Marcus atendió, con la boca abierta. - Por supuesto que sí, y tanto que sí. - Respondió a Alice, casi en trance, mirando el juego con los ojos muy abiertos. El comentario de su novia le hizo reír y achucharla contra su costado. - Ooooh, ¿el pajarito está celoso? Vaya por Dios. No te preocupes, yo hago para ti todos los juegos que quieras. - Miró de soslayo los regalos que Dylan tenía hasta el momento y dijo en voz murmurada y reflexiva. - De hecho, casi todo lo que tiene lo quiero intentar replicar... - Entre el marco trasmutado y el jueguecito de historias...
- ¿Nos toca? - Preguntó alegremente su padre, y Dylan le miró con ilusión. Arnold se acercó. - Como soy hijo de mi padre, le he copiado. - ¿Has utilizado alquimia, hijo? ¿Dónde me encontraba yo para no haber presenciado semejante hecho histórico? - Se produjeron risitas, mientras Arnold, que miraba a Lawrence con cara de "muy gracioso, tu broma no es tan original como te crees", esperó a que acabaran para proseguir. - He copiado el concepto, pero no la forma. De hecho, he... - ¡Un libro! - Saltó Molly, y luego rio y miró con orgullo a los demás. - Es que también es hijo mío, tiene que regalar un libro... - Gracias por destriparlo, mamá. - Suspiró Arnold. - Menos mal que tú tampoco eres demasiado original, así que, si bien tiene forma de libro, no, no es exactamente un libro. - Emma empezaba a poner cara de "veo innecesario tanto preludio", aunque todos los demás parecían bastante intrigados. Finalmente, Arnold entregó a Dylan un paquete que tenía bastante forma de libro, de hecho, aunque era muy fino para ser un libro. Cuando lo abrió, salieron de dudas. - ¡Un diario! - Arnold asintió. - Tienes un gran corazón, Dylan, y aún eres muy joven para utilizar un pensadero. Esta es una buena forma de almacenar recuerdos, al fin y al cabo, te gusta escribir. - El niño le miró con una sonrisa. - Muchas gracias. - No hemos terminado. - Dijo Emma, adelantándose, con esa voz que provocaba el silencio inmediato en todo el mundo, aunque con la cálida sonrisa que siempre dedicaba a Dylan. Se sentó junto a él, aumentando la intriga de los presentes. - Toma. - Le tendió una elegante pluma negra con vetas doradas. - Ábrelo y escribe la fecha de hoy en la primera página. - Dylan lo hizo. Dejó una hoja en blanco y, en la siguiente, escribió la fecha. La hoja comenzó a teñirse de azul cielo, lo que hizo que el niño la mirara con los ojos muy abiertos. - Felicidad. - Dijo Emma. - Lo que sentimos no se puede explicar con palabras. Lo que sentimos... no siempre es fácil de expresar, tú lo sabes mejor que nadie, ¿verdad, cielo? - El niño frunció los labios en una sonrisa emocionada y asintió levemente. Emma le devolvió la sonrisa. - Cuando quieras escribir algo aquí, lo que sea... se impregnará de emociones. Cada color está asociado a una emoción, y este diario podrá sentirlas por ti, y plasmarla en sus páginas. Cuando lo veas, podrás recordar a la perfección cómo te sentías mientras escribías. - Tiene una leyenda con los colores y lo que significa cada una en la última página. - Apuntó Arnold. Dylan soltó el diario en la mesa y se abrazó a Emma. - Muchas gracias, señora O'Donnell... es usted muy buena, me conoce muy bien. - Marcus se ahorró mirar a Alice, porque no quería llorar, pero le estaba costando mucho. Su madre sonrió, aún en el abrazo, y le dijo en un susurro. - Llámame Emma, Dylan. Somos familia. -
Lo que se generó después fue un auténtico caos. Marcus intentaba reordenar a todo el mundo como si quisiera hacerle una foto a una camada de gatitos, y el efecto era el mismo: todos revolviéndose, pisándose y cambiándose de sitio justo cuando ya habían encontrado el hueco adecuado. Su padre había tirado la toalla antes que él, y Lex y su madre ni siquiera se habían molestado en intentar colocar a nadie, estaban parados en el sitio que habían elegido. Lo importante era lo felices que estaban todos, y las risas que se estaban llevando. Porque, por muy desesperante que todo aquello le pareciera, al final no paraba de reír.
Le dio un beso en la mejilla a Alice, aún con una risilla residual. - ¿Ruidoso? No sé por qué lo dices, no era consciente. - Negó con la cabeza, riendo. - Esto es lo que Dylan ha querido en su cumpleaños y, efectivamente, es un sueño para todos. Nada le caracteriza más que hacernos a todos felices. - Se lo había dicho arriba: era digno hijo de sus dos padres, y allí estaba quedando demostrado. Podían ya retomar el momento regalos, solo que a Helena ya no le convencía seguir. Se tapó la mano para que no se le notara la risa, vaya con las dos abuelas, a cual mejor. El que se adelantó fue Theo, y Marcus, como chico curioso que era, se acercó a mirar y a escuchar con interés. Un artefacto muggle en el que había que usar el ingenio. Ya tenía captada su atención.
- Oye, pues mola mucho. - Dijo, mirando el diorama con genuino interés. Su hermano soltó una risa entre dientes. - Cuidado, Dylan, que te lo roba. - Ja, ja. Solo estoy diciendo que me parece un buen regalo. - Pero si el niño le dejaba usarlo un ratito tampoco se iba a oponer. Su novia, por supuesto, como buena Ravneclaw también quería uno de esos, lo que hizo que Lex volviera a reír exactamente con el mismo tono que antes. - ¿Seguro que no tiene ese problema? - Marcus rodó los ojos. - Alice no le va a romper nada. Solo es curiosidad genuina, de esa que tú no entiendes. - Pero por un segundo miró de reojo a su novia. Ahora NO lo rompas, por favor, que vamos a quedar fatal. Menos mal que ese regalo no había venido con una Alice de menos edad por allí.
No tardaron en dirigir su atención al siguiente regalo, de hecho prácticamente se echaron encima de Dylan para verlo. En el fondo seguían siendo niños pequeños y curiosos en un cumpleaños. - Eh, colega, a eso hay que jugar. - Hacedle un hueco a mi pelirroja. - Dijo de fondo la voz de Violet, reclinada en su silla y mirando el espectáculo. Cuando se fijaron, se dieron cuenta de que Erin también estaba muy discretamente asomando la cabeza por allí, y ante la mención se puso colorada y se encogió de hombros. - ¿Qué? Me gustan los juegos de mesa, tiene buena pinta. - Pero entonces siguieron explicando en qué consistía y Marcus atendió, con la boca abierta. - Por supuesto que sí, y tanto que sí. - Respondió a Alice, casi en trance, mirando el juego con los ojos muy abiertos. El comentario de su novia le hizo reír y achucharla contra su costado. - Ooooh, ¿el pajarito está celoso? Vaya por Dios. No te preocupes, yo hago para ti todos los juegos que quieras. - Miró de soslayo los regalos que Dylan tenía hasta el momento y dijo en voz murmurada y reflexiva. - De hecho, casi todo lo que tiene lo quiero intentar replicar... - Entre el marco trasmutado y el jueguecito de historias...
- ¿Nos toca? - Preguntó alegremente su padre, y Dylan le miró con ilusión. Arnold se acercó. - Como soy hijo de mi padre, le he copiado. - ¿Has utilizado alquimia, hijo? ¿Dónde me encontraba yo para no haber presenciado semejante hecho histórico? - Se produjeron risitas, mientras Arnold, que miraba a Lawrence con cara de "muy gracioso, tu broma no es tan original como te crees", esperó a que acabaran para proseguir. - He copiado el concepto, pero no la forma. De hecho, he... - ¡Un libro! - Saltó Molly, y luego rio y miró con orgullo a los demás. - Es que también es hijo mío, tiene que regalar un libro... - Gracias por destriparlo, mamá. - Suspiró Arnold. - Menos mal que tú tampoco eres demasiado original, así que, si bien tiene forma de libro, no, no es exactamente un libro. - Emma empezaba a poner cara de "veo innecesario tanto preludio", aunque todos los demás parecían bastante intrigados. Finalmente, Arnold entregó a Dylan un paquete que tenía bastante forma de libro, de hecho, aunque era muy fino para ser un libro. Cuando lo abrió, salieron de dudas. - ¡Un diario! - Arnold asintió. - Tienes un gran corazón, Dylan, y aún eres muy joven para utilizar un pensadero. Esta es una buena forma de almacenar recuerdos, al fin y al cabo, te gusta escribir. - El niño le miró con una sonrisa. - Muchas gracias. - No hemos terminado. - Dijo Emma, adelantándose, con esa voz que provocaba el silencio inmediato en todo el mundo, aunque con la cálida sonrisa que siempre dedicaba a Dylan. Se sentó junto a él, aumentando la intriga de los presentes. - Toma. - Le tendió una elegante pluma negra con vetas doradas. - Ábrelo y escribe la fecha de hoy en la primera página. - Dylan lo hizo. Dejó una hoja en blanco y, en la siguiente, escribió la fecha. La hoja comenzó a teñirse de azul cielo, lo que hizo que el niño la mirara con los ojos muy abiertos. - Felicidad. - Dijo Emma. - Lo que sentimos no se puede explicar con palabras. Lo que sentimos... no siempre es fácil de expresar, tú lo sabes mejor que nadie, ¿verdad, cielo? - El niño frunció los labios en una sonrisa emocionada y asintió levemente. Emma le devolvió la sonrisa. - Cuando quieras escribir algo aquí, lo que sea... se impregnará de emociones. Cada color está asociado a una emoción, y este diario podrá sentirlas por ti, y plasmarla en sus páginas. Cuando lo veas, podrás recordar a la perfección cómo te sentías mientras escribías. - Tiene una leyenda con los colores y lo que significa cada una en la última página. - Apuntó Arnold. Dylan soltó el diario en la mesa y se abrazó a Emma. - Muchas gracias, señora O'Donnell... es usted muy buena, me conoce muy bien. - Marcus se ahorró mirar a Alice, porque no quería llorar, pero le estaba costando mucho. Su madre sonrió, aún en el abrazo, y le dijo en un susurro. - Llámame Emma, Dylan. Somos familia. -
We are
- La eternidad es nuestra:
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Ivanka
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Sonrió cual niña complacida a lo que dijo Marcus de que quería replicarlo. — En verdad, en cuanto controlemos bien las transmutaciones en madera podemos diseñarlo, los hechizos nos puede ayudar tu madre, y los misterios… Buah, nos salen más de dieciséis solo a ti y a mí en un rato, vaya. — Ya estaban haciendo planes, qué poquito les hacía falta, como les dejaran, se inventaban innumerables gymkanas y juegos de misterios. Eso le hizo reírse de sí misma. — Como no nos controlemos, el día de mañana vamos a tener una habitación de la casa solo para los juegos y cosas de estas que se nos pueden ocurrir. — Y al paso que iban, necesitarían la casa más grande que se le podía ocurrir, porque entre el laboratorio, la biblioteca, el invernadero, la sala de juegos… Ah… Ya estaba soñando de más.
Los siguientes en ofrecerse, fueron los O’Donnell, y Alice ya estaba expectante, porque sabía que con la mente de Arnold y el toque de Emma podían salir cosas demasiado geniales. Molly, para variar, arruinó un poco la sorpresa, y se imaginaba cuántas navidades y cumpleaños habían contado con su nada discreta intervención, pero es que había que perdonarla, porque lo decía con tanto entusiasmo, que es que se veía que lo disfrutaba, que lo hacía completamente sin querer. Emma empezó a impacientarse (casi imperceptiblemente, pero Alice iba conociendo de algo a su suegra) así que se lanzó a explicarlo, y Alice notó cómo se derretía de puro amor. Arnold y Emma conocían muchísimo a Dylan, y él había tenido la gran suerte de conocerlos desde muy pequeño, considerarles parte de la familia y disfrutar de que personas tan excelentes le conocieran tan bien. Miró a ambos con los ojos brillantes. — Gracias. Gracias, de verdad. — Y Dylan miraba ilusionado las páginas. — Así sabré qué días tuve a lo mejor exámenes difíciles o días que me lo pasé superbién… Imagínate cuando podamos ir a Hogsmeade. — Le dijo a Olive. — Sí, o cuando haya sido una fiesta como hoy y hayamos podido celebrarla juntos. — Y Alice miró a Marcus y sonrió. — ¿A quién te recuerdan? — Susurró con una sonrisa. — En tercero, soñaba todos los días con cómo iba a ser cuando me llevaras a Roma. — Y le llenaba de alegría y ternura ver cómo Dylan, poco a poco, seguía también ese camino con alguien.
— Bueno, a riesgo de quedar peor que mi colega de profesión, porque ella es muy pulcra con los hechizos, voy a aportar mi regalo, patito. — Dylan miró a su padre con aquellos ojazos azules que te dedicaban toda su atención, y eso la hizo sonreír a ella, rodeándole con los brazos desde la espalda. — Dylan, eres el vivo reflejo del amor de mi vida. Veo cómo cuidas de todo lo que te rodea, cómo sonríes, cómo, sin darte cuenta, perdonas a todo aquel que comete un error y se interpone en tu camino. — Alice ya estaba llorando abiertamente, aprovechando a que no estaba en el campo de visión de Dylan, pero su padre intentaba contenerse. — Ella te dio ese don que tienes. Yo creo que ella también lo tenía, solo que no lo verbalizaba. — William suspiró. — Eres demasiado bueno para la vida que te hemos dado, Dylan, yo el primero, exactamente igual que le pasó a tu madre. Todos los días pienso en lo bien que ella podría haberte entendido, y que es una auténtica pena que no puedas disfrutar de sus consejos. — William volvió a inspirar y sacó una caja, que Dylan abrió. Ahí había un patito de madera, pero en vez de amarillo, era morado clarito y llevaba una corona de florecitas. — Háblale, hijo. — Dylan parpadeó y sonrió. — Hola, patito morado. — El patito se movió como si estuviera vivo. — Hola, Dylan. — Contestó con una vocecilla adorable. Hizo que todos abrieran la boca y lo miraran sonriendo. — Puede que no tengas los consejos de tu madre, pero ella daba los consejos a través de sus cuentos y sus canciones, mi pajarito sabe mucho de eso. — Alice tuvo que limpiarse las lágrimas que le surcaban la cara ya libremente. — Puedes decirle “patito, cuéntame una historia” y él te contará todas las historias que he podido yo recordar que ella nos contó. También puedes pedirle una canción o, si ya te los sabes y quieres uno concreto porque te viene bien, le pides “patito, cuéntame tal cuento o tal canción”. — Dylan no paraba de sonreír, pero entonces se giró a los demás. — ¿Pero por qué lloráis? ¿Por qué estáis tristes? Esto es genial. Puedo tener ese cachito de mamá aquí, y papá se ha currado un montón un hechizo, como hacía mucho que no hacía… Todo es bueno. — ¡Ya ves! — Se unió Olive toda contenta. — Voy a estar pidiéndote que lo pongas todo el día en Hogwarts. — ¡Sí, en los descansos, y antes de irnos a la cama, que es cuando pega! — Y Alice solo pudo sonreír y asentir. Eso era lo que Dylan necesitaba, alguien que no viviera a la sombra del recuerdo de su madre, alguien que viera todo aquello como un bonito regalo y que pudiera disfrutar desde cero con él. Se agachó de rodillas y abrazó a Dylan y a su padre con fuerza. — A veces los Gallia podemos hacer cosas increíbles. — Ya te digo. Mira qué dos cosas perfectas me salieron a mí. — Dijo William. — Estamos de acuerdo, ¿verdad Marcus y Olive? — Ella rio y entonces Molly saltó. — Oye, yo también estoy de acuerdo, que adoro a mis nietos de apellido raro. — No me hagas recordarte que le hemos hecho un regalo absolutamente ideal. — Picó Arnold. — Y eso que no ha visto aún el de sus tatas… — Dejó caer su tía con sonrisita pícara. — La conclusión está clara. — Dijo Alice acariciando los rizos de su hermano. — Todos adoramos a Dylan. —
Los siguientes en ofrecerse, fueron los O’Donnell, y Alice ya estaba expectante, porque sabía que con la mente de Arnold y el toque de Emma podían salir cosas demasiado geniales. Molly, para variar, arruinó un poco la sorpresa, y se imaginaba cuántas navidades y cumpleaños habían contado con su nada discreta intervención, pero es que había que perdonarla, porque lo decía con tanto entusiasmo, que es que se veía que lo disfrutaba, que lo hacía completamente sin querer. Emma empezó a impacientarse (casi imperceptiblemente, pero Alice iba conociendo de algo a su suegra) así que se lanzó a explicarlo, y Alice notó cómo se derretía de puro amor. Arnold y Emma conocían muchísimo a Dylan, y él había tenido la gran suerte de conocerlos desde muy pequeño, considerarles parte de la familia y disfrutar de que personas tan excelentes le conocieran tan bien. Miró a ambos con los ojos brillantes. — Gracias. Gracias, de verdad. — Y Dylan miraba ilusionado las páginas. — Así sabré qué días tuve a lo mejor exámenes difíciles o días que me lo pasé superbién… Imagínate cuando podamos ir a Hogsmeade. — Le dijo a Olive. — Sí, o cuando haya sido una fiesta como hoy y hayamos podido celebrarla juntos. — Y Alice miró a Marcus y sonrió. — ¿A quién te recuerdan? — Susurró con una sonrisa. — En tercero, soñaba todos los días con cómo iba a ser cuando me llevaras a Roma. — Y le llenaba de alegría y ternura ver cómo Dylan, poco a poco, seguía también ese camino con alguien.
— Bueno, a riesgo de quedar peor que mi colega de profesión, porque ella es muy pulcra con los hechizos, voy a aportar mi regalo, patito. — Dylan miró a su padre con aquellos ojazos azules que te dedicaban toda su atención, y eso la hizo sonreír a ella, rodeándole con los brazos desde la espalda. — Dylan, eres el vivo reflejo del amor de mi vida. Veo cómo cuidas de todo lo que te rodea, cómo sonríes, cómo, sin darte cuenta, perdonas a todo aquel que comete un error y se interpone en tu camino. — Alice ya estaba llorando abiertamente, aprovechando a que no estaba en el campo de visión de Dylan, pero su padre intentaba contenerse. — Ella te dio ese don que tienes. Yo creo que ella también lo tenía, solo que no lo verbalizaba. — William suspiró. — Eres demasiado bueno para la vida que te hemos dado, Dylan, yo el primero, exactamente igual que le pasó a tu madre. Todos los días pienso en lo bien que ella podría haberte entendido, y que es una auténtica pena que no puedas disfrutar de sus consejos. — William volvió a inspirar y sacó una caja, que Dylan abrió. Ahí había un patito de madera, pero en vez de amarillo, era morado clarito y llevaba una corona de florecitas. — Háblale, hijo. — Dylan parpadeó y sonrió. — Hola, patito morado. — El patito se movió como si estuviera vivo. — Hola, Dylan. — Contestó con una vocecilla adorable. Hizo que todos abrieran la boca y lo miraran sonriendo. — Puede que no tengas los consejos de tu madre, pero ella daba los consejos a través de sus cuentos y sus canciones, mi pajarito sabe mucho de eso. — Alice tuvo que limpiarse las lágrimas que le surcaban la cara ya libremente. — Puedes decirle “patito, cuéntame una historia” y él te contará todas las historias que he podido yo recordar que ella nos contó. También puedes pedirle una canción o, si ya te los sabes y quieres uno concreto porque te viene bien, le pides “patito, cuéntame tal cuento o tal canción”. — Dylan no paraba de sonreír, pero entonces se giró a los demás. — ¿Pero por qué lloráis? ¿Por qué estáis tristes? Esto es genial. Puedo tener ese cachito de mamá aquí, y papá se ha currado un montón un hechizo, como hacía mucho que no hacía… Todo es bueno. — ¡Ya ves! — Se unió Olive toda contenta. — Voy a estar pidiéndote que lo pongas todo el día en Hogwarts. — ¡Sí, en los descansos, y antes de irnos a la cama, que es cuando pega! — Y Alice solo pudo sonreír y asentir. Eso era lo que Dylan necesitaba, alguien que no viviera a la sombra del recuerdo de su madre, alguien que viera todo aquello como un bonito regalo y que pudiera disfrutar desde cero con él. Se agachó de rodillas y abrazó a Dylan y a su padre con fuerza. — A veces los Gallia podemos hacer cosas increíbles. — Ya te digo. Mira qué dos cosas perfectas me salieron a mí. — Dijo William. — Estamos de acuerdo, ¿verdad Marcus y Olive? — Ella rio y entonces Molly saltó. — Oye, yo también estoy de acuerdo, que adoro a mis nietos de apellido raro. — No me hagas recordarte que le hemos hecho un regalo absolutamente ideal. — Picó Arnold. — Y eso que no ha visto aún el de sus tatas… — Dejó caer su tía con sonrisita pícara. — La conclusión está clara. — Dijo Alice acariciando los rizos de su hermano. — Todos adoramos a Dylan. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Si el diario fuera para él, ahora estaría la página de un azul inequívoco, y no precisamente por ser su color favorito. Estaba feliz, solo con mirar a Dylan tan ilusionado, y ver igual de feliz y emocionada a Alice. Ahora sí que se sentía, más que nunca, que eran imparables, como Janet vaticinó. Que podrían conseguir lo que quisieran y que tenían una familia preciosa y perfecta, y que siempre serían felices. El tren de la ilusión y las expectativas de Marcus funcionaba ya a toda velocidad. El comentario de su chica le hizo reír y encogerse de hombros. - Pues no tengo ni idea, la verdad. - Bromeó. Ahora que veía a Dylan y a Olive así... entendía por qué decían lo que decían de ellos. Aunque Marcus seguía convencido de que ellos eran mucho más discretos que estos dos.
El siguiente regalo era el de William, y Marcus, que sentía que estaba un poco en medio, aprovechó para ir a sentarse con su madre... Bueno, también porque quería felicitarla por el regalo y lo mucho que le había gustado a Dylan... Vale, se estaba quitando de en medio para no estar en el punto de mira si se echaba a llorar. Estimaba tanto a William, y aquello se estaba poniendo más y más emotivo cada vez, que veía bastante probable que se le saltaran las lágrimas y prefería que el foco de atención estuviera en Dylan. - Le ha encantado. Es que es genial. -Su madre le miró con una sonrisita, muy elegante y orgullosa como eran todas las suyas, pero que también reflejaba felicidad sincera. Marcus se sentó entre ella y André y atendió al regalo de William.
Hizo bien en quitarse del foco. Solo el discurso previo le estaba humedeciendo los ojos y apretando un nudo en la garganta, y cuando intentó lidiar con ello sacando a relucir la curiosidad que le provocaba esa caja, vio el interior. Se quedó impactado unos segundos hasta que lo oyó hablar y William dio la explicación. Vale, se iba a echar a llorar. No podía mirar a su madre, no estaba la cosa para mirar madres sin llorar abiertamente, así que miró a André, que seguro que se estaría controlando mucho mejor que él... se equivocó. Marcus chasqueó la lengua y ya sí que se secó las lágrimas. Maldito André, tenía que echarse a llorar justo hoy también. Su madre también estaba emocionada (mucho más comedidamente, pero le veía los ojos acuosos). Lex estaba igual. Menudo espectáculo estaban dando, tanto fue así que Dylan se dio cuenta, claro.
La forma de Dylan de resumir por qué aquel era el mejor de los escenarios solo le dieron más ganas de llorar. Intentó recomponerse un poco antes de acercarse a los Gallia (la estampa familiar abrazada no ayudaba a su contención, pero al menos la bromita de William alivió y le hizo reír). Rio brevemente y se levantó de su sitio para acercarse a ellos. - Todas tus creaciones son perfectas, William. - Confirmó, y no había hablado más en serio en toda su vida. Se acercó él también y, para confirmar lo que había dicho Alice, le removió los rizos. - Así es. -
- ¡Bueno, nos toca! - Saltó alegremente Darren, pero Lex le miró con ojos de pánico. Darren se adelantó a las quejas de su novio y chistó. - En algún momento tenemos que ir nosotros... - ¿Pero tiene que ser... detrás del...? - Darren rodó los ojos y alzó los brazos. - ¡Nadie va a superar el regalo de su propio padre, Lex! Si nos ponemos así, siempre vamos a quedar peor. Estos Slytherin... - ¡Eh, chico amigo del mundo! No hay nada de malo en considerar innecesario quedar descaradamente peor. De hecho, yo ni me he planteado dar el mío después de semejante momento emotivo. - Saltó Violet. Eso hizo que Erin, que tenía ya el paquete en las manos porque en su timidez al parecer iba a adelantarse en darlo sin decir nada, volviera a guardarlo discretamente ante el desacuerdo de su novia de ser las próximas. Darren dio una palmada en el aire. - Pues yo ya sabía que mejor que todos los demás no iba a quedar, así que no me importa ir yo. Y el regalo de mi Lexito es muy cuqui... - Darren... - ¿Qué? Es verdad, no te quites méritos. Si le va a gustar mucho. - ¡Venga, venga! Que tengo mucha intriga. - Apremió Dylan, con una sonrisa de oreja a oreja y dando varios aplausitos, nervioso en su sitio.
- Son los dos de los dos, aunque uno tiene más parte mía y el otro más parte de Lex. - Oyeron a Molly reírse de fondo, lo cual Marcus coreó entre dientes. Lex ya les estaba mirando mal, así que se encogió de hombros. - ¿Qué? Habéis dicho exactamente lo mismo que los abuelos al dar en suyo. - Y probablemente sea igual de evidente la participación de cada uno cuando los veamos. - Aportó Lawrence, haciendo justo detrás un gesto elegante con la mano. - Pero eso es bonito, hijo. Así llevamos nosotros muchos años y mira qué bien nos va... - Bueno, venga, que está Dylan esperando. - Cortó Lex. Claramente había llegado a su tope de protagonismo.
Darren le dio una cajita a Dylan y, cuando la abrió, aparecieron varios compartimentos con galletitas diminutas de colores diferentes. El chico se acercó a él. - Las he hecho yo, son recetas especiales para búhos de la constitución del búho Marcus. Y he elegido los sabores que puedan ser del gusto de tu búho Marcus. Porque Marcus es un búho muy especial. ¿He dicho ya para todos los presentes que el búho de Dylan se llama Marcus? - Lo había dicho y causado el efecto pretendido, porque todos se estaban riendo por lo bajo. El Marcus persona se irguió, orgulloso. - Reíros, lo que pasa es que ninguno tenéis el honor de que alguien os quiera tanto que ha bautizado a su mascota con vuestro nombre. - El caso es que el búho Marcus es un glotón... - ¡Bueno ya vale! - Se cansó de las bromitas, y eso desató ya carcajadas oficiales. - Al grano con el regalo. - Cuando Darren, Lex y Dylan dejaron de reír, el primero continuó con la explicación. - Ya en serio, he procurado que tengan sabores variados. Y en cada compartimento he puesto un papelito con los ingredientes y para qué sirven. Algunas son simples chucherías, para cuando le quieras dar un premio, y otras tienen proteínas, o vienen bien cuando vengan de viajes largos, o si hace mucho frío y quieres mejorar sus defensas y que no se ponga malito... ¡Ah! Esta es por si un día está indigesto. Y estas no se las dés de día o a últimas horas de la noche, podrían dificultarle el sueño, pero son muy buenas si le ves un poco apagadillo. - Es muy buen trabajo, Darren. - Alabó Emma, sin que nadie lo esperara. La mujer se había acercado y miraba la caja con curiosidad. Ah, sí. Emma no era amante de los animales pero siempre había tenido lechuza, y la quería bien cuidada y funcional, y aquello era muy útil y metódico. Le había despertado claramente su interés. - ¡Gracias! Poco a poco voy organizando mis productos y creando cosillas nuevas. - La mujer lo miró. - Me interesa. Luego lo hablamos. - Darren parpadeó. Se había quedado un tanto descuadrado. - Vale... - Marcus miró a Alice. Parecía que estaba viendo esa conversación mental: su madre pensando dime qué precio tiene y te lo compro, y Darren que ni siquiera se había planteado ponerle precio. Iba a ser graciosa de ver esa conversación.
- Si se te agotan, solo tienes que pedirle más. - Aportó Lex, ya que Darren se había quedado un poco pillado. Eso hizo al Hufflepuff reconectar. - Sí, sí. Tú me las pides, tengo muchas, eso es solo una muestra para que las pruebes. Va, Lex, te toca. - Su hermano se adelantó y le dio una bolsita. Dylan sacó algo parecido a un talonario. En la portada, con letras con mucha purpurina verde y amarilla, ponía "es bueno tener amigos; es aún mejor tener aliados". Probablemente fuera lo más Slytherpuff que había leído en su vida. - Las letras las ha escrito Darren. - Puntualizó Lex. Aguantándose la risa, Marcus se inclinó hacia Alice y le susurró. - Menos mal que lo ha dicho. - No veía a su hermano con un bote de purpurina. Dylan abrió el talonario y sus ojos brillaron, con una sonrisa. - Es... bueno, no sé si te va a gustar, es... Este año yo sigo en Hogwarts, y tú también, y... Marcus y Alice ya no están. Ni Darren, ni Theo. - Lex se encogió de hombros. - O sea, no es como que hiciera falta, eso, es decir, que yo pensaba estar para ti de todas formas si lo necesitas. Pero... es como para hacerlo oficial. - Marcus arqueó las cejas. Lex le miró súbitamente y le señaló, amenazante. - Cállate. - No he dicho absolutamente nada. - Se defendió, pero se estaba riendo por lo bajo. Lex prosiguió. - Bueno, eso, es... lo que te venga bien. - "Vale por comer juntos". - Leyó Dylan, ilusionado. - "Vale por ayudarte con una asignatura". - Ya, bueno, depende de la asignatura. Que yo... tampoco es como... que sea... en fin. - Lex se estaba poniendo cada vez más colorado. Darren estaba encantado, pero a Lex la escena le estaba superando en vivo, claramente en su cabeza no pasaba tanta vergüenza. - "Vale por una conversación sobre quidditch". ¡Esta me gusta, porque a ti te va a hacer feliz y yo voy a aprender! "Vale por prestarte a Noora una tarde para ti". "Vale por comprar algo en Hogsmeade de tu parte". - Dylan miró a Lex. - Muchas gracias, Lex. Y Darren. Sois los mejores. - Se fue a darles un fuerte abrazo a cada uno y, cuando se separó, miró a Darren y dijo algo que, en mitad de la ternura del momento, volvió a detonar una irritante carcajada en todo el mundo que Marcus se vio obligado a interrumpir. - ¿Alguna de las chuches sabe a galleta? Son las favoritas del búho Marcus. - ¡Bueno he dicho que ya está bien con la broma! -
El siguiente regalo era el de William, y Marcus, que sentía que estaba un poco en medio, aprovechó para ir a sentarse con su madre... Bueno, también porque quería felicitarla por el regalo y lo mucho que le había gustado a Dylan... Vale, se estaba quitando de en medio para no estar en el punto de mira si se echaba a llorar. Estimaba tanto a William, y aquello se estaba poniendo más y más emotivo cada vez, que veía bastante probable que se le saltaran las lágrimas y prefería que el foco de atención estuviera en Dylan. - Le ha encantado. Es que es genial. -Su madre le miró con una sonrisita, muy elegante y orgullosa como eran todas las suyas, pero que también reflejaba felicidad sincera. Marcus se sentó entre ella y André y atendió al regalo de William.
Hizo bien en quitarse del foco. Solo el discurso previo le estaba humedeciendo los ojos y apretando un nudo en la garganta, y cuando intentó lidiar con ello sacando a relucir la curiosidad que le provocaba esa caja, vio el interior. Se quedó impactado unos segundos hasta que lo oyó hablar y William dio la explicación. Vale, se iba a echar a llorar. No podía mirar a su madre, no estaba la cosa para mirar madres sin llorar abiertamente, así que miró a André, que seguro que se estaría controlando mucho mejor que él... se equivocó. Marcus chasqueó la lengua y ya sí que se secó las lágrimas. Maldito André, tenía que echarse a llorar justo hoy también. Su madre también estaba emocionada (mucho más comedidamente, pero le veía los ojos acuosos). Lex estaba igual. Menudo espectáculo estaban dando, tanto fue así que Dylan se dio cuenta, claro.
La forma de Dylan de resumir por qué aquel era el mejor de los escenarios solo le dieron más ganas de llorar. Intentó recomponerse un poco antes de acercarse a los Gallia (la estampa familiar abrazada no ayudaba a su contención, pero al menos la bromita de William alivió y le hizo reír). Rio brevemente y se levantó de su sitio para acercarse a ellos. - Todas tus creaciones son perfectas, William. - Confirmó, y no había hablado más en serio en toda su vida. Se acercó él también y, para confirmar lo que había dicho Alice, le removió los rizos. - Así es. -
- ¡Bueno, nos toca! - Saltó alegremente Darren, pero Lex le miró con ojos de pánico. Darren se adelantó a las quejas de su novio y chistó. - En algún momento tenemos que ir nosotros... - ¿Pero tiene que ser... detrás del...? - Darren rodó los ojos y alzó los brazos. - ¡Nadie va a superar el regalo de su propio padre, Lex! Si nos ponemos así, siempre vamos a quedar peor. Estos Slytherin... - ¡Eh, chico amigo del mundo! No hay nada de malo en considerar innecesario quedar descaradamente peor. De hecho, yo ni me he planteado dar el mío después de semejante momento emotivo. - Saltó Violet. Eso hizo que Erin, que tenía ya el paquete en las manos porque en su timidez al parecer iba a adelantarse en darlo sin decir nada, volviera a guardarlo discretamente ante el desacuerdo de su novia de ser las próximas. Darren dio una palmada en el aire. - Pues yo ya sabía que mejor que todos los demás no iba a quedar, así que no me importa ir yo. Y el regalo de mi Lexito es muy cuqui... - Darren... - ¿Qué? Es verdad, no te quites méritos. Si le va a gustar mucho. - ¡Venga, venga! Que tengo mucha intriga. - Apremió Dylan, con una sonrisa de oreja a oreja y dando varios aplausitos, nervioso en su sitio.
- Son los dos de los dos, aunque uno tiene más parte mía y el otro más parte de Lex. - Oyeron a Molly reírse de fondo, lo cual Marcus coreó entre dientes. Lex ya les estaba mirando mal, así que se encogió de hombros. - ¿Qué? Habéis dicho exactamente lo mismo que los abuelos al dar en suyo. - Y probablemente sea igual de evidente la participación de cada uno cuando los veamos. - Aportó Lawrence, haciendo justo detrás un gesto elegante con la mano. - Pero eso es bonito, hijo. Así llevamos nosotros muchos años y mira qué bien nos va... - Bueno, venga, que está Dylan esperando. - Cortó Lex. Claramente había llegado a su tope de protagonismo.
Darren le dio una cajita a Dylan y, cuando la abrió, aparecieron varios compartimentos con galletitas diminutas de colores diferentes. El chico se acercó a él. - Las he hecho yo, son recetas especiales para búhos de la constitución del búho Marcus. Y he elegido los sabores que puedan ser del gusto de tu búho Marcus. Porque Marcus es un búho muy especial. ¿He dicho ya para todos los presentes que el búho de Dylan se llama Marcus? - Lo había dicho y causado el efecto pretendido, porque todos se estaban riendo por lo bajo. El Marcus persona se irguió, orgulloso. - Reíros, lo que pasa es que ninguno tenéis el honor de que alguien os quiera tanto que ha bautizado a su mascota con vuestro nombre. - El caso es que el búho Marcus es un glotón... - ¡Bueno ya vale! - Se cansó de las bromitas, y eso desató ya carcajadas oficiales. - Al grano con el regalo. - Cuando Darren, Lex y Dylan dejaron de reír, el primero continuó con la explicación. - Ya en serio, he procurado que tengan sabores variados. Y en cada compartimento he puesto un papelito con los ingredientes y para qué sirven. Algunas son simples chucherías, para cuando le quieras dar un premio, y otras tienen proteínas, o vienen bien cuando vengan de viajes largos, o si hace mucho frío y quieres mejorar sus defensas y que no se ponga malito... ¡Ah! Esta es por si un día está indigesto. Y estas no se las dés de día o a últimas horas de la noche, podrían dificultarle el sueño, pero son muy buenas si le ves un poco apagadillo. - Es muy buen trabajo, Darren. - Alabó Emma, sin que nadie lo esperara. La mujer se había acercado y miraba la caja con curiosidad. Ah, sí. Emma no era amante de los animales pero siempre había tenido lechuza, y la quería bien cuidada y funcional, y aquello era muy útil y metódico. Le había despertado claramente su interés. - ¡Gracias! Poco a poco voy organizando mis productos y creando cosillas nuevas. - La mujer lo miró. - Me interesa. Luego lo hablamos. - Darren parpadeó. Se había quedado un tanto descuadrado. - Vale... - Marcus miró a Alice. Parecía que estaba viendo esa conversación mental: su madre pensando dime qué precio tiene y te lo compro, y Darren que ni siquiera se había planteado ponerle precio. Iba a ser graciosa de ver esa conversación.
- Si se te agotan, solo tienes que pedirle más. - Aportó Lex, ya que Darren se había quedado un poco pillado. Eso hizo al Hufflepuff reconectar. - Sí, sí. Tú me las pides, tengo muchas, eso es solo una muestra para que las pruebes. Va, Lex, te toca. - Su hermano se adelantó y le dio una bolsita. Dylan sacó algo parecido a un talonario. En la portada, con letras con mucha purpurina verde y amarilla, ponía "es bueno tener amigos; es aún mejor tener aliados". Probablemente fuera lo más Slytherpuff que había leído en su vida. - Las letras las ha escrito Darren. - Puntualizó Lex. Aguantándose la risa, Marcus se inclinó hacia Alice y le susurró. - Menos mal que lo ha dicho. - No veía a su hermano con un bote de purpurina. Dylan abrió el talonario y sus ojos brillaron, con una sonrisa. - Es... bueno, no sé si te va a gustar, es... Este año yo sigo en Hogwarts, y tú también, y... Marcus y Alice ya no están. Ni Darren, ni Theo. - Lex se encogió de hombros. - O sea, no es como que hiciera falta, eso, es decir, que yo pensaba estar para ti de todas formas si lo necesitas. Pero... es como para hacerlo oficial. - Marcus arqueó las cejas. Lex le miró súbitamente y le señaló, amenazante. - Cállate. - No he dicho absolutamente nada. - Se defendió, pero se estaba riendo por lo bajo. Lex prosiguió. - Bueno, eso, es... lo que te venga bien. - "Vale por comer juntos". - Leyó Dylan, ilusionado. - "Vale por ayudarte con una asignatura". - Ya, bueno, depende de la asignatura. Que yo... tampoco es como... que sea... en fin. - Lex se estaba poniendo cada vez más colorado. Darren estaba encantado, pero a Lex la escena le estaba superando en vivo, claramente en su cabeza no pasaba tanta vergüenza. - "Vale por una conversación sobre quidditch". ¡Esta me gusta, porque a ti te va a hacer feliz y yo voy a aprender! "Vale por prestarte a Noora una tarde para ti". "Vale por comprar algo en Hogsmeade de tu parte". - Dylan miró a Lex. - Muchas gracias, Lex. Y Darren. Sois los mejores. - Se fue a darles un fuerte abrazo a cada uno y, cuando se separó, miró a Darren y dijo algo que, en mitad de la ternura del momento, volvió a detonar una irritante carcajada en todo el mundo que Marcus se vio obligado a interrumpir. - ¿Alguna de las chuches sabe a galleta? Son las favoritas del búho Marcus. - ¡Bueno he dicho que ya está bien con la broma! -
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Menos mal que aquel cumpleaños estaba lleno de Hufflepuffs y gente con ganas de fiesta y el momento dramático no se alargó, cosa que a Dylan no le hubiera gustado nada. Y menos mal también, que Lex había encontrado alguien como Darren, que era una especie de Molly y Arnold al cubo. — Habla como si fuera un Gallia descontrolado, me encanta. — Dijo su padre, que siempre tenía el tino de decir en voz alta lo que pensaba. Alice le palmeó el hombro y sonrió. — Tranquilo, papi, si nadie tiene más experiencia que tú en ese campo. — Y ya sí, atendió al regalo de Darren.
Por supuesto, tratándose de su amigo, era algo destinado a las mascotas, y era ideal, porque de los que estaban allí, la que más entendía era Erin, y no exactamente de mascotas (aunque seguro que ella trataría a un Ironbelly como si fuera un perrito pekinés). Observó, con el mismo deleite que los demás, el minucioso trabajo de Darren. — ¡Oy, cuñado! Pero qué ordenado, qué clasifcadito todo, parece trabajo de un Ravenclaw. — Eso para ellos es un piropo. — Dijo Lex con hastío. — Bueno, también es de Hufflepuff trabajador. — Aportó Theo, y todos se giraron hacia él, haciendo que se encogiera sobre sí mismo. — Bueno, digo yo, vamos… — Pero devolvieron la atención, para regocijo de Theo, a las bromas sobre los paralelismos entre Marcus hombre y Marcus búho que, a decir verdad, era una broma que no pasaba de moda. Devolvió la mirada a Marcus mientras Darren y Emma hablaban, cosa que claramente el Hufflepuff no se había esperado por su trabajo, pero es que así era su cuñado, no le daba importancia al trabajo propio, lo consideraba… Algo natural y ya está.
Lo que no se esperaba, desde luego, era el regalo de Lex, y le hizo mirarle con infinito cariño. Sé lo que te cuesta hacer todo esto. Gracias. Para él eres como un hermano más, la verdad, siempre te ha querido porque solo ha sentido cosas buenas emanar de ti. Eres un buen hermano, Lex, pensó, y supo que él lo agradecería, porque ya se había puesto un poco tenso con Darren focalizando todo sobre él. Sintió como el chico la miraba y sonreía, asintiendo con la cabeza. — Oye, qué guay, ahora que Marcus y Alice no están lo vas a necesitar. — Dijo Olive, asomándose por el hombro de Dylan. — ¿Puedo ir yo con él? — Y Alice estaba segura de que el plan de Lex no contaba en absoluto con una niñita de Gryffindor preguntona, pero lo hacía tan adorablemente que como para decirle que no. — Bueno, sí, claro, si os puedo ayudar a los dos… — Dylan asintió, pero ella vio un reflejillo en sus ojos. Sí, Olive sería su amiga, pero empezaban a entrar en esa edad en la que se hacía demasiado evidente que eran chico y chica, y Dylan podía querer hablar o pedir consejo de cosas que no quería que Olive escuchara, así que probablemente, sí, Olive estaría en muchos de los usos del talonario, pero algo le decía que alguno que otro se lo guardaba para solo chicos. Eso le hizo pensar que alguien debería hablar con Dylan más pronto que tarde, al menos antes de que entrara en Hogwarts de nuevo, suelto por la sala común de Hufflepuff, y la incursión de su padre no había sido muy fructífera. Se rascó la frente y suspiró. Bueno, lo hablaría con Marcus a ver si… Pero la adorabilidad de su hermano llamó su atención y la hizo sonreír mientras veía cómo abrazaba a los chicos. — Me alegro de que mi patito vaya a estar tan bien cuidado. — Dijo William, apretando el hombro de Lex, y riendo justo después. — Chico, estas hecho de cemento armado, casi me pulverizo la mano haciendo eso. — Y las risas se unieron a, de nuevo, las bromas sobre los Marcuses.
— Bueno, la verdad es que eso del talonario me ha gustado, muy Slytherin eso de administrar la ayuda. — Violet. — Advirtió Emma, que estaba disfrutando de un momento de madre Slytherin muy orgullosa y solo toleraba halagos bien hecho y puros a su polluelo. — ¿Qué? Estoy diciendo cosas buenas. Y de hecho, debería habérselo hecho en su día a Erin, porque al final acaba comiéndome marrones del tipo “vigila a los pollitos que voy a rescatar un murtlap de no sé qué zarzas” y yo venga, ahí con los pollos, y ella que no volvía, y resulta que es que la habían castigado por meterse en el Bosque Prohibido y yo ahí muerta de risa con los bichitos. — Molly se reía a carcajada llena solo de imaginarlo, y Erin ya estaba roja como un tomate, recibiendo una cómplice, y ciertamente preocupada, mirada de Theo, que empezaba a verse bastante reflejado en aquella pareja. — Bueno, Vivi, venga, dale el regalo… — A primera vista, era una caja de madera con una coloración plateada y brillo irisado muy chula. — ¿Imita el pelaje de un demiguise? — Preguntó Lex, abriendo mucho los ojos. — Bueno, de un demiguise cuando se muestra, claro… Cuando no, pues… Eso, que… No se vería, porque son… Invisibles. Eso. — Explicó Erin, claramente odiando que las preguntas estuvieran yendo para ella. Pero Dylan ya estaba abriendo aquello y la cara que se le puso no le gustó nada a Alice, porque la había visto en demasiados Gallia. — ¿Son ingredientes para pociones prohibidas? — Todos se giraron de golpe a Vivi, que se en levantar los brazos. — No, no, no, a ver… Patito… No me busques la ruina. Son ingredientes y utensilios para hacer bromas. Pues ya sabes, plastelina pedorreta, bombas apestosas, pica pica de dragón… Todo muy inofensivo. — Emma, que se había colocado al lado de forma inmediata y silenciosa y había mirado por encima con una ceja alzada, levantó la cabeza y dijo. — No parece que haya nada prohibido o inseguro. — ¿Veis? Hasta la prefecta os lo está diciendo. Soy una mujer reformada ahora. ¿No va a tener la mayor un laboratorio de alquimia? ¿Y a aquel no le regalamos por su cumple cuando cumplió los doce un escritorio portátil? Pues eso son cosas de Ravenclaws, pero a un Hufflepuff se le regala esto, que le va a dar buen uso en su sala común. — Theo y Darren ya estaban mirando también por encima y Erin se había puesto a su lado y, en voz bajita, le iba explicando para que servían cada uno de las cosas. Alice sonrió y se pegó a su novio. — Cómo sabe contentar a todo el mundo. — Comentó mirando a su hermano. Luego sonrió de medio lado y susurró. — Sigue pareciéndome mejor regalo el escritorio y no porque lo montara yo. —
Por supuesto, tratándose de su amigo, era algo destinado a las mascotas, y era ideal, porque de los que estaban allí, la que más entendía era Erin, y no exactamente de mascotas (aunque seguro que ella trataría a un Ironbelly como si fuera un perrito pekinés). Observó, con el mismo deleite que los demás, el minucioso trabajo de Darren. — ¡Oy, cuñado! Pero qué ordenado, qué clasifcadito todo, parece trabajo de un Ravenclaw. — Eso para ellos es un piropo. — Dijo Lex con hastío. — Bueno, también es de Hufflepuff trabajador. — Aportó Theo, y todos se giraron hacia él, haciendo que se encogiera sobre sí mismo. — Bueno, digo yo, vamos… — Pero devolvieron la atención, para regocijo de Theo, a las bromas sobre los paralelismos entre Marcus hombre y Marcus búho que, a decir verdad, era una broma que no pasaba de moda. Devolvió la mirada a Marcus mientras Darren y Emma hablaban, cosa que claramente el Hufflepuff no se había esperado por su trabajo, pero es que así era su cuñado, no le daba importancia al trabajo propio, lo consideraba… Algo natural y ya está.
Lo que no se esperaba, desde luego, era el regalo de Lex, y le hizo mirarle con infinito cariño. Sé lo que te cuesta hacer todo esto. Gracias. Para él eres como un hermano más, la verdad, siempre te ha querido porque solo ha sentido cosas buenas emanar de ti. Eres un buen hermano, Lex, pensó, y supo que él lo agradecería, porque ya se había puesto un poco tenso con Darren focalizando todo sobre él. Sintió como el chico la miraba y sonreía, asintiendo con la cabeza. — Oye, qué guay, ahora que Marcus y Alice no están lo vas a necesitar. — Dijo Olive, asomándose por el hombro de Dylan. — ¿Puedo ir yo con él? — Y Alice estaba segura de que el plan de Lex no contaba en absoluto con una niñita de Gryffindor preguntona, pero lo hacía tan adorablemente que como para decirle que no. — Bueno, sí, claro, si os puedo ayudar a los dos… — Dylan asintió, pero ella vio un reflejillo en sus ojos. Sí, Olive sería su amiga, pero empezaban a entrar en esa edad en la que se hacía demasiado evidente que eran chico y chica, y Dylan podía querer hablar o pedir consejo de cosas que no quería que Olive escuchara, así que probablemente, sí, Olive estaría en muchos de los usos del talonario, pero algo le decía que alguno que otro se lo guardaba para solo chicos. Eso le hizo pensar que alguien debería hablar con Dylan más pronto que tarde, al menos antes de que entrara en Hogwarts de nuevo, suelto por la sala común de Hufflepuff, y la incursión de su padre no había sido muy fructífera. Se rascó la frente y suspiró. Bueno, lo hablaría con Marcus a ver si… Pero la adorabilidad de su hermano llamó su atención y la hizo sonreír mientras veía cómo abrazaba a los chicos. — Me alegro de que mi patito vaya a estar tan bien cuidado. — Dijo William, apretando el hombro de Lex, y riendo justo después. — Chico, estas hecho de cemento armado, casi me pulverizo la mano haciendo eso. — Y las risas se unieron a, de nuevo, las bromas sobre los Marcuses.
— Bueno, la verdad es que eso del talonario me ha gustado, muy Slytherin eso de administrar la ayuda. — Violet. — Advirtió Emma, que estaba disfrutando de un momento de madre Slytherin muy orgullosa y solo toleraba halagos bien hecho y puros a su polluelo. — ¿Qué? Estoy diciendo cosas buenas. Y de hecho, debería habérselo hecho en su día a Erin, porque al final acaba comiéndome marrones del tipo “vigila a los pollitos que voy a rescatar un murtlap de no sé qué zarzas” y yo venga, ahí con los pollos, y ella que no volvía, y resulta que es que la habían castigado por meterse en el Bosque Prohibido y yo ahí muerta de risa con los bichitos. — Molly se reía a carcajada llena solo de imaginarlo, y Erin ya estaba roja como un tomate, recibiendo una cómplice, y ciertamente preocupada, mirada de Theo, que empezaba a verse bastante reflejado en aquella pareja. — Bueno, Vivi, venga, dale el regalo… — A primera vista, era una caja de madera con una coloración plateada y brillo irisado muy chula. — ¿Imita el pelaje de un demiguise? — Preguntó Lex, abriendo mucho los ojos. — Bueno, de un demiguise cuando se muestra, claro… Cuando no, pues… Eso, que… No se vería, porque son… Invisibles. Eso. — Explicó Erin, claramente odiando que las preguntas estuvieran yendo para ella. Pero Dylan ya estaba abriendo aquello y la cara que se le puso no le gustó nada a Alice, porque la había visto en demasiados Gallia. — ¿Son ingredientes para pociones prohibidas? — Todos se giraron de golpe a Vivi, que se en levantar los brazos. — No, no, no, a ver… Patito… No me busques la ruina. Son ingredientes y utensilios para hacer bromas. Pues ya sabes, plastelina pedorreta, bombas apestosas, pica pica de dragón… Todo muy inofensivo. — Emma, que se había colocado al lado de forma inmediata y silenciosa y había mirado por encima con una ceja alzada, levantó la cabeza y dijo. — No parece que haya nada prohibido o inseguro. — ¿Veis? Hasta la prefecta os lo está diciendo. Soy una mujer reformada ahora. ¿No va a tener la mayor un laboratorio de alquimia? ¿Y a aquel no le regalamos por su cumple cuando cumplió los doce un escritorio portátil? Pues eso son cosas de Ravenclaws, pero a un Hufflepuff se le regala esto, que le va a dar buen uso en su sala común. — Theo y Darren ya estaban mirando también por encima y Erin se había puesto a su lado y, en voz bajita, le iba explicando para que servían cada uno de las cosas. Alice sonrió y se pegó a su novio. — Cómo sabe contentar a todo el mundo. — Comentó mirando a su hermano. Luego sonrió de medio lado y susurró. — Sigue pareciéndome mejor regalo el escritorio y no porque lo montara yo. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Marcus atendió al regalo de Violet y Erin y el hecho de que la caja estuviera hecha del pelaje de un animal con el poder de invisibilizarse ya no pintaba bien. ¿Qué podían regalar que quisiera hacerse invisible? Pues cosas prohibidas, claro. Ya estaba con los ojos de prefecto bien abiertos dispuesto a mirar si aquello era adecuado para un chico de doce años o no, cuando alguien con más años de experiencia en el cargo se le adelantó. Y si Emma decía que no parecía peligroso, él se lo creía. Aun así, él prefería otro tipo de regalos, y menos mal que fueron para Dylan, que supo apreciarlos, y no para él.
Cuando Alice le habló, suspiró. - Es que es mucho mejor regalo. - Estaba convencidísimo, vamos. Chasqueó la lengua. - Pero no te preocupes, ya arreglo yo esto. - Sonrió y, arqueándole varias veces las cejas, se levantó. - Bueno, ¿me toca ya? - Se tiró de las solapas de la camisa. - Entiendo que sí, puesto que los señores Gallia quieren ir los últimos. - Dijo con una reverencia que a Helena le gustó mucho y le puso esa cara de satisfacción Slytherin de la que André y Jackie no tardaron en burlarse (y Marcus en ignorarles). - Y la otra persona que queda es la hermana mayor, que también merece un puesto de honor. Así que voy yo. - Se acercó a Dylan, sonriente. El niño le esperaba con expectación. - Creía que lo de ayudarme con... esto, ya era tu regalo. - Le dijo, señalándose a sí mismo. Marcus soltó una carcajada. - Eso no cuenta, es ayuda entre colegas. Pero hablando de apariencia de caballero... algo de relación tiene con mi primer regalo. - ¿¿Primer?? - ¡Claro! Es que esto solo es un complemento de mi parte, el regalo de verdad viene después. - Y qué le gustaba darle pompa y emoción a todo.
Le entregó el paquete y el chico lo desenvolvió rápidamente. Le miró con los ojos muy abiertos. - ¿¿Es tu colonia?? - Creo recordar que te gusta. - ¡Me encanta! - Los días que quedes conmigo, no te bañes en ella como hace él. Me va a traer malos recuerdos. - Se burló Lex. - Ja, ja. No quiere que te la pongas porque se va a echar a llorar por lo mucho que me echa de menos. - Seguramente sea por eso. - Tendrían que nacer de nuevo los dos para no picarse absurdamente el uno al otro. - ¡Muchas gracias, colega! - Olive estaba acercando la cabecilla al tarrito. - ¡Qué bien huele! - Pues ya estaba, ya tenía Dylan todo lo que necesitaba. Por mucho que Lex dijera lo contrario, le veía bañado en colonia. No le podía culpar, él también lo hacía. ¡Había que ir bien perfumado por la vida!
- Y ahora, el de verdad. - Sacó otro paquete de detrás de la espalda. - He de reconocer, que esta idea la he sacado de otro gran Hufflepuff que conozco. - Miró a Theo y le guiñó un ojo. El otro por un momento miró a los lados, como si se estuviera planteando qué otro gran Hufflepuff sentado por allí le podía haber dado a Marcus una idea de regalo para Dylan, porque desde luego él no recordaba haberlo sido. Dylan desveló una cupulita con un arce japonés diminuto en su interior, que hizo que Olive automáticamente se le echara encima con los ojos muy abiertos. - Aparte de haberme pasado la mitad de las vacaciones oyendo a ciertas personas hablar sobre pociones hervibicidas, el uso de la fermentación para acelerar el crecimiento y demás curiosidades sobre plantas... - Dijo con tonito burlón, mirando de reojo a Theo y a Alice, y haciendo que Jackie y André se aguantaran risillas. Esos dos hablando de herbología no tenían fondo, pero debía reconocer que le había venido muy bien oír y callar para el regalo que quería hacer. - ...Yo también soy hijo de mis dos padres, y nieto de mis dos abuelos. Por eso, aquí tienes: alquimia, porque ningún arce hubiera crecido tan rápido desde que a mí se me ocurrió esta idea, hacía falta fermentarlo; conocimientos sobre plantas... - Que tendrías más si no te hubieras quitado la asignatura. - Dijo Molly, muy digna. Marcus miró a Dylan con una sonrisa circunstancial. - Ya sabes de qué rama viene, nunca mejor dicho. Además de que espero convivir con ello toda la vida. - Le guiñó un ojo a Alice. - Encantamientos, verás que tiene algunos echados, ya profundizaremos sobre ello; Y proporciones, porque necesitaba calcular muy bien el tamaño para convertir un arce, con lo grande que es, en un... - Señaló a Theo con un gesto de la mano digno de maestro de ceremonias a punto de desvelar el misterio del espectáculo. - ¡Bonsái! Gracias, Theo, por la idea que me diste cuando los trajiste a La Provenza. - ¡Ah! Era eso. La verdad es que seguía sin saber de qué me estabas hablando. - Varios rieron.
Dylan miraba el arce con ojos impresionados, aunque con un poco de miedo. - ¿Me has regalado una plantita superdifícil para cuidar? - Le preguntó con prudencia. Marcus sonrió y se acercó a él, apoyándose en su rodilla para hablarle más de cerca. - Te he regalado, de las raíces de Marcus O'Donnell, algo que podría perfectamente ser las raíces de Dylan Gallia. Porque ¿a quién te recuerda el arce japonés? - El chico sonrió con dulzura. - A mi madre. - ¿Y quién haría algo tan raro y original y lo llenaría de encantamientos que solo conoce su creador? -Dylan rio un poquito y miró al susodicho, que para honor de Marcus parecía visiblemente emocionado. - Mi padre. - Luego volvió a mirarle a él. - Pero... me da miedo no saber mantenerlo como se merece. - Olive se le acercó y le dijo con dulzura. - No te preocupes, Dylan. Lo investigaremos juntos. Yo te ayudo si no sabes de algo. - La chica se quedó mirando al arbolito y preguntó. - ¿Me dejas verlo? -¡Claro! - Contestó el otro, y puso la cúpula con el árbol en sus manos. Cuando Olive se centró en este, Marcus se acercó más a Dylan y le susurró. - Te he regalado una excusa para pasar tiempo con ella. - El niño le miró súbitamente, con los ojos abiertísimos, y una sonrisa que Marcus conocía muy bien, porque era de bobo enamorado, se le dibujó en la cara. - Gracias, colega. -
Cuando Alice le habló, suspiró. - Es que es mucho mejor regalo. - Estaba convencidísimo, vamos. Chasqueó la lengua. - Pero no te preocupes, ya arreglo yo esto. - Sonrió y, arqueándole varias veces las cejas, se levantó. - Bueno, ¿me toca ya? - Se tiró de las solapas de la camisa. - Entiendo que sí, puesto que los señores Gallia quieren ir los últimos. - Dijo con una reverencia que a Helena le gustó mucho y le puso esa cara de satisfacción Slytherin de la que André y Jackie no tardaron en burlarse (y Marcus en ignorarles). - Y la otra persona que queda es la hermana mayor, que también merece un puesto de honor. Así que voy yo. - Se acercó a Dylan, sonriente. El niño le esperaba con expectación. - Creía que lo de ayudarme con... esto, ya era tu regalo. - Le dijo, señalándose a sí mismo. Marcus soltó una carcajada. - Eso no cuenta, es ayuda entre colegas. Pero hablando de apariencia de caballero... algo de relación tiene con mi primer regalo. - ¿¿Primer?? - ¡Claro! Es que esto solo es un complemento de mi parte, el regalo de verdad viene después. - Y qué le gustaba darle pompa y emoción a todo.
Le entregó el paquete y el chico lo desenvolvió rápidamente. Le miró con los ojos muy abiertos. - ¿¿Es tu colonia?? - Creo recordar que te gusta. - ¡Me encanta! - Los días que quedes conmigo, no te bañes en ella como hace él. Me va a traer malos recuerdos. - Se burló Lex. - Ja, ja. No quiere que te la pongas porque se va a echar a llorar por lo mucho que me echa de menos. - Seguramente sea por eso. - Tendrían que nacer de nuevo los dos para no picarse absurdamente el uno al otro. - ¡Muchas gracias, colega! - Olive estaba acercando la cabecilla al tarrito. - ¡Qué bien huele! - Pues ya estaba, ya tenía Dylan todo lo que necesitaba. Por mucho que Lex dijera lo contrario, le veía bañado en colonia. No le podía culpar, él también lo hacía. ¡Había que ir bien perfumado por la vida!
- Y ahora, el de verdad. - Sacó otro paquete de detrás de la espalda. - He de reconocer, que esta idea la he sacado de otro gran Hufflepuff que conozco. - Miró a Theo y le guiñó un ojo. El otro por un momento miró a los lados, como si se estuviera planteando qué otro gran Hufflepuff sentado por allí le podía haber dado a Marcus una idea de regalo para Dylan, porque desde luego él no recordaba haberlo sido. Dylan desveló una cupulita con un arce japonés diminuto en su interior, que hizo que Olive automáticamente se le echara encima con los ojos muy abiertos. - Aparte de haberme pasado la mitad de las vacaciones oyendo a ciertas personas hablar sobre pociones hervibicidas, el uso de la fermentación para acelerar el crecimiento y demás curiosidades sobre plantas... - Dijo con tonito burlón, mirando de reojo a Theo y a Alice, y haciendo que Jackie y André se aguantaran risillas. Esos dos hablando de herbología no tenían fondo, pero debía reconocer que le había venido muy bien oír y callar para el regalo que quería hacer. - ...Yo también soy hijo de mis dos padres, y nieto de mis dos abuelos. Por eso, aquí tienes: alquimia, porque ningún arce hubiera crecido tan rápido desde que a mí se me ocurrió esta idea, hacía falta fermentarlo; conocimientos sobre plantas... - Que tendrías más si no te hubieras quitado la asignatura. - Dijo Molly, muy digna. Marcus miró a Dylan con una sonrisa circunstancial. - Ya sabes de qué rama viene, nunca mejor dicho. Además de que espero convivir con ello toda la vida. - Le guiñó un ojo a Alice. - Encantamientos, verás que tiene algunos echados, ya profundizaremos sobre ello; Y proporciones, porque necesitaba calcular muy bien el tamaño para convertir un arce, con lo grande que es, en un... - Señaló a Theo con un gesto de la mano digno de maestro de ceremonias a punto de desvelar el misterio del espectáculo. - ¡Bonsái! Gracias, Theo, por la idea que me diste cuando los trajiste a La Provenza. - ¡Ah! Era eso. La verdad es que seguía sin saber de qué me estabas hablando. - Varios rieron.
Dylan miraba el arce con ojos impresionados, aunque con un poco de miedo. - ¿Me has regalado una plantita superdifícil para cuidar? - Le preguntó con prudencia. Marcus sonrió y se acercó a él, apoyándose en su rodilla para hablarle más de cerca. - Te he regalado, de las raíces de Marcus O'Donnell, algo que podría perfectamente ser las raíces de Dylan Gallia. Porque ¿a quién te recuerda el arce japonés? - El chico sonrió con dulzura. - A mi madre. - ¿Y quién haría algo tan raro y original y lo llenaría de encantamientos que solo conoce su creador? -Dylan rio un poquito y miró al susodicho, que para honor de Marcus parecía visiblemente emocionado. - Mi padre. - Luego volvió a mirarle a él. - Pero... me da miedo no saber mantenerlo como se merece. - Olive se le acercó y le dijo con dulzura. - No te preocupes, Dylan. Lo investigaremos juntos. Yo te ayudo si no sabes de algo. - La chica se quedó mirando al arbolito y preguntó. - ¿Me dejas verlo? -¡Claro! - Contestó el otro, y puso la cúpula con el árbol en sus manos. Cuando Olive se centró en este, Marcus se acercó más a Dylan y le susurró. - Te he regalado una excusa para pasar tiempo con ella. - El niño le miró súbitamente, con los ojos abiertísimos, y una sonrisa que Marcus conocía muy bien, porque era de bobo enamorado, se le dibujó en la cara. - Gracias, colega. -
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Sonrió como una boba viendo la demostración de su novio, ganándose a sus abuelos y la atención de todos en un momento, especialmente del cumpleañero, claro. Hizo un gesto de leve queja cuando Marcus dijo que tenía dos regalos para Dylan, porque, de verdad, su novio se ponía espléndido y no sabía parar. Pero, en el fondo, le gustaba que pudieran consentir a Dylan un poco, no había tenido mucho de eso en su vida, y habían pasado una racha especialmente complicada para un niño que podía sentir lo que sentían los demás. Y quién mejor que una de sus personas favoritas en el mundo.
Lo de la colonia se lo veía venir, y ante los comentarios de Lex y la risa de todos, solo pudo sonreír y encogerse de hombros. — Pues a mí me encanta, vas a triunfar, patito. — Pero ya sabía que su novio no iba a quedarse ahí, regalando simplemente una colonia, aunque fuera un buen regalo. Miró a Theo con una sonrisa y luego a su novio. Sabía ella que formaban un buen binomio, solo tenían que encontrarse el uno al otro, aunque a Theo, claramente, le siguiera sorprendiendo. Entornó los ojos y se encogió de hombros. — Es que las plantitas son un mundo interesantísimo. — Sí, y a mi me han chivado por ahí que para mi hijo es una de las cosas que lo enamoró de Alice “ay, papá, y sabe taaaaanto de plantitas”. — Dijo Arnold imitando a su hijo y provocando que ella también se riera, pero pronto reconectaron con la explicación de Marcus. Enfocó los ojos al regalo y vio un pequeñísimo (y cuquísimo) arce japonés, y de inmediato pensó en su madre, sonriendo a su novio. Aquel afán por los detalles, por recordar cada cosita que le hacía mínimamente feliz, como si se hubiera propuesto que lo fuera cada segundo de su vida. Entendió lo que quería con el regalo y por qué Theo le había dado la idea. No podía ser mejor regalo.
Tal como señaló Dylan, obviamente representaba a su madre, pero también a su padre, y tenía una parte muy importante de ella, porque sabía que aquello era un guiñito a ella misma… Y a Olive, claro, no se le escapaba ese guiñito tampoco. Claramente a su hermano sí, pero para eso estaba el Marcus Slytherin bien dispuesto a explicárselo. Ella acarició su brazo con una sonrisa y lo hizo acercarse a sí, mientras todos admiraban el delicadísimo bonsái. — Es precioso. Es perfecto. Como su creador. — Dejó un breve beso en sus labios. — Dices que todo esto es perfecto por mí, pero lo más prefecto de aquí… Es la magia que emana de esta familia tan preciosa que formamos todos. — Se acercó a su oído de nuevo. — Bueno y esa fermentación, que es tan perfecta que me quiero morir de gusto. — Y se separó con una risita.
Como Marcus había señalado, llegaba su turno (para dejar a su abuela tener el momento final del regalo como ella quería) y además el suyo no era tan material sino más simbólico. — Bueno, la verdad es que llevo un tiempo comiéndome la cabeza con qué regalarte… — Se sentó junto a él y sentó a Olive en su regazo. — Había pensado en un juego… — Dijo señalando el regalo de sus tíos. — En algo divertido… — Y señaló el de sus tías. — Incluso en algo que te recordara a mamá… Pero en fin. — Señaló los de su padre y Marcus. — Claramente todos te conocemos y te queremos muchísimo. — Ocultó su regalo entre sus manos y las puso ante su hermano. — Pero creo que tú entenderás lo que esto significa. Significa que te confío mi posesión material más preciada, después de las joyas que Marcus me ha hecho, claro. — André sonrió y entornó los ojos. — Después de Marcus siempre, por supuesto. — Alice negó y volvió a mirar a su hermano. — Siempre intento que mamá viva en ti através de mí, de lo que todos te contamos de ella. Pero ahora no voy a poder estar en Hogwarts para contártelo, pero confío muchísimo en tu responsabilidad y tu delicadeza… Para cuidar esto. — Sacó la cajita de música de su madre con los colores de Ilvermony y el pukwudgie en la tapa. — Es la caja de música de mamá. Es lo único que pudo conservar de su vida en América, porque se fue sin nada. Excepto esto. — La dejó en manos de Dylan que estaba casi temblando. — Pero, hermana, aquí están tus cosas. Las que más te importan. — Ella negó. — Ya no. Y… Espero que me hagan una con alquimia. — Dijo mirando de reojo a Marcus y el abuelo con una sonrisilla. Dylan la miró lleno de gratitud. — Voy a cuidarla como nada en mi vida. — Ella sonrió y asintió. — Pues claro que sí. Y mira lo que hay dentro. — Su hermano abrió y sacó su propio calcetinito de cuando era un bebé ella lo cogió y sonrió. — Hace no tanto, tu piececito cabía aquí. Y mira dónde estás ahora. Y quién sabe todo lo que te queda por hacer, mi niño. — Y, entonces, los ojos de su hermano se inundaron de lágrimas y sonrió. — Ah, así que por esto lloráis de felicidad. — Ella asintió y le acarició la cara. — Sí, mi patito. — Pero cogió el calcetín y dijo. — Esto es para mí, eh. Voy a guardarlo para siempre. —
— ¡Bueno! Ha sido muy bonito Alice, pero el abuelo y yo tenemos un regalo para nuestro patito. — Sí, hombre, no faltaba más, apártense que llega Helena Gallia, pensó. Su abuelo hizo un gesto y llamó a Dylan para que fuera allí con ellos, colocándose entre los dos. — Es muy cierto lo que ha dicho tu hermana, todos te conocen mucho… Pero tus abuelos, quizá, un poquito más. — Dylan rio, expectante. Y entonces, sus abuelos juntaron las manos y las separaron poco a poco, dejando salir un gran paquete sobre la mesa. Antes de que Dylan lo abriera, a Alice le pareció distinguir… — ¿Es una Cometa 260? — Expresó Lex antes que nadie. Los ojos de su hermano hacían chiribitas, y tenía una sonrisa que podría encender todos los farolillos del jardín. — ¿Tú querías una escoba, patito? — Preguntó William abriendo mucho la boca. — ¡Sí! ¡Claro que quiero una escoba! ¿Es para mí de verdad? — Toda tuya, mi pequeño volador. — A ver, Alice no era ajena a que a su hermano le gustaba la clase de Vuelo pero… — ¿Quieres jugar al quidditch? — Preguntó. — No… — Dijo él encogiéndose de brazos. — El quidditch me gusta pero me da más igual. Es… Volar lo que me gusta. Me hace sentir bien… Libre. Y me gusta más para ir a los sitios que aparecerme. el abuelo y yo hemos tenido muchos debates sobre transportes… Bueno, él hablaba y yo escuchaba, pero al final me formé una opinión y… Me encanta volar en escoba. En Francia hemos volado mucho los tres juntos. — Y a Alice se le puso una sonrisa involuntaria. — Dylan ha pasado mucho tiempo con nosotros… A veces hay que saber escuchar el silencio. — Dijo su abuelo. Sí, nadie mejor que él podía saberlo. — Venga, hijo, ve a probarla. — William se acercó a Helena y murmuró. — Mamá… Las Cometas son… caras. — Pero su abuela estab muy segura mirando al frente, orgullosa e hinchada como un pavo porque ella sabía algo de Dylan que nadie más había intuido. — Que nadie pueda decirle que tiene menos que los demás. Si sus abuelos pueden regalarle un escoba, mi niño una escoba tendrá. — Y solo de ver cómo estaba de contento empezando a montarla, con Lex y Olive alrededor… Pues sí, por una vez, su abuela tendría razón.
Lo de la colonia se lo veía venir, y ante los comentarios de Lex y la risa de todos, solo pudo sonreír y encogerse de hombros. — Pues a mí me encanta, vas a triunfar, patito. — Pero ya sabía que su novio no iba a quedarse ahí, regalando simplemente una colonia, aunque fuera un buen regalo. Miró a Theo con una sonrisa y luego a su novio. Sabía ella que formaban un buen binomio, solo tenían que encontrarse el uno al otro, aunque a Theo, claramente, le siguiera sorprendiendo. Entornó los ojos y se encogió de hombros. — Es que las plantitas son un mundo interesantísimo. — Sí, y a mi me han chivado por ahí que para mi hijo es una de las cosas que lo enamoró de Alice “ay, papá, y sabe taaaaanto de plantitas”. — Dijo Arnold imitando a su hijo y provocando que ella también se riera, pero pronto reconectaron con la explicación de Marcus. Enfocó los ojos al regalo y vio un pequeñísimo (y cuquísimo) arce japonés, y de inmediato pensó en su madre, sonriendo a su novio. Aquel afán por los detalles, por recordar cada cosita que le hacía mínimamente feliz, como si se hubiera propuesto que lo fuera cada segundo de su vida. Entendió lo que quería con el regalo y por qué Theo le había dado la idea. No podía ser mejor regalo.
Tal como señaló Dylan, obviamente representaba a su madre, pero también a su padre, y tenía una parte muy importante de ella, porque sabía que aquello era un guiñito a ella misma… Y a Olive, claro, no se le escapaba ese guiñito tampoco. Claramente a su hermano sí, pero para eso estaba el Marcus Slytherin bien dispuesto a explicárselo. Ella acarició su brazo con una sonrisa y lo hizo acercarse a sí, mientras todos admiraban el delicadísimo bonsái. — Es precioso. Es perfecto. Como su creador. — Dejó un breve beso en sus labios. — Dices que todo esto es perfecto por mí, pero lo más prefecto de aquí… Es la magia que emana de esta familia tan preciosa que formamos todos. — Se acercó a su oído de nuevo. — Bueno y esa fermentación, que es tan perfecta que me quiero morir de gusto. — Y se separó con una risita.
Como Marcus había señalado, llegaba su turno (para dejar a su abuela tener el momento final del regalo como ella quería) y además el suyo no era tan material sino más simbólico. — Bueno, la verdad es que llevo un tiempo comiéndome la cabeza con qué regalarte… — Se sentó junto a él y sentó a Olive en su regazo. — Había pensado en un juego… — Dijo señalando el regalo de sus tíos. — En algo divertido… — Y señaló el de sus tías. — Incluso en algo que te recordara a mamá… Pero en fin. — Señaló los de su padre y Marcus. — Claramente todos te conocemos y te queremos muchísimo. — Ocultó su regalo entre sus manos y las puso ante su hermano. — Pero creo que tú entenderás lo que esto significa. Significa que te confío mi posesión material más preciada, después de las joyas que Marcus me ha hecho, claro. — André sonrió y entornó los ojos. — Después de Marcus siempre, por supuesto. — Alice negó y volvió a mirar a su hermano. — Siempre intento que mamá viva en ti através de mí, de lo que todos te contamos de ella. Pero ahora no voy a poder estar en Hogwarts para contártelo, pero confío muchísimo en tu responsabilidad y tu delicadeza… Para cuidar esto. — Sacó la cajita de música de su madre con los colores de Ilvermony y el pukwudgie en la tapa. — Es la caja de música de mamá. Es lo único que pudo conservar de su vida en América, porque se fue sin nada. Excepto esto. — La dejó en manos de Dylan que estaba casi temblando. — Pero, hermana, aquí están tus cosas. Las que más te importan. — Ella negó. — Ya no. Y… Espero que me hagan una con alquimia. — Dijo mirando de reojo a Marcus y el abuelo con una sonrisilla. Dylan la miró lleno de gratitud. — Voy a cuidarla como nada en mi vida. — Ella sonrió y asintió. — Pues claro que sí. Y mira lo que hay dentro. — Su hermano abrió y sacó su propio calcetinito de cuando era un bebé ella lo cogió y sonrió. — Hace no tanto, tu piececito cabía aquí. Y mira dónde estás ahora. Y quién sabe todo lo que te queda por hacer, mi niño. — Y, entonces, los ojos de su hermano se inundaron de lágrimas y sonrió. — Ah, así que por esto lloráis de felicidad. — Ella asintió y le acarició la cara. — Sí, mi patito. — Pero cogió el calcetín y dijo. — Esto es para mí, eh. Voy a guardarlo para siempre. —
— ¡Bueno! Ha sido muy bonito Alice, pero el abuelo y yo tenemos un regalo para nuestro patito. — Sí, hombre, no faltaba más, apártense que llega Helena Gallia, pensó. Su abuelo hizo un gesto y llamó a Dylan para que fuera allí con ellos, colocándose entre los dos. — Es muy cierto lo que ha dicho tu hermana, todos te conocen mucho… Pero tus abuelos, quizá, un poquito más. — Dylan rio, expectante. Y entonces, sus abuelos juntaron las manos y las separaron poco a poco, dejando salir un gran paquete sobre la mesa. Antes de que Dylan lo abriera, a Alice le pareció distinguir… — ¿Es una Cometa 260? — Expresó Lex antes que nadie. Los ojos de su hermano hacían chiribitas, y tenía una sonrisa que podría encender todos los farolillos del jardín. — ¿Tú querías una escoba, patito? — Preguntó William abriendo mucho la boca. — ¡Sí! ¡Claro que quiero una escoba! ¿Es para mí de verdad? — Toda tuya, mi pequeño volador. — A ver, Alice no era ajena a que a su hermano le gustaba la clase de Vuelo pero… — ¿Quieres jugar al quidditch? — Preguntó. — No… — Dijo él encogiéndose de brazos. — El quidditch me gusta pero me da más igual. Es… Volar lo que me gusta. Me hace sentir bien… Libre. Y me gusta más para ir a los sitios que aparecerme. el abuelo y yo hemos tenido muchos debates sobre transportes… Bueno, él hablaba y yo escuchaba, pero al final me formé una opinión y… Me encanta volar en escoba. En Francia hemos volado mucho los tres juntos. — Y a Alice se le puso una sonrisa involuntaria. — Dylan ha pasado mucho tiempo con nosotros… A veces hay que saber escuchar el silencio. — Dijo su abuelo. Sí, nadie mejor que él podía saberlo. — Venga, hijo, ve a probarla. — William se acercó a Helena y murmuró. — Mamá… Las Cometas son… caras. — Pero su abuela estab muy segura mirando al frente, orgullosa e hinchada como un pavo porque ella sabía algo de Dylan que nadie más había intuido. — Que nadie pueda decirle que tiene menos que los demás. Si sus abuelos pueden regalarle un escoba, mi niño una escoba tendrá. — Y solo de ver cómo estaba de contento empezando a montarla, con Lex y Olive alrededor… Pues sí, por una vez, su abuela tendría razón.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En Casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Sonrió a Alice, con satisfacción. Sí, sí que tenían una familia perfecta entre todos, lo que él deseaba y lo que durante tanto tiempo había temido no poder compartir con Alice. Recordaba a la perfección cuando Sean le dijo "tendrás una señora O'Donnell perfecta sobre el papel que te recuerde lo cobarde que fuiste con diecisiete años." Mucho tardó, para su gusto, en confesarle a Alice sus sentimientos tras esa conversación. Pero menos mal que lo hizo. Menos mal que ambos dejaron atrás los miedos y se lanzaron a por lo que verdaderamente deseaban, porque ahora que tenía esa felicidad ante sí no sabía ni cómo había llegado a pensar que no llegarían a ese punto. Eso sí, el halago de su novia a su fermentación le hizo soltar una carcajada con claros tintes de superioridad. - Estás ante el futuro alquimista Marcus O'Donnell, señorita Gallia. ¿Qué esperabas? -
El resumen de Alice era acertado: todos le conocían muy bien, tanto que todos habían regalado cosas que a Dylan podían encantarle y que su propia hermana había pensado también. Pero, por supuesto, Alice dio en el clavo con el regalo. Llevaba oyendo hablar de esa caja de música toda la vida y la había visto más de una vez (como ella la guardaba en su dormitorio no la veía mucho, pero alguna que otra vez en La Provenza la había visto). Que ahora se la legara a Dylan le parecía precioso y el mejor regalo que le podía hacer. Cuando ella dijo que esperaba una nueva caja hecha con alquimia, le guiñó el ojo (y luego le dedicó una miradita de superioridad a André, y que se chinchara, por picarle). Por supuesto que le haría una, la más hermosa de todas. Sonrió con felicidad viendo la emoción de Dylan y miró a Alice, lleno de orgullo. Había conseguido tantas cosas...
Por supuesto que la intervención de Helena tenía que ser grandilocuente como ella había querido, lo que no esperaba era ese regalo. Se sorprendió muchísimo. - ¿Tú sabías que le gustaba tanto volar? - Le susurró a Alice, porque él acababa de enterarse. Pues sí, le conocían muy bien, pero a la vista estaba que podían conocerle un poquito mejor. Por supuesto, Lex ya le estaba orbitando. Marcus frunció una sonrisa y se dirigió a su novia una vez más. - Mira, tu abuela ha conseguido hacer felices a nuestros dos hermanos de un plumazo. - Comentó entre risas. - ¡Eh, Dylan! Incluye en el talonario unas clasecitas de vuelo ¿no? - Dalas por hecho. - Contestó Lex automáticamente, admirando la escoba, lo cual puso al cumpleañero aún más feliz. Marcus arqueó las cejas y volvió a dirigirse a Alice. - Vale, ahora necesitamos a alguien que les vigile. -
Tras darle los regalos habían empezado a jugar a varios juegos que tenían preparados, aunque también se habían pasado un rato investigando el juego nuevo de la familia de Francia. Demasiadas cabezas opinando y demasiado caos para llegar a ninguna conclusión. Volvieron a comer tarta (bueno, Marcus se comió otro trozo de tarta, ¡era muy grande y bonita, una pena que sobrara!) y luego pusieron música, justo antes de que llegaran los padres de Olive. La niña y Dylan se habían apartado convenientemente como estrategia para que sus padres no se la llevaran tan rápido, pero el matrimonio parecía bastante contento del ambiente allí y muy a gusto hablando con William. Todos parecían entretenidos y felices, y Marcus se sentó junto a Alice, con una sonrisa. Pasó su brazo por encima de los hombros de ella. - Lo voy a volver a decir. - Anunció. - Esto... todo esto... es obra tuya. - Le dio un beso en la mejilla. - Luego dicen que la alquimia es difícil... esto sí que es una obra de magia nunca vista. - Le acarició el rostro levemente y añadió. - Haces la mejor de las magias, Alice Gallia. - Miró a su alrededor. - Mira esto... mira lo que has logrado... Nos has hecho a todos felices. Pero sobre todo a Dylan. - Suspiró. - El día de mi cumpleaños... me escribió una carta muy bonita. Me dijo cosas... que no sabía que sentía, pero que se van a quedar en mí para siempre. - Ladeó una sonrisa, mirando al chico. - No sé si estoy a la altura de como él me ve. - Miró a Alice. - Pero tú, sí. Tú estás muy por encima de todo. - Se acercó un poco más a ella. - Eres única, Alice. Eres la mejor. - Y era una mujer capaz de crear y unir a una familia maravillosa. Y estaba con él. Definitivamente, era el hombre más afortunado del mundo.
El resumen de Alice era acertado: todos le conocían muy bien, tanto que todos habían regalado cosas que a Dylan podían encantarle y que su propia hermana había pensado también. Pero, por supuesto, Alice dio en el clavo con el regalo. Llevaba oyendo hablar de esa caja de música toda la vida y la había visto más de una vez (como ella la guardaba en su dormitorio no la veía mucho, pero alguna que otra vez en La Provenza la había visto). Que ahora se la legara a Dylan le parecía precioso y el mejor regalo que le podía hacer. Cuando ella dijo que esperaba una nueva caja hecha con alquimia, le guiñó el ojo (y luego le dedicó una miradita de superioridad a André, y que se chinchara, por picarle). Por supuesto que le haría una, la más hermosa de todas. Sonrió con felicidad viendo la emoción de Dylan y miró a Alice, lleno de orgullo. Había conseguido tantas cosas...
Por supuesto que la intervención de Helena tenía que ser grandilocuente como ella había querido, lo que no esperaba era ese regalo. Se sorprendió muchísimo. - ¿Tú sabías que le gustaba tanto volar? - Le susurró a Alice, porque él acababa de enterarse. Pues sí, le conocían muy bien, pero a la vista estaba que podían conocerle un poquito mejor. Por supuesto, Lex ya le estaba orbitando. Marcus frunció una sonrisa y se dirigió a su novia una vez más. - Mira, tu abuela ha conseguido hacer felices a nuestros dos hermanos de un plumazo. - Comentó entre risas. - ¡Eh, Dylan! Incluye en el talonario unas clasecitas de vuelo ¿no? - Dalas por hecho. - Contestó Lex automáticamente, admirando la escoba, lo cual puso al cumpleañero aún más feliz. Marcus arqueó las cejas y volvió a dirigirse a Alice. - Vale, ahora necesitamos a alguien que les vigile. -
Tras darle los regalos habían empezado a jugar a varios juegos que tenían preparados, aunque también se habían pasado un rato investigando el juego nuevo de la familia de Francia. Demasiadas cabezas opinando y demasiado caos para llegar a ninguna conclusión. Volvieron a comer tarta (bueno, Marcus se comió otro trozo de tarta, ¡era muy grande y bonita, una pena que sobrara!) y luego pusieron música, justo antes de que llegaran los padres de Olive. La niña y Dylan se habían apartado convenientemente como estrategia para que sus padres no se la llevaran tan rápido, pero el matrimonio parecía bastante contento del ambiente allí y muy a gusto hablando con William. Todos parecían entretenidos y felices, y Marcus se sentó junto a Alice, con una sonrisa. Pasó su brazo por encima de los hombros de ella. - Lo voy a volver a decir. - Anunció. - Esto... todo esto... es obra tuya. - Le dio un beso en la mejilla. - Luego dicen que la alquimia es difícil... esto sí que es una obra de magia nunca vista. - Le acarició el rostro levemente y añadió. - Haces la mejor de las magias, Alice Gallia. - Miró a su alrededor. - Mira esto... mira lo que has logrado... Nos has hecho a todos felices. Pero sobre todo a Dylan. - Suspiró. - El día de mi cumpleaños... me escribió una carta muy bonita. Me dijo cosas... que no sabía que sentía, pero que se van a quedar en mí para siempre. - Ladeó una sonrisa, mirando al chico. - No sé si estoy a la altura de como él me ve. - Miró a Alice. - Pero tú, sí. Tú estás muy por encima de todo. - Se acercó un poco más a ella. - Eres única, Alice. Eres la mejor. - Y era una mujer capaz de crear y unir a una familia maravillosa. Y estaba con él. Definitivamente, era el hombre más afortunado del mundo.
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Could you never grow up? Con Gallia y O'Donnells | En casa Gallia | 9 de julio de 2002 |
Se había quedado sentada, muy a su pesar, porque le encantaba bailar, aunque hubieran puesto la música, porque los Clearwater habían llegado y se habían puesto a hablar muy animadamente con su padre. Y… No es que no se fiara de su padre, no era eso… Pero, a veces, decía sus cosas de genio especial y… Bueno, no quería causarle mala impresión a los Clearwater. Dylan era muy feliz con Olive por allí, y sus padres eran gente muy tranquila y normalita, no quería que se asustaran y empezaran a decirle que no se juntara tanto con su hermano. No podía quitarle una sola cosa más, y menos algo tan importante como la amistad de la Gryffindor.
Pero su padre demostró estar mejor, efectivamente, y allí estaba, hablando tranquilamente, mientras Dylan y Olive bailaban a saltitos, los abuelos también, y los jóvenes se reían mirando a los niños y hablando de sus cosas de jóvenes, mientras los abuelos bailaban en esquinitas, como si supieran que ya no era su lugar estar entre los jóvenes, pero quisieran contagiarse de su alegría y celebrarlo todo a su manera, y los medianos como sus suegros y los tíos se reían de algo que decía la tata, incluida Emma, más comedidamente y entornando los ojos, pero felices. Ella debería estar con sus primos y sus cuñados, además se notaba que estaban a gustísimo… Pero quería observar un poco más aunque fuera. Y entonces, para mejorarlo todo, su novio se sentó a su lado, y eso la hizo inmediatamente sonreír. Ahora sí que seguro que estaba donde tenía que estar. Inclinó la cabeza sobre su hombro, dejándose abrazar. — Y yo voy a insistir: no habría podido hacerlo sin ti, mi amor. — Le miró embobada mientras le acariciaba la cara. — Tú me has dado la oportunidad de crear esa magia. Amándome así, estando juntos. — Dejó un leve beso en sus labios y sonrió satisfecha.
Ahora, fue ella la que entornó los ojos cuando Marcus dijo lo de Dylan. — Oh, mi amor, te aseguro que te mereces todos y cada uno de los galones que te pone. Él y todos. — Le miró a los ojos. — No eres consciente de lo importante que eres para él y de todo lo que hemos conseguido. Te quiere muy merecidamente. — Suspiró y miró a su alrededor. — De hecho, fíjate este cumpleaños ideal, con todo el mundo contento tal y como señalas… Y nosotros aquí sin celebrarlo como Merlín manda. — Se levantó y tiró de su mano, llevándoselo al medio del jardín, cerca de donde bailaban los demás, y pasó los brazos por su cuello, meciéndose con una sonrisa. — ¿Quién nos iba a decir, cuando, con esa edad, te enseñé a bailar sin pisarme los pies, que hoy estaríamos aquí? — Juntó su frente con la de él y cerró los ojos, sin dejar de moverse ni sonreír. — Estoy segura de que en nuestra vida… Sobre todo tú… Vamos a conseguir grandes logros en alquimia, en magia en general… — Abrió los ojos y le miró. — Pero esto… Estar todos juntos… En paz. — Se oyó algo caer, Vivi gritar que no era culpa suya, una carcajada de André y su padre apresurándose a lanzar un hechizo, lo cual solo tiró más cosas y provocó más risas, amén de dos gritos de “WILLIAM” que venían de las dos grandes Slytherin de la reunión. — Bueno, olvida lo de paz. Digamos felices… — Rio con el también y respiró, efectivamente feliz. — Hagamos las cosas bien hechas como los O’Donnell… Y disfrutemos de los frutos como buenos Gallia. —
Pero su padre demostró estar mejor, efectivamente, y allí estaba, hablando tranquilamente, mientras Dylan y Olive bailaban a saltitos, los abuelos también, y los jóvenes se reían mirando a los niños y hablando de sus cosas de jóvenes, mientras los abuelos bailaban en esquinitas, como si supieran que ya no era su lugar estar entre los jóvenes, pero quisieran contagiarse de su alegría y celebrarlo todo a su manera, y los medianos como sus suegros y los tíos se reían de algo que decía la tata, incluida Emma, más comedidamente y entornando los ojos, pero felices. Ella debería estar con sus primos y sus cuñados, además se notaba que estaban a gustísimo… Pero quería observar un poco más aunque fuera. Y entonces, para mejorarlo todo, su novio se sentó a su lado, y eso la hizo inmediatamente sonreír. Ahora sí que seguro que estaba donde tenía que estar. Inclinó la cabeza sobre su hombro, dejándose abrazar. — Y yo voy a insistir: no habría podido hacerlo sin ti, mi amor. — Le miró embobada mientras le acariciaba la cara. — Tú me has dado la oportunidad de crear esa magia. Amándome así, estando juntos. — Dejó un leve beso en sus labios y sonrió satisfecha.
Ahora, fue ella la que entornó los ojos cuando Marcus dijo lo de Dylan. — Oh, mi amor, te aseguro que te mereces todos y cada uno de los galones que te pone. Él y todos. — Le miró a los ojos. — No eres consciente de lo importante que eres para él y de todo lo que hemos conseguido. Te quiere muy merecidamente. — Suspiró y miró a su alrededor. — De hecho, fíjate este cumpleaños ideal, con todo el mundo contento tal y como señalas… Y nosotros aquí sin celebrarlo como Merlín manda. — Se levantó y tiró de su mano, llevándoselo al medio del jardín, cerca de donde bailaban los demás, y pasó los brazos por su cuello, meciéndose con una sonrisa. — ¿Quién nos iba a decir, cuando, con esa edad, te enseñé a bailar sin pisarme los pies, que hoy estaríamos aquí? — Juntó su frente con la de él y cerró los ojos, sin dejar de moverse ni sonreír. — Estoy segura de que en nuestra vida… Sobre todo tú… Vamos a conseguir grandes logros en alquimia, en magia en general… — Abrió los ojos y le miró. — Pero esto… Estar todos juntos… En paz. — Se oyó algo caer, Vivi gritar que no era culpa suya, una carcajada de André y su padre apresurándose a lanzar un hechizo, lo cual solo tiró más cosas y provocó más risas, amén de dos gritos de “WILLIAM” que venían de las dos grandes Slytherin de la reunión. — Bueno, olvida lo de paz. Digamos felices… — Rio con el también y respiró, efectivamente feliz. — Hagamos las cosas bien hechas como los O’Donnell… Y disfrutemos de los frutos como buenos Gallia. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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El largo vuelo Con Alice | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
- E voilá! Que significa, "mira y admira la mejor librería que has visto en tu vida, por Marcus O'Donnell". - Chasqueó la lengua, cruzándose de brazos ante su maravillosa obra, ladeando la cabeza con chulería. - Es francés. Es que uno ya tiene nivel. - Bromeó, riendo justo después.
Había ido a casa de Alice para ayudarla con el estudio que querían montar en la antigua habitación de William y Janet. Su padre se había ido con él, porque le prometió a Dylan el día de su cumpleaños no se qué de algo que quería que le enseñara, y William había aprovechado para liarle también con no sabía qué modificación que iban a hacerle al invernadero. La cuestión es que los tres estaban en el jardín mientras Marcus y Alice seleccionaban los primeros libros que ocuparían una estantería que acababan de colocar allí. Y claro, a Marcus solo había que darle un proyecto, una Alice y muchos libros, y ya tenía entretenimiento infinito.
Se mojó los labios con una sonrisa pilla y le hizo un gesto a Alice para que se acercara a la ventana. Al asomarse, vieron abajo a los otros tres. Marcus sacó la varita y apuntó a la estantería, llevándose un dedo a los labios para pedir silencio, en un gesto totalmente teatral e innecesario ya que desde allí no iba a oírles nadie. Una excusa más para fardar de lo bien que se le daban los hechizos silenciosos, sobre todo si eran hechizos tan básicos como el Wingardium Leviosa. Agitó la varita y, lenta y elegantemente, un libro de herbología salió de la estantería y se movió por el aire en la dirección que Marcus indicaba. Lo hizo salir por la ventana y, con precisión, lo condujo lentamente hacia abajo. Dylan lo vio, pero al ver las caras de Marcus y Alice se aguantó la risa y se calló. Poco a poco, lo descendió hasta apoyarlo en la cabeza de su padre. Ante el contacto, el hombre dio un respingo en su sitio, que hizo que a Marcus y Alice les diera la risa y, por tanto, que el primero perdiera el control del hechizo y el libro acabara por caer al suelo.
Su padre miró hacia arriba con cara de mosqueo, pero antes de que dijera nada, Marcus le dijo. - De parte de los eruditos, he pensado que podría venirte bien ahora que te estás ensuciando las manos. - William casi se cayó hacia atrás de las carcajadas. - Eso de hablar desde el piso de arriba se lo he pegado yo. Este se corrompe antes de lo que parece. - ¡Muy gracioso! No te he enseñado yo a hablar desde las ventanas. - Protestó su padre. Marcus se encogió de hombros. - Me estás contestando. - Arnold bufó, ante las risas de los dos Gallia que estaban con él, y agarró el libro, diciéndole. - Anda, devuelve esto a su sitio y, si habéis terminado, bajad a echar una mano en vez de perder el tiempo con bromitas. Que sois muy graciosos los dos. - Marcus rio entre dientes y, mientras devolvía el libro con el mismo hechizo al piso de arriba, le dijo a Alice. - Para una vez que la broma no ha sido idea tuya, te culpan igual. -
Había ido a casa de Alice para ayudarla con el estudio que querían montar en la antigua habitación de William y Janet. Su padre se había ido con él, porque le prometió a Dylan el día de su cumpleaños no se qué de algo que quería que le enseñara, y William había aprovechado para liarle también con no sabía qué modificación que iban a hacerle al invernadero. La cuestión es que los tres estaban en el jardín mientras Marcus y Alice seleccionaban los primeros libros que ocuparían una estantería que acababan de colocar allí. Y claro, a Marcus solo había que darle un proyecto, una Alice y muchos libros, y ya tenía entretenimiento infinito.
Se mojó los labios con una sonrisa pilla y le hizo un gesto a Alice para que se acercara a la ventana. Al asomarse, vieron abajo a los otros tres. Marcus sacó la varita y apuntó a la estantería, llevándose un dedo a los labios para pedir silencio, en un gesto totalmente teatral e innecesario ya que desde allí no iba a oírles nadie. Una excusa más para fardar de lo bien que se le daban los hechizos silenciosos, sobre todo si eran hechizos tan básicos como el Wingardium Leviosa. Agitó la varita y, lenta y elegantemente, un libro de herbología salió de la estantería y se movió por el aire en la dirección que Marcus indicaba. Lo hizo salir por la ventana y, con precisión, lo condujo lentamente hacia abajo. Dylan lo vio, pero al ver las caras de Marcus y Alice se aguantó la risa y se calló. Poco a poco, lo descendió hasta apoyarlo en la cabeza de su padre. Ante el contacto, el hombre dio un respingo en su sitio, que hizo que a Marcus y Alice les diera la risa y, por tanto, que el primero perdiera el control del hechizo y el libro acabara por caer al suelo.
Su padre miró hacia arriba con cara de mosqueo, pero antes de que dijera nada, Marcus le dijo. - De parte de los eruditos, he pensado que podría venirte bien ahora que te estás ensuciando las manos. - William casi se cayó hacia atrás de las carcajadas. - Eso de hablar desde el piso de arriba se lo he pegado yo. Este se corrompe antes de lo que parece. - ¡Muy gracioso! No te he enseñado yo a hablar desde las ventanas. - Protestó su padre. Marcus se encogió de hombros. - Me estás contestando. - Arnold bufó, ante las risas de los dos Gallia que estaban con él, y agarró el libro, diciéndole. - Anda, devuelve esto a su sitio y, si habéis terminado, bajad a echar una mano en vez de perder el tiempo con bromitas. Que sois muy graciosos los dos. - Marcus rio entre dientes y, mientras devolvía el libro con el mismo hechizo al piso de arriba, le dijo a Alice. - Para una vez que la broma no ha sido idea tuya, te culpan igual. -
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El largo vuelo Con Marcus | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Se cruzó de brazos y sonrió a su novio. — Perfecta traducción, sin fisura ninguna. — Se acercó y dejó un piquito en sus labios. — Preciosa biblioteca, Marcus O’Donnell. — Estaba un poco vacía aún, pero era muy esperanzadora, y el cuarto estaba quedando gmail para estudiar. Nuevo, bonito, tranquilo… Solitario… Puso media sonrisa, pensando en que, efectivamente tenían aunque fuera un momentito allí arriba. Pero se oía jaleo en el jardín, y su novio tuvo una idea digna de ella, que no pudo más que poner una sonrisilla pilla.
Poniéndose las manos sobre la boca para no dejar salir la risa (y ese pequeño escalofrío de gusto que le recorría cuando Marcus hacía una de sus demostraciones de poder), se dedicó a mirar cómo su novio descendía el libro sobre Arnold, dándole un buen susto, lo que ya desató sus delatoras risas. Y más se rio al ver a un O’Donnell berreando desde una ventana y al otro contestándole. — Vaaaaaya… ¿Los grandes magos necesitan mentes jóvenes? — Dijo, burlona, antes de desaparecer de la ventana junto a Marcus, bajando por las escaleras. Pero, antes de salir, tiró un poco de él sobre ella, apoyándose en la pared del descansillo, para darle un buen beso, uno apasionado aunque corto, solo para dejarle saber que le necesitaba, le anhelaba, seguía deseando la intimidad con él, aunque estuviera complicado conseguirla.
Salió al jardín y se abalanzó sobre Dylan, haciéndole cosquillas. — ¿Y tú qué, eh? ¡No ayudas nada a los señores mayores! — ¡Oye tú! ¿Cómo que señores mayores? — Se quejó Arnold. Pero William ni habló, activó algo con la varita y de repente salía agua del suelo del jardín, empapando a los hermanos Gallia. — ¿Pero qué es esto? — ¡Mira, Arnie, funciona! Este nuevo hechizo aspersor me riega las plantitas con precisión. — ¡MARCUS! ¡AYÚDANOS! — Pedía ella entre risas, ya completamente empapada.
Y entonces, entre los arcos de agua formados por el hechizo de su padre, vio aparecerse a un grupo de personas en la calle. En su barriada vivían magos, no era infrecuente, pero… Algo le decía que… Una señora se acercó muy seria a la cancela. — ¿Señor Gallia? — Su padre dejó de reírse y paró el hechizo, y Alice ya no podía evitar sentir un abismo en el estómago. — Sí, soy yo. — Vengo del ministerio de Magia. Intervención de menores. — Y aquellas palabras cayeron sobre ella como un puñetazo en el pecho. Ninguno de los cuatro podía hablar. — Soy Ellen McCrory, tengo aquí una orden de retirada cautelar de la custodia del menor Dylan Gallia, su hijo pequeño. — Alice solo podía parpadear, y se giró hacia Arnold, esperando que él le diera sentido a todo aquello. — ¿Cómo dice? — Dijo finalmente su padre. — La familia materna del niño denuncia conductas criminales por su parte, señalándole como inadecuado para su guarda y custodia. — Dos aurores muy cuadrados y grandes se habían puesto detrás de ella, de brazos cruzados, y una señora muy trajeada también estaba allí. — ¿Mi padre criminal? — Preguntó ella incrédula. — Tiene que haber algún error. — Trató de decir Arnold, sin perder la calma, pero Alice había rodeado a Dylan con sus brazos, tirando de él, aunque nadie había cruzado siquiera la cancela. — Señor Gallia, le agradecería la colaboración de toda la familia para ahorrarle un mal rato al menos. su bienestar es muy importante. — ¿De qué está hablando? — Cortó Alice, porque su padre no contestaba, y estaba harta de que la aurora le ignorara. — Como ya he dicho, hay una denuncia en curso y, cautelarmente, he de retirar la guarda y custodia del menor a William Gallia. — Quizá estaba elevando un poco el tono, pero es que casi no se oía pensar, solo sentía el latido de su corazón. — Yo soy su hermana mayor. Soy mayor de edad, puede quedarse conmigo. — Por fin, la funcionaria la miró. — ¿Señorita Alice Gallia? — La mirada fiera y cómo agarraba a Dylan debía ser bastante expresivo de quien era, porque simplemente añadió. — Toda la familia Gallia está siendo investigada por encubrimiento de uso temerario de la magia y los objetos clasificados. — ¿Cómo dice? — Preguntó ofendida. — ¡Vale! Vale, está bien. Señora McCrory, soy Arnold O’Donnell, amigo de la familia. Mi mujer y yo podemos… — Señor O’Donnell, un menor siempre ha de dejarse cautelarmente en manos de su familia directa. — Pero entonces… — Miró a la señora de traje. Esa no venía de Inglaterra. — Dylan será cautelarmente trasladado con Peter y Lucy Van Der Luyden, sus abuelos maternos y parientes no Gallia vivos más directos. Ya han hecho la solicitud. — Y entonces lo notó. El calor que la invadía, el pánico absoluto de saber que habían metido la pata hasta el fondo, que el día de sus pesadillas había llegado justo cuando había bajado la guardia.
Poniéndose las manos sobre la boca para no dejar salir la risa (y ese pequeño escalofrío de gusto que le recorría cuando Marcus hacía una de sus demostraciones de poder), se dedicó a mirar cómo su novio descendía el libro sobre Arnold, dándole un buen susto, lo que ya desató sus delatoras risas. Y más se rio al ver a un O’Donnell berreando desde una ventana y al otro contestándole. — Vaaaaaya… ¿Los grandes magos necesitan mentes jóvenes? — Dijo, burlona, antes de desaparecer de la ventana junto a Marcus, bajando por las escaleras. Pero, antes de salir, tiró un poco de él sobre ella, apoyándose en la pared del descansillo, para darle un buen beso, uno apasionado aunque corto, solo para dejarle saber que le necesitaba, le anhelaba, seguía deseando la intimidad con él, aunque estuviera complicado conseguirla.
Salió al jardín y se abalanzó sobre Dylan, haciéndole cosquillas. — ¿Y tú qué, eh? ¡No ayudas nada a los señores mayores! — ¡Oye tú! ¿Cómo que señores mayores? — Se quejó Arnold. Pero William ni habló, activó algo con la varita y de repente salía agua del suelo del jardín, empapando a los hermanos Gallia. — ¿Pero qué es esto? — ¡Mira, Arnie, funciona! Este nuevo hechizo aspersor me riega las plantitas con precisión. — ¡MARCUS! ¡AYÚDANOS! — Pedía ella entre risas, ya completamente empapada.
Y entonces, entre los arcos de agua formados por el hechizo de su padre, vio aparecerse a un grupo de personas en la calle. En su barriada vivían magos, no era infrecuente, pero… Algo le decía que… Una señora se acercó muy seria a la cancela. — ¿Señor Gallia? — Su padre dejó de reírse y paró el hechizo, y Alice ya no podía evitar sentir un abismo en el estómago. — Sí, soy yo. — Vengo del ministerio de Magia. Intervención de menores. — Y aquellas palabras cayeron sobre ella como un puñetazo en el pecho. Ninguno de los cuatro podía hablar. — Soy Ellen McCrory, tengo aquí una orden de retirada cautelar de la custodia del menor Dylan Gallia, su hijo pequeño. — Alice solo podía parpadear, y se giró hacia Arnold, esperando que él le diera sentido a todo aquello. — ¿Cómo dice? — Dijo finalmente su padre. — La familia materna del niño denuncia conductas criminales por su parte, señalándole como inadecuado para su guarda y custodia. — Dos aurores muy cuadrados y grandes se habían puesto detrás de ella, de brazos cruzados, y una señora muy trajeada también estaba allí. — ¿Mi padre criminal? — Preguntó ella incrédula. — Tiene que haber algún error. — Trató de decir Arnold, sin perder la calma, pero Alice había rodeado a Dylan con sus brazos, tirando de él, aunque nadie había cruzado siquiera la cancela. — Señor Gallia, le agradecería la colaboración de toda la familia para ahorrarle un mal rato al menos. su bienestar es muy importante. — ¿De qué está hablando? — Cortó Alice, porque su padre no contestaba, y estaba harta de que la aurora le ignorara. — Como ya he dicho, hay una denuncia en curso y, cautelarmente, he de retirar la guarda y custodia del menor a William Gallia. — Quizá estaba elevando un poco el tono, pero es que casi no se oía pensar, solo sentía el latido de su corazón. — Yo soy su hermana mayor. Soy mayor de edad, puede quedarse conmigo. — Por fin, la funcionaria la miró. — ¿Señorita Alice Gallia? — La mirada fiera y cómo agarraba a Dylan debía ser bastante expresivo de quien era, porque simplemente añadió. — Toda la familia Gallia está siendo investigada por encubrimiento de uso temerario de la magia y los objetos clasificados. — ¿Cómo dice? — Preguntó ofendida. — ¡Vale! Vale, está bien. Señora McCrory, soy Arnold O’Donnell, amigo de la familia. Mi mujer y yo podemos… — Señor O’Donnell, un menor siempre ha de dejarse cautelarmente en manos de su familia directa. — Pero entonces… — Miró a la señora de traje. Esa no venía de Inglaterra. — Dylan será cautelarmente trasladado con Peter y Lucy Van Der Luyden, sus abuelos maternos y parientes no Gallia vivos más directos. Ya han hecho la solicitud. — Y entonces lo notó. El calor que la invadía, el pánico absoluto de saber que habían metido la pata hasta el fondo, que el día de sus pesadillas había llegado justo cuando había bajado la guardia.
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
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El largo vuelo Con Alice | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Bajaron al trote las escaleras, y justo antes de salir por la puerta, su novia tiró de él para besarle, y él se dejó llevar. Podían estar perfectamente ante uno de los mejores veranos de su vida. Todo estaba siendo perfecto, las familias se llevaban genial, habían estado en La Provenza (y no descartaban volver antes de septiembre, si no organizaban lo de Irlanda antes, que ahí estaba la posibilidad), Alice y él estaban en una nube de amor por la cual se besaban y se piropeaban en cada esquina y todos parecían felices. La perspectiva de septiembre se antojaba maravillosa: había pasado mucho miedo de qué sería de ellos cuando acabaran Hogwarts, a pesar de tener él muy claro su futuro como alquimista, pero ver tan nítida la perspectiva de empezar a trabajar en el taller de su abuelo y a estudiar para la licencia le hacía saltar de felicidad. Lo único que le entristecía era pasar un año sin ver a Lex... Para una vez que no quería separarse de su hermano...
La escena que se produjo nada más salir le hizo reír. - Señores mayores que no se ven venir un libro. ¿Qué ha sido de tu mente Ravenclaw, papá? - Y a su padre ni le dio tiempo a contestar, porque empezó a salir agua por todas partes. Se tiró a la hierba cubriéndose con los brazos, encogido sobre sí mismo, pero sin dejar de reír ante la estampa. - ¡Caballero al rescate! - Dijo al grito de su novia, tanteando la varita en su bolsillo mientras no dejaba de protegerse del agua, lo cual no le daba mucha velocidad precisamente. Lo dicho, aquello era felicidad.
Por eso no se vio venir ni por un asomo lo que pasó a continuación. Aún estaba con una risa residual cuando una voz llamó a William y este cortó el hechizo, y por un momento se quedó con una sonrisilla en el rostro mientras miraba interrogante a las personas que acababan de aparecer. No tenían aspecto de muy amigables, y de hecho juraría que parecían del Ministerio, pero estaba en tal nube de felicidad y vida perfecta que en lo último que recabó su mente es en que pudiera ser algo grave. No lo pensó en absoluto. No se lo vio venir.
Y cuando lo oyó, la sonrisa se le borró e incluso sacudió un poco la cabeza, porque su mente no estaba procesando bien lo que estaba oyendo. Tenía que ser una broma, o un error, o algo, pero aquello no podía ser real. Su cabeza se negaba a aceptar que eso estuviera pasando de verdad, y antes pensó que se había dado un golpe en la cabeza y estaba soñando mientras estaba inconsciente en el césped de los Gallia que el que aquello se estuviera produciendo realmente.
¿Cómo que intervención de menores? ¿Cómo que retirada cautelar? No, definitivamente su cabeza se cerró en banda y decidió que no sabía qué significaban esas palabras, que no estaban en su diccionario. A su cabeza vinieron nombres de personas que podrían querer fastidiarles en ese momento: Layne Hughes, su primo Percival... Aaron McGrath. No, habían quedado en que Aaron estaba de su parte... pero él les dijo lo de los espías en el Ministerio... él le dijo... lo de los Van Der Luyden. Que atacarían, que lo harían cuando menos se lo esperaban. Y tanto que no se lo esperaban.
No se lo esperaba a tal nivel que seguía sin querérselo creer. La palabra "criminal" le hizo abrir tanto los ojos y quedarse tan bloqueado que ahí sí que debía parecer una estatua de cera. ¿Criminal? ¿Te refieres al que acaba de hacer salir chorros de agua del césped? Preguntó su mente, pero no fue capaz de articularlo. Pero la frase que le hizo reaccionar de nuevo fue la que sentenciaba que había que retirar la custodia de Dylan. Miró de inmediato al chico y este le estaba mirando con ojos de pánico. Instintivamente, negó con la cabeza. No, no te van a llevar a ninguna parte. Esto es un error, no te preocupes, le quería decir, y se lo decía con la mirada con convencimiento, porque el primer convencido de todo aquello era el propio Marcus: nadie iba a llevarse a Dylan a ninguna parte.
De hecho, y dado que Alice estaba siendo insultantemente ignorada, su padre intervino. Marcus seguía en el césped en la misma posición que estaba, totalmente congelado, solo mirando a unos y a otros con el corazón que se le iba a salir del pecho, pero asintió muy seguidamente a las palabras de su padre, como si estas le hubieran abierto la vía definitiva que le hacía reaccionar. Sí, sí, eso. Ellos se quedarían con Dylan. ¿No podía estar en casa de los Gallia? No pasaba nada, se podía ir con ellos. Era cautelarmente, al fin y al cabo. Se quedaría con ellos y, cuando lo solucionaran, se iría con su padre y su hermana otra vez. Y fin del problema. Él no veía dónde podía estar el impedimento, llevaban siendo prácticamente familia desde hacía años. No iba a estar con nadie mejor que con ellos.
Pero la sentencia era inequívoca. Dylan tenía que irse con los Van Der Luyden. A Marcus se le cayó el mundo a los pies, tanto que no se podía ni levantar, ni reaccionar, solo mirar como sin ver, ver las escenas pasar con la respiración acelerada y sin hacer nada. Su padre fue la mente pensante allí, y menos mal, porque Alice empezaba a agobiarse de más, Dylan estaba aterrado y William también se había quedado de piedra. - Señora McCrory. - Se adelantó el hombre, con su tono diplomático y conciliador de siempre. Arnold estaba de pie y Marcus le miraba desde abajo como si fuera un perrillo abandonado. De verdad que no era capaz de reaccionar. - Los parientes a los que se refiere no han tenido contacto alguno con Dylan ni con la familia Gallia desde que el menor nació. - Alzó las palmas, en señal de desarme. - No sé de qué se acusa al señor Gallia, pero puedo entender la retirada cautelar a este, si bien en la familia que ha estado con el menor todos estos años hay más mayores de edad que pueden hacerse cargo de él. - Como le he indicado previamente, señor O'Donnell, la familia esta siendo investigada por encubrimiento de conducta criminal. - Investigada no es con una acusación en firme. ¿Cuál es la acusación? ¿Quién la hace? A la familia Gallia no le ha llegado ninguna acusación formal que les permita defenderse por medio de un abogado. - Le repito que es una medida cautelar, velando por la protección del menor... - Este menor no va a encontrarse bien a miles de kilómetros de todo lo que conoce, con una familia a la que no conoce y no ha tenido contacto con ellos en todo este tiempo, y sin poder acudir al colegio en el que está matriculado. - Arnold tomó aire, diciendo serenamente. - Les ruego una revisión de la solicitud y que permitan que se cumpla la medida cautelar con los O'Donnell. Hemos ejercido de... - Ustedes son unos absolutos desconocidos a ojos de la ley, y si sigue usted entorpeciendo, si se interpone en el camino de una solicitud judicial, quizás debamos trasladar la investigación por encubrimiento a su familia también. - A Marcus le temblaban hasta las pupilas mientras miraba a uno y a otro. Estaba esperando el próximo movimiento de su padre. No podía dejar achantarse por eso...
Pero Arnold soltó aire por la nariz, bajó la cabeza y dijo. - Denos unos minutos, por favor. - ¿Qué? ¿Minutos para qué? ¿Para trazar una estrategia? No, no se podían haber rendido ya. Arnold se acercó lentamente a Dylan y, agachándose frente a él, le dijo. - Dylan... lo siento muchísimo. Esto no es justo, y te juro que haremos todo lo posible por revertirlo... pero... - Marcus negó con la cabeza, pero sin moverse de su sitio. Miró a esa gente, y estos le devolvieron una mirada fría y desafiante. No, no podía simplemente consentirlo, eso no podía ser, pero no sabía cómo actual. No sabía qué estaba pasando ni por qué, en qué momento se habían torcido las cosas. Podían estar perfectamente ante uno de los peores momentos de su vida.
La escena que se produjo nada más salir le hizo reír. - Señores mayores que no se ven venir un libro. ¿Qué ha sido de tu mente Ravenclaw, papá? - Y a su padre ni le dio tiempo a contestar, porque empezó a salir agua por todas partes. Se tiró a la hierba cubriéndose con los brazos, encogido sobre sí mismo, pero sin dejar de reír ante la estampa. - ¡Caballero al rescate! - Dijo al grito de su novia, tanteando la varita en su bolsillo mientras no dejaba de protegerse del agua, lo cual no le daba mucha velocidad precisamente. Lo dicho, aquello era felicidad.
Por eso no se vio venir ni por un asomo lo que pasó a continuación. Aún estaba con una risa residual cuando una voz llamó a William y este cortó el hechizo, y por un momento se quedó con una sonrisilla en el rostro mientras miraba interrogante a las personas que acababan de aparecer. No tenían aspecto de muy amigables, y de hecho juraría que parecían del Ministerio, pero estaba en tal nube de felicidad y vida perfecta que en lo último que recabó su mente es en que pudiera ser algo grave. No lo pensó en absoluto. No se lo vio venir.
Y cuando lo oyó, la sonrisa se le borró e incluso sacudió un poco la cabeza, porque su mente no estaba procesando bien lo que estaba oyendo. Tenía que ser una broma, o un error, o algo, pero aquello no podía ser real. Su cabeza se negaba a aceptar que eso estuviera pasando de verdad, y antes pensó que se había dado un golpe en la cabeza y estaba soñando mientras estaba inconsciente en el césped de los Gallia que el que aquello se estuviera produciendo realmente.
¿Cómo que intervención de menores? ¿Cómo que retirada cautelar? No, definitivamente su cabeza se cerró en banda y decidió que no sabía qué significaban esas palabras, que no estaban en su diccionario. A su cabeza vinieron nombres de personas que podrían querer fastidiarles en ese momento: Layne Hughes, su primo Percival... Aaron McGrath. No, habían quedado en que Aaron estaba de su parte... pero él les dijo lo de los espías en el Ministerio... él le dijo... lo de los Van Der Luyden. Que atacarían, que lo harían cuando menos se lo esperaban. Y tanto que no se lo esperaban.
No se lo esperaba a tal nivel que seguía sin querérselo creer. La palabra "criminal" le hizo abrir tanto los ojos y quedarse tan bloqueado que ahí sí que debía parecer una estatua de cera. ¿Criminal? ¿Te refieres al que acaba de hacer salir chorros de agua del césped? Preguntó su mente, pero no fue capaz de articularlo. Pero la frase que le hizo reaccionar de nuevo fue la que sentenciaba que había que retirar la custodia de Dylan. Miró de inmediato al chico y este le estaba mirando con ojos de pánico. Instintivamente, negó con la cabeza. No, no te van a llevar a ninguna parte. Esto es un error, no te preocupes, le quería decir, y se lo decía con la mirada con convencimiento, porque el primer convencido de todo aquello era el propio Marcus: nadie iba a llevarse a Dylan a ninguna parte.
De hecho, y dado que Alice estaba siendo insultantemente ignorada, su padre intervino. Marcus seguía en el césped en la misma posición que estaba, totalmente congelado, solo mirando a unos y a otros con el corazón que se le iba a salir del pecho, pero asintió muy seguidamente a las palabras de su padre, como si estas le hubieran abierto la vía definitiva que le hacía reaccionar. Sí, sí, eso. Ellos se quedarían con Dylan. ¿No podía estar en casa de los Gallia? No pasaba nada, se podía ir con ellos. Era cautelarmente, al fin y al cabo. Se quedaría con ellos y, cuando lo solucionaran, se iría con su padre y su hermana otra vez. Y fin del problema. Él no veía dónde podía estar el impedimento, llevaban siendo prácticamente familia desde hacía años. No iba a estar con nadie mejor que con ellos.
Pero la sentencia era inequívoca. Dylan tenía que irse con los Van Der Luyden. A Marcus se le cayó el mundo a los pies, tanto que no se podía ni levantar, ni reaccionar, solo mirar como sin ver, ver las escenas pasar con la respiración acelerada y sin hacer nada. Su padre fue la mente pensante allí, y menos mal, porque Alice empezaba a agobiarse de más, Dylan estaba aterrado y William también se había quedado de piedra. - Señora McCrory. - Se adelantó el hombre, con su tono diplomático y conciliador de siempre. Arnold estaba de pie y Marcus le miraba desde abajo como si fuera un perrillo abandonado. De verdad que no era capaz de reaccionar. - Los parientes a los que se refiere no han tenido contacto alguno con Dylan ni con la familia Gallia desde que el menor nació. - Alzó las palmas, en señal de desarme. - No sé de qué se acusa al señor Gallia, pero puedo entender la retirada cautelar a este, si bien en la familia que ha estado con el menor todos estos años hay más mayores de edad que pueden hacerse cargo de él. - Como le he indicado previamente, señor O'Donnell, la familia esta siendo investigada por encubrimiento de conducta criminal. - Investigada no es con una acusación en firme. ¿Cuál es la acusación? ¿Quién la hace? A la familia Gallia no le ha llegado ninguna acusación formal que les permita defenderse por medio de un abogado. - Le repito que es una medida cautelar, velando por la protección del menor... - Este menor no va a encontrarse bien a miles de kilómetros de todo lo que conoce, con una familia a la que no conoce y no ha tenido contacto con ellos en todo este tiempo, y sin poder acudir al colegio en el que está matriculado. - Arnold tomó aire, diciendo serenamente. - Les ruego una revisión de la solicitud y que permitan que se cumpla la medida cautelar con los O'Donnell. Hemos ejercido de... - Ustedes son unos absolutos desconocidos a ojos de la ley, y si sigue usted entorpeciendo, si se interpone en el camino de una solicitud judicial, quizás debamos trasladar la investigación por encubrimiento a su familia también. - A Marcus le temblaban hasta las pupilas mientras miraba a uno y a otro. Estaba esperando el próximo movimiento de su padre. No podía dejar achantarse por eso...
Pero Arnold soltó aire por la nariz, bajó la cabeza y dijo. - Denos unos minutos, por favor. - ¿Qué? ¿Minutos para qué? ¿Para trazar una estrategia? No, no se podían haber rendido ya. Arnold se acercó lentamente a Dylan y, agachándose frente a él, le dijo. - Dylan... lo siento muchísimo. Esto no es justo, y te juro que haremos todo lo posible por revertirlo... pero... - Marcus negó con la cabeza, pero sin moverse de su sitio. Miró a esa gente, y estos le devolvieron una mirada fría y desafiante. No, no podía simplemente consentirlo, eso no podía ser, pero no sabía cómo actual. No sabía qué estaba pasando ni por qué, en qué momento se habían torcido las cosas. Podían estar perfectamente ante uno de los peores momentos de su vida.
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El largo vuelo Con Marcus | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Arnold pareció ser, como siempre, la cabeza pensante que se inclinó a poner un poco de tranquilidad en todo aquello. Pero la aurora era implacable, y Alice vio el momento exacto en el que Arnold se rindió: fue el momento exacto en el que entendió que las cosas, por difícil que pareciera, podían ponérseles peor, y su suegro se había dado cuenta también. Sintió cómo le temblaba el cuerpo entero y le quemaba la garganta cuando pidió que les diera un momento, porque sabía lo que tocaba.
Su padre estaba con la mirada perdida y desencajada, sin ser capaz de decirle ni una mísera palabra a su hijo. — William… Si nos oponemos ahora, va a ser peor. — Su padre frunció un poco el ceño. — ¿Peor? — Preguntó con un hilo de voz. — En cuanto se vayan, llamamos a Emma y nos vamos al Ministerio… Pero ahora… — Alice tragó saliva y miró a Marcus para coger fuerzas y hacerle ver que podían hacer aquel último esfuerzo por Dylan. Luego se giró a la aurora. — Señora McCrory, deje que cojamos sus cosas… — Las cogeré yo. Él tiene que irse con la interventora del MACUSA. — ¿CÓMO QUE IRME? Yo no me voy a ningún sitio. — Saltó por fin Dylan. Alice le rodeó y le puso las manos sobre los hombros. — Dylan, escúchame. No podemos negarnos, podrían acusarnos de desobedecer una orden de la autoridad, y nosotros no tenemos nada que ocultar, si nos investigan… — ¿Y MIENTRAS TANTO QUÉ? — El corazón era atronador dentro de ella, no podía soportarlo. — Será rápido, te lo juro. Pero, patito, no puedes resistirte… — Los ojos se le llenaron de lágrimas y se puso de rodillas delante de él, porque sentía que las piernas no le sostendrían si ahora intentara quedarse de pie. — Hermana, pero tú puedes cuidarme, tú siempre me has cuidado. — Se giró a la aurora. — Señora, mi hermana y mi cuñado cuidan de mí, siempre. Han hecho que saque unas notas geniales en Hogwarts y mi cuñado hace muchísima magia, hasta hechizos silenciosos, y mi hermana va a ser enfermera, y son alquimistas, han ganado la copa de las casas… — Miró a Arnold. — Y tenemos a los O’Donnell que son más ricos que nosotros y tienen una casa ideal, y me dejan quedarme allí a veces, ¿sabe? — Tuvo que morderse los labios por dentro para no llorar. — Y yo antes no hablaba, porque creía que mi madre no me iba a oír ya nunca más, pero ahora sí hablo, ¿ve? Y soy muy feliz, mucho, por eso hablo, para que me oiga mi hermana, que es como mi madre, y mi cuñado y su hermano Lex y mis amigos, porque tengo mucho amigos, que son amigos de mi hermana pero también son amigos míos, y Olive… — La mujer negó con la cabeza y bajó la mirada. — Lo siento, Dylan, todo eso puedes contárselo al tribunal de menores, pero yo no puedo dejarte aquí. — ¡Se lo estoy contando a usted! ¡No puede llevarme con ellos! Le hicieron mucho daño a mi madre, y a mi primo Aaron… — Dylan. — Cortó ella poniéndole la mano en el hombro. — ¡Mire a mi padre! Ha estado triste muchos años, nadie mejor que yo puede decírselo porque era el único que estaba con él todos los días. Y yo le digo que nunca ha sido mal padre. Se olvida de algunas cosas, y lloraba mucho, pero mi padre me quiere y nunca jamás me haría daño. — Insistió la voz ya chillona y desesperada del niño. — Lo sé, Dylan. No le están investigando por hacerte daño. Pero tus abuelos creen que tiene conductas peligrosas que el resto de tu familia ha ocultado. — ¡MI HERMANA NO MIENTE NUNCA! Y los Van Der Luyden no son mis abuelos. Ellos hicieron infeliz a mi madre y daño a mi primo. — Ella le agarró del brazo. — Dylan, no grites, por favor, patito… — Le dio la vuelta y le obligó a mirarla.
Su hermano estaba rojo de ira y con los ojos llorosos. — Hermana, no puedes dejar que me lleven. — Ella cogió su rostro con las manos. — Mírame, Dylan, mírame. — Aunque ya se le estaban cayendo las lágrimas logró mantener la voz tranquila. — ¿Qué te dije en Francia? — Que mi suerte era la tuya. Que estaríamos juntos siempre. — Eso es. — Asintió firmemente. — Voy a ir al Ministerio ahora mismo y lo voy a solucionar. — ¿Y si me llevan a América? — Pues yo me iré a América contigo. Mi suerte es la tuya, sea cual sea. — ¿Con los Van Der Luyden? — Con quien haga falta, Dylan. Voy a hacer lo que haya que hacer para que vuelvas conmigo. — Su hermano pareció entender que no quedaban muchas más opciones y que eso iba a tener que hacer, confiar en ella y dejarse llevar. — ¿No puedo despedirme de mis abuelos, los de verdad? El abuelo Robert va a llorar seguro y memé dice que no le vienen bien los disgustos, y la tata… — La aurora suspiró. — Lo siento, Dylan, tienes que irte con la señora Stevens ya. Despídete de tu padre y los O’Donnell… No puedo decirte otra cosa. — Se echó a sus brazos y la agarró fuertemente. — Hermana no me dejes allí, por favor. — Claro que no, mi vida. Voy a dejarme la piel en traerte de vuelta. Yo y todos. Solo te pido que no te enfrentes a ellos, patito, por favor, haz como antes, no hables, no hagas ruido, no batalles, yo no tardaré en llegar. Y no escuches nada de lo que digan de mamá o papá, te van a mentir. — Dylan se separó, asintiendo pero llorando y se fue corriendo a su padre y lo abrazó a la cintura. — Perdóname, hijo… No sabes cuánto siento todo esto. — Murmuró su padre, como si fuera un muñeco sin vida, derrotado. — La hermana y los O’Donnell me van a traer de vuelta. — Notaba cómo peligrosamente su tristeza empezaba a tornarse en ira y hervir dentro de ella mientras apretaba los puños. Se levantó y murmuró. — Señora McCrory, la habitación de Dylan está frente a las escaleras. La acompaño. —
En silencio, recogió la ropa de Dylan y las cosas que sabía que más iba a necesitar metiéndolas en el baúl, con una ganas terribles de echarse a llorar y romper todo aquello. Pero cuando envolvía al patito morado que apenas unos días le había regalado su padre para recordar a su madre, ya no pudo más y se lanzó a llorar, sin poder hacer nada más. Oyó los pasos de la funcionaria acercándose hacia ella. — Lo siento de verdad, señorita Gallia. Yo no sé nada de su familia, solo cumplo con lo que me han mandado. Pero no se preocupe. Si no tienen nada que esconder, como usted misma le ha dicho a su hermano, esto se acabará pronto. — Rio y negó con la cabeza. — Usted no sabe quiénes son los Van Der Luyden. — Se levantó y señaló el baúl antes de bajar, para que ella se lo llevara, y volvió junto a los demás, inspirando para coger fuerza.
Su padre estaba con la mirada perdida y desencajada, sin ser capaz de decirle ni una mísera palabra a su hijo. — William… Si nos oponemos ahora, va a ser peor. — Su padre frunció un poco el ceño. — ¿Peor? — Preguntó con un hilo de voz. — En cuanto se vayan, llamamos a Emma y nos vamos al Ministerio… Pero ahora… — Alice tragó saliva y miró a Marcus para coger fuerzas y hacerle ver que podían hacer aquel último esfuerzo por Dylan. Luego se giró a la aurora. — Señora McCrory, deje que cojamos sus cosas… — Las cogeré yo. Él tiene que irse con la interventora del MACUSA. — ¿CÓMO QUE IRME? Yo no me voy a ningún sitio. — Saltó por fin Dylan. Alice le rodeó y le puso las manos sobre los hombros. — Dylan, escúchame. No podemos negarnos, podrían acusarnos de desobedecer una orden de la autoridad, y nosotros no tenemos nada que ocultar, si nos investigan… — ¿Y MIENTRAS TANTO QUÉ? — El corazón era atronador dentro de ella, no podía soportarlo. — Será rápido, te lo juro. Pero, patito, no puedes resistirte… — Los ojos se le llenaron de lágrimas y se puso de rodillas delante de él, porque sentía que las piernas no le sostendrían si ahora intentara quedarse de pie. — Hermana, pero tú puedes cuidarme, tú siempre me has cuidado. — Se giró a la aurora. — Señora, mi hermana y mi cuñado cuidan de mí, siempre. Han hecho que saque unas notas geniales en Hogwarts y mi cuñado hace muchísima magia, hasta hechizos silenciosos, y mi hermana va a ser enfermera, y son alquimistas, han ganado la copa de las casas… — Miró a Arnold. — Y tenemos a los O’Donnell que son más ricos que nosotros y tienen una casa ideal, y me dejan quedarme allí a veces, ¿sabe? — Tuvo que morderse los labios por dentro para no llorar. — Y yo antes no hablaba, porque creía que mi madre no me iba a oír ya nunca más, pero ahora sí hablo, ¿ve? Y soy muy feliz, mucho, por eso hablo, para que me oiga mi hermana, que es como mi madre, y mi cuñado y su hermano Lex y mis amigos, porque tengo mucho amigos, que son amigos de mi hermana pero también son amigos míos, y Olive… — La mujer negó con la cabeza y bajó la mirada. — Lo siento, Dylan, todo eso puedes contárselo al tribunal de menores, pero yo no puedo dejarte aquí. — ¡Se lo estoy contando a usted! ¡No puede llevarme con ellos! Le hicieron mucho daño a mi madre, y a mi primo Aaron… — Dylan. — Cortó ella poniéndole la mano en el hombro. — ¡Mire a mi padre! Ha estado triste muchos años, nadie mejor que yo puede decírselo porque era el único que estaba con él todos los días. Y yo le digo que nunca ha sido mal padre. Se olvida de algunas cosas, y lloraba mucho, pero mi padre me quiere y nunca jamás me haría daño. — Insistió la voz ya chillona y desesperada del niño. — Lo sé, Dylan. No le están investigando por hacerte daño. Pero tus abuelos creen que tiene conductas peligrosas que el resto de tu familia ha ocultado. — ¡MI HERMANA NO MIENTE NUNCA! Y los Van Der Luyden no son mis abuelos. Ellos hicieron infeliz a mi madre y daño a mi primo. — Ella le agarró del brazo. — Dylan, no grites, por favor, patito… — Le dio la vuelta y le obligó a mirarla.
Su hermano estaba rojo de ira y con los ojos llorosos. — Hermana, no puedes dejar que me lleven. — Ella cogió su rostro con las manos. — Mírame, Dylan, mírame. — Aunque ya se le estaban cayendo las lágrimas logró mantener la voz tranquila. — ¿Qué te dije en Francia? — Que mi suerte era la tuya. Que estaríamos juntos siempre. — Eso es. — Asintió firmemente. — Voy a ir al Ministerio ahora mismo y lo voy a solucionar. — ¿Y si me llevan a América? — Pues yo me iré a América contigo. Mi suerte es la tuya, sea cual sea. — ¿Con los Van Der Luyden? — Con quien haga falta, Dylan. Voy a hacer lo que haya que hacer para que vuelvas conmigo. — Su hermano pareció entender que no quedaban muchas más opciones y que eso iba a tener que hacer, confiar en ella y dejarse llevar. — ¿No puedo despedirme de mis abuelos, los de verdad? El abuelo Robert va a llorar seguro y memé dice que no le vienen bien los disgustos, y la tata… — La aurora suspiró. — Lo siento, Dylan, tienes que irte con la señora Stevens ya. Despídete de tu padre y los O’Donnell… No puedo decirte otra cosa. — Se echó a sus brazos y la agarró fuertemente. — Hermana no me dejes allí, por favor. — Claro que no, mi vida. Voy a dejarme la piel en traerte de vuelta. Yo y todos. Solo te pido que no te enfrentes a ellos, patito, por favor, haz como antes, no hables, no hagas ruido, no batalles, yo no tardaré en llegar. Y no escuches nada de lo que digan de mamá o papá, te van a mentir. — Dylan se separó, asintiendo pero llorando y se fue corriendo a su padre y lo abrazó a la cintura. — Perdóname, hijo… No sabes cuánto siento todo esto. — Murmuró su padre, como si fuera un muñeco sin vida, derrotado. — La hermana y los O’Donnell me van a traer de vuelta. — Notaba cómo peligrosamente su tristeza empezaba a tornarse en ira y hervir dentro de ella mientras apretaba los puños. Se levantó y murmuró. — Señora McCrory, la habitación de Dylan está frente a las escaleras. La acompaño. —
En silencio, recogió la ropa de Dylan y las cosas que sabía que más iba a necesitar metiéndolas en el baúl, con una ganas terribles de echarse a llorar y romper todo aquello. Pero cuando envolvía al patito morado que apenas unos días le había regalado su padre para recordar a su madre, ya no pudo más y se lanzó a llorar, sin poder hacer nada más. Oyó los pasos de la funcionaria acercándose hacia ella. — Lo siento de verdad, señorita Gallia. Yo no sé nada de su familia, solo cumplo con lo que me han mandado. Pero no se preocupe. Si no tienen nada que esconder, como usted misma le ha dicho a su hermano, esto se acabará pronto. — Rio y negó con la cabeza. — Usted no sabe quiénes son los Van Der Luyden. — Se levantó y señaló el baúl antes de bajar, para que ella se lo llevara, y volvió junto a los demás, inspirando para coger fuerza.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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El largo vuelo Con Alice | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Se había quedado en shock, sentía que los músculos no le respondían, que solo podía mover los ojos y que estaba mirando sin ver prácticamente. Veía a su padre acercarse a los Gallia como a cámara lenta y no podía creer que se hubiera rendido tan rápido, pero por otro lado... tampoco se le ocurría como impedir que esas personas se llevaran a Dylan. Tenía que ser un error. No podía ser cierto lo que estaba ocurriendo. Solo podía aferrarse a que esa misma tarde lo habrían solucionado y se estarían riendo del tema todos juntos. Quería aferrarse a eso... necesitaba aferrarse a eso, aunque su mente racional le estuviera llamando a gritos para que pusiera los pies en la tierra.
¿Qué le hacía aferrarse a ello? Escuchar a su padre decir que en cuanto se fueran llamarían a su madre y se personarían con ella en el Ministerio si hacía falta. En esos momento se sentía un niño que quería correr a las faldas de mamá y esconderse detrás de ella mientras echaba a los malos, y si tu mamá era una mujer como Emma, con ese aura que aterraba a más de uno solo con verla, desde luego que era fácil imaginarse la escena. Sí, si Emma hablaba podían conseguir muchas cosas. Esa sería la tabla de salvación que usaría su mente para tratar de lidiar con el mal trago que estaban pasando. De lo contrario, se hundiría, y los Gallia no les necesitaban ahora hundidos. Más que nunca necesitaban su ayuda.
Intercambió una mirada con Alice y ambos debieron decirse lo mismo con ella: tenemos que ser fuertes, por Dylan. Al menos hasta que cada uno pudiera encerrarse en una habitación a derrumbarse y llorar, pero por el momento tenían que afrontar lo que tenían delante. No era fácil, porque ni siquiera la opción de recoger sus enseres les daban, a lo cual Marcus se hubiera ofrecido, al menos por sentir que ayudaba en algo... si es que hubiera sido capaz de moverse, porque seguía en la misma posición que estaba. Y lo peor no había llegado todavía. Lo peor llegó en cuanto Dylan tomó conciencia de lo que estaba pasando y reaccionó. Eso sí que le partió el corazón de tal forma que hasta le dolía el pecho.
Su discurso, la mención a Marcus en el mismo, hizo que tragara saliva pero que, aun así, se le cayeran dos espesas lágrimas que se limpió con la manga rápidamente. Quería a Dylan como si fuera su hermano y sabía que era mutuo, y el niño no quería separarse de ellos, ni ellos de él. Miró a su padre, pero este intentaba mantenerse firme para no derrumbarse también y no le devolvió la mirada. Su madre iba a comerse a los del Ministerio esa tarde, tenían suerte esos tipos de que no estuviera ella allí. ¿Y si le hacía una llamada de emergencia? Se personaría antes de que ellos se fueran. Pero... Alice no quería un escándalo mayor en su casa, no quería que las cosas se pusieran aún más duras, se lo estaba pidiendo claro a su hermano, aunque fuera doloroso verlo y oírlo. Actuarían después.
Tuvo que contener un sollozo con todas sus fuerzas. Mantente firme, Marcus. Ya llorarás después. Hazlo por Dylan. Pero le veía gritar desesperado y veía cómo Alice le pedía que se fuera con ellos, y sabía a la perfección que su novia preferiría irse ella antes de que se llevaran a su hermano. Debía estar destrozada, y no quería eso, no soportaba ver a Alice sufrir y por unos instantes, por unos hermosos días, había pensado que su vida sería solo felicidad. No había podido hacer nada por evitar eso. Siguió a la chica con la mirada en todos sus movimientos, con los ojos llenos de lágrimas, en silencio y sintiéndose absolutamente inútil. Alice se dirigió a la aurora y la llevó al interior de la casa, mientras Dylan se despedía de William, y después de Arnold.
- Dylan, sé que no hace falta que te diga esto porque eres muy buen chico, pero tienes que portarte muy muy bien, ¿de acuerdo? - Le decía Arnold mientras le abrazaba. Marcus seguía mirando la escena en shock, con los labios entreabiertos para que el aire entrara y saliera solo, porque no creía poder ni respirar voluntariamente. - Arnold, no me quiero ir. - Lo sé, Dylan. - No pienso hablar ni una palabra. - Escúchame, sé que estás muy triste, pero confía en nosotros. Confía en tu hermana, en toda tu familia y en los O'Donnell. - Le dijo Arnold, separándose de su abrazo para mirarle a los ojos. - No sabemos cuánto durará esto pero volverás a casa. Recuerda que todos te queremos mucho. No vamos a descansar hasta tenerte de vuelta. ¿Me prometes que no lo pondrás en duda? - Dylan asintió, lloroso, y su padre le dio otro abrazo. William parecía no estar allí, no decía nada y tenía la mirada perdida. Estaba incluso peor que Marcus, que ya de por sí se sentía clavado en el suelo como un cartel.
Alice y la funcionaria ya estaban volviendo y Dylan se separó de Arnold y le miró. Marcus se quedó mirándole en silencio, totalmente impotente, y apenas le veía entre las lágrimas. Tras mirarse unos segundos en silencio, el chico se acercó a él y le abrazó con fuerza, y Marcus le correspondió, cerrando los ojos y dejando las lágrimas caer. - Cuida de mi hermana. - Le susurró. Claramente no quería que le oyeran. - Está muy triste y muy enfadada. No dejes que se enfade con papá o que se ponga triste por mí. Prométemelo, Marcus. - Tragó saliva para poder responder, porque no sabía si le saldría la voz del cuerpo. - Te lo prometo. Y te prometo que te traeremos de vuelta, Dylan. - El niño sollozó y volvió a decir. - No me quiero ir, Marcus. - Quería echarse a llorar con todas sus fuerzas, pero no quería que Dylan le viera así, aunque las primeras lágrimas no las había podido controlar. Le abrazó con fuerza. - Tenemos que irnos. - Dijo la mujer, que no parecía darles más treguas. Marcus le separó y le miró. - Recuerdas que sois libres, Dylan. Sois pájaros libres. - Sorbió un poco para poder hablar mejor y, al mismo tiempo, le limpió al chico las lágrimas. - Este va a ser un vuelo muy largo, el más largo que hagas, y sentirás que te cansas y que estás a punto de caer... Pero llegarás a tu destino. Y allí estaremos nosotros. No te vamos a dejar caer, Dylan, te lo juro. - Le agarró la cara entre las mejillas y le dijo. - Vuela con la cabeza bien alta ¿vale? - El niño asintió, Marcus le dio un beso en la frente y le soltó, dejando que se despidiera de su hermana antes de que se lo llevasen. Antes de saber cuándo le volverían a ver.
¿Qué le hacía aferrarse a ello? Escuchar a su padre decir que en cuanto se fueran llamarían a su madre y se personarían con ella en el Ministerio si hacía falta. En esos momento se sentía un niño que quería correr a las faldas de mamá y esconderse detrás de ella mientras echaba a los malos, y si tu mamá era una mujer como Emma, con ese aura que aterraba a más de uno solo con verla, desde luego que era fácil imaginarse la escena. Sí, si Emma hablaba podían conseguir muchas cosas. Esa sería la tabla de salvación que usaría su mente para tratar de lidiar con el mal trago que estaban pasando. De lo contrario, se hundiría, y los Gallia no les necesitaban ahora hundidos. Más que nunca necesitaban su ayuda.
Intercambió una mirada con Alice y ambos debieron decirse lo mismo con ella: tenemos que ser fuertes, por Dylan. Al menos hasta que cada uno pudiera encerrarse en una habitación a derrumbarse y llorar, pero por el momento tenían que afrontar lo que tenían delante. No era fácil, porque ni siquiera la opción de recoger sus enseres les daban, a lo cual Marcus se hubiera ofrecido, al menos por sentir que ayudaba en algo... si es que hubiera sido capaz de moverse, porque seguía en la misma posición que estaba. Y lo peor no había llegado todavía. Lo peor llegó en cuanto Dylan tomó conciencia de lo que estaba pasando y reaccionó. Eso sí que le partió el corazón de tal forma que hasta le dolía el pecho.
Su discurso, la mención a Marcus en el mismo, hizo que tragara saliva pero que, aun así, se le cayeran dos espesas lágrimas que se limpió con la manga rápidamente. Quería a Dylan como si fuera su hermano y sabía que era mutuo, y el niño no quería separarse de ellos, ni ellos de él. Miró a su padre, pero este intentaba mantenerse firme para no derrumbarse también y no le devolvió la mirada. Su madre iba a comerse a los del Ministerio esa tarde, tenían suerte esos tipos de que no estuviera ella allí. ¿Y si le hacía una llamada de emergencia? Se personaría antes de que ellos se fueran. Pero... Alice no quería un escándalo mayor en su casa, no quería que las cosas se pusieran aún más duras, se lo estaba pidiendo claro a su hermano, aunque fuera doloroso verlo y oírlo. Actuarían después.
Tuvo que contener un sollozo con todas sus fuerzas. Mantente firme, Marcus. Ya llorarás después. Hazlo por Dylan. Pero le veía gritar desesperado y veía cómo Alice le pedía que se fuera con ellos, y sabía a la perfección que su novia preferiría irse ella antes de que se llevaran a su hermano. Debía estar destrozada, y no quería eso, no soportaba ver a Alice sufrir y por unos instantes, por unos hermosos días, había pensado que su vida sería solo felicidad. No había podido hacer nada por evitar eso. Siguió a la chica con la mirada en todos sus movimientos, con los ojos llenos de lágrimas, en silencio y sintiéndose absolutamente inútil. Alice se dirigió a la aurora y la llevó al interior de la casa, mientras Dylan se despedía de William, y después de Arnold.
- Dylan, sé que no hace falta que te diga esto porque eres muy buen chico, pero tienes que portarte muy muy bien, ¿de acuerdo? - Le decía Arnold mientras le abrazaba. Marcus seguía mirando la escena en shock, con los labios entreabiertos para que el aire entrara y saliera solo, porque no creía poder ni respirar voluntariamente. - Arnold, no me quiero ir. - Lo sé, Dylan. - No pienso hablar ni una palabra. - Escúchame, sé que estás muy triste, pero confía en nosotros. Confía en tu hermana, en toda tu familia y en los O'Donnell. - Le dijo Arnold, separándose de su abrazo para mirarle a los ojos. - No sabemos cuánto durará esto pero volverás a casa. Recuerda que todos te queremos mucho. No vamos a descansar hasta tenerte de vuelta. ¿Me prometes que no lo pondrás en duda? - Dylan asintió, lloroso, y su padre le dio otro abrazo. William parecía no estar allí, no decía nada y tenía la mirada perdida. Estaba incluso peor que Marcus, que ya de por sí se sentía clavado en el suelo como un cartel.
Alice y la funcionaria ya estaban volviendo y Dylan se separó de Arnold y le miró. Marcus se quedó mirándole en silencio, totalmente impotente, y apenas le veía entre las lágrimas. Tras mirarse unos segundos en silencio, el chico se acercó a él y le abrazó con fuerza, y Marcus le correspondió, cerrando los ojos y dejando las lágrimas caer. - Cuida de mi hermana. - Le susurró. Claramente no quería que le oyeran. - Está muy triste y muy enfadada. No dejes que se enfade con papá o que se ponga triste por mí. Prométemelo, Marcus. - Tragó saliva para poder responder, porque no sabía si le saldría la voz del cuerpo. - Te lo prometo. Y te prometo que te traeremos de vuelta, Dylan. - El niño sollozó y volvió a decir. - No me quiero ir, Marcus. - Quería echarse a llorar con todas sus fuerzas, pero no quería que Dylan le viera así, aunque las primeras lágrimas no las había podido controlar. Le abrazó con fuerza. - Tenemos que irnos. - Dijo la mujer, que no parecía darles más treguas. Marcus le separó y le miró. - Recuerdas que sois libres, Dylan. Sois pájaros libres. - Sorbió un poco para poder hablar mejor y, al mismo tiempo, le limpió al chico las lágrimas. - Este va a ser un vuelo muy largo, el más largo que hagas, y sentirás que te cansas y que estás a punto de caer... Pero llegarás a tu destino. Y allí estaremos nosotros. No te vamos a dejar caer, Dylan, te lo juro. - Le agarró la cara entre las mejillas y le dijo. - Vuela con la cabeza bien alta ¿vale? - El niño asintió, Marcus le dio un beso en la frente y le soltó, dejando que se despidiera de su hermana antes de que se lo llevasen. Antes de saber cuándo le volverían a ver.
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El largo vuelo Con Marcus | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Vio a Dylan despedirse de Marcus y sentía cómo la bola de fuego de su interior se hacía más grande. La señora McCrory le metió más prisa y ella le dio un último abrazo. — Guarda esas palabras de Marcus, patito. Tú y yo somos libres, y yo voy a mover cielo y tierra para que volvamos a estar juntos. — Su hermano susurró contra ella. — Te quiero, hermana. — Y dos lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. — Te quiero, patito. — Y, como el niño bueno que era, su Dylan se separó de ella y se fue con la funcionaria. — Voy a ir a por ti, Dylan, no te olvides. Ten cuidado mi niño… — Pero Dylan ya solo la miraba, no dejó de mirarles hasta que aquella otra mujer le dio la mano y se apareció, seguida de los dos gorilas y la señora McCrory. Y entonces se hizo un silencio atronador.
Y en aquel silencio, la ira de Alice fue encendiéndose hasta estallar. Se acercó hasta su padre y le enfrentó la mirada. — ¿Y ya está? ¿No vas a hacer nada? ¿No lloras? ¿No gritas? ¿No destrozas cosas? — Alice… — Empezó su padre, con la voz cascada de un disco viejo. — ¡NO, ALICE, NADA! — Gritó ya, desesperada, señalándole con el dedo. — Todo esto es culpa tuya Y SOLO TUYA. — Yo no sé… — No, tú nunca sabes nada. — Dijo con desprecio. — Y todos tenemos la culpa de dejarte no saber nada. Pobre pobre William, qué triste está siempre… Y hemos dejado que hicieras tus maldita locuras e hicieras que nos quitaran a Dylan. Porque se lo han llevado, papá, y acabo de jurarle a tu hijo que voy a ir a buscarle y no tengo ni idea de cómo. Y todo esto por tu culpa, por lo que has hecho. Te lo dije, papá, TE LO DIJE. — Afiló los ojos y dirigió toda su bilis en lo siguiente que dijo. — Y mamá te lo dijo también. Cuando vienen, vienen a por lo que más quieres. ¡Y TÚ HAS DEJADO QUE VINIERAN A POR ÉL! — ¡Yo no sabía lo que iban a hacer! — ¡TE LO DIJE HACE UN AÑO! Te dije que vendrían de forma legal, que nos lo quitarían en nuestras narices y tú todo valiente “que lo intenten”. No lo han intentado, TE LO HAN QUITADO DEL TIRÓN Y NO HAS HECHO NADA. — Arnold se acercó a ella, tirando de su brazo. — Alice, no es… — ¡No, Arnold! Nos ha quitado a Dylan por su culpa, solo por su culpa. Y le habíamso advertido pero no ha servido de nada. —
Su padre se alejó dándole la espalda con las manos en los ojos. — Debí haber sido yo… Debí haber sido… — No. Siempre estás igual. Menos “debería haber sido yo” y más autocrítica. Tú lo que estás es loco, y tú y tu locura nos habéis arrastrado a esto. Te lo decían, te lo repetían, que ibas a quemarte con el sol, que te cuidaras que NOS CUIDARAS ¡A TUS HIJOS! Y tú siempre compadeciéndote de ti mismo. Tú y tu pena y tus ideas siempre por delante. Pues espero que las disfrutes ahora que no vas a tener nada. — William se giró, llorando y volvió hacia ella. — Alice, hija, lo siento, tanto, perdóname, por favor, yo… — ¡NO! — Gritó ya desesperada, sin poder controlar el llanto, echándose para atrás para que no la tocara. — ¡NO TE PERDONO! ¡NO TE VOY A PERDONAR! FUERA DE MI VISTA. — Notó cómo unos brazos la sujetaban, rodeándola, claramente con delicadeza, pero lo justo para frenarla. — ¡TE ODIO! — ¡Alice! — Le interpeló Arnold. — Tu padre acaba de ver cómo se llevan a su hijo. — ¡Y A ÉL LE HA DADO IGUAL! ¡ÉL Y SU MALDITO CUADRO! ¡SOLO LE IMPORTA ESO Y SUS RECUERDOS! Se enterró en vida cuando mi madre murió y nosotros le damos igual. — Eso no es cierto. — ¿NO? ¿Y QUÉ ESTÁ PASANDO? ¿DÓNDE ESTAMOS? ¿QUIÉN DEBÍA EVITAR QUE ESTO PASARA? — Se revolvió en los brazos de Marcus. — Yo no he cometido los crímenes que él pretendía cometer. Yo he cuidado de mi hermano y de mí misma todos estos años. Aquí hay solo un culpable y es él. — Y ya se echó a llorar sin poder evitarlo, sin poder pararlo, un llanto compulsivo, que le ahogaba y la hacía hiperventilar. — Suéltame, Marcus. — Balbuceó, ya como una niña desconsolada. — Dejadme irme a por él, dejadme irme con mi hermano… — Le fallaban las piernas y no podía respirar, no controlaba el llanto ni sus reacciones, no controlaba nada y se sentía ridícula porque la estuvieran viendo así e inútil porque no tenía ni idea de cómo continuar.
Y en aquel silencio, la ira de Alice fue encendiéndose hasta estallar. Se acercó hasta su padre y le enfrentó la mirada. — ¿Y ya está? ¿No vas a hacer nada? ¿No lloras? ¿No gritas? ¿No destrozas cosas? — Alice… — Empezó su padre, con la voz cascada de un disco viejo. — ¡NO, ALICE, NADA! — Gritó ya, desesperada, señalándole con el dedo. — Todo esto es culpa tuya Y SOLO TUYA. — Yo no sé… — No, tú nunca sabes nada. — Dijo con desprecio. — Y todos tenemos la culpa de dejarte no saber nada. Pobre pobre William, qué triste está siempre… Y hemos dejado que hicieras tus maldita locuras e hicieras que nos quitaran a Dylan. Porque se lo han llevado, papá, y acabo de jurarle a tu hijo que voy a ir a buscarle y no tengo ni idea de cómo. Y todo esto por tu culpa, por lo que has hecho. Te lo dije, papá, TE LO DIJE. — Afiló los ojos y dirigió toda su bilis en lo siguiente que dijo. — Y mamá te lo dijo también. Cuando vienen, vienen a por lo que más quieres. ¡Y TÚ HAS DEJADO QUE VINIERAN A POR ÉL! — ¡Yo no sabía lo que iban a hacer! — ¡TE LO DIJE HACE UN AÑO! Te dije que vendrían de forma legal, que nos lo quitarían en nuestras narices y tú todo valiente “que lo intenten”. No lo han intentado, TE LO HAN QUITADO DEL TIRÓN Y NO HAS HECHO NADA. — Arnold se acercó a ella, tirando de su brazo. — Alice, no es… — ¡No, Arnold! Nos ha quitado a Dylan por su culpa, solo por su culpa. Y le habíamso advertido pero no ha servido de nada. —
Su padre se alejó dándole la espalda con las manos en los ojos. — Debí haber sido yo… Debí haber sido… — No. Siempre estás igual. Menos “debería haber sido yo” y más autocrítica. Tú lo que estás es loco, y tú y tu locura nos habéis arrastrado a esto. Te lo decían, te lo repetían, que ibas a quemarte con el sol, que te cuidaras que NOS CUIDARAS ¡A TUS HIJOS! Y tú siempre compadeciéndote de ti mismo. Tú y tu pena y tus ideas siempre por delante. Pues espero que las disfrutes ahora que no vas a tener nada. — William se giró, llorando y volvió hacia ella. — Alice, hija, lo siento, tanto, perdóname, por favor, yo… — ¡NO! — Gritó ya desesperada, sin poder controlar el llanto, echándose para atrás para que no la tocara. — ¡NO TE PERDONO! ¡NO TE VOY A PERDONAR! FUERA DE MI VISTA. — Notó cómo unos brazos la sujetaban, rodeándola, claramente con delicadeza, pero lo justo para frenarla. — ¡TE ODIO! — ¡Alice! — Le interpeló Arnold. — Tu padre acaba de ver cómo se llevan a su hijo. — ¡Y A ÉL LE HA DADO IGUAL! ¡ÉL Y SU MALDITO CUADRO! ¡SOLO LE IMPORTA ESO Y SUS RECUERDOS! Se enterró en vida cuando mi madre murió y nosotros le damos igual. — Eso no es cierto. — ¿NO? ¿Y QUÉ ESTÁ PASANDO? ¿DÓNDE ESTAMOS? ¿QUIÉN DEBÍA EVITAR QUE ESTO PASARA? — Se revolvió en los brazos de Marcus. — Yo no he cometido los crímenes que él pretendía cometer. Yo he cuidado de mi hermano y de mí misma todos estos años. Aquí hay solo un culpable y es él. — Y ya se echó a llorar sin poder evitarlo, sin poder pararlo, un llanto compulsivo, que le ahogaba y la hacía hiperventilar. — Suéltame, Marcus. — Balbuceó, ya como una niña desconsolada. — Dejadme irme a por él, dejadme irme con mi hermano… — Le fallaban las piernas y no podía respirar, no controlaba el llanto ni sus reacciones, no controlaba nada y se sentía ridícula porque la estuvieran viendo así e inútil porque no tenía ni idea de cómo continuar.
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El largo vuelo Con Alice | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Mientras Dylan se despedía de Alice, volvió a limpiarse las lágrimas, sin poder alzar la cabeza, solo la mirada lo justo para verles. Aquello no podía estar pasando realmente. ¿Qué iban a hacer ahora? Le habían prometido que irían a por él, que no permitiría que se lo llevaran por mucho tiempo, pero... lo cierto era que no tenía ni idea de cómo hacerlo ni de por dónde empezar. Necesitaba preguntarle a su madre de inmediato. Pero... como ella no lo supiera... No, no, Emma tenía que saberlo. Marcus confiaba ciegamente en su padre, seguía siendo en el fondo un niño que pensaba que sus padres eran infalibles y lo sabían todo. Esperaba que así fuera, porque si no... se sentiría absolutamente perdido.
Y entonces, se fue. La bruja que agarró su mano se apareció, llevándoselo, dejando el hueco vacío, un silencio ensordecedor y una presión en el pecho de Marcus que le dificultaba respirar. Lo habían hecho, se habían llevado a Dylan... No era capaz ni de reaccionar, solo sintió otra lágrima caer mientras se sentía el peor referente del mundo. Dylan le había dicho en su cumpleaños que le sentía como a un padre, que era muy importante para él. En su propio cumpleaños, hacía apenas unos días, le había confiado que este fuera perfecto. Dylan le admiraba, le quería, quería seguir sus pasos, por momentos le idolatraba... Y él se había quedado allí parado mientras se lo llevaban, sin poder hacer nada. Sentía que se le rompía el corazón y que se odiaba a sí mismo por no haber estado a la altura, por no haber hecho nada, solo de pensar lo defraudado y solo que ese chico se sentiría ahora... claramente, el único que le echaba ahí la culpa era él mismo. Porque su novia, de repente y sin vérselo él venir, había transformado su tristeza en rabia. Y estaba arremetiendo contra quien consideraba el culpable.
Se quedó mirándola en shock, oyéndola gritar y arremeter contra William, con los ojos llenos de lágrimas y los labios entreabiertos. No podía reaccionar, casi ni estaba escuchando lo que decía, solo oía muchísimas palabras que iban a más velocidad de la que él podía procesar y que le sonaban atronadoras, porque Alice cada vez gritaba más. Estaba parado como un completo idiota, pero fue un movimiento de alguien que no era ni Alice ni William el que le hizo tomar conciencia de la realidad: su padre había tratado de tranquilizar a su novia, pero no consiguió mucho. Fue a partir de ahí cuando empezó a escuchar mejor lo que decía.
Que era su culpa. Que siempre decía lo mismo. Que estaba loco. - Alice... - Intentó decir, pero la voz le salió quebrada, y claramente su novia ni le oyó. Miró a Arnold, desesperado, con la respiración agitada. Su padre estaba frotándose la cara, quería parar a Alice pero no sabía cómo, al igual que él. Porque claro, ¿qué iban a decirle? ¿Que no tenía motivos para estar así? Claro que los tenía, pero... no podía arremeter contra William de esa manera. No dejes que se enfade con papá. Prométemelo, Marcus. Se llevó las manos a las sienes, cerrando los ojos y perdiendo más lágrimas, frotándose la frente y el pelo. La voz de Dylan se reproducía en su cabeza como si la estuviera oyendo ahora mismo. Ya había permitido que se lo llevasen, no podía traicionar su promesa cuando no hacía ni minutos que se había ido contra su voluntad y sin que Marcus hiciera nada.
Pero Alice estaba ya fuera de sí, y vio como le increpaba a su padre de esa forma que no le perdonaba, y como se dirigía hacia él como una furia. Automáticamente se dirigió a ella y la abrazó por la espalda, tratando de impedir que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse. - Mi amor, Alice. Alice, por favor, ya está. Ven conmigo. - No sabía qué hacer, qué decirle, y Alice ni le escuchaba, solo se revolvía en sus brazos. Lo último que quería era hacerle daño o que se sintiera amarrada, pero no podía permitir que arremetiera contra su padre de esa forma. Pero cuando la oyó decirle que le odiaba se le escapó un sollozo, y un ruego justo después. - Alice. Basta, ven conmigo. - Tenía que llevársela de allí, pero no le hacía caso. Su padre volvió a ponerse en medio, pero Alice tenía más fuerza que los dos juntos, porque pasó por encima de los argumentos de Arnold y solo se puso peor, y a Marcus le fallaban las fuerzas oyéndola así, por lo que también acabó zafándose de él, mientras lloraba con desconsuelo. Se rompía por dentro solo de verla así. Otra cosa que no había podido remediar que ocurriera.
Pero si a él le fallaban las fuerzas, a ella también. Apenas se zafó vio como empezaba a venirse abajo, por lo que la rodeó para ponerse frente a ella y puso sus brazos alrededor de los suyos. - Alice, cariño. Mírame. - Quizás no era buena idea, porque no estaba precisamente sereno. De hecho, Alice apenas podía dejar de llorar. - Vamos dentro. - Determinó, como si supiera lo que hacía. No tenía ni idea, pero necesitaba separar a Alice de William antes de que aquello fuera a peor. La rodeó con sus brazos y la recondujo hacia el interior de la casa, echándole a su padre una última mirada. Que él se quedara con William y Marcus con Alice hasta que ambos se relajaran, y luego... No tenía ni idea de lo que iban a hacer luego.
Entró con ella, sin soltarla, y la condujo hasta el salón. Se sentaron en el sofá y la miró. - Ya está, Alice. Estoy contigo. - Le dijo mientras acariciaba su pelo y la dejaba llorar, porque ¿qué iba a hacer? ¿Decirle que no llorara? No era el más indicado. Él mismo estaba deshecho, con la cara llena de lágrimas, y si ese no era un motivo para llorar no sabía cuál podía ser. No podía pedir imposibles. Sollozó levemente, sin dejar de acariciarla. No se le ocurría nada útil que hacer, pero lo intentó al menos. - Vamos... voy a... Te voy a preparar una poción relajante. Eh, mi amor... Alice... - Tragó saliva. No dejaba de llorar desconsolada. - Voy a preparártela... y ahora vengo... ¿Vale? - Pero no llegó a levantarse. Solo se quedó mirándola... y se abrazó con fuerza a ella, rompiendo él también a llorar. - Lo siento... lo siento, Alice. - Por no haber hecho nada, por no haber podido evitarlo. Porque se les hubiera roto la felicidad tan pronto.
Y entonces, se fue. La bruja que agarró su mano se apareció, llevándoselo, dejando el hueco vacío, un silencio ensordecedor y una presión en el pecho de Marcus que le dificultaba respirar. Lo habían hecho, se habían llevado a Dylan... No era capaz ni de reaccionar, solo sintió otra lágrima caer mientras se sentía el peor referente del mundo. Dylan le había dicho en su cumpleaños que le sentía como a un padre, que era muy importante para él. En su propio cumpleaños, hacía apenas unos días, le había confiado que este fuera perfecto. Dylan le admiraba, le quería, quería seguir sus pasos, por momentos le idolatraba... Y él se había quedado allí parado mientras se lo llevaban, sin poder hacer nada. Sentía que se le rompía el corazón y que se odiaba a sí mismo por no haber estado a la altura, por no haber hecho nada, solo de pensar lo defraudado y solo que ese chico se sentiría ahora... claramente, el único que le echaba ahí la culpa era él mismo. Porque su novia, de repente y sin vérselo él venir, había transformado su tristeza en rabia. Y estaba arremetiendo contra quien consideraba el culpable.
Se quedó mirándola en shock, oyéndola gritar y arremeter contra William, con los ojos llenos de lágrimas y los labios entreabiertos. No podía reaccionar, casi ni estaba escuchando lo que decía, solo oía muchísimas palabras que iban a más velocidad de la que él podía procesar y que le sonaban atronadoras, porque Alice cada vez gritaba más. Estaba parado como un completo idiota, pero fue un movimiento de alguien que no era ni Alice ni William el que le hizo tomar conciencia de la realidad: su padre había tratado de tranquilizar a su novia, pero no consiguió mucho. Fue a partir de ahí cuando empezó a escuchar mejor lo que decía.
Que era su culpa. Que siempre decía lo mismo. Que estaba loco. - Alice... - Intentó decir, pero la voz le salió quebrada, y claramente su novia ni le oyó. Miró a Arnold, desesperado, con la respiración agitada. Su padre estaba frotándose la cara, quería parar a Alice pero no sabía cómo, al igual que él. Porque claro, ¿qué iban a decirle? ¿Que no tenía motivos para estar así? Claro que los tenía, pero... no podía arremeter contra William de esa manera. No dejes que se enfade con papá. Prométemelo, Marcus. Se llevó las manos a las sienes, cerrando los ojos y perdiendo más lágrimas, frotándose la frente y el pelo. La voz de Dylan se reproducía en su cabeza como si la estuviera oyendo ahora mismo. Ya había permitido que se lo llevasen, no podía traicionar su promesa cuando no hacía ni minutos que se había ido contra su voluntad y sin que Marcus hiciera nada.
Pero Alice estaba ya fuera de sí, y vio como le increpaba a su padre de esa forma que no le perdonaba, y como se dirigía hacia él como una furia. Automáticamente se dirigió a ella y la abrazó por la espalda, tratando de impedir que hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse. - Mi amor, Alice. Alice, por favor, ya está. Ven conmigo. - No sabía qué hacer, qué decirle, y Alice ni le escuchaba, solo se revolvía en sus brazos. Lo último que quería era hacerle daño o que se sintiera amarrada, pero no podía permitir que arremetiera contra su padre de esa forma. Pero cuando la oyó decirle que le odiaba se le escapó un sollozo, y un ruego justo después. - Alice. Basta, ven conmigo. - Tenía que llevársela de allí, pero no le hacía caso. Su padre volvió a ponerse en medio, pero Alice tenía más fuerza que los dos juntos, porque pasó por encima de los argumentos de Arnold y solo se puso peor, y a Marcus le fallaban las fuerzas oyéndola así, por lo que también acabó zafándose de él, mientras lloraba con desconsuelo. Se rompía por dentro solo de verla así. Otra cosa que no había podido remediar que ocurriera.
Pero si a él le fallaban las fuerzas, a ella también. Apenas se zafó vio como empezaba a venirse abajo, por lo que la rodeó para ponerse frente a ella y puso sus brazos alrededor de los suyos. - Alice, cariño. Mírame. - Quizás no era buena idea, porque no estaba precisamente sereno. De hecho, Alice apenas podía dejar de llorar. - Vamos dentro. - Determinó, como si supiera lo que hacía. No tenía ni idea, pero necesitaba separar a Alice de William antes de que aquello fuera a peor. La rodeó con sus brazos y la recondujo hacia el interior de la casa, echándole a su padre una última mirada. Que él se quedara con William y Marcus con Alice hasta que ambos se relajaran, y luego... No tenía ni idea de lo que iban a hacer luego.
Entró con ella, sin soltarla, y la condujo hasta el salón. Se sentaron en el sofá y la miró. - Ya está, Alice. Estoy contigo. - Le dijo mientras acariciaba su pelo y la dejaba llorar, porque ¿qué iba a hacer? ¿Decirle que no llorara? No era el más indicado. Él mismo estaba deshecho, con la cara llena de lágrimas, y si ese no era un motivo para llorar no sabía cuál podía ser. No podía pedir imposibles. Sollozó levemente, sin dejar de acariciarla. No se le ocurría nada útil que hacer, pero lo intentó al menos. - Vamos... voy a... Te voy a preparar una poción relajante. Eh, mi amor... Alice... - Tragó saliva. No dejaba de llorar desconsolada. - Voy a preparártela... y ahora vengo... ¿Vale? - Pero no llegó a levantarse. Solo se quedó mirándola... y se abrazó con fuerza a ella, rompiendo él también a llorar. - Lo siento... lo siento, Alice. - Por no haber hecho nada, por no haber podido evitarlo. Porque se les hubiera roto la felicidad tan pronto.
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El largo vuelo Con Marcus | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Casi no podía ni escuchar a Marcus. Se estaba dirigiendo a ella, pero Alice solo podía repetir en su cabeza una y otra vez los últimos momentos con su hermano, que no sabía cuánto tardarían en repetirse. Pero Marcus la estaba conduciendo hacia dentro, y dentro de la poca racionalidad que le quedaba, ella nunca se resistiría a Marcus. Se dejó llevar a dentro y se dejó sentar en el sofá. Aquella mañana, sin ir más lejos, habían desayunado allí, los tres, y ella se había reído de las ideas de su padre para el riego, y cómo había intentado gastarle una broma a Arnold con la complicidad de Dylan, y su niño, tan bueno, no había querido hacerla. Ella solo estaba preocupada por la habitación, por conseguir cinco minutos a solas con Marcus… ¿Qué había pasado? ¿Podía realmente deshacerse todo con esa facilidad?
Dejó que su novio la abrazara y la acariciara, mientras sentía que también estaba llorando, y le estaba diciendo algo, pero solo le llegó la información de que se iba a hacer algo. Y sin darse cuenta, se agarró con desesperación a sus brazos y la camiseta. — ¡NO! No, no, no, no, por favor, quédate conmigo, Marcus, quédate conmigo, no me dejes aquí, Marcus, no puedo… — Y el llanto le cortó las palabras. Un llanto con el que acabó hiperventilando, sintiendo que se ahogaba, haciéndola toser, con la sensación misma de que tenía una bola en la garganta que le obstruía. — No puedo… No puedo… — Trató de tomar aire más fuerte y al final algo sintió pasar, pero le palpitaba la cabeza y sentía agujas en el pecho. — Marcus, no puedo respirar. — Y en el peor momento, se acordó de los últimos días de su madre, sintiendo que se ahogaba, como en sus pesadillas.
Al final, sintió que Marcus seguía allí a su lado, y ella podía respirar un poco mejor y tomó tierra. — ¿Cómo ha podido pasarnos esto? — Se llevó una mano a la cara, pero con la otra siguió apretando a Marcus. — Por favor no te separes de mí, no podría soportarlo, eres lo único que me queda, Marcus… — Dijo entre lágrimas, hipando, casi sin poder hablar. Y entonces cayó en la cuenta. — ¿Cómo voy a decírselo a mi abuelo? El abuelo Robert… No lo va a soportar. Y… ¿dónde está mi tata? Alguien tiene que decírselo a mi tata… — Volvió a sollozar desconsolada. — Todos van a pensar que lo he perdido, que no he hecho nada por mi niño, por mi pobre patito. — Ya sí se tapó la cara con las manos y se dejó caer en el respaldo del sofá. — ¿Pero qué va a hacer mi niño en América con esa gente? No le van a tratar bien, va a sufrir, como sufrió mi pobre madre… ¿Qué vamos a hacer? — Estaba en un bucle del que no podía salir, era como estar en un cuarto oscuro, sin luz ni puerta, que cada vez se hacía más pequeño.
Dejó que su novio la abrazara y la acariciara, mientras sentía que también estaba llorando, y le estaba diciendo algo, pero solo le llegó la información de que se iba a hacer algo. Y sin darse cuenta, se agarró con desesperación a sus brazos y la camiseta. — ¡NO! No, no, no, no, por favor, quédate conmigo, Marcus, quédate conmigo, no me dejes aquí, Marcus, no puedo… — Y el llanto le cortó las palabras. Un llanto con el que acabó hiperventilando, sintiendo que se ahogaba, haciéndola toser, con la sensación misma de que tenía una bola en la garganta que le obstruía. — No puedo… No puedo… — Trató de tomar aire más fuerte y al final algo sintió pasar, pero le palpitaba la cabeza y sentía agujas en el pecho. — Marcus, no puedo respirar. — Y en el peor momento, se acordó de los últimos días de su madre, sintiendo que se ahogaba, como en sus pesadillas.
Al final, sintió que Marcus seguía allí a su lado, y ella podía respirar un poco mejor y tomó tierra. — ¿Cómo ha podido pasarnos esto? — Se llevó una mano a la cara, pero con la otra siguió apretando a Marcus. — Por favor no te separes de mí, no podría soportarlo, eres lo único que me queda, Marcus… — Dijo entre lágrimas, hipando, casi sin poder hablar. Y entonces cayó en la cuenta. — ¿Cómo voy a decírselo a mi abuelo? El abuelo Robert… No lo va a soportar. Y… ¿dónde está mi tata? Alguien tiene que decírselo a mi tata… — Volvió a sollozar desconsolada. — Todos van a pensar que lo he perdido, que no he hecho nada por mi niño, por mi pobre patito. — Ya sí se tapó la cara con las manos y se dejó caer en el respaldo del sofá. — ¿Pero qué va a hacer mi niño en América con esa gente? No le van a tratar bien, va a sufrir, como sufrió mi pobre madre… ¿Qué vamos a hacer? — Estaba en un bucle del que no podía salir, era como estar en un cuarto oscuro, sin luz ni puerta, que cada vez se hacía más pequeño.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ay, los retitos
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El largo vuelo Con Alice | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Esa manera en la que Alice se agarró desesperadamente a él le partió el corazón. - No, no, mi amor, claro que no me voy. - Trató de calmarla. Él tampoco estaba especialmente lúcido a la hora de responder. - Es solo... necesitas calmarte, te hago la poción, tardo un segundo. - Pero no, Alice estaba poniéndose aún peor solo ante la perspectiva de que se alejara, por lo que la abrazó con aún más fuerza, acercándose a ella en el sofá y dejando un beso en su pelo, entre lágrimas. - No me voy. No me voy, Alice, te lo prometo. - Ahí se pensaba quedar hasta que vieran a Dylan entrar por la puerta si Alice así se lo pedía.
Pero en lo que la abrazaba, Alice dijo que no podía respirar, así que la soltó y la condujo a apoyarse en el respaldo, para darle más espacio. - Alice, tranquila. Estoy contigo, mi amor. Intenta calmarte. - No estaba diciendo absolutamente nada útil, de hecho él mismo no paraba de llorar, y se estaba agobiando. Dios, cómo podía estar siendo TAN inútil esa mañana. Alice no dejaba de aferrarse a él y Marcus no tenía ni idea de qué decir ni hacer para que se relajara. Sabía lo que Alice necesitaba para relajarse: tener a Dylan allí. Eso no se lo podía dar, y había entrado en bloqueo. Si no podía darle eso, era absurdo darle nada. Nada iba a tener efecto.
Sus palabras hicieron que se le derramaran más lágrimas, las cuales se limpió con la manga mientras simplemente escuchaba y le acariciaba el pelo. Negó con la cabeza a lo que con más seguridad podía rebatir. - Tú no lo has perdido, Alice. Tú has hecho todo lo que podías y has sido la mejor hermana del mundo. Esto ha sido un error y lo vamos a reparar, te lo aseguro. - Y esa pregunta: ¿qué va a hacer Dylan en América? ¿Qué iban a hacer ellos? Marcus odiaba no tener respuesta para las preguntas. Y para esas estaba absolutamente en blando.
Su padre se asomó al salón, con la expresión consternada, y Marcus, sin dejar de estar pegado a Alice y rodeándola con sus brazos, sin apretarla para no agobiarla, le miró. El hombre dijo con voz tenue. - Marcus, ven un momento. - Claramente en un tono que no quería alterar a la chica pero que mostraba la importancia. Pero Marcus abrió los ojos casi asustado y negó levemente con la cabeza, como si fuera un animal acorralado. Al menos su padre captó la señal: no quería soltar a Alice, no podía dejarla sola, estaba destrozada. El hombre soltó aire por la boca y entró, arrodillándose junto a ella. - Alice. Mi niña, escúchame. Entiendo cómo te sientes pero necesito que me escuches, vale. - Le dijo, agarrando una de las manos de ella y alzándole la barbilla con suavidad, limpiándole algunas lágrimas. - Este momento es muy duro, pero tenemos que hacer un pequeño esfuerzo más. Tú eres una de las mujeres más inteligentes que conozco, sé que sabes que tienes que hacerme caso. Te prometo que no te voy a pedir demasiado, pero necesito que hagas lo que te pido. Todos queremos recuperar a Dylan pero tenemos que hacer las cosas bien, sin entrar en desesperación, ¿de acuerdo? - Marcus estaba temblando, y de nuevo allí parado como un pasmarote, con los labios entreabiertos, la respiración agitada y las lágrimas cayéndose solas. Pero más le valía al menos escuchar las instrucciones de su padre, ya que no se le ocurría algo a él espontáneamente.
- Ahora mismo es con Marcus con quien mejor puedes estar, así que os vais a ir los dos para nuestra casa, ¿de acuerdo? Pero primero, tienes que subir a tu cuarto a recoger algunas cosas, por si tienes que pasar un par de días. No te preocupes, no vas a estar al margen en ningún momento, pero allí vas a estar más tranquila. Yo me ocupo de avisar a tus abuelos, tu padre no estará solo. - Volvió a acariciar su pelo con cariño y le dijo. - Sube a tu cuarto y coge lo que necesites. No estás sola, Alice, Marcus te espera aquí abajo. - En otras palabras: quería hablar a solas con él, de lo contrario la habría dejado subir con ella. Se separaron con reticencias, pero le devolvió a su novia una mirada de complicidad, de tranquilidad dentro de su propia agitación. No me voy a ninguna parte sin ti, quería decirle. Finalmente, Alice accedió y subió a su cuarto.
Arnold esperó a que desapareciera para darle a Marcus unas directrices muy claras y en un tono que, si bien trataba de sonar tranquilo, era indudablemente firme. - Me voy con William a casa de Helena y Robert para que él no se quede aquí solo, y así les aviso personalmente. De allí me iré a buscar a tu madre para ponerla al día. Lex está en casa, quedaros allí con él hasta que nosotros lleguemos. Si necesitamos algo, os avisaremos. Si no os decimos nada, es porque no hay novedades. Intentad quedaros en casa y tranquilos, no hagáis nada sin contárnoslo primero a nosotros. ¿De acuerdo? - Marcus asintió. Aquello sonaba como si sus padres contaran con la posibilidad de estar tan ocupados que podrían pasarse días sin pisar la casa. Dudaba que fuera así, pero sintió un vacío en el estómago ante la magnitud de la situación en la que estaban. - Hay dos cosas que sí quiero que hagas. Es muy importante que hagas las dos, sí o sí. Esas dos y ninguna otra más. - Marcus asintió, asustado. - Envía tu patronus a tu tía Erin, probablemente esté con Violet o sepa dónde localizarla. Ya sabes que los patronus de emergencia deben contener mensajes muy concisos, elige bien tus palabras. Hazlo nada más llegar a casa, en un entorno tranquilo, sin Alice delante para no alterarla más o que el mensaje sea confuso. Dile que tiene que venir inmediatamente a casa de sus padres. - Marcus volvió a asentir. Nunca había enviado un patronus de emergencia, pero confiaba en hacerlo bien. Ahora solo le faltaba la segunda petición.
Su padre miró a la puerta y, comprobando que Alice aún no bajaba, se acercó a él. - Tienes localizado en casa el armario de las pócimas curativas y los medicamentos ¿verdad? - Marcus asintió, extrañado. - Tiene un doble fondo. Detrás, hay algunos tarros de pociones más delicadas. - Parpadeó. Se acababa de enterar de que eso existía en su casa. - Coge un tarro de "poción sedante", es un vial pequeño. Vuélcalo en un vaso de agua y dile que es una poción para que se tranquilice. - ¿¿Quieres que mienta a Alice?? - Quiero que se calme, Marcus. Le va a dar algo y está sufriendo muchísimo. - ¿Qué hace esa poción? - Preguntó, como si temiera que tuviera algún efecto extraño. Arnold contestó, sin embargo, con toda la tranquilidad del mundo. - La mantendrá dormida durante al menos cinco horas. Lo va a agradecer, todos lo vamos a agradecer, necesitamos serenarnos para afrontar esto. - El hombre echó aire por la boca. - Con dos niños en casa, como tú comprenderás, no podemos tener ciertas pociones a la vista. Pero bueno, ya sabes dónde están en caso de emergencia. - Pues sí que había tardado en decírselo.
- ¿Dónde está William ahora? - Preguntó, porque mucho tiempo llevaba solo, de hecho se tensó y miró hacia la puerta. - Se está tomando una poción tranquilizante en la cocina. A él no lo puedo dormir, no por ahora, pero al menos lo puedo intentar calmar. - Marcus más que nervioso le veía en shock, pero bueno. Su padre le puso una mano en el hombro. - Marcus, esto nos va a costar a todos, créeme que también me estoy diciendo esto a mí mismo, pero tenemos que intentar mantener la calma ¿de acuerdo? - Marcus asintió, pero tuvo que limpiarse más lágrimas con la manga. - Estoy aterrado. - Lo sé. - Su padre le atrajo hacia sí, le dio un beso en la frente y le dijo. - Ve a por Alice, haz lo que te he dicho y... Explícaselo bien a tu hermano. Os va a detectar nada más llegar. - Sí, sí, tranquilo. - Uf, Lex. Tal y como estaban de alterados, efectivamente, le iban a llegar sus pensamientos como flechas de fuego a la cabeza tan pronto se aparecieran por el jardín. Y Lex apreciaba mucho a Dylan. No estaba seguro de poder gestionar otro drama.
Fue a buscar a Alice, pero ella ya estaba bajando las escaleras cuando Marcus y Arnold salían del salón. - Idos a casa. Allí estaréis bien. - Dijo su padre, y el mensaje no dejaba lugar a dudas: idos ya. Marcus le miró. ¿Se iban... sin despedirse de William? ¿Tal y como estaban las cosas? Pero Arnold debió considerar que no era buena idea, y Alice seguía muy alterada, así que... sí, mejor se iban ya. Salieron al jardín y Marcus la abrazó con fuerza. - No te sueltes ¿vale? - Le dio un beso en la frente y, en un pestañeo, desaparecieron de allí.
Aparecieron en la verja de su casa y, tal y como imaginaba, llamaron la atención de Lex en el acto. Todavía no estaban abriendo la valla de la entrada cuando el chico apareció por un lateral a grandes zancadas y con cara de preocupación. Su hermano había aprovechado que estaba solo en casa para entrenar en el jardín, y ahora se acercaba a ellos aún con la quaffle en la mano y una expresión de preocupación alarmante, y había dejado la escoba por ahí tirada. Marcus le miró, con los ojos llenos de lágrimas y derrota. Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan, pensó, aprovechando que para darle a Lex la información no hacía falta hablar. El rostro de Lex se demudó por completo, abriendo mucho los ojos, dejando caer la quaffle y mirando a Alice. - Vamos al salón. - Dijo Marcus intentando sonar lo más tranquilo posible. Lex se adelantó rápidamente para abrir la puerta y dejarles paso, y los dos entraron.
Sentó a Alice en el sofá y Lex se sentó a su lado, mirando a ambos de hito en hito, sin decir nada y claramente preocupado. Parpadeaba mucho y fruncía el ceño: hacía eso cuando le dolía la cabeza o no podía controlar los pensamientos que se le colaban. La cabeza de Marcus y la de Alice ahora mismo tenía que ser un campo de guerra para él. - Mi amor. - Le susurró, arrodillándose frente a ella y tomando sus manos, dejando en estas un beso. - Mi amor, ya estás aquí, ya has oído a mi padre ¿vale? No voy a separarme de ti ni un instante, te lo juro. - Volvió a besar sus manos, sin dejar de mirarla. - Pero estás muy nerviosa. Deja que te traiga una poción, no solucionamos nada así. Te vas a encontrar un poco más tranquila, y con tranquilidad podremos pensar mejor. - Estoy siguiendo instrucciones de papá, le lanzó a Lex, y este le miró, casi asustado. Marcus, en cambio, no dejaba de mirar a Alice. - Voy un segundo a preparártela, Lex se queda contigo. Estás bien, estás a salvo, estás con nosotros. Vuelvo en un minuto. - Dejó otro beso en sus manos y, con todo el dolor de su corazón, se levantó, dirigiéndole una última mirada a su hermano que quería implorarle que cuidara de ella en su breve ausencia, y se fue.
Entró en la cocina y se apoyó en la encimera, donde respiró profundamente y trató de controlar su respiración, aunque le atacó un sollozo. Lo controló como pudo y se limpió las lágrimas, dando varias respiraciones. Tenía dos misiones y, cuanto antes las cumpliera, mejor. Sacó la varita y, sorbiendo y limpiándose las lágrimas una última vez, apuntó a un lugar indeterminado y comenzó a moverla en movimientos circulares mientras pensaba. La Provenza. Las perseidas. La Sala de los Menesteres. El dieciséis de enero. Nuestra graduación... El cumpleaños de Dylan. Se le cayó otra lágrima, pero aquellos eran los recuerdos más felices que venían en esos momentos a su mente. Cuando el humo plateado comenzó a formarse, narró su mensaje en voz alta. - Necesitamos a Violet en casa de sus padres. Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan. Alice está conmigo. Venid cuanto antes. - Los círculos plateados eran cada vez más densos. El mensaje estaba redactado, ya solo faltaba enviarlo. La Provenza. Las perseidas. La Sala de los Menesteres. EL dieciséis de enero. Nuestra graduación. El cumpleaños de Dylan. - ¡Expecto Patronum! - El occamy salió de la varita, haciéndose más y más grande a medida que describía los círculos que Marcus había trazado repetidamente con su varita en el aire, y tras emitir un tenue chillido se llevó su mensaje, saliendo por la ventana y alejándose en el horizonte.
Soltó aire por la boca, viendo como se marchaba. Primer cometido realizado. Se guardó la varita en el bolsillo y se dirigió al pequeño armario de las pócimas que había en la cocina. Lo despejó y, efectivamente, comprobó que detrás había un doble fondo. Sacó la tabla que lo tapaba y parpadeó: antídoto para fuertes venenos, pociones purgativas para atragantamientos, ¿¿veritaserum?? ¿¿Tenían veritaserum en casa?? Le recurrió un escalofrío, eso seguro que era cosa de Emma. Calmante mental... recordaba ese tarro color purpúreo... Eso se lo daban a Lex de pequeños. Oh, Dios, se estaba dando cuenta de que era un ignorante en su propia casa. Antídoto para quemaduras graves, crecehuesos... y, por supuesto, varias contraceptivas. Pero Marcus iba a por una en concreto: la poción sedante. Tenían tres tarros y era la primera vez que los veía, lo tendrían para casos de emergencia aunque, por fortuna, no parecía que lo usaran a menudo. Volvió a cerrar el armario y vertió el contenido del vial en un vaso, mezclándolo con un poco de agua. Tomó aire. Lo que le faltaba a Alice era sentirse traicionada por él, cuando se despertara le iba a matar... pero necesitaba relajarse, ahí estaba con su padre.
Volvió al salón y se colocó al otro lado de ella, sentado en el sofá. - Toma. - Agarró una de sus manos y la apretó con fuerza, mirándola con un velo de pena. No me lo tengas en cuenta, mi amor, por favor. Te quiero con mi vida, solo intento ayudarte. Se excusó mentalmente. Por fuera, trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora y le dijo. - Necesitas relajarte un poco. Te va a sentar bien... yo no voy a moverme de tu lado. Te lo prometo. -
Pero en lo que la abrazaba, Alice dijo que no podía respirar, así que la soltó y la condujo a apoyarse en el respaldo, para darle más espacio. - Alice, tranquila. Estoy contigo, mi amor. Intenta calmarte. - No estaba diciendo absolutamente nada útil, de hecho él mismo no paraba de llorar, y se estaba agobiando. Dios, cómo podía estar siendo TAN inútil esa mañana. Alice no dejaba de aferrarse a él y Marcus no tenía ni idea de qué decir ni hacer para que se relajara. Sabía lo que Alice necesitaba para relajarse: tener a Dylan allí. Eso no se lo podía dar, y había entrado en bloqueo. Si no podía darle eso, era absurdo darle nada. Nada iba a tener efecto.
Sus palabras hicieron que se le derramaran más lágrimas, las cuales se limpió con la manga mientras simplemente escuchaba y le acariciaba el pelo. Negó con la cabeza a lo que con más seguridad podía rebatir. - Tú no lo has perdido, Alice. Tú has hecho todo lo que podías y has sido la mejor hermana del mundo. Esto ha sido un error y lo vamos a reparar, te lo aseguro. - Y esa pregunta: ¿qué va a hacer Dylan en América? ¿Qué iban a hacer ellos? Marcus odiaba no tener respuesta para las preguntas. Y para esas estaba absolutamente en blando.
Su padre se asomó al salón, con la expresión consternada, y Marcus, sin dejar de estar pegado a Alice y rodeándola con sus brazos, sin apretarla para no agobiarla, le miró. El hombre dijo con voz tenue. - Marcus, ven un momento. - Claramente en un tono que no quería alterar a la chica pero que mostraba la importancia. Pero Marcus abrió los ojos casi asustado y negó levemente con la cabeza, como si fuera un animal acorralado. Al menos su padre captó la señal: no quería soltar a Alice, no podía dejarla sola, estaba destrozada. El hombre soltó aire por la boca y entró, arrodillándose junto a ella. - Alice. Mi niña, escúchame. Entiendo cómo te sientes pero necesito que me escuches, vale. - Le dijo, agarrando una de las manos de ella y alzándole la barbilla con suavidad, limpiándole algunas lágrimas. - Este momento es muy duro, pero tenemos que hacer un pequeño esfuerzo más. Tú eres una de las mujeres más inteligentes que conozco, sé que sabes que tienes que hacerme caso. Te prometo que no te voy a pedir demasiado, pero necesito que hagas lo que te pido. Todos queremos recuperar a Dylan pero tenemos que hacer las cosas bien, sin entrar en desesperación, ¿de acuerdo? - Marcus estaba temblando, y de nuevo allí parado como un pasmarote, con los labios entreabiertos, la respiración agitada y las lágrimas cayéndose solas. Pero más le valía al menos escuchar las instrucciones de su padre, ya que no se le ocurría algo a él espontáneamente.
- Ahora mismo es con Marcus con quien mejor puedes estar, así que os vais a ir los dos para nuestra casa, ¿de acuerdo? Pero primero, tienes que subir a tu cuarto a recoger algunas cosas, por si tienes que pasar un par de días. No te preocupes, no vas a estar al margen en ningún momento, pero allí vas a estar más tranquila. Yo me ocupo de avisar a tus abuelos, tu padre no estará solo. - Volvió a acariciar su pelo con cariño y le dijo. - Sube a tu cuarto y coge lo que necesites. No estás sola, Alice, Marcus te espera aquí abajo. - En otras palabras: quería hablar a solas con él, de lo contrario la habría dejado subir con ella. Se separaron con reticencias, pero le devolvió a su novia una mirada de complicidad, de tranquilidad dentro de su propia agitación. No me voy a ninguna parte sin ti, quería decirle. Finalmente, Alice accedió y subió a su cuarto.
Arnold esperó a que desapareciera para darle a Marcus unas directrices muy claras y en un tono que, si bien trataba de sonar tranquilo, era indudablemente firme. - Me voy con William a casa de Helena y Robert para que él no se quede aquí solo, y así les aviso personalmente. De allí me iré a buscar a tu madre para ponerla al día. Lex está en casa, quedaros allí con él hasta que nosotros lleguemos. Si necesitamos algo, os avisaremos. Si no os decimos nada, es porque no hay novedades. Intentad quedaros en casa y tranquilos, no hagáis nada sin contárnoslo primero a nosotros. ¿De acuerdo? - Marcus asintió. Aquello sonaba como si sus padres contaran con la posibilidad de estar tan ocupados que podrían pasarse días sin pisar la casa. Dudaba que fuera así, pero sintió un vacío en el estómago ante la magnitud de la situación en la que estaban. - Hay dos cosas que sí quiero que hagas. Es muy importante que hagas las dos, sí o sí. Esas dos y ninguna otra más. - Marcus asintió, asustado. - Envía tu patronus a tu tía Erin, probablemente esté con Violet o sepa dónde localizarla. Ya sabes que los patronus de emergencia deben contener mensajes muy concisos, elige bien tus palabras. Hazlo nada más llegar a casa, en un entorno tranquilo, sin Alice delante para no alterarla más o que el mensaje sea confuso. Dile que tiene que venir inmediatamente a casa de sus padres. - Marcus volvió a asentir. Nunca había enviado un patronus de emergencia, pero confiaba en hacerlo bien. Ahora solo le faltaba la segunda petición.
Su padre miró a la puerta y, comprobando que Alice aún no bajaba, se acercó a él. - Tienes localizado en casa el armario de las pócimas curativas y los medicamentos ¿verdad? - Marcus asintió, extrañado. - Tiene un doble fondo. Detrás, hay algunos tarros de pociones más delicadas. - Parpadeó. Se acababa de enterar de que eso existía en su casa. - Coge un tarro de "poción sedante", es un vial pequeño. Vuélcalo en un vaso de agua y dile que es una poción para que se tranquilice. - ¿¿Quieres que mienta a Alice?? - Quiero que se calme, Marcus. Le va a dar algo y está sufriendo muchísimo. - ¿Qué hace esa poción? - Preguntó, como si temiera que tuviera algún efecto extraño. Arnold contestó, sin embargo, con toda la tranquilidad del mundo. - La mantendrá dormida durante al menos cinco horas. Lo va a agradecer, todos lo vamos a agradecer, necesitamos serenarnos para afrontar esto. - El hombre echó aire por la boca. - Con dos niños en casa, como tú comprenderás, no podemos tener ciertas pociones a la vista. Pero bueno, ya sabes dónde están en caso de emergencia. - Pues sí que había tardado en decírselo.
- ¿Dónde está William ahora? - Preguntó, porque mucho tiempo llevaba solo, de hecho se tensó y miró hacia la puerta. - Se está tomando una poción tranquilizante en la cocina. A él no lo puedo dormir, no por ahora, pero al menos lo puedo intentar calmar. - Marcus más que nervioso le veía en shock, pero bueno. Su padre le puso una mano en el hombro. - Marcus, esto nos va a costar a todos, créeme que también me estoy diciendo esto a mí mismo, pero tenemos que intentar mantener la calma ¿de acuerdo? - Marcus asintió, pero tuvo que limpiarse más lágrimas con la manga. - Estoy aterrado. - Lo sé. - Su padre le atrajo hacia sí, le dio un beso en la frente y le dijo. - Ve a por Alice, haz lo que te he dicho y... Explícaselo bien a tu hermano. Os va a detectar nada más llegar. - Sí, sí, tranquilo. - Uf, Lex. Tal y como estaban de alterados, efectivamente, le iban a llegar sus pensamientos como flechas de fuego a la cabeza tan pronto se aparecieran por el jardín. Y Lex apreciaba mucho a Dylan. No estaba seguro de poder gestionar otro drama.
Fue a buscar a Alice, pero ella ya estaba bajando las escaleras cuando Marcus y Arnold salían del salón. - Idos a casa. Allí estaréis bien. - Dijo su padre, y el mensaje no dejaba lugar a dudas: idos ya. Marcus le miró. ¿Se iban... sin despedirse de William? ¿Tal y como estaban las cosas? Pero Arnold debió considerar que no era buena idea, y Alice seguía muy alterada, así que... sí, mejor se iban ya. Salieron al jardín y Marcus la abrazó con fuerza. - No te sueltes ¿vale? - Le dio un beso en la frente y, en un pestañeo, desaparecieron de allí.
Aparecieron en la verja de su casa y, tal y como imaginaba, llamaron la atención de Lex en el acto. Todavía no estaban abriendo la valla de la entrada cuando el chico apareció por un lateral a grandes zancadas y con cara de preocupación. Su hermano había aprovechado que estaba solo en casa para entrenar en el jardín, y ahora se acercaba a ellos aún con la quaffle en la mano y una expresión de preocupación alarmante, y había dejado la escoba por ahí tirada. Marcus le miró, con los ojos llenos de lágrimas y derrota. Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan, pensó, aprovechando que para darle a Lex la información no hacía falta hablar. El rostro de Lex se demudó por completo, abriendo mucho los ojos, dejando caer la quaffle y mirando a Alice. - Vamos al salón. - Dijo Marcus intentando sonar lo más tranquilo posible. Lex se adelantó rápidamente para abrir la puerta y dejarles paso, y los dos entraron.
Sentó a Alice en el sofá y Lex se sentó a su lado, mirando a ambos de hito en hito, sin decir nada y claramente preocupado. Parpadeaba mucho y fruncía el ceño: hacía eso cuando le dolía la cabeza o no podía controlar los pensamientos que se le colaban. La cabeza de Marcus y la de Alice ahora mismo tenía que ser un campo de guerra para él. - Mi amor. - Le susurró, arrodillándose frente a ella y tomando sus manos, dejando en estas un beso. - Mi amor, ya estás aquí, ya has oído a mi padre ¿vale? No voy a separarme de ti ni un instante, te lo juro. - Volvió a besar sus manos, sin dejar de mirarla. - Pero estás muy nerviosa. Deja que te traiga una poción, no solucionamos nada así. Te vas a encontrar un poco más tranquila, y con tranquilidad podremos pensar mejor. - Estoy siguiendo instrucciones de papá, le lanzó a Lex, y este le miró, casi asustado. Marcus, en cambio, no dejaba de mirar a Alice. - Voy un segundo a preparártela, Lex se queda contigo. Estás bien, estás a salvo, estás con nosotros. Vuelvo en un minuto. - Dejó otro beso en sus manos y, con todo el dolor de su corazón, se levantó, dirigiéndole una última mirada a su hermano que quería implorarle que cuidara de ella en su breve ausencia, y se fue.
Entró en la cocina y se apoyó en la encimera, donde respiró profundamente y trató de controlar su respiración, aunque le atacó un sollozo. Lo controló como pudo y se limpió las lágrimas, dando varias respiraciones. Tenía dos misiones y, cuanto antes las cumpliera, mejor. Sacó la varita y, sorbiendo y limpiándose las lágrimas una última vez, apuntó a un lugar indeterminado y comenzó a moverla en movimientos circulares mientras pensaba. La Provenza. Las perseidas. La Sala de los Menesteres. El dieciséis de enero. Nuestra graduación... El cumpleaños de Dylan. Se le cayó otra lágrima, pero aquellos eran los recuerdos más felices que venían en esos momentos a su mente. Cuando el humo plateado comenzó a formarse, narró su mensaje en voz alta. - Necesitamos a Violet en casa de sus padres. Los Van Der Luyden se han llevado a Dylan. Alice está conmigo. Venid cuanto antes. - Los círculos plateados eran cada vez más densos. El mensaje estaba redactado, ya solo faltaba enviarlo. La Provenza. Las perseidas. La Sala de los Menesteres. EL dieciséis de enero. Nuestra graduación. El cumpleaños de Dylan. - ¡Expecto Patronum! - El occamy salió de la varita, haciéndose más y más grande a medida que describía los círculos que Marcus había trazado repetidamente con su varita en el aire, y tras emitir un tenue chillido se llevó su mensaje, saliendo por la ventana y alejándose en el horizonte.
Soltó aire por la boca, viendo como se marchaba. Primer cometido realizado. Se guardó la varita en el bolsillo y se dirigió al pequeño armario de las pócimas que había en la cocina. Lo despejó y, efectivamente, comprobó que detrás había un doble fondo. Sacó la tabla que lo tapaba y parpadeó: antídoto para fuertes venenos, pociones purgativas para atragantamientos, ¿¿veritaserum?? ¿¿Tenían veritaserum en casa?? Le recurrió un escalofrío, eso seguro que era cosa de Emma. Calmante mental... recordaba ese tarro color purpúreo... Eso se lo daban a Lex de pequeños. Oh, Dios, se estaba dando cuenta de que era un ignorante en su propia casa. Antídoto para quemaduras graves, crecehuesos... y, por supuesto, varias contraceptivas. Pero Marcus iba a por una en concreto: la poción sedante. Tenían tres tarros y era la primera vez que los veía, lo tendrían para casos de emergencia aunque, por fortuna, no parecía que lo usaran a menudo. Volvió a cerrar el armario y vertió el contenido del vial en un vaso, mezclándolo con un poco de agua. Tomó aire. Lo que le faltaba a Alice era sentirse traicionada por él, cuando se despertara le iba a matar... pero necesitaba relajarse, ahí estaba con su padre.
Volvió al salón y se colocó al otro lado de ella, sentado en el sofá. - Toma. - Agarró una de sus manos y la apretó con fuerza, mirándola con un velo de pena. No me lo tengas en cuenta, mi amor, por favor. Te quiero con mi vida, solo intento ayudarte. Se excusó mentalmente. Por fuera, trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora y le dijo. - Necesitas relajarte un poco. Te va a sentar bien... yo no voy a moverme de tu lado. Te lo prometo. -
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Ivanka
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El largo vuelo Con Marcus | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Al menos Marcus iba a quedarse a su lado, Marcus estaba con ella, le abrazaba, le hablaba con ese tono tan dulce y cálido. Era como una llamita tenue pero presente en su habitación oscura. La mejor hermana del mundo… Eso le hacía pensar en el momento en el que Dylan había intentado defender que ella sabía cuidarle… Y le hizo desarmarse de nuevo. — No sé cómo lo vamos a hacer, Marcus… — Dijo desesperada, mirando al techo, y ya hasta mareada de tanto llorar.
Y entonces, notó cómo Arnold se dirigía a ella, e hizo lo posible por reconectar con el mundo. Le hablaba con esa ternura firme propia de su suegro, y eso le hizo respirar mejor inmediatamente. Asintió cuando le dijo lo del esfuerzo. Si Arnold lo decía, ella haría literalmente lo que le mandara, solo le quedaba confiar en los O’Donnell. Le mandó a coger cosas a su cuarto y ella obedeció mecánicamente, sin dejar de llorar.
Subir las escaleras le parecía un esfuerzo sobrehumano, pero acabó en su cuarto, cogiendo ropa sin ton ni son. Cogió ropa interior y el neceser, porque parecía que había algunas funciones básicas para las que su cerebro no necesitaba que estuviera centrada, simplemente las hacía por costumbre. Porque, desde luego, la otra parte de su cerebro ahora mismo estaba pensando ¿cuánto me voy? ¿Por qué me llevan a casa de los O’Donnell? ¿Volveré? ¿Volverá Dylan? ¿Y ahora que voy a hacer si tengo que volver? No quiero estar en esta casa maldita. Pero todo eso no importaba. Cerró el baúl que usaba para Hogwarts y bajó las escaleras como un zombie. Asintió a lo de irse a casa, y simplemente se aferró a Marcus. No quería ni mirar a su padre, no quería pensar en él, lo quería lejos o se alteraría otra vez. Se agarró a Marcus en el jardín, y se concentró en aquel beso en su frente, era lo único que le daba un poco de paz.
Al llegar, Lex se acercó corriendo, pero debía tener más o menos una idea del desastre por sus pensamientos, porque no dijo ni una palabra mientras seguían hacia dentro. Pero, una vez en el salón, Alice se vino abajo de nuevo. Aquel salón siempre le traía buenos recuerdos: Navidad, el cumple de Marcus… Ahora todo parecía el sueño de otra persona, en el que ella era un impostora y había vivido una vida caduca. — Marcus, no, no, no, no… Por favor… Por favor… — Alice, Alice… — Dijo Lex, arrodillándose frente a ella y retirándola con suavidad de Marcus. Vale, la poción relajante… Necesitaba el cerebro activo ahora, pero muy activo no lo tenía con los nervios que traía, así que… Sí, primero la poción, y ya cuando se tranquilizara, pensar. Miró a su novio y asintió, dejándole irse, aunque, en el momento en el que se sintió sola, se derrumbó de nuevo.
Otra vez había perdido el control de lo que veía y escuchaba. Tenía el labio temblando y las manos también, y solo podía mirar al frente, sentada en el sofá de los O’Donnell, sintiéndose de nuevo ridícula por no ser capaz de controlar nada, ni siquiera era capaz de respirar. Se dio cuenta de que Lex estaba frente a ella, de rodillas en el suelo. Se le veía muy tenso, y tenía un tic en el ojo. — Alice… Alice, escúchame un momento, por favor. — Tomó sus manos de manera muy rígida y tosca, se notaba que no lo hacía mucho. — Tienes muchísimo ruido en la cabeza, tienes que calmarte, equilibrarte. — ¿Ruido? No sabía. Lo que tenía era posibilidades, reproches, planes que morían rápidamente por imposibles. — Cierra los ojos. — No entendía por qué, pero tampoco tenía una opción mucho mejor, así que obedeció. Aún podía darle a su cuerpo la orden de cerrar los ojos, parecía más sencillo que dejar de temblar. — ¿Cuál era tu escondite en Hogwarts? El invernadero, ¿no? — Sin poder evitarlo, le salió un puchero y se sacudió por el llanto, pero asintió con la cabeza. — Quiero que te concentres en cómo era el rincón ese donde tenías las plantas y pienses cuáles eran los sonidos que escuchabas allí. — Negó con la cabeza y sollozó. El aire seguía sin entrarle. — No puedo, no me acuerdo… — Lex chistó. — Venga ya, claro que te acuerdas, eres una de las personas con más memoria que conozco… Vamos, era uno de tus sitios favoritos, seguro que puedes invocarlo. —
En un principio, no le salía, pero solo el recordar la imagen de su amado invernadero y sus plantitas, la trasladó allí y, sin dejar de temblar, dijo, con voz quebrada. — Las gotas… Las gotas de condensación cayendo por la humedad. — Lex acarició sus manos, y ella permanecía con los ojos cerrados. — Me encantan los sonidos que hace el agua. Como cuando llueve. — Ella asintió, aunque lloró un poco más. — En el invernadero sonaba más cuando llovía, porque caía en el techo de cristal… — Eso es. — Animó Lex. — ¿Qué más ruidos había? — Ella negó con la cabeza, amenazando con echarse a llorar de nuevo, pero era como si el invernadero viviera con voluntad propia en su cabeza. — Las tijeras… Cortando ramas gruesas o cuerdas… Las palas cuando tocaban el fondo o el filo de la maceta… — Tragó saliva y notó como si la respiración entrar un poco mejor en ella. — Los pies de Ruth… Siempre de un lado para otro… — Lex apretó sus manos. — Eres como mi hermano, tienes las imágenes como si fueran fotos en tu cabeza, las invocas perfectamente, no la pierdas, que quiero mirar. — Eso la hizo sonreír un poco entre las lágrimas. — Nunca te vi en el invernadero. — Iba poco, pero tendría que haber ido más, parece muy pacífico y bonito, con tanto verde. ¿Qué es eso de ahí? ¿Una menta? — Ella rio un poco entre las lágrimas y negó con la cabeza, sin abrir los ojos. — Es una albahaca. — Mierda, por algo dejé Herbología, desde luego. — Y se rio un poco, y se dio cuenta de que aquello ayudaba también a su respiración. — A tu hermano… Le gustaba mucho mi albahaca, incluso con las hojitas secas. — Eso hizo reír a Lex. — Por supuesto, seguro que si eran las hojitas secas de Alice Gallia, para él eran ideales. Venga, que estoy viendo muchas plantitas, explícame cuales son. — Y, de forma inconsciente, clarificó un poco más la imagen en su cabeza, para que Lex pudiera verla mejor, y fue nombrando, una a una, todas las plantitas de aquel rincón que la había hecho tan feliz durante siete años.
Sintió a Marcus volver, y el alivio fue tan grande que casi sonríe, de entrada empezó a respirar y abrió los ojos de nuevo, mirándole. — Vaya, no todos los O’Donnell tienen el mismo poder claramente. — Dijo Lex con una leve risa. Ella tomó la poción y la bebió de un trago, tranquila por tener a su novio a su lado. Pero en cuanto la tragó, frunció el ceño. — Esto no sabe a poción relajante, Marcus, ¿le has echado…? — Y entonces empezó a sentir un hormigueo en las manos, como si las sintiera más pesadas. — Marcus… ¿Qué poción…? — Pero notaba la lengua pastosa. — No puedo… No… ¿Es una poción…? — Pero estaba, literalmente, muerta de sueño, y no pudo seguir hablando.
Y entonces, notó cómo Arnold se dirigía a ella, e hizo lo posible por reconectar con el mundo. Le hablaba con esa ternura firme propia de su suegro, y eso le hizo respirar mejor inmediatamente. Asintió cuando le dijo lo del esfuerzo. Si Arnold lo decía, ella haría literalmente lo que le mandara, solo le quedaba confiar en los O’Donnell. Le mandó a coger cosas a su cuarto y ella obedeció mecánicamente, sin dejar de llorar.
Subir las escaleras le parecía un esfuerzo sobrehumano, pero acabó en su cuarto, cogiendo ropa sin ton ni son. Cogió ropa interior y el neceser, porque parecía que había algunas funciones básicas para las que su cerebro no necesitaba que estuviera centrada, simplemente las hacía por costumbre. Porque, desde luego, la otra parte de su cerebro ahora mismo estaba pensando ¿cuánto me voy? ¿Por qué me llevan a casa de los O’Donnell? ¿Volveré? ¿Volverá Dylan? ¿Y ahora que voy a hacer si tengo que volver? No quiero estar en esta casa maldita. Pero todo eso no importaba. Cerró el baúl que usaba para Hogwarts y bajó las escaleras como un zombie. Asintió a lo de irse a casa, y simplemente se aferró a Marcus. No quería ni mirar a su padre, no quería pensar en él, lo quería lejos o se alteraría otra vez. Se agarró a Marcus en el jardín, y se concentró en aquel beso en su frente, era lo único que le daba un poco de paz.
Al llegar, Lex se acercó corriendo, pero debía tener más o menos una idea del desastre por sus pensamientos, porque no dijo ni una palabra mientras seguían hacia dentro. Pero, una vez en el salón, Alice se vino abajo de nuevo. Aquel salón siempre le traía buenos recuerdos: Navidad, el cumple de Marcus… Ahora todo parecía el sueño de otra persona, en el que ella era un impostora y había vivido una vida caduca. — Marcus, no, no, no, no… Por favor… Por favor… — Alice, Alice… — Dijo Lex, arrodillándose frente a ella y retirándola con suavidad de Marcus. Vale, la poción relajante… Necesitaba el cerebro activo ahora, pero muy activo no lo tenía con los nervios que traía, así que… Sí, primero la poción, y ya cuando se tranquilizara, pensar. Miró a su novio y asintió, dejándole irse, aunque, en el momento en el que se sintió sola, se derrumbó de nuevo.
Otra vez había perdido el control de lo que veía y escuchaba. Tenía el labio temblando y las manos también, y solo podía mirar al frente, sentada en el sofá de los O’Donnell, sintiéndose de nuevo ridícula por no ser capaz de controlar nada, ni siquiera era capaz de respirar. Se dio cuenta de que Lex estaba frente a ella, de rodillas en el suelo. Se le veía muy tenso, y tenía un tic en el ojo. — Alice… Alice, escúchame un momento, por favor. — Tomó sus manos de manera muy rígida y tosca, se notaba que no lo hacía mucho. — Tienes muchísimo ruido en la cabeza, tienes que calmarte, equilibrarte. — ¿Ruido? No sabía. Lo que tenía era posibilidades, reproches, planes que morían rápidamente por imposibles. — Cierra los ojos. — No entendía por qué, pero tampoco tenía una opción mucho mejor, así que obedeció. Aún podía darle a su cuerpo la orden de cerrar los ojos, parecía más sencillo que dejar de temblar. — ¿Cuál era tu escondite en Hogwarts? El invernadero, ¿no? — Sin poder evitarlo, le salió un puchero y se sacudió por el llanto, pero asintió con la cabeza. — Quiero que te concentres en cómo era el rincón ese donde tenías las plantas y pienses cuáles eran los sonidos que escuchabas allí. — Negó con la cabeza y sollozó. El aire seguía sin entrarle. — No puedo, no me acuerdo… — Lex chistó. — Venga ya, claro que te acuerdas, eres una de las personas con más memoria que conozco… Vamos, era uno de tus sitios favoritos, seguro que puedes invocarlo. —
En un principio, no le salía, pero solo el recordar la imagen de su amado invernadero y sus plantitas, la trasladó allí y, sin dejar de temblar, dijo, con voz quebrada. — Las gotas… Las gotas de condensación cayendo por la humedad. — Lex acarició sus manos, y ella permanecía con los ojos cerrados. — Me encantan los sonidos que hace el agua. Como cuando llueve. — Ella asintió, aunque lloró un poco más. — En el invernadero sonaba más cuando llovía, porque caía en el techo de cristal… — Eso es. — Animó Lex. — ¿Qué más ruidos había? — Ella negó con la cabeza, amenazando con echarse a llorar de nuevo, pero era como si el invernadero viviera con voluntad propia en su cabeza. — Las tijeras… Cortando ramas gruesas o cuerdas… Las palas cuando tocaban el fondo o el filo de la maceta… — Tragó saliva y notó como si la respiración entrar un poco mejor en ella. — Los pies de Ruth… Siempre de un lado para otro… — Lex apretó sus manos. — Eres como mi hermano, tienes las imágenes como si fueran fotos en tu cabeza, las invocas perfectamente, no la pierdas, que quiero mirar. — Eso la hizo sonreír un poco entre las lágrimas. — Nunca te vi en el invernadero. — Iba poco, pero tendría que haber ido más, parece muy pacífico y bonito, con tanto verde. ¿Qué es eso de ahí? ¿Una menta? — Ella rio un poco entre las lágrimas y negó con la cabeza, sin abrir los ojos. — Es una albahaca. — Mierda, por algo dejé Herbología, desde luego. — Y se rio un poco, y se dio cuenta de que aquello ayudaba también a su respiración. — A tu hermano… Le gustaba mucho mi albahaca, incluso con las hojitas secas. — Eso hizo reír a Lex. — Por supuesto, seguro que si eran las hojitas secas de Alice Gallia, para él eran ideales. Venga, que estoy viendo muchas plantitas, explícame cuales son. — Y, de forma inconsciente, clarificó un poco más la imagen en su cabeza, para que Lex pudiera verla mejor, y fue nombrando, una a una, todas las plantitas de aquel rincón que la había hecho tan feliz durante siete años.
Sintió a Marcus volver, y el alivio fue tan grande que casi sonríe, de entrada empezó a respirar y abrió los ojos de nuevo, mirándole. — Vaya, no todos los O’Donnell tienen el mismo poder claramente. — Dijo Lex con una leve risa. Ella tomó la poción y la bebió de un trago, tranquila por tener a su novio a su lado. Pero en cuanto la tragó, frunció el ceño. — Esto no sabe a poción relajante, Marcus, ¿le has echado…? — Y entonces empezó a sentir un hormigueo en las manos, como si las sintiera más pesadas. — Marcus… ¿Qué poción…? — Pero notaba la lengua pastosa. — No puedo… No… ¿Es una poción…? — Pero estaba, literalmente, muerta de sueño, y no pudo seguir hablando.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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El largo vuelo Con Alice | En Casa Gallia | 13 de julio de 2002 |
Alice se la bebió sin planteárselo, en ningún momento dudó de que Marcus le estaba dando lo que decía. Pero su novia era inteligente, y muy buena en pociones, y antes de que esta le hiciera el casi instantáneo efecto que hacía, lo notó. Notó que no le estaba dando lo que le decía. Y Marcus se quería morir allí mismo. Tragó saliva y agarró sus dos manos, acercándose a ella. - Lo siento, mi amor. - Fue lo único que pudo decirle antes de ver cómo Alice cerraba los ojos y se caía en sus brazos.
Reaccionó rápido para agarrarla, porque se había quedado dormida en el acto y perdido las fuerzas. Lex se levantó. - ¿La llev...? - No. - Cortó. La llevaba él. Sí, a Lex le costaría menos trabajo, pero lo mínimo que podía hacer después de haberla sedado sin su permiso era llevarla él. Mientras la cogía en brazos, le pidió a Lex. - Destapa mi cama. - Porque allí iba a estar mucho más cómoda. Y él no pensaba separarse de su lado. En silencio, Lex se adelantó y subió a su dormitorio, y Marcus subió tras él, con Alice en sus brazos, contra su pecho, mirándola con culpabilidad y los ojos llenos de lágrimas, tratando de contenerse de llorar. Lex le esperó en su dormitorio, y Marcus puso a Alice en su cama con cuidado, tapándola con sus sábanas. Oscureció la habitación y, al hacerlo, el cielo que ella había creado para él se hizo más visible. Y hasta ahí llegó su ya de por sí escaso aguante.
Se sentó a su lado y le acarició el pelo, mirándola con culpabilidad... y rompió a llorar. Lex se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro, pero Marcus estaba demasiado ocupado en martirizarse mentalmente y culparse por haberla mentido. Cuando se despertara se iba a sentir traicionada y con razón, pero... había hecho lo que su padre le había pedido y... odiaba verla sufrir de esa forma, prefería verla dormida. El llanto iba cada vez a más, no solo no se calmaba sino que este era cada vez más violento. Su hermano se le acercó y, al sentirle más cerca, se dejó caer hacia su lado, abrazándole. Lex le recogió en sus brazos y se permitió llorar durante varios minutos.
- No he hecho nada... No he podido hacer nada... Se lo han llevado, Lex. Delante de mis narices. Y no he hecho nada. - Dijo entre lágrimas, aún abrazado a su hermano, cuando por fin pudo hablar. Lex soltó aire lentamente por la nariz. Su hermano no era nada fan del contacto y llevaban abrazados al menos cinco minutos, muy mal debía estar viéndole. - ¿Y qué ibas a hacer? Joder... si ni su familia ha podido... - Eso no era consuelo para él, de hecho sollozó aún más. Lex le retiró para mirarle. - ¿Eran... ellos? ¿Han ido los Van Der Luyden a la casa? - Marcus negó, sorbiendo un poco para intentar calmar el llanto y limpiándose las lágrimas. - No. Eran del Ministerio. Y... Había alguien más que no ha hablado. No sé... quizás sería algún representante de ellos. O bien podía ser de la familia, no lo sabemos porque no conocemos a ninguno. - Negó, mientras volvía a limpiarse las lágrimas. - No nos han dado ni una oportunidad, Lex. Han entrado de repente y han dicho que debían llevárselo. No les han dado a los Gallia la oportunidad de defenderse. - ¿Pero se lo llevan así, sin más? Él vive aquí, tiene a su padre y a su hermana. Y a sus abuelos. Y a su tía. - Pues no ha servido de nada. Al parecer les están investigando a todos por encubrimiento de conducta criminal. - Lex abrió los ojos como platos. - ¿¿¿Pero qué cojones??? - Lex. - Detuvo Marcus, mirándole con resignación pero con firmeza. Iba a ser lapidario por primera vez desde que todo aquel asunto ocurriera, porque, como bien dirían los Gallia, negarlo siempre es peor. A la vista estaba, les había explotado en la cara. - William pretendía hacer una transmutación humana. - Lex tragó saliva. Marcus no dejó de mirarle. - Y todos lo sabemos. Si esto ha trascendido... es motivo más que de sobra para una retirada de la custodia. Tenemos suerte de que no vaya camino de Azkaban ahora mismo. - Lex perdió la mirada en ninguna parte, y Marcus le imitó. - Pensábamos que no iba a ocurrir... pero ha ocurrido. - Frunció los labios. - Hay que solucionar esto de alguna forma. -
Terminó de poner a Lex al día: la organización que su padre había propuesto y por qué habían negado la posibilidad de quedarse ellos cautelarmente con la custodia. Lo probable que era que Dylan estuviera en esos momentos camino de América, si es que no estaba allí. - Esto, por ahora, no puede salir de aquí. Ni siquiera nosotros podemos salir de aquí. - Lex echó aire lentamente por la boca. - Joder... Los mataría si pudiera. - Tras una pausa, Marcus dijo. - Y yo. - Lex le miró. - Cállate. Cuando lo dices tú da mucho más miedo. - Marcus soltó aire por la nariz. Mejor cambiaban de tema. - Intenta... estar pendiente de la casa, y eso. Come algo, y vigila si alguien viene, o si llega alguna lechuza o patronus. - Lex le miró extrañado, pero desfrunció el ceño enseguida. - Iba a preguntarte qué pensabas hacer tú, pero ya lo veo. - Marcus ni siquiera contesto. - Tío... - No te molestes, Lex. - Le faltan más de cuatro horas para despertarse. - Me da igual. - Se levantó, rodeó la cama y se tumbó, abrazándose a su espalda. - No pienso moverme de aquí. -
La puerta se abrió lentamente. Marcus seguía prácticamente en la misma posición en la que llevaba casi cinco horas. Lex entró poco a poco. - Marcus... - Susurró, como si temiera despertar a alguien. Se adentró un poco más y, viendo que su hermano estaba con los ojos abiertos, dejó caer los hombros con resignación. - Tío, come algo. A ver si te vas a morir y ya lo que nos faltaba, que tú nunca pasas tanto tiempo sin comer. - ¿Tú has comido? - Fue su única respuesta. Ni siquiera le miraba, seguía con la mirada puesta en un punto indefinido, donde la tenía. Lex bufó. - Hace dos horas. Tío, son casi las seis de la tarde. Come. - Marcus no hizo caso. Ante la ausencia de respuesta, Lex bajó la cabeza, resignado, y echando aire por la boca se acercó a la cama y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en los pies del mueble. - Me quedo aquí con vosotros. No... no estoy cómodo ahí fuera sabiendo que estáis así. - Marcus siguió sin moverse, pero tras una pausa, dijo. - Gracias. - Con la voz quebrada. Se quedaron en silencio.
En algún momento Lex se había quedado dormido en el suelo, estaba hecho un ovillo allí. De haber sabido que se estaba durmiendo le hubiera ofrecido subirse a la cama, pero como estaba con la mirada perdida y sumido en sus pensamientos se dio cuenta tarde, y despertarle le parecía peor idea. Por no hablar de que solo de imaginarse moviendo algún músculo le daba una pereza tremenda. Reinaba un espeso silencio en la habitación y lo que antes era ausencia de luz provocada por la magia de Marcus, empezaba a ser ausencia de luz natural. No tenía ni idea de qué hora era, pero debía ser bien entrada la tarde. Él seguía con los ojos abiertos y la mirada en ninguna parte.
Y entonces, la respiración de Alice empezó a cambiar, y él mismo pareció despertar de un letargo. Se asomó por encima de su hombro y vio que parecía moverse un poco, por lo que saltó de la cama y volvió a bordearla. Al hacerlo despertó a su hermano, que dio un respingo en el suelo y miró aturdido a todas partes, como si no fuera consciente de haberse quedado dormido. Marcus se puso de rodillas en el suelo para mirar a Alice de frente, agarrando sus manos. Cuando vio que empezaba a despertarse poco a poco, a abrir los ojos, se le aceleró el corazón. - ¿Mi amor? - Tanteó, para ver si estaba despierta, si se encontraba bien. - Alice... Hola... - Susurró. Volvió a dejar un beso en sus manos. - No me he ido. En ningún momento. Estoy contigo. -
Reaccionó rápido para agarrarla, porque se había quedado dormida en el acto y perdido las fuerzas. Lex se levantó. - ¿La llev...? - No. - Cortó. La llevaba él. Sí, a Lex le costaría menos trabajo, pero lo mínimo que podía hacer después de haberla sedado sin su permiso era llevarla él. Mientras la cogía en brazos, le pidió a Lex. - Destapa mi cama. - Porque allí iba a estar mucho más cómoda. Y él no pensaba separarse de su lado. En silencio, Lex se adelantó y subió a su dormitorio, y Marcus subió tras él, con Alice en sus brazos, contra su pecho, mirándola con culpabilidad y los ojos llenos de lágrimas, tratando de contenerse de llorar. Lex le esperó en su dormitorio, y Marcus puso a Alice en su cama con cuidado, tapándola con sus sábanas. Oscureció la habitación y, al hacerlo, el cielo que ella había creado para él se hizo más visible. Y hasta ahí llegó su ya de por sí escaso aguante.
Se sentó a su lado y le acarició el pelo, mirándola con culpabilidad... y rompió a llorar. Lex se sentó a su lado y le puso una mano en el hombro, pero Marcus estaba demasiado ocupado en martirizarse mentalmente y culparse por haberla mentido. Cuando se despertara se iba a sentir traicionada y con razón, pero... había hecho lo que su padre le había pedido y... odiaba verla sufrir de esa forma, prefería verla dormida. El llanto iba cada vez a más, no solo no se calmaba sino que este era cada vez más violento. Su hermano se le acercó y, al sentirle más cerca, se dejó caer hacia su lado, abrazándole. Lex le recogió en sus brazos y se permitió llorar durante varios minutos.
- No he hecho nada... No he podido hacer nada... Se lo han llevado, Lex. Delante de mis narices. Y no he hecho nada. - Dijo entre lágrimas, aún abrazado a su hermano, cuando por fin pudo hablar. Lex soltó aire lentamente por la nariz. Su hermano no era nada fan del contacto y llevaban abrazados al menos cinco minutos, muy mal debía estar viéndole. - ¿Y qué ibas a hacer? Joder... si ni su familia ha podido... - Eso no era consuelo para él, de hecho sollozó aún más. Lex le retiró para mirarle. - ¿Eran... ellos? ¿Han ido los Van Der Luyden a la casa? - Marcus negó, sorbiendo un poco para intentar calmar el llanto y limpiándose las lágrimas. - No. Eran del Ministerio. Y... Había alguien más que no ha hablado. No sé... quizás sería algún representante de ellos. O bien podía ser de la familia, no lo sabemos porque no conocemos a ninguno. - Negó, mientras volvía a limpiarse las lágrimas. - No nos han dado ni una oportunidad, Lex. Han entrado de repente y han dicho que debían llevárselo. No les han dado a los Gallia la oportunidad de defenderse. - ¿Pero se lo llevan así, sin más? Él vive aquí, tiene a su padre y a su hermana. Y a sus abuelos. Y a su tía. - Pues no ha servido de nada. Al parecer les están investigando a todos por encubrimiento de conducta criminal. - Lex abrió los ojos como platos. - ¿¿¿Pero qué cojones??? - Lex. - Detuvo Marcus, mirándole con resignación pero con firmeza. Iba a ser lapidario por primera vez desde que todo aquel asunto ocurriera, porque, como bien dirían los Gallia, negarlo siempre es peor. A la vista estaba, les había explotado en la cara. - William pretendía hacer una transmutación humana. - Lex tragó saliva. Marcus no dejó de mirarle. - Y todos lo sabemos. Si esto ha trascendido... es motivo más que de sobra para una retirada de la custodia. Tenemos suerte de que no vaya camino de Azkaban ahora mismo. - Lex perdió la mirada en ninguna parte, y Marcus le imitó. - Pensábamos que no iba a ocurrir... pero ha ocurrido. - Frunció los labios. - Hay que solucionar esto de alguna forma. -
Terminó de poner a Lex al día: la organización que su padre había propuesto y por qué habían negado la posibilidad de quedarse ellos cautelarmente con la custodia. Lo probable que era que Dylan estuviera en esos momentos camino de América, si es que no estaba allí. - Esto, por ahora, no puede salir de aquí. Ni siquiera nosotros podemos salir de aquí. - Lex echó aire lentamente por la boca. - Joder... Los mataría si pudiera. - Tras una pausa, Marcus dijo. - Y yo. - Lex le miró. - Cállate. Cuando lo dices tú da mucho más miedo. - Marcus soltó aire por la nariz. Mejor cambiaban de tema. - Intenta... estar pendiente de la casa, y eso. Come algo, y vigila si alguien viene, o si llega alguna lechuza o patronus. - Lex le miró extrañado, pero desfrunció el ceño enseguida. - Iba a preguntarte qué pensabas hacer tú, pero ya lo veo. - Marcus ni siquiera contesto. - Tío... - No te molestes, Lex. - Le faltan más de cuatro horas para despertarse. - Me da igual. - Se levantó, rodeó la cama y se tumbó, abrazándose a su espalda. - No pienso moverme de aquí. -
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La puerta se abrió lentamente. Marcus seguía prácticamente en la misma posición en la que llevaba casi cinco horas. Lex entró poco a poco. - Marcus... - Susurró, como si temiera despertar a alguien. Se adentró un poco más y, viendo que su hermano estaba con los ojos abiertos, dejó caer los hombros con resignación. - Tío, come algo. A ver si te vas a morir y ya lo que nos faltaba, que tú nunca pasas tanto tiempo sin comer. - ¿Tú has comido? - Fue su única respuesta. Ni siquiera le miraba, seguía con la mirada puesta en un punto indefinido, donde la tenía. Lex bufó. - Hace dos horas. Tío, son casi las seis de la tarde. Come. - Marcus no hizo caso. Ante la ausencia de respuesta, Lex bajó la cabeza, resignado, y echando aire por la boca se acercó a la cama y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en los pies del mueble. - Me quedo aquí con vosotros. No... no estoy cómodo ahí fuera sabiendo que estáis así. - Marcus siguió sin moverse, pero tras una pausa, dijo. - Gracias. - Con la voz quebrada. Se quedaron en silencio.
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En algún momento Lex se había quedado dormido en el suelo, estaba hecho un ovillo allí. De haber sabido que se estaba durmiendo le hubiera ofrecido subirse a la cama, pero como estaba con la mirada perdida y sumido en sus pensamientos se dio cuenta tarde, y despertarle le parecía peor idea. Por no hablar de que solo de imaginarse moviendo algún músculo le daba una pereza tremenda. Reinaba un espeso silencio en la habitación y lo que antes era ausencia de luz provocada por la magia de Marcus, empezaba a ser ausencia de luz natural. No tenía ni idea de qué hora era, pero debía ser bien entrada la tarde. Él seguía con los ojos abiertos y la mirada en ninguna parte.
Y entonces, la respiración de Alice empezó a cambiar, y él mismo pareció despertar de un letargo. Se asomó por encima de su hombro y vio que parecía moverse un poco, por lo que saltó de la cama y volvió a bordearla. Al hacerlo despertó a su hermano, que dio un respingo en el suelo y miró aturdido a todas partes, como si no fuera consciente de haberse quedado dormido. Marcus se puso de rodillas en el suelo para mirar a Alice de frente, agarrando sus manos. Cuando vio que empezaba a despertarse poco a poco, a abrir los ojos, se le aceleró el corazón. - ¿Mi amor? - Tanteó, para ver si estaba despierta, si se encontraba bien. - Alice... Hola... - Susurró. Volvió a dejar un beso en sus manos. - No me he ido. En ningún momento. Estoy contigo. -
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