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Freyja
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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Hogwarts ha terminado y la vida adulta ha comenzado. Antes de lo que esperaban que sería, Marcus y Alice han tenido que enfrentarse a los peligros de la vida adulta, a contratiempos inesperados y a algunos de sus mayores temores. Pero también han reafirmado, una vez más, como la familia y los amigos siempre luchan juntos. Y ahora comienzan una nueva etapa en la isla esmeralda: Irlanda les espera para ahondar en sus raíces.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 2
Índice de capítulos
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
En el fondo, el ambiente era tan bueno que era difícil de matar, con Marcus haciéndoles bromas a los niños, los piques entre Dylan y él, y ese ambiente en el que ella había sido tan feliz el año pasado y que ahora le hacía recordar las bendiciones que tenía. Sí, esa era la Alice navideña. Escuchó a Olive mientras caminaba por la tienda. — ¿Así que cartas astrales? ¿Te gustan las estrellas, Oli? — La niña asintió. — Me gusta todo lo que tenga misterios. El año que viene, Dylan y yo nos apuntamos al club seguro. Íbamos a apuntarnos este año, pero pasó todo, y yo no me iba a apuntar sin él, así que el año que viene será. — Alice la miró con cariño y le acarició el pelo. — Gracias, Oli. — Ella le devolvió la mirada. — ¿Por qué? — Por quererle tan bien. — La niña rio. — Pensé que ibas a decir “tanto”. — Es más importante querer bien. Es algo que los Gallia no siempre han tenido claro, pero tú lo haces muy muy bien. — Oli se puso un poco rojita y dijo. — ¿Buscamos algo de constelaciones del hemisferio sur? Me interesa, son misteriosas. — Alice rio y asintió, justo cuando Dylan venía también enrojecido. Alice se inclinó hacía Marcus y susurró. — He de admitir que esto es divertido, ahora entiendo a la tata cuando nos picaba. —
Mientras iban hacia la atracción de los doce días de navidad, antes de lo que a ella le habría gustado, pero Dylan estaba muy pesado en que había que hacer cola, echó un vistazo a cierto puesto. — Oye, ¿por qué no vais yendo y os ponéis a la cola? — ¡VALE! — A Dylan no había que insistirle mucho para que se quedara a su aire con Oli, pero ella les miró con suspicacia. — ¿A que vas a comprar regalos de Navidad? — Ella se encogió de hombros. — Ahhhh quién sabe. Venga, id para allá. — Se enganchó del brazo de Marcus y se puso con su voz y su risa juguetona. — ¿Sabes de qué me he dado cuenta? — Le agarró de las dos manos y fue reconduciéndole. — Que ahora soy una señora alquimista… Y que tengo un dinero que no uso casi, más que cuando la abuela me deja pagar una compra en Ballyknow o pago una ronda en el pub. — Se giró un momentito para ver si estaban en la dirección correcta. — Así que… He pensado: el año pasado yo no tenía tanto poder adquisitivo, y aun así hice una MUY buena compra en la feria de Navidad… — Alzó una ceja y puso una expresión traviesilla. — ¿Por qué no nos damos diez minutitos de… Investigar, pero no de alquimia? — Y ya estaban donde ella quería.
La tienda de las pociones especiales siempre tenía ese aire místico, muy oloroso a especias, aceites e incienso, y con la luz que filtraban las paredes de la tienda, roja. Se rio y tiró de Marcus hacia dentro. — Me encanta tentarte aunque sea un poquito. — Se acercaron a los estantes y ella hizo una pedorreta. — Seguimos con el Felix Felicis por lo que veo… ¿Dónde estaban las interesantes? — Se tuvo que reír con unas que vio cerca. — Poción de sinceridad… Vaya confianza si le tienes que echar una poción a alguien. Y menudos disgustos han salido de aquí, vamos. — Bajó la voz y se acercó. — Si es que funciona… A ver, idiomática de lenguas muertas… — Entornó los ojos. — No sé por qué eso es de “adultos”. — Dijo poniendo comillas con los dedos. Y justo las visualizó. — ¡Ah! ¡Ahí están! Sensoriales. — Se acercó y se inclinó con su miradilla traviesa. — Hmmm ¿por qué querría nadie una poción que quitara la vista? Habiendo lazos azules que quitar y poner… — Siguió mirando y se rio. — ¡Cosquillas! No hombre no… Sensaciones oscuras… No suena bien de entrada, y si tan oscuras son no lo venderían aquí… — Ohhhh, había visto una cosa que sí le había llamado la atención… Pero trataría de distraer la atención de su novio, y luego, si le daban lugar, volvería y se lo llevaría para Navidad.
Mientras iban hacia la atracción de los doce días de navidad, antes de lo que a ella le habría gustado, pero Dylan estaba muy pesado en que había que hacer cola, echó un vistazo a cierto puesto. — Oye, ¿por qué no vais yendo y os ponéis a la cola? — ¡VALE! — A Dylan no había que insistirle mucho para que se quedara a su aire con Oli, pero ella les miró con suspicacia. — ¿A que vas a comprar regalos de Navidad? — Ella se encogió de hombros. — Ahhhh quién sabe. Venga, id para allá. — Se enganchó del brazo de Marcus y se puso con su voz y su risa juguetona. — ¿Sabes de qué me he dado cuenta? — Le agarró de las dos manos y fue reconduciéndole. — Que ahora soy una señora alquimista… Y que tengo un dinero que no uso casi, más que cuando la abuela me deja pagar una compra en Ballyknow o pago una ronda en el pub. — Se giró un momentito para ver si estaban en la dirección correcta. — Así que… He pensado: el año pasado yo no tenía tanto poder adquisitivo, y aun así hice una MUY buena compra en la feria de Navidad… — Alzó una ceja y puso una expresión traviesilla. — ¿Por qué no nos damos diez minutitos de… Investigar, pero no de alquimia? — Y ya estaban donde ella quería.
La tienda de las pociones especiales siempre tenía ese aire místico, muy oloroso a especias, aceites e incienso, y con la luz que filtraban las paredes de la tienda, roja. Se rio y tiró de Marcus hacia dentro. — Me encanta tentarte aunque sea un poquito. — Se acercaron a los estantes y ella hizo una pedorreta. — Seguimos con el Felix Felicis por lo que veo… ¿Dónde estaban las interesantes? — Se tuvo que reír con unas que vio cerca. — Poción de sinceridad… Vaya confianza si le tienes que echar una poción a alguien. Y menudos disgustos han salido de aquí, vamos. — Bajó la voz y se acercó. — Si es que funciona… A ver, idiomática de lenguas muertas… — Entornó los ojos. — No sé por qué eso es de “adultos”. — Dijo poniendo comillas con los dedos. Y justo las visualizó. — ¡Ah! ¡Ahí están! Sensoriales. — Se acercó y se inclinó con su miradilla traviesa. — Hmmm ¿por qué querría nadie una poción que quitara la vista? Habiendo lazos azules que quitar y poner… — Siguió mirando y se rio. — ¡Cosquillas! No hombre no… Sensaciones oscuras… No suena bien de entrada, y si tan oscuras son no lo venderían aquí… — Ohhhh, había visto una cosa que sí le había llamado la atención… Pero trataría de distraer la atención de su novio, y luego, si le daban lugar, volvería y se lo llevaría para Navidad.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Pues nada, a hacer cola en la atracción de los días de Navidad. Y Marcus que se le iban los ojos a todos los puestos de libros. Suspiró para su interior. Ya se escaquearía a mirar en algún momento... Iba a ser antes de lo que pensaba, porque Alice acababa de dejar a los niños haciendo cola para mirar los puestos con él. Sonrió con ilusión. - Menos mal, estaba que no dejaba de mirar ese... - Pero Alice iba en otra dirección, no hacia el puesto de libros que él tenía en mente. Parpadeó. - ¿De qué? - Preguntó con curiosidad y una sonrisilla. Rio brevemente, y ya iba a decir que le parecía genial (él seguía con la cabeza en los libros) cuando Alice especificó que la investigación no iría sobre alquimia. Puso cara confusa, hasta que su mente conectó con otro dato: la referencia al año pasado. - Oooh... - Emitió con comprensión. Le volvió la sonrisilla, esta vez más pícara (y bobalicona). - Vale... - Seguía poniéndole considerablemente nervioso ese puesto, pero al menos ahora iban como novios oficiales, porque el año pasado fue un tanto... Oh, espera. Ahora que eran novios oficiales sí que iba a ser MUY OBVIO lo que iban a hacer a ese puesto. Qué vergüenza.
Se aclaró un poquito la garganta. - Emm... - Dijo, mirando a los lados. - A ver si... va a venir tu hermano a buscarnos y... - Pero nada, Alice iba con un objetivo más que fijo. Soltó aire por la boca con fingida exasperación y se acercó a ella para susurrar. - Lo que te gusta es ponerme en mis límites, pajarillo malvado. - Pero la mirada que le dedicaba fluctuaba entre el deseo y la adoración absoluta, pasando por la advertencia, pero quedando esta en un segundo plano. Rio entre dientes. - Las interesantes... - Paseó junto a ella, echando un vistazo a las pociones. Se quedó mirando con curiosidad real la idiomática de lenguas muertas. ¿Serviría para traducir runas con mayor facilidad? No sabía si tenía sentido... Alice interrumpió su divagación. La miró de reojo con una sonrisa ladeada, pero luego volvió la vista al frente. - Supongo que... no todo el mundo es tan creativo como las alumnas díscolas. - Otra cosa no, pero Alice podía ser muy creativa, beneficios que se llevaba él. Se extrañó y omitió una carcajada sarcástica a lo de las sensaciones oscuras, pero en lo que Alice seguía mirando por ahí, ojeó el tarro. Le recorrió un escalofrío y lo soltó. Ya había tenido suficientes pensamientos... en fin, "extraños", al entrar en contacto con las reliquias. Quería estar alejado de posibles pensamientos oscuros lo máximo posible.
- ¿Necesitáis ayuda? - La pregunta en su espalda le hizo dar tan sobresalto culpable que se alegró de no tener ningún tarro en la mano. La misteriosa mujer les miraba con una sonrisilla traviesa que le hacía avergonzarse. - No, ehm... - Carraspeó mudo. - Solo mirábamos. Muchas gracias. - La mujer hizo un gesto cortés con la cabeza, pero les lanzó una miradita sonriente a ambos. Nada, se incomodaba en esos sitios, tenía la sensación de que todo el mundo sabía lo que estaban pensando hacer... Bueno es que tampoco había que ser un lince. Suspiró y fue a decirle a Alice de acelerar la visita, que los chicos estarían esperando... pero algo llamó su atención. Curioso, se acercó al mostrador, tomando la cajita en sus manos. Parecían... ¿piedras? Piedras comestibles, como si fueran caramelos, pero se llamaban literalmente así: piedras comestibles. Parpadeó. - Eh, mira, Alice. - Comentó, con la voz inundada de descubrimiento. - Es comida hecha con alquimia. - La miró. - Sí, ya, nada de alquimia, pero es que mira. - Cogió otra caja que había a otro lado. - Y esto son bombones. Es comida hecha con alquimia... No me había planteado que pudiera usarse para repostería. - No solo eso. - Ay, la señora otra vez. Le iba a matar de un susto. - Las piedras tienen... propiedades, como los minerales. Según tu conexión con la tierra, con los astros... según tu signo, por ejemplo, los minerales pueden darte ciertas energías. Estas piedras tendrán un efecto diferente en cada quien que las consuma. Pueden usarse... para lo que queráis. - Y, de nuevo con una sonrisita, se giró y se fue. Marcus miró a Alice con las cejas arqueadas. - No sé si me da curiosidad o miedo. -
Se aclaró un poquito la garganta. - Emm... - Dijo, mirando a los lados. - A ver si... va a venir tu hermano a buscarnos y... - Pero nada, Alice iba con un objetivo más que fijo. Soltó aire por la boca con fingida exasperación y se acercó a ella para susurrar. - Lo que te gusta es ponerme en mis límites, pajarillo malvado. - Pero la mirada que le dedicaba fluctuaba entre el deseo y la adoración absoluta, pasando por la advertencia, pero quedando esta en un segundo plano. Rio entre dientes. - Las interesantes... - Paseó junto a ella, echando un vistazo a las pociones. Se quedó mirando con curiosidad real la idiomática de lenguas muertas. ¿Serviría para traducir runas con mayor facilidad? No sabía si tenía sentido... Alice interrumpió su divagación. La miró de reojo con una sonrisa ladeada, pero luego volvió la vista al frente. - Supongo que... no todo el mundo es tan creativo como las alumnas díscolas. - Otra cosa no, pero Alice podía ser muy creativa, beneficios que se llevaba él. Se extrañó y omitió una carcajada sarcástica a lo de las sensaciones oscuras, pero en lo que Alice seguía mirando por ahí, ojeó el tarro. Le recorrió un escalofrío y lo soltó. Ya había tenido suficientes pensamientos... en fin, "extraños", al entrar en contacto con las reliquias. Quería estar alejado de posibles pensamientos oscuros lo máximo posible.
- ¿Necesitáis ayuda? - La pregunta en su espalda le hizo dar tan sobresalto culpable que se alegró de no tener ningún tarro en la mano. La misteriosa mujer les miraba con una sonrisilla traviesa que le hacía avergonzarse. - No, ehm... - Carraspeó mudo. - Solo mirábamos. Muchas gracias. - La mujer hizo un gesto cortés con la cabeza, pero les lanzó una miradita sonriente a ambos. Nada, se incomodaba en esos sitios, tenía la sensación de que todo el mundo sabía lo que estaban pensando hacer... Bueno es que tampoco había que ser un lince. Suspiró y fue a decirle a Alice de acelerar la visita, que los chicos estarían esperando... pero algo llamó su atención. Curioso, se acercó al mostrador, tomando la cajita en sus manos. Parecían... ¿piedras? Piedras comestibles, como si fueran caramelos, pero se llamaban literalmente así: piedras comestibles. Parpadeó. - Eh, mira, Alice. - Comentó, con la voz inundada de descubrimiento. - Es comida hecha con alquimia. - La miró. - Sí, ya, nada de alquimia, pero es que mira. - Cogió otra caja que había a otro lado. - Y esto son bombones. Es comida hecha con alquimia... No me había planteado que pudiera usarse para repostería. - No solo eso. - Ay, la señora otra vez. Le iba a matar de un susto. - Las piedras tienen... propiedades, como los minerales. Según tu conexión con la tierra, con los astros... según tu signo, por ejemplo, los minerales pueden darte ciertas energías. Estas piedras tendrán un efecto diferente en cada quien que las consuma. Pueden usarse... para lo que queráis. - Y, de nuevo con una sonrisita, se giró y se fue. Marcus miró a Alice con las cejas arqueadas. - No sé si me da curiosidad o miedo. -
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Rio con travesura y le dejó un besito en la mejilla. — ¿Pero qué límites? Si no hacemos nada malo… — Rodeó con sus brazos su cintura. — ¿Si viene mi hermano? ¿Pudiendo hacer la cola de la atracción a solas con Oli? — Chasqueó la lengua muy de seguido. — Tú no te escapas de ver pocioncitas conmigo. — Y tampoco se resistió tanto. Pero es que su protocolario novio… Y luego entraba de cabeza. Ella se hizo la despistada y encogió un hombro. — Pues deberían… Pon una alumna díscola en tu vida… — Bajó la voz y le guiñó un ojo. — Esta está cogida. —
Vaya por Merlín, ya tenía que venir la dependienta. Al menos le distrajo a Marcus, entre la incomodidad y al ofrecerles una cosa que, sin duda, captaba toda su atención. Realmente, algo como comida hecha con alquimia que engañaba con el aspecto y la hacía parecer más… ¿Regia? ¿Elegante? Parpadeó y sonrió, mirándole. — Oye, pues… Preciosa es. Muy de tener en casa de alquimista importante, ¿no te parece? — Rio, pero la dependienta se puso a hablar. Iba a reírse o poner cara de superioridad, pero se limitó a decir. — ¿Sí? Pues me llevo una caja de cada. — Al abuelo le haría hasta ilusión, y podían estudiarlas en el taller, seria un detallito. Su Marcus estaría contento… — Voy a daros una guía, para que las uséis con conciencia. — ¡Ah! Pues muchísimas gracias. — Dijo Alice, esplendorosa. Quería volver a por la otra cosa, y no era plan de ponerse a la señora en contra. Les empaquetó todo y Alice los empequeñeció para poder llevarlos encima, saliendo con Marcus del brazo. Sin ser ligeramente, podía oírle pensar. — ¡Ay, cariño! Que ha sido por el bien de la ciencia y la alquimia. Además, tú sabes que nosotros no nos creemos esas tontadas de los signos y demás, por favor. Esta noche las probamos con la Orden de Merlín, y verás que diver. — Dejó un besito en su mejilla y tiraron hacia la cola de la famosa atracción.
La verdad es que se habían currado muchísimo todo ya solo desde la entrada. Era como una especie de regalo gigante, con doce ventanitas y dibujos de cada uno de los regalos de la canción en cada una de ellas. — ¡AHÍ ESTÁN! ¡YA ERA HORA! Creía que entrábamos sin vosotros. — Regañó la vocecilla chillona de Dylan. Ella levantó las manos. — Bueno, bueno, ¿qué hubiera pasado si no llegamos? Entraríais vosotros y luego nosotros, no pasa nada. — ¡Bueno! Es que el colega… Es quien te tiene que hacer los regalos a ti. A ver, en verdad, yo le puedo ayudar, y si te parece bien, pues lo compartes con Oli, y así participamos todos, pero yo solo no podía… — Oye, podría habértelos hecho yo a ti. Yo me atrevo. — Le soltó Olive al niño. Él se enrojeció hasta la punta de las orejas. — Ya, si ya… Pero tú sabes, como el colega es tan bueno con todo, y no sabemos si alo mejor hace falta magia… — La chica no le dio más vueltas, pero Alice tuvo que contener una risa.
Finalmente, lograron entrar y unos espectros vestidos de bailarina y soldadito, rodeados de pájaros, gallinas, y guirnaldas con anillos de oro, les explicaron el funcionamiento. — Creo que la bailarina es la espectro del bar francés. Igual te echa el ojo. — Le susurró a Marcus. El lugar era sencillo, más que a los que solían ir ellos a hacer ese tipo de actividades, se notaba que era para ir con niños. — Todas las salas son iguales, simplemente las asignamos por afluencia de gente, para que todo el mundo pueda disfrutar de todo. Pueden permanecer media hora en el interior, y jugar a cuantas pruebas quieran, pero solo una vez por prueba. Las verán dispuestas en pequeños mostradores por toda la sala, en el orden en el que salen en la canción, pero no es obligatorio seguirlo. Se pueden elegir la prueba con varita o sin varita, para que los más peques también disfruten. — Dylan arrugó la nariz a eso, pero Olive y él estaban tan emocionados que se le pasó rápido. Agradecieron con una sonrisa y pasaron.
La sala era una preciosidad, la verdad y, efectivamente, no había mucha gente. Olía a dulces, todo era evocador y navideño, y la música estaba un poquito alta para su gusto, pero todos iban mucho con el humor, así que sonrió y se alegró de que hubiera un sitio así a donde poder llevar a los más pequeños de la familia, aparte de los tradicionales juegos de la feria. — ¡Bueno! A ver los expertos, ¿por dónde queréis empezar? —
Vaya por Merlín, ya tenía que venir la dependienta. Al menos le distrajo a Marcus, entre la incomodidad y al ofrecerles una cosa que, sin duda, captaba toda su atención. Realmente, algo como comida hecha con alquimia que engañaba con el aspecto y la hacía parecer más… ¿Regia? ¿Elegante? Parpadeó y sonrió, mirándole. — Oye, pues… Preciosa es. Muy de tener en casa de alquimista importante, ¿no te parece? — Rio, pero la dependienta se puso a hablar. Iba a reírse o poner cara de superioridad, pero se limitó a decir. — ¿Sí? Pues me llevo una caja de cada. — Al abuelo le haría hasta ilusión, y podían estudiarlas en el taller, seria un detallito. Su Marcus estaría contento… — Voy a daros una guía, para que las uséis con conciencia. — ¡Ah! Pues muchísimas gracias. — Dijo Alice, esplendorosa. Quería volver a por la otra cosa, y no era plan de ponerse a la señora en contra. Les empaquetó todo y Alice los empequeñeció para poder llevarlos encima, saliendo con Marcus del brazo. Sin ser ligeramente, podía oírle pensar. — ¡Ay, cariño! Que ha sido por el bien de la ciencia y la alquimia. Además, tú sabes que nosotros no nos creemos esas tontadas de los signos y demás, por favor. Esta noche las probamos con la Orden de Merlín, y verás que diver. — Dejó un besito en su mejilla y tiraron hacia la cola de la famosa atracción.
La verdad es que se habían currado muchísimo todo ya solo desde la entrada. Era como una especie de regalo gigante, con doce ventanitas y dibujos de cada uno de los regalos de la canción en cada una de ellas. — ¡AHÍ ESTÁN! ¡YA ERA HORA! Creía que entrábamos sin vosotros. — Regañó la vocecilla chillona de Dylan. Ella levantó las manos. — Bueno, bueno, ¿qué hubiera pasado si no llegamos? Entraríais vosotros y luego nosotros, no pasa nada. — ¡Bueno! Es que el colega… Es quien te tiene que hacer los regalos a ti. A ver, en verdad, yo le puedo ayudar, y si te parece bien, pues lo compartes con Oli, y así participamos todos, pero yo solo no podía… — Oye, podría habértelos hecho yo a ti. Yo me atrevo. — Le soltó Olive al niño. Él se enrojeció hasta la punta de las orejas. — Ya, si ya… Pero tú sabes, como el colega es tan bueno con todo, y no sabemos si alo mejor hace falta magia… — La chica no le dio más vueltas, pero Alice tuvo que contener una risa.
Finalmente, lograron entrar y unos espectros vestidos de bailarina y soldadito, rodeados de pájaros, gallinas, y guirnaldas con anillos de oro, les explicaron el funcionamiento. — Creo que la bailarina es la espectro del bar francés. Igual te echa el ojo. — Le susurró a Marcus. El lugar era sencillo, más que a los que solían ir ellos a hacer ese tipo de actividades, se notaba que era para ir con niños. — Todas las salas son iguales, simplemente las asignamos por afluencia de gente, para que todo el mundo pueda disfrutar de todo. Pueden permanecer media hora en el interior, y jugar a cuantas pruebas quieran, pero solo una vez por prueba. Las verán dispuestas en pequeños mostradores por toda la sala, en el orden en el que salen en la canción, pero no es obligatorio seguirlo. Se pueden elegir la prueba con varita o sin varita, para que los más peques también disfruten. — Dylan arrugó la nariz a eso, pero Olive y él estaban tan emocionados que se le pasó rápido. Agradecieron con una sonrisa y pasaron.
La sala era una preciosidad, la verdad y, efectivamente, no había mucha gente. Olía a dulces, todo era evocador y navideño, y la música estaba un poquito alta para su gusto, pero todos iban mucho con el humor, así que sonrió y se alegró de que hubiera un sitio así a donde poder llevar a los más pequeños de la familia, aparte de los tradicionales juegos de la feria. — ¡Bueno! A ver los expertos, ¿por dónde queréis empezar? —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
- ¿Soy un alquimista importante? - Dijo con una sonrisilla y una muequecita graciosas, como cuando era niño. No se vio venir que quisiera llevarse una caja de cada. Sonrió, pero cuando la dependienta se fue, le susurró a Alice. - Esto tengo que aprender a hacerlo yo. No puede ser tan difícil. - No quería sonar borde diciendo que dudaba que la repostería fuera el área más complicada de la alquimia... pero un poquito sí que lo pensaba. No era tan fácil hacer cosas comestibles, pero él había sacado agua potable en su primer examen de licencia, así que sería cuestión de pillarle el truco y, a raíz de ahí, ir innovando. Eso sí, conforme salían, le añadió a Alice. - ¿Guía para comérselos? A ver qué has comprado, Gallia... que esa tienda... - Se pasaba de esotérica para su gusto, y no sería porque no le había gustado el invento del aceite de navarryl. Pero tenía pociones que, sin uso controlado, podían ser un peligro. Se limitó a suspirar y a rodar los ojos teatralmente al comentario de su novia, pero en el fondo, como solía ocurrir, las locuras de Alice le gustaban, y probarlo esa noche con su hermano y Darren podía ser divertido. Esperaba.
Ni tiempo le dio a poner cara de ilusión y alabar el decorado porque Dylan se les echó encima, a lo que Marcus simplemente alzó las manos a modo de desarme, en sintonía con Alice. De nuevo perorata de su cuñado para no evidenciar que quería hacerle regalos a Olive, pero claramente no contaba con el espíritu Gryffindor de su querida amiga. - Soy muy bueno con todo, estoy de acuerdo. - Asintió bromista y aguantándose la risa. Pasó un brazo por encima de los hombros de cada niño y entraron. Miró con los ojos entrecerrados a su novia. - No despiertes mis pesadillas, no hay necesidad. - No le había hecho ninguna gracia el espectro ese del bar francés, daba muy mal rollo. Fingió un exagerado escalofrío que hizo a los niños reír entre burlitas. El que se tuvo que contener muy fuerte de ni reírse ni burlarse por el bien de su integridad fue él al verle a Dylan la cara que puso cuando les llamó "los más peques". Y, aún así, se arriesgó diciendo. - ¿Patitos no hay? - Le estaba matando con la mirada. - O aceitunitas. - Ea, ya eran dos asesinos en potencia. Hizo una muequecita y dio varios pasos de cangrejo hasta esconderse (o pretenderlo, porque le sacaba una cabeza) detrás de Alice.
Ni a abrir la boca le dio tiempo porque, a la pregunta de Alice, los dos chicos empezaron un bombardeo de sugerencias. Vamos, que querían empezar por todo a la vez. Rio con ternura y compartió una mirada con ella. No se podía burlar, ellos habían sido iguales, y en el fondo seguían siéndolo. - Yo creo que los cuatro pájaros cantores deberíamos dejarlos para el final, como guinda del pastel. Un homenaje a los cuatro pájaros cantores que estamos aquí presentes. - Propuso. - Y... con vuestro permiso... - Comentó ceremonioso, mientras se adelantaba y miraba con esos ojos de caballero medieval que se le ponían a Alice. - Yo voy a empezar por las dos palomas tórtolas. No creo que haya mejor prueba que hacer para una amada que la de las dos tórtolas y ALGUIENES han reclamado que así lo haga, y no lo pienso demorar más. Así que... - Los niños le miraban entre risillas, mientras él se dirigía al puesto correspondiente. Allí le esperaba una chica muy alegre que le recordó muchísimo a Poppy, y que dio un saltito nada más verle acercarse. - ¡Hola! ¿Versión para mayores de edad o para menores? - Al ver que Marcus se había quedado un tanto contrariado, señaló con dulzura. - La de menores usa papel maché y la de mayores puede usar magia. Pero magia no peligrosita, que no tenemos seguros anti incendios. - Dijo con una risita que Marcus acompañó. Algo le decía que eso del seguro no iban a aprobar mucho sus jefes que lo dijera por ahí. - Opción mágica. Ya si otros quieren usar la no-mágica lo dejo a su elección. Yo vengo a hacer un regalo a mi tortolita. - Oooooh qué bonito. - Respondió la chica con adorabilidad, tras lo cual se asomó tras él y saludó con efusividad, como si acabara de ver a una vieja amiga. - ¡¡Hola!! Supongo que eres la tortolita. - Marcus se aguantó la risa y leyó las instrucciones.
Era sencillísimo, pero bueno, no esperaba grandes dificultades en una feria de Navidad. Había unos montoncitos de hierbas con bolitas rojas que debía ser una transformación de muérdago, y solo tenía que crear una combinación con la varita que su amada adivinara para generar el efecto que deseara. Pensaba darle su toque, por supuesto. Se jugaba una mano y no la perdía a que la mayoría de la gente dibujaba con la varita un corazón en el aire. Él prefería hacer otra cosa. Activó el mecanismo, pero le añadió un poquito más de magia, girándose hacia Alice. - Tienes que adivinar el código para revelar el regalo secreto de este sol enamorado. - Lo dicho, no era muy difícil. En cuanto Alice dibujó la luna en el aire con la varita, el amasijo de hojas y bolitas comenzó a transformarse. Debería convertirse en un muérdago convencional, pero antes de eso, se dividió en dos y, con un aleteo, adoptó la forma de dos palomitas que, tras darse un piquito, se fusionaron y dieron forma definitiva de muérdago al conjunto. Solo que era un muérdago con dos salientes a los lados, como si fueran alas. - ¡Qué bonito! - Dijo entusiasmada la chica del puesto, que claramente miraba desde allí. Dylan bajó los hombros. - Jo, colega, cómo te pasas. Pero bueno, me alegro porque es para la hermana, pero vaya nivel. - Le guiñó un ojo al chico y se ahorró puntualizarle que se estaba delatando solo, porque Olive parecía tan asombrada con lo que acababa de ver que ni lo notó.
Ni tiempo le dio a poner cara de ilusión y alabar el decorado porque Dylan se les echó encima, a lo que Marcus simplemente alzó las manos a modo de desarme, en sintonía con Alice. De nuevo perorata de su cuñado para no evidenciar que quería hacerle regalos a Olive, pero claramente no contaba con el espíritu Gryffindor de su querida amiga. - Soy muy bueno con todo, estoy de acuerdo. - Asintió bromista y aguantándose la risa. Pasó un brazo por encima de los hombros de cada niño y entraron. Miró con los ojos entrecerrados a su novia. - No despiertes mis pesadillas, no hay necesidad. - No le había hecho ninguna gracia el espectro ese del bar francés, daba muy mal rollo. Fingió un exagerado escalofrío que hizo a los niños reír entre burlitas. El que se tuvo que contener muy fuerte de ni reírse ni burlarse por el bien de su integridad fue él al verle a Dylan la cara que puso cuando les llamó "los más peques". Y, aún así, se arriesgó diciendo. - ¿Patitos no hay? - Le estaba matando con la mirada. - O aceitunitas. - Ea, ya eran dos asesinos en potencia. Hizo una muequecita y dio varios pasos de cangrejo hasta esconderse (o pretenderlo, porque le sacaba una cabeza) detrás de Alice.
Ni a abrir la boca le dio tiempo porque, a la pregunta de Alice, los dos chicos empezaron un bombardeo de sugerencias. Vamos, que querían empezar por todo a la vez. Rio con ternura y compartió una mirada con ella. No se podía burlar, ellos habían sido iguales, y en el fondo seguían siéndolo. - Yo creo que los cuatro pájaros cantores deberíamos dejarlos para el final, como guinda del pastel. Un homenaje a los cuatro pájaros cantores que estamos aquí presentes. - Propuso. - Y... con vuestro permiso... - Comentó ceremonioso, mientras se adelantaba y miraba con esos ojos de caballero medieval que se le ponían a Alice. - Yo voy a empezar por las dos palomas tórtolas. No creo que haya mejor prueba que hacer para una amada que la de las dos tórtolas y ALGUIENES han reclamado que así lo haga, y no lo pienso demorar más. Así que... - Los niños le miraban entre risillas, mientras él se dirigía al puesto correspondiente. Allí le esperaba una chica muy alegre que le recordó muchísimo a Poppy, y que dio un saltito nada más verle acercarse. - ¡Hola! ¿Versión para mayores de edad o para menores? - Al ver que Marcus se había quedado un tanto contrariado, señaló con dulzura. - La de menores usa papel maché y la de mayores puede usar magia. Pero magia no peligrosita, que no tenemos seguros anti incendios. - Dijo con una risita que Marcus acompañó. Algo le decía que eso del seguro no iban a aprobar mucho sus jefes que lo dijera por ahí. - Opción mágica. Ya si otros quieren usar la no-mágica lo dejo a su elección. Yo vengo a hacer un regalo a mi tortolita. - Oooooh qué bonito. - Respondió la chica con adorabilidad, tras lo cual se asomó tras él y saludó con efusividad, como si acabara de ver a una vieja amiga. - ¡¡Hola!! Supongo que eres la tortolita. - Marcus se aguantó la risa y leyó las instrucciones.
Era sencillísimo, pero bueno, no esperaba grandes dificultades en una feria de Navidad. Había unos montoncitos de hierbas con bolitas rojas que debía ser una transformación de muérdago, y solo tenía que crear una combinación con la varita que su amada adivinara para generar el efecto que deseara. Pensaba darle su toque, por supuesto. Se jugaba una mano y no la perdía a que la mayoría de la gente dibujaba con la varita un corazón en el aire. Él prefería hacer otra cosa. Activó el mecanismo, pero le añadió un poquito más de magia, girándose hacia Alice. - Tienes que adivinar el código para revelar el regalo secreto de este sol enamorado. - Lo dicho, no era muy difícil. En cuanto Alice dibujó la luna en el aire con la varita, el amasijo de hojas y bolitas comenzó a transformarse. Debería convertirse en un muérdago convencional, pero antes de eso, se dividió en dos y, con un aleteo, adoptó la forma de dos palomitas que, tras darse un piquito, se fusionaron y dieron forma definitiva de muérdago al conjunto. Solo que era un muérdago con dos salientes a los lados, como si fueran alas. - ¡Qué bonito! - Dijo entusiasmada la chica del puesto, que claramente miraba desde allí. Dylan bajó los hombros. - Jo, colega, cómo te pasas. Pero bueno, me alegro porque es para la hermana, pero vaya nivel. - Le guiñó un ojo al chico y se ahorró puntualizarle que se estaba delatando solo, porque Olive parecía tan asombrada con lo que acababa de ver que ni lo notó.
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Ivanka
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Puso una sonrisa brillante y aplaudió. — ¡Es verdad, somos cuatro! — Pero nosotros no somos Ravenclaw. — Replicó Dylan. — Pero somos Gallia, y nos ponemos nombres de pájaro si hace falta. — Yo no soy Gallia. — Dijo Oli, mientras seguía oteando la sala de los juegos, y Alice estuvo a punto de decir “date tiempo”, pero reculó y dijo. — Pero te queremos tanto en la familia que te podemos poner uno. Podemos llamarte petirrojo. — Dijo moviéndole las trencitas que llevaba y la chica sonrió y se removió. — Me gusta más que aceitunita y esas tonterías. — Y entonces Marcus dijo lo de las palomas tórtolas y ella se deshizo. — AAAAWWWW. — Ya empiezan. — Pinchó la niña, y ella respondió pinchándola en el costado. — ¿A que no comparto regalos contigo? La que tiene amado soy yo. — Pero no estiró el tema y se fue hacia el puesto con ella.
La chica que atendía hablaba y reaccionaba como si fuesen familia y además se sintiera muy orgullosa del amor que se tenían, y Alice simplemente se cruzó de brazos a esperar, porque sabía que su Marcus se luciría. Y, por supuesto, la hizo partícipe, y a ella le encantaba entrarle a las ficcioncitas, y encima multiplicadas por mil, así que se llevó una mano al pecho y abrió mucho los ojos. — ¿YO? — Miró a los lados con una gran sonrisa, y vio a Olive en tensión. — Alice, ¿te sabes el código? — A veces se le olvidaba que aún estaban chiquitos y se les podía vacilar un poquito. Ella resopoló y miró a Marcus… — No sé, no sé… — Achicó los ojos y se acercó al mostrador. — ¿Y si lo que el sol necesita es justo… Una luna? — La dibujó y tocó el montoncito. Podía sentir las vibraciones de envidia e impresión de todo el sector que estaba mirando. Ella rio y le dejó un piquito. — Perfecto. Como él. Como siempre. — La chica les entregó unos adornos del árbol que eran dos pajaritos hechos en madera que, gracias a un hechizo, se daban un besito. — Que los disfrutéis como el eterno amor de las aves. — Alice rio un poco y asintió riéndose. — Muchas gracias. — Lo movió delante de Marcus. — Hay que colgarlo en cuanto lleguemos a Irlanda, le va a encantar a la familia. —
Con el resto de juegos que fueron probando, Marcus se pavoneó un poquito menos, y aunque ella iba repartiendo las baratijillas con Olive, veía a su hermano torcer el morro cada vez que no conseguía algo o era eminentemente fácil. Se acercó a él y le dijo por lo bajini. — ¿Quieres que busquemos uno donde puedas lucirte? — Dylan pareció pensárselo, pero al final levantó la cabeza y asintió. — ¿Qué tal los cinco anillos de oro? Es lo más guay. — ¡Hermana! — Dijo en un susurro apurado. — ¿Cómo voy a ser tan descarado de hacerle algo de anillos? Esas cosas solo las hacéis el colega y tú, de verdad. — Eso la hizo reír, teniendo que contenerse y mirando a otros lados. — A ver… ¿Y las bailarinas? El regalo debe estar guay, y podemos acercarnos, hacer un plan sin magia, y llevarlo a cabo. — Dylan la miró con ojos brillantes. — ¿Pero eso no sería hacer trampa? — Ella se encogió de hombros y sacó el labio inferior. — Yo estoy ayudando a mi hermano, no es ilegal, y lo vas a hacer tú. —
El juego era de lo más sencillo. Salían unas muñecas bailarinas de unos agujeros en la plataforma e iban bailando aleatoriamente. Tenías que inmovilizarlas a todas, no siguiendo un orden específico, pero una vez hubiera echado a bailar la última, tendrías solo tres segundos para pararlas a todas. Obviamente, con un poco de puntería y un hechizo inmovilizador lo tenías hecho, de una en una, pero Alice tuvo una visión rapidísima, que susurró a Dylan bajo las divertidas miradas de los otros. El chico enrojeció, pero al final, se acercó a Oli y dijo. — Ehmmmm, Olive… — E imitando bastante el gesto de Marcus cuando se ponía pomposo, dijo. — ¿Me prestarías un lazo de tus trenzas? — La chica parpadeó un poco sorprendida, pero se lo dio con una risa. Dylan se lo llevó a Alice y ella lo alargó con un hechizo y habló con la chica del puesto, que parecía una versión inglesa de la prima Sandy y un poco cansada de estar allí. — Ponnos la versión sin magia. — Dylan la miró decidido, con los dos extremos del lazo en sus manos. Mientras la chica había activado el hechizo, su hermano había rodeado los agujeros con el lazo, y se quedó agarrando los extremos hasta que la última bailarina empezó a bailar. Justo entonces, tiró de los extremos y las ató a todas de golpe, cerrándolas con un lazo. Hasta la lánguida chica rubia no daba crédito. — ¡QUÉ DICES! ¡ESTO LE CUESTA UN MONTÓN A LA GENTE! — ¡QUÉ FUERTE, DYLAN! — Celebró Oli acercándose con los ojos como platos. — Bueno… La hermana me ayudó… — Contestó él, tímidamente, aún pegado al lazo, como si se fuera a deshacer y perder el premio. Y hablando de eso, la chica sacó una corona de plástico con joyitas rosas, del mismo color que las bailarinas. — Para ti, guapo. Pónsela a quien tu quieras. — Miró de reojo a Alice, pero ella hizo un gesto con los ojos en dirección a la chica y Dylan carraspeó y se acercó. — Oli… Yo quiero que… La lleves tú. Mi hermana ya tiene la que Marcus le ganó el año pasado aquí, y tú también te la mereces. — Ella estaba parpadeando, por primera vez sin palabras. — Ay, jo… Gracias… — Agachó la cabecita para que se la pusiera. — A ver qué dicen mi madre y Rose… Me van a preguntar cómo la he ganado. — Diles que te la he dado yo. — Contestó con suficiencia. Alice se dejó reposar sobre Marcus. — No, si está más espabilado de lo que parece. — Y rio un poco, cerrando los ojos y solo escuchando el ambiente, sintiendo la felicidad.
La chica que atendía hablaba y reaccionaba como si fuesen familia y además se sintiera muy orgullosa del amor que se tenían, y Alice simplemente se cruzó de brazos a esperar, porque sabía que su Marcus se luciría. Y, por supuesto, la hizo partícipe, y a ella le encantaba entrarle a las ficcioncitas, y encima multiplicadas por mil, así que se llevó una mano al pecho y abrió mucho los ojos. — ¿YO? — Miró a los lados con una gran sonrisa, y vio a Olive en tensión. — Alice, ¿te sabes el código? — A veces se le olvidaba que aún estaban chiquitos y se les podía vacilar un poquito. Ella resopoló y miró a Marcus… — No sé, no sé… — Achicó los ojos y se acercó al mostrador. — ¿Y si lo que el sol necesita es justo… Una luna? — La dibujó y tocó el montoncito. Podía sentir las vibraciones de envidia e impresión de todo el sector que estaba mirando. Ella rio y le dejó un piquito. — Perfecto. Como él. Como siempre. — La chica les entregó unos adornos del árbol que eran dos pajaritos hechos en madera que, gracias a un hechizo, se daban un besito. — Que los disfrutéis como el eterno amor de las aves. — Alice rio un poco y asintió riéndose. — Muchas gracias. — Lo movió delante de Marcus. — Hay que colgarlo en cuanto lleguemos a Irlanda, le va a encantar a la familia. —
Con el resto de juegos que fueron probando, Marcus se pavoneó un poquito menos, y aunque ella iba repartiendo las baratijillas con Olive, veía a su hermano torcer el morro cada vez que no conseguía algo o era eminentemente fácil. Se acercó a él y le dijo por lo bajini. — ¿Quieres que busquemos uno donde puedas lucirte? — Dylan pareció pensárselo, pero al final levantó la cabeza y asintió. — ¿Qué tal los cinco anillos de oro? Es lo más guay. — ¡Hermana! — Dijo en un susurro apurado. — ¿Cómo voy a ser tan descarado de hacerle algo de anillos? Esas cosas solo las hacéis el colega y tú, de verdad. — Eso la hizo reír, teniendo que contenerse y mirando a otros lados. — A ver… ¿Y las bailarinas? El regalo debe estar guay, y podemos acercarnos, hacer un plan sin magia, y llevarlo a cabo. — Dylan la miró con ojos brillantes. — ¿Pero eso no sería hacer trampa? — Ella se encogió de hombros y sacó el labio inferior. — Yo estoy ayudando a mi hermano, no es ilegal, y lo vas a hacer tú. —
El juego era de lo más sencillo. Salían unas muñecas bailarinas de unos agujeros en la plataforma e iban bailando aleatoriamente. Tenías que inmovilizarlas a todas, no siguiendo un orden específico, pero una vez hubiera echado a bailar la última, tendrías solo tres segundos para pararlas a todas. Obviamente, con un poco de puntería y un hechizo inmovilizador lo tenías hecho, de una en una, pero Alice tuvo una visión rapidísima, que susurró a Dylan bajo las divertidas miradas de los otros. El chico enrojeció, pero al final, se acercó a Oli y dijo. — Ehmmmm, Olive… — E imitando bastante el gesto de Marcus cuando se ponía pomposo, dijo. — ¿Me prestarías un lazo de tus trenzas? — La chica parpadeó un poco sorprendida, pero se lo dio con una risa. Dylan se lo llevó a Alice y ella lo alargó con un hechizo y habló con la chica del puesto, que parecía una versión inglesa de la prima Sandy y un poco cansada de estar allí. — Ponnos la versión sin magia. — Dylan la miró decidido, con los dos extremos del lazo en sus manos. Mientras la chica había activado el hechizo, su hermano había rodeado los agujeros con el lazo, y se quedó agarrando los extremos hasta que la última bailarina empezó a bailar. Justo entonces, tiró de los extremos y las ató a todas de golpe, cerrándolas con un lazo. Hasta la lánguida chica rubia no daba crédito. — ¡QUÉ DICES! ¡ESTO LE CUESTA UN MONTÓN A LA GENTE! — ¡QUÉ FUERTE, DYLAN! — Celebró Oli acercándose con los ojos como platos. — Bueno… La hermana me ayudó… — Contestó él, tímidamente, aún pegado al lazo, como si se fuera a deshacer y perder el premio. Y hablando de eso, la chica sacó una corona de plástico con joyitas rosas, del mismo color que las bailarinas. — Para ti, guapo. Pónsela a quien tu quieras. — Miró de reojo a Alice, pero ella hizo un gesto con los ojos en dirección a la chica y Dylan carraspeó y se acercó. — Oli… Yo quiero que… La lleves tú. Mi hermana ya tiene la que Marcus le ganó el año pasado aquí, y tú también te la mereces. — Ella estaba parpadeando, por primera vez sin palabras. — Ay, jo… Gracias… — Agachó la cabecita para que se la pusiera. — A ver qué dicen mi madre y Rose… Me van a preguntar cómo la he ganado. — Diles que te la he dado yo. — Contestó con suficiencia. Alice se dejó reposar sobre Marcus. — No, si está más espabilado de lo que parece. — Y rio un poco, cerrando los ojos y solo escuchando el ambiente, sintiendo la felicidad.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Rio y apoyó la cabeza en el hombro de su novia, mientras esta movía el adorno de pajaritos delante de él. - Junto a las bolas con nuestros nombres. Por supuesto, les he dicho a mis padres que se las lleven... Aunque, como haya que poner una por cada miembro de la familia, vamos a necesitar un bosque. - Bromeó. Las pruebas eran eminentemente fáciles y bastante graciosas, muy en sintonía con el ambiente navideño. Dylan ya estaba poniendo cara de estar quedándose atrás, por lo que su hermana salió en su rescate mientras Marcus intentaba entretener a Olive, porque la cara de agobio de Dylan era tan descarada que sería un milagro que la chica no se diera cuenta de sus intentos por impresionarla y pasar desapercibido al mismo tiempo.
Asistió mostrando mucho interés (y aguantándose la risa) a los esfuerzos del chico, que ahora parecía querer copiarle el modus operandi pero con un nada por ciento Slytherin y un todo por ciento Hufflepuff. Eso sí, tuvo que reconocer que la maniobra fue impresionante... tanto que, un segundo después del impacto inicial, miró a Alice con una ceja arqueada. Tampoco era necesario ser un experto detective, porque ese corazón Hufflepuff que trataba de conquistar a una íntegra Gryffindor reveló el secreto sin necesidad de tirarle mucho de la lengua. - Doble mérito tienes: haberlo hecho, y ser tan humilde de pedir ayuda y reconocer que la has pedido. Enhorabuena, Dylan. - Marcus, desde luego, sí que era experto en llevarse a su terreno todos los argumentos, y como quería alabar el buen hacer de Dylan, lo haría hiciera lo que hiciese. Por supuesto, la bonita corona de regalo se la llevó Olive, y Marcus compartió una miradita cómplice con su novia. - Me da que el año que viene van a prescindir de nosotros para la feria. - Miedo le daba la evolución de Dylan estando en la sala común de Hufflepuff, menos mal que él ya no estaba en Hogwarts: ojos que no ven, corazón que no siente.
Fueron terminando las pruebas, en una de las cuales su amada le consiguió un bonito broche con una lucecita roja, emulando la nariz de Rudoff y sus cuernecitos, que emitía la melodía de la canción de los doce días de Navidad, y que no se pensaba quitar de la solapa. Ya solo les quedaba una prueba, la de los cuatro pájaros cantores, y el muchacho del puesto, que llevaba más cascabeles de los que pudieran llegar a hacer un sonido melodioso al sonar todos juntos (que encima no dejaba de moverse), les recibió con una amplia sonrisa. Le recordaba bastante a Peter Bradley. Haría buena pareja con la chica del puesto de las tórtolas. - ¡Bienvenidos! ¡Vaya, si vosotros sois cuatro! Entonces la prueba para vosotros va a ser facilísima. - Se miraron entre sí con sonrisillas, expectantes por las instrucciones. - Como sois cuatro pájaros cantores, tenéis que... ¡cantar entre los cuatro la canción de los doce días de Navidad! - Marcus arqueó una ceja. El que chilló casi asustado fue Dylan. - ¿Y eso es fácil? - Bueno, os habéis ahorrado el paso de buscar compañeros hasta llegar a cuatro, o de echar a alguien del grupo. Y más compenetración que cantar con desconocidos. - Dijo el chico, con una sonrisa radiante y rebosando alegría (y ruido de cascabeles), como si no le viera el menor problema.
- Sin embargo, no todo va a ser tan sencillo. - Ah que seguíamos bajo la premisa de que esto era sencillo, pensó Marcus. - Como son doce días de Navidad y vosotros sois cuatro, tendréis que cantar cada uno tres de los regalos que se dan en los doce días de Navidad. Es decir, los cuatro a coro cantaréis las partes comunes, pero cada uno dirá un regalo. Y... ¡tenéis que adivinar cuál! - No me estoy enterando. - Le susurró Dylan a Marcus, asustado. Él tampoco estaba seguro de estar enterándose. El chico sacó entonces doce tarjetas en blanco, las barajó y le dio tres a cada uno. - Esas tarjetas contienen cada uno de los regalos, pero ahora están invisibles. Se mostrarán conforme vayáis acertando. Entre todos, empezáis: "El primer día de Navidad, mi amor me entregó..." y uno de vosotros, el que quiera, dirá "una perdiz en un peral". Si esa persona tenía esa tarjeta, se revelará en su mano y podréis seguir. "El segundo día de Navidad, mi amor me entregó...", y el segundo dirá "dos palomas tórtolas", y así. Pero si falláis, oiréis un sonido de error y tendréis que empezar desde el principio. - O sea, cantar, que a Marcus no se le daba NADA bien, y encima tener que acertar en base a la nada. Definitivamente, el juego más infernalmente difícil de todos, aquello les iba a llevar horas.
No fue para tanto, y tuvo que reconocer que se rieron muchísimo a medida que no paraban de fallar, y celebraron un montón los aciertos. Ya estaban tensos cada vez que les tocaba adivinar. - "En el sexto día de Navidad, mi amor me entregó..." - Cantaron a coro, y tras compartir miradas y esconder risas, Olive se arriesgó. - "seis gansos poniendo huevos." - ¡¡MEEEEC!! - Todos clamaron y rieron, Marcus casi se tira al suelo, pero estaban muertos de risa. Otra vez a empezar. Resultaba que era Alice la que tenía los seis gansos poniendo huevos, y los siete cisnes nadando sí que los tenía Olive, pero habló Dylan, por lo que tuvieron que empezar otra vez. Cada vez que acertaban a la primera era una auténtica fiesta. Ya solo les quedaban los dos últimos, uno era de Olive y el otro de él, pero no tenían ni idea de cual. - "En el undécimo día de Navidad, mi amor me entregó..." - Y, tras unos segundos de tensión, con todos mirándose, Marcus le hizo un gesto a Olive. Se arriesgarían. La chica dijo, casi con prudencia. - "Once gaiteros tocando". - Y, de repente, la carta de los gaiteros se iluminó en manos de la niña. Todo fueron gritos de júbilo, dijeron corriendo todo lo que les quedaba (por poco se adelante Dylan a su hermana en el tercero y tienen que empezar de nuevo) y, llegado al último, todos cantaron. - "En el duodécimo día de Navidad, mi amor me entregó..." - Y Marcus clamó, victorioso. - "¡Doce tamborileros tamboreando!". - Y, exultantes, y cada uno el que les tocaba, disfrutaron de cantar el resto de la canción. - "Once gaiteros tocando." - "Diez señores saltando." - "Nueve bailarinas bailando". - "Ocho damas ordeñando". - "Siete cisnes nadando". - "Seis gansos poniendo huevos". - "Cinco anillos de oro". - "Cuatro pájaros cantores". - "Tres gallinas francesas". - "Dos palomas tórtolas". - "¡Y una perdiz en un peral!" - Saltaron y celebraron como si les hubieran tocado un dos millones de galeones, y el chico del puesto lo celebró con ellos como si el tercer millón le hubiera tocado a él. - ¡Enhorabuena! Qué sincronización. - No me quiero imaginar lo que habrás visto por aquí si a esto lo llamas sincronización, porque divertido había sido, sí, pero eficiente no mucho, porque se habían equivocado en casi todos los versos. - Como premio, las cartas, para vosotros. Son unas ilustraciones muy bonitas, cada una la ha hecho uno de nosotros, el del puesto correspondiente. ¡Que las disfrutéis! - ¡Pienso darles el mejor sitio de mi cuarto de Hogwarts! - ¡Y yo! - Dijeron Dylan y Olive respectivamente, lo que hizo al muchacho reír con una carcajada halagada. - Las nuestras se vienen a Irlanda. - ¡Qué honor! - Se despidieron el majo chico del puesto y salieron de la tienda.
- Así que... - Comentó Marcus, mirando las cartas de Alice por encima de su hombro. - Las tres gallinas francesas, es justo que te hayan tocado a ti, los seis gansos y las dos palomas tórtolas. Me gusta. - Miró la suya. - Yo tengo a los doce tamborileros, wow, qué nivel dibujar esto; los cuatro pájaros cantores, me encanta, aunque al chico se le da mejor socializar que dibujar, pero se aprecia el intento. - Comentó entre risas. - Y, por supuesto porque no podía ser de otra forma, los cinco anillos de oro. - La miró con una sonrisa ladina y pasó su brazo por los hombros de ella, apretándola contra sí. - A ver para qué quiero yo tantos anillos, si solo tengo una amada a la que querría dárselos. -
Asistió mostrando mucho interés (y aguantándose la risa) a los esfuerzos del chico, que ahora parecía querer copiarle el modus operandi pero con un nada por ciento Slytherin y un todo por ciento Hufflepuff. Eso sí, tuvo que reconocer que la maniobra fue impresionante... tanto que, un segundo después del impacto inicial, miró a Alice con una ceja arqueada. Tampoco era necesario ser un experto detective, porque ese corazón Hufflepuff que trataba de conquistar a una íntegra Gryffindor reveló el secreto sin necesidad de tirarle mucho de la lengua. - Doble mérito tienes: haberlo hecho, y ser tan humilde de pedir ayuda y reconocer que la has pedido. Enhorabuena, Dylan. - Marcus, desde luego, sí que era experto en llevarse a su terreno todos los argumentos, y como quería alabar el buen hacer de Dylan, lo haría hiciera lo que hiciese. Por supuesto, la bonita corona de regalo se la llevó Olive, y Marcus compartió una miradita cómplice con su novia. - Me da que el año que viene van a prescindir de nosotros para la feria. - Miedo le daba la evolución de Dylan estando en la sala común de Hufflepuff, menos mal que él ya no estaba en Hogwarts: ojos que no ven, corazón que no siente.
Fueron terminando las pruebas, en una de las cuales su amada le consiguió un bonito broche con una lucecita roja, emulando la nariz de Rudoff y sus cuernecitos, que emitía la melodía de la canción de los doce días de Navidad, y que no se pensaba quitar de la solapa. Ya solo les quedaba una prueba, la de los cuatro pájaros cantores, y el muchacho del puesto, que llevaba más cascabeles de los que pudieran llegar a hacer un sonido melodioso al sonar todos juntos (que encima no dejaba de moverse), les recibió con una amplia sonrisa. Le recordaba bastante a Peter Bradley. Haría buena pareja con la chica del puesto de las tórtolas. - ¡Bienvenidos! ¡Vaya, si vosotros sois cuatro! Entonces la prueba para vosotros va a ser facilísima. - Se miraron entre sí con sonrisillas, expectantes por las instrucciones. - Como sois cuatro pájaros cantores, tenéis que... ¡cantar entre los cuatro la canción de los doce días de Navidad! - Marcus arqueó una ceja. El que chilló casi asustado fue Dylan. - ¿Y eso es fácil? - Bueno, os habéis ahorrado el paso de buscar compañeros hasta llegar a cuatro, o de echar a alguien del grupo. Y más compenetración que cantar con desconocidos. - Dijo el chico, con una sonrisa radiante y rebosando alegría (y ruido de cascabeles), como si no le viera el menor problema.
- Sin embargo, no todo va a ser tan sencillo. - Ah que seguíamos bajo la premisa de que esto era sencillo, pensó Marcus. - Como son doce días de Navidad y vosotros sois cuatro, tendréis que cantar cada uno tres de los regalos que se dan en los doce días de Navidad. Es decir, los cuatro a coro cantaréis las partes comunes, pero cada uno dirá un regalo. Y... ¡tenéis que adivinar cuál! - No me estoy enterando. - Le susurró Dylan a Marcus, asustado. Él tampoco estaba seguro de estar enterándose. El chico sacó entonces doce tarjetas en blanco, las barajó y le dio tres a cada uno. - Esas tarjetas contienen cada uno de los regalos, pero ahora están invisibles. Se mostrarán conforme vayáis acertando. Entre todos, empezáis: "El primer día de Navidad, mi amor me entregó..." y uno de vosotros, el que quiera, dirá "una perdiz en un peral". Si esa persona tenía esa tarjeta, se revelará en su mano y podréis seguir. "El segundo día de Navidad, mi amor me entregó...", y el segundo dirá "dos palomas tórtolas", y así. Pero si falláis, oiréis un sonido de error y tendréis que empezar desde el principio. - O sea, cantar, que a Marcus no se le daba NADA bien, y encima tener que acertar en base a la nada. Definitivamente, el juego más infernalmente difícil de todos, aquello les iba a llevar horas.
No fue para tanto, y tuvo que reconocer que se rieron muchísimo a medida que no paraban de fallar, y celebraron un montón los aciertos. Ya estaban tensos cada vez que les tocaba adivinar. - "En el sexto día de Navidad, mi amor me entregó..." - Cantaron a coro, y tras compartir miradas y esconder risas, Olive se arriesgó. - "seis gansos poniendo huevos." - ¡¡MEEEEC!! - Todos clamaron y rieron, Marcus casi se tira al suelo, pero estaban muertos de risa. Otra vez a empezar. Resultaba que era Alice la que tenía los seis gansos poniendo huevos, y los siete cisnes nadando sí que los tenía Olive, pero habló Dylan, por lo que tuvieron que empezar otra vez. Cada vez que acertaban a la primera era una auténtica fiesta. Ya solo les quedaban los dos últimos, uno era de Olive y el otro de él, pero no tenían ni idea de cual. - "En el undécimo día de Navidad, mi amor me entregó..." - Y, tras unos segundos de tensión, con todos mirándose, Marcus le hizo un gesto a Olive. Se arriesgarían. La chica dijo, casi con prudencia. - "Once gaiteros tocando". - Y, de repente, la carta de los gaiteros se iluminó en manos de la niña. Todo fueron gritos de júbilo, dijeron corriendo todo lo que les quedaba (por poco se adelante Dylan a su hermana en el tercero y tienen que empezar de nuevo) y, llegado al último, todos cantaron. - "En el duodécimo día de Navidad, mi amor me entregó..." - Y Marcus clamó, victorioso. - "¡Doce tamborileros tamboreando!". - Y, exultantes, y cada uno el que les tocaba, disfrutaron de cantar el resto de la canción. - "Once gaiteros tocando." - "Diez señores saltando." - "Nueve bailarinas bailando". - "Ocho damas ordeñando". - "Siete cisnes nadando". - "Seis gansos poniendo huevos". - "Cinco anillos de oro". - "Cuatro pájaros cantores". - "Tres gallinas francesas". - "Dos palomas tórtolas". - "¡Y una perdiz en un peral!" - Saltaron y celebraron como si les hubieran tocado un dos millones de galeones, y el chico del puesto lo celebró con ellos como si el tercer millón le hubiera tocado a él. - ¡Enhorabuena! Qué sincronización. - No me quiero imaginar lo que habrás visto por aquí si a esto lo llamas sincronización, porque divertido había sido, sí, pero eficiente no mucho, porque se habían equivocado en casi todos los versos. - Como premio, las cartas, para vosotros. Son unas ilustraciones muy bonitas, cada una la ha hecho uno de nosotros, el del puesto correspondiente. ¡Que las disfrutéis! - ¡Pienso darles el mejor sitio de mi cuarto de Hogwarts! - ¡Y yo! - Dijeron Dylan y Olive respectivamente, lo que hizo al muchacho reír con una carcajada halagada. - Las nuestras se vienen a Irlanda. - ¡Qué honor! - Se despidieron el majo chico del puesto y salieron de la tienda.
- Así que... - Comentó Marcus, mirando las cartas de Alice por encima de su hombro. - Las tres gallinas francesas, es justo que te hayan tocado a ti, los seis gansos y las dos palomas tórtolas. Me gusta. - Miró la suya. - Yo tengo a los doce tamborileros, wow, qué nivel dibujar esto; los cuatro pájaros cantores, me encanta, aunque al chico se le da mejor socializar que dibujar, pero se aprecia el intento. - Comentó entre risas. - Y, por supuesto porque no podía ser de otra forma, los cinco anillos de oro. - La miró con una sonrisa ladina y pasó su brazo por los hombros de ella, apretándola contra sí. - A ver para qué quiero yo tantos anillos, si solo tengo una amada a la que querría dárselos. -
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Era posible que Dylan estuviera despegándose de ellos, pero eso era bueno. Su patito tenía que crecer. No obstante… — Creo que aún nos necesitará un poco más. — Ladeó una sonrisa y susurró. — Aún necesita de su colega y su hermana, y si no, mira cómo se ha desarrollado la atracción. — Se enganchó al brazo de Marcus y siguió paseando por los juegos, sintiéndose feliz y satisfecha de poder tener un día así y dárselo a su hermano. Más veces de las que desearía, sentía que no le estaba dando una vida alegre y despreocupada como la que ella había tenido a su edad. Pero en días como aquel sentía que había cumplido como la hermana mayor, aunque no debería retrasar mucho más el cumplir como tutora.
Antes, no obstante, Marcus no había olvidado por supuesto lo de los cuatro pájaros cantores, así que allá fueron. Solo con el que atendía, tendrían que haber sabido que aquel juego iba a ser un pandemonio, porque es que Alice no se enteraba de nada entre el entusiasmo del chico y los cascabeles. Menos mal que su hermano confesó que no se estaba enterando tampoco, aunque no sabía si eso le daba más vergüenza. — ¿Pero cómo que empezar de nuevo? ¿Pero cuánto vamos a estar aquí? — Encima miró de reojo a su novio y… Una prueba nada científica, sin método ninguno y cantando… Su Marcus había sido premiado con casi todos los bienes de la creación, pero no con el del oído musical.
Al final, se las había deseado mucho peor de lo que fue la prueba. Entre la alegría del chico, y las risas tontas que les daban a todos, estaba siendo la prueba más divertida. Una de las veces, con el sonido del error, entre risas, se le escapó. — En esta canción hay tantos pájaros que yo ya no sé quiénes ponen los huevos. — Y a todos les dio un ataque tan fuerte que se echaron hasta a llorar. — ¡Oye! ¡Tordo! ¡Pero contéstame! — Le decía picando a Dylan en el hombro. — ¿Eran los cisnes o los gansos? ¿No te la sabes o qué? ¿Entonces qué estamos haciendo? — ¡AY, HERMANA, PARA, QUE ME DA ALGO! —
Pero, finalmente, se obró el milagro de Navidad, Oli acertó y, como si aquello fueran los últimos segundos de un partido de quidditch, cantaron el resto del villancico y, al llegar al final se pusieron a saltar y celebrarlo como un grandísimo logro (con el chico también, por supuesto, porque era de esa gente que es amigo de la humanidad). Miró las cartas con ilusión. Esas cosas le gustaban, cositas que les trajeran recuerdos felices, acumularlas, para el día de mañana decir “mira, eso fue en la feria de Navidad del año que estábamos en Irlanda). Sonrió a su novio cuando se puso a consultar las tarjetas que le habían tocado. — Claro, como en el juego no había método ninguno, intentas buscarlo en las cartas. — Comentó entre risas mientras salían. Asintió, entre risas, a lo del tendero, y levantó la mano abierta, separando mucho los dedos. — ¿Y no quieres ponerme uno en cada dedo? Solo por asegurar que soy tu amada y solo tuya, con tus cinco anillos. —
Se dirigieron al sitio del año pasado, y ella no quería alargar más sus funciones de tutora, así que rodeó a Dylan por los hombros y dijo. — ¡Me acabo de acordar del ponche aquel que cambia de sabor! Se coge allí. — Señaló un puesto en una esquina cercana. — Vamos tú y yo a cogerlo y dejamos al colega experto en comida y a Oli encargados de la comida, ¿vale? — Dylan iba a protestar, pero Olive se fue tan ufana con Marcus, que no le quedó de otra que callarse e ir con ella. Llegaron a la cola, pidieron el ponche, y Alice sabía que lo preparaban a demanda, así que iban a tardar un poquito, por lo que condujo a Dylan a un banco cercano, como si simplemente esperaran. — ¿Te lo has pasado bien en la atracción? — Él sonrió débilmente y se apoyó en sus rodillas, mirando la feria. — Hermana, ¿sabes por qué me gusta tanto la feria de Navidad? — Ella negó con la cabeza. — Porque puedo sentir la inmensa felicidad de muchísimas personas. Siempre hay algún cascarrabias que querría estar en otro lado, o uno que se acuerda de alguien que no está, algún corazón roto… Pero, en su mayoría, todos son felices, y su felicidad llega en cantidades inmensas a mí. — Ella sonrió con dulzura. — Qué bonito es eso, patito. Eso es saber usar tu don. — Dylan asintió y la miró. — Pero mi don también sirve para que note que estás nerviosa o tensa, y me imagino que es porque quieres hablar de papá o darme una noticia que no me va a gustar. — Alice suspiró. La crianza de un legeremante era mucho más complicada, pero la de alguien con el don de Dylan empezaba a ponerse cuesta arriba. — No es ninguna noticia. Pero no puedo no hablar de la situación que hemos vivido y que tenemos. Y cuando llegues a Saint-Tropez todo van a ser risas y fiestas, y nadie te va a preguntar, pero ya hemos visto que así no se solucionan las cosas. Simplemente odio preguntarte por algo que sé que, aunque sea en parte, te va a doler. Pero tengo que hacerlo, eso es de verdad ser tu tutora, preocuparme de que todo está claro y se habla. —
Antes, no obstante, Marcus no había olvidado por supuesto lo de los cuatro pájaros cantores, así que allá fueron. Solo con el que atendía, tendrían que haber sabido que aquel juego iba a ser un pandemonio, porque es que Alice no se enteraba de nada entre el entusiasmo del chico y los cascabeles. Menos mal que su hermano confesó que no se estaba enterando tampoco, aunque no sabía si eso le daba más vergüenza. — ¿Pero cómo que empezar de nuevo? ¿Pero cuánto vamos a estar aquí? — Encima miró de reojo a su novio y… Una prueba nada científica, sin método ninguno y cantando… Su Marcus había sido premiado con casi todos los bienes de la creación, pero no con el del oído musical.
Al final, se las había deseado mucho peor de lo que fue la prueba. Entre la alegría del chico, y las risas tontas que les daban a todos, estaba siendo la prueba más divertida. Una de las veces, con el sonido del error, entre risas, se le escapó. — En esta canción hay tantos pájaros que yo ya no sé quiénes ponen los huevos. — Y a todos les dio un ataque tan fuerte que se echaron hasta a llorar. — ¡Oye! ¡Tordo! ¡Pero contéstame! — Le decía picando a Dylan en el hombro. — ¿Eran los cisnes o los gansos? ¿No te la sabes o qué? ¿Entonces qué estamos haciendo? — ¡AY, HERMANA, PARA, QUE ME DA ALGO! —
Pero, finalmente, se obró el milagro de Navidad, Oli acertó y, como si aquello fueran los últimos segundos de un partido de quidditch, cantaron el resto del villancico y, al llegar al final se pusieron a saltar y celebrarlo como un grandísimo logro (con el chico también, por supuesto, porque era de esa gente que es amigo de la humanidad). Miró las cartas con ilusión. Esas cosas le gustaban, cositas que les trajeran recuerdos felices, acumularlas, para el día de mañana decir “mira, eso fue en la feria de Navidad del año que estábamos en Irlanda). Sonrió a su novio cuando se puso a consultar las tarjetas que le habían tocado. — Claro, como en el juego no había método ninguno, intentas buscarlo en las cartas. — Comentó entre risas mientras salían. Asintió, entre risas, a lo del tendero, y levantó la mano abierta, separando mucho los dedos. — ¿Y no quieres ponerme uno en cada dedo? Solo por asegurar que soy tu amada y solo tuya, con tus cinco anillos. —
Se dirigieron al sitio del año pasado, y ella no quería alargar más sus funciones de tutora, así que rodeó a Dylan por los hombros y dijo. — ¡Me acabo de acordar del ponche aquel que cambia de sabor! Se coge allí. — Señaló un puesto en una esquina cercana. — Vamos tú y yo a cogerlo y dejamos al colega experto en comida y a Oli encargados de la comida, ¿vale? — Dylan iba a protestar, pero Olive se fue tan ufana con Marcus, que no le quedó de otra que callarse e ir con ella. Llegaron a la cola, pidieron el ponche, y Alice sabía que lo preparaban a demanda, así que iban a tardar un poquito, por lo que condujo a Dylan a un banco cercano, como si simplemente esperaran. — ¿Te lo has pasado bien en la atracción? — Él sonrió débilmente y se apoyó en sus rodillas, mirando la feria. — Hermana, ¿sabes por qué me gusta tanto la feria de Navidad? — Ella negó con la cabeza. — Porque puedo sentir la inmensa felicidad de muchísimas personas. Siempre hay algún cascarrabias que querría estar en otro lado, o uno que se acuerda de alguien que no está, algún corazón roto… Pero, en su mayoría, todos son felices, y su felicidad llega en cantidades inmensas a mí. — Ella sonrió con dulzura. — Qué bonito es eso, patito. Eso es saber usar tu don. — Dylan asintió y la miró. — Pero mi don también sirve para que note que estás nerviosa o tensa, y me imagino que es porque quieres hablar de papá o darme una noticia que no me va a gustar. — Alice suspiró. La crianza de un legeremante era mucho más complicada, pero la de alguien con el don de Dylan empezaba a ponerse cuesta arriba. — No es ninguna noticia. Pero no puedo no hablar de la situación que hemos vivido y que tenemos. Y cuando llegues a Saint-Tropez todo van a ser risas y fiestas, y nadie te va a preguntar, pero ya hemos visto que así no se solucionan las cosas. Simplemente odio preguntarte por algo que sé que, aunque sea en parte, te va a doler. Pero tengo que hacerlo, eso es de verdad ser tu tutora, preocuparme de que todo está claro y se habla. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Tomó su mano con la exagerada delicadeza de una propuesta de baile victoriano, mirando y acariciando cada uno de sus dedos por separado. - Tienes razón. Además, así tendrías una mano engalanada de joyas como te mereces, y la otra desnuda, para que todo el mundo aprecie lo bella que es sin necesidad de adornos. - Lo dicho, la exageración victoriana que solo Marcus podía llegar a alcanzar, pero es que Alice se lo ponía en bandeja.
Conforme se acercaron al puesto, Alice propuso ir ella con Dylan a por las bebidas y que él fuera con Olive a por las bebidas. Si la conocía de algo, eso significaba que quería una conversación a solas con su hermano. Miró a Olive y, cómicamente, alzó repetidas veces las cejas, lo que hizo a la niña reír y decirle a Alice. - ¿Tú estás segura? Con Marcus decidiendo la comida, vamos a salir de aquí como toneles. - ¿Cuestionas mi expertizaje? - Nooo cuestiono tus cantidades. - Pues que la señorita ponga las medidas, y ya veré yo si le hago caso o no. -Decía mientras la giraba por los hombros y le bailaba graciosamente las trenzas, provocando que se riera y se intentara zafar sin mucho convencimiento. Se colocaron ante los puestos, mirando las ofertas de comida. - Hmmm... Me gusta todo. - Hay que dejar hueco para el postre. Yo quiero un gofre con chocolate. - Marcus miró a Olive con una ceja arqueada. - Si tantas ganas tienes de gofre, tendrás ya el hueco hecho. - Si me inflo con otras comidas, se me va a rellenar. - Señorita, eduque usted a su estómago por compartimentos, ese no es mi problema. - Olive rio y le dio un empujoncito en la parte alta del brazo (con ambas manos para poder medio moverle, y en el brazo porque al hombro no llegaba). - ¡Eso no se puede! - ¿Cómo que no? Yo he podido. - ¡Claro! Como eres Ravenclaw y lo sabes hacer todo. - ¡Vaya! Salió la ofensita Gryffindor, ya era hora. Creía que a vosotros os salía todo bien por defecto. - Y así se pasaron un rato, picándose el uno al otro, hasta que Marcus decidió que ya habían perdido tiempo suficiente y fue pidiendo comida.
Olive le recordó como unas cien veces que ella no podía hacer magia fuera de la escuela, como si él no lo supiera, y todo para decir que estaban cogiendo más comida de la que podían cargar. - Tú sabes que un hechizo no pesa tanto como llevarlo en las manos ¿verdad? A ver si voy a tener que levitarte a ti también por ahí para demostrártelo. Y cuando ya hayas comido, además, y seas un tonelito con trenzas. - Aunque sí que era cierto que empezaba a ver compleja la levitación de tantos elementos diferentes. Puso un par de canastitas en los brazos de Olive y él se armó de un par de bolsas de papel en la mano que no llevaba la varita. Lo demás, iba levitando. De camino a la mesa se cruzaron con un mago que estaba haciendo un espectáculo de chocolate en una fuentecita. - ¡Qué chulo! - Dijo Olive ilusionada. Marcus la miró, pillo. - Para ti no hay. Tú quieres un gofre. - La niña le sacó la lengua. Volvieron a mirar al hombre, que hacía bailar frutas y chucherías al interior de la fuente a ritmo del Cascanueces. Olive no paraba de reír. - A ver si luego lo repite. Tenemos que enseñárselo a Dylan y Alice. Seguro que les encanta. - Marcus se mordió el labio, porque ese comentario le había hecho directamente conectar con algo. Porque, al ver a ese mago y la fuente de chocolate con dulces, no pensó en Alice y Dylan precisamente.
Se mojó los labios y se agachó junto a Olive. - Sí... les puede gustar... ¿Sabes por qué les gustaría? - Olive le miró con un punto de extrañeza. - Porque es divertido. Y da un montón de ganas de comerse esas cosas con chocolate. - Marcus ladeó una sonrisa tierna. - Claro... Pero yo, cuando lo he visto, no he pensado en Alice y en Dylan. ¿Sabes a quiénes les hubiera encantado esto? - Olive ya no era tan nueva en la vida de los Gallia como el año anterior, así que puso una sonrisita apenada. - A William y a Janet. A William le encanta hacer hechizos y tonterías de esas, y a Janet le encantaban los dulces, era supergolosa, me lo ha dicho Dylan. - Marcus asintió. Adoptó un tono más serio, aunque comprensivo. - Olive... ¿recuerdas la conversación que tuvimos el año pasado en la feria sobre Janet? - Ella asintió. - Que, para conocerla, solo necesitaba mirar a Alice y conocer a Dylan. - Exacto... Y lo más importante. - La miró a los ojos. - Dylan sí que tiene madre. Su madre es Janet. - Eso hizo a la niña atribularse un poco, así que se apresuró en no hacerla sentir mal. - Yo sé la buenísima intención con la que veis a Alice como si fuera su madre. Alice es su tutora, es... ligeramente distinto. Y sí, tienes toda la razón: Dylan tiene que contarle a ella las cosas, porque ahora es la responsable de lo que le pase, y de su cuidado. Pero Dylan tiene una madre, aunque no esté presente. A Alice le pondría muy triste que Dylan la sustituyera por ella. - ¡No! Eso nunca. Dylan adora a Janet... pero es que... - Olive pareció pensarse lo que iba a decir, pero Marcus ya se lo imaginaba. - Las circunstancias de Dylan son... complicadas. Pero él tiene unos padres, Olive. Janet no está presente... pero William, sí. - Ella le miró con ojitos cautos. - Dylan os tiene más a vosotros dos como sus padres que a William y Janet. - Si es que lo sabía, de ahí que no quisiera que la creencia se expandiera. No podía contradecir los sentimientos de Dylan, de hecho le halagaban y emocionaban muchísimo; pero bajo ningún concepto quería arrebatarle a William su puesto, o que Alice se sintiera presionada a cumplir con un estándar aún más alto del que ya de por sí se ponía como hermana mayor. Su mejor baza era tener a Olive recordándole este punto. A ella, desde luego, le haría muchísimo caso. - Pues... nosotros somos sus hermanos mayores. Y lo vamos a ser siempre, y le vamos a querer muchísimo, y a ayudar en lo que haga falta. Pero él ya tiene unos padres... Estoy seguro de que tú mejor que nadie le puedes ayudar a entender eso, y a que cada uno tenga su lugar. ¿Te parece bien? - Ella asintió con una sonrisita, contenta de tener una misión. Marcus se incorporó. - Pues vamos a las mesas. Que se me cansa la mano del hechizo. - Si es que te has pasado un montón, Marcus, te lo he dicho. -
Conforme se acercaron al puesto, Alice propuso ir ella con Dylan a por las bebidas y que él fuera con Olive a por las bebidas. Si la conocía de algo, eso significaba que quería una conversación a solas con su hermano. Miró a Olive y, cómicamente, alzó repetidas veces las cejas, lo que hizo a la niña reír y decirle a Alice. - ¿Tú estás segura? Con Marcus decidiendo la comida, vamos a salir de aquí como toneles. - ¿Cuestionas mi expertizaje? - Nooo cuestiono tus cantidades. - Pues que la señorita ponga las medidas, y ya veré yo si le hago caso o no. -Decía mientras la giraba por los hombros y le bailaba graciosamente las trenzas, provocando que se riera y se intentara zafar sin mucho convencimiento. Se colocaron ante los puestos, mirando las ofertas de comida. - Hmmm... Me gusta todo. - Hay que dejar hueco para el postre. Yo quiero un gofre con chocolate. - Marcus miró a Olive con una ceja arqueada. - Si tantas ganas tienes de gofre, tendrás ya el hueco hecho. - Si me inflo con otras comidas, se me va a rellenar. - Señorita, eduque usted a su estómago por compartimentos, ese no es mi problema. - Olive rio y le dio un empujoncito en la parte alta del brazo (con ambas manos para poder medio moverle, y en el brazo porque al hombro no llegaba). - ¡Eso no se puede! - ¿Cómo que no? Yo he podido. - ¡Claro! Como eres Ravenclaw y lo sabes hacer todo. - ¡Vaya! Salió la ofensita Gryffindor, ya era hora. Creía que a vosotros os salía todo bien por defecto. - Y así se pasaron un rato, picándose el uno al otro, hasta que Marcus decidió que ya habían perdido tiempo suficiente y fue pidiendo comida.
Olive le recordó como unas cien veces que ella no podía hacer magia fuera de la escuela, como si él no lo supiera, y todo para decir que estaban cogiendo más comida de la que podían cargar. - Tú sabes que un hechizo no pesa tanto como llevarlo en las manos ¿verdad? A ver si voy a tener que levitarte a ti también por ahí para demostrártelo. Y cuando ya hayas comido, además, y seas un tonelito con trenzas. - Aunque sí que era cierto que empezaba a ver compleja la levitación de tantos elementos diferentes. Puso un par de canastitas en los brazos de Olive y él se armó de un par de bolsas de papel en la mano que no llevaba la varita. Lo demás, iba levitando. De camino a la mesa se cruzaron con un mago que estaba haciendo un espectáculo de chocolate en una fuentecita. - ¡Qué chulo! - Dijo Olive ilusionada. Marcus la miró, pillo. - Para ti no hay. Tú quieres un gofre. - La niña le sacó la lengua. Volvieron a mirar al hombre, que hacía bailar frutas y chucherías al interior de la fuente a ritmo del Cascanueces. Olive no paraba de reír. - A ver si luego lo repite. Tenemos que enseñárselo a Dylan y Alice. Seguro que les encanta. - Marcus se mordió el labio, porque ese comentario le había hecho directamente conectar con algo. Porque, al ver a ese mago y la fuente de chocolate con dulces, no pensó en Alice y Dylan precisamente.
Se mojó los labios y se agachó junto a Olive. - Sí... les puede gustar... ¿Sabes por qué les gustaría? - Olive le miró con un punto de extrañeza. - Porque es divertido. Y da un montón de ganas de comerse esas cosas con chocolate. - Marcus ladeó una sonrisa tierna. - Claro... Pero yo, cuando lo he visto, no he pensado en Alice y en Dylan. ¿Sabes a quiénes les hubiera encantado esto? - Olive ya no era tan nueva en la vida de los Gallia como el año anterior, así que puso una sonrisita apenada. - A William y a Janet. A William le encanta hacer hechizos y tonterías de esas, y a Janet le encantaban los dulces, era supergolosa, me lo ha dicho Dylan. - Marcus asintió. Adoptó un tono más serio, aunque comprensivo. - Olive... ¿recuerdas la conversación que tuvimos el año pasado en la feria sobre Janet? - Ella asintió. - Que, para conocerla, solo necesitaba mirar a Alice y conocer a Dylan. - Exacto... Y lo más importante. - La miró a los ojos. - Dylan sí que tiene madre. Su madre es Janet. - Eso hizo a la niña atribularse un poco, así que se apresuró en no hacerla sentir mal. - Yo sé la buenísima intención con la que veis a Alice como si fuera su madre. Alice es su tutora, es... ligeramente distinto. Y sí, tienes toda la razón: Dylan tiene que contarle a ella las cosas, porque ahora es la responsable de lo que le pase, y de su cuidado. Pero Dylan tiene una madre, aunque no esté presente. A Alice le pondría muy triste que Dylan la sustituyera por ella. - ¡No! Eso nunca. Dylan adora a Janet... pero es que... - Olive pareció pensarse lo que iba a decir, pero Marcus ya se lo imaginaba. - Las circunstancias de Dylan son... complicadas. Pero él tiene unos padres, Olive. Janet no está presente... pero William, sí. - Ella le miró con ojitos cautos. - Dylan os tiene más a vosotros dos como sus padres que a William y Janet. - Si es que lo sabía, de ahí que no quisiera que la creencia se expandiera. No podía contradecir los sentimientos de Dylan, de hecho le halagaban y emocionaban muchísimo; pero bajo ningún concepto quería arrebatarle a William su puesto, o que Alice se sintiera presionada a cumplir con un estándar aún más alto del que ya de por sí se ponía como hermana mayor. Su mejor baza era tener a Olive recordándole este punto. A ella, desde luego, le haría muchísimo caso. - Pues... nosotros somos sus hermanos mayores. Y lo vamos a ser siempre, y le vamos a querer muchísimo, y a ayudar en lo que haga falta. Pero él ya tiene unos padres... Estoy seguro de que tú mejor que nadie le puedes ayudar a entender eso, y a que cada uno tenga su lugar. ¿Te parece bien? - Ella asintió con una sonrisita, contenta de tener una misión. Marcus se incorporó. - Pues vamos a las mesas. Que se me cansa la mano del hechizo. - Si es que te has pasado un montón, Marcus, te lo he dicho. -
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Dylan se quedó serio y pensativo, y así, apoyado en sus rodillas, con las palmas juntas, y esas altura que estaba cogiendo, se parecía tantísimo a su padre que hasta le dio abismo verlo. No parecía atreverse a hablar. — ¿Cómo ha sido incorporarte? — Empezó ella por él. El chico se encogió de hombros. — Ya sabes cómo es la sala común de Hufflepuff. Desde que llegué, todo el mundo me recibió con alegría, sin hacer preguntas incómodas, simplemente celebrando. Me he desahogado con Oli a veces, pero… Cuando hablo de América… — Se mordió los labios y se puso a pensar. — Es que no sé cómo decirlo. — Alice se pegó a él. — ¿Quieres hablar de cómo te sientes tú o de cómo se comporta Olive a ello? — Lo segundo. — Ella asintió. — Vale. ¿Y es una reacción que te duele o te molesta? — Dylan negó con la cabeza. — Es… Que… Va a sonar absurdo pero… Siento que se vuelve una niña más pequeña. Siento su miedo, un miedo como el que sientes ante las pesadillas. Es miedo, aunque sepas que no es real, pero no alcanzas a comprenderlo… — Suspiró y acarició la cabeza de su hermano. — Eso, patito, es justo de lo que llevo intentando protegerte toda la vida. Eso es crecer de golpe, más rápido que los demás, por el sufrimiento. Eso me aisló de Marcus mucho tiempo, ¿sabes? No quería que conociera una realidad demasiado dura solo por mí. — Dylan la miró de golpe con los ojos muy abiertos. — ¡Eso me pasa con Oli! Yo no quiero que conozca esa angustia, además me da la sensación de que, de todas formas, no la entiende… Y trata de animarme y yo me siento peor… — Alice cerró los ojos y trató de contener las lágrimas. — Noooo, hermana, no quiero ponerte triste a ti también. — Suplicó Dylan, girándose para mirarla y haciendo amago de abrazarla. Ella le cogió las manos y le miró a los ojos. — Dylan, escúchame. Lo que tú sufras, yo lo sufro. Yo cuido de ti, mi niño, siempre. Es mi trabajo, el más importante que me han encomendado en la vida, y si tienes que desahogarte o contarme cosas desagradables, para eso estoy yo. — Acarició su mejilla. — Lo que viviste fue muy duro. Y a veces puedes creer que la gente de tu edad no te entiende, y tendrás razón, pero al final tienes que dejarles entrar. Yo me encerré muchísimo en mí misma, obsesionándome con no contaminar con mi sufrimiento a nadie, y no gané nada, Dylan, eso te lo aseguro. — Él asintió con los ojos brillantes y Alice miró al cielo. — Me voy a arrepentir de decir esto, pero va con condiciones. — Volvió a mirarle, con dulzura pero con firmeza en la voz. — Si alguna vez no te sale hablar de esto, pero lo necesitas, escríbelo. Estabas más acostumbrado a eso, y en América tampoco has hablado mucho, así que, cuando las ideas te desborden y no encuentres la forma, lo puedes escribir. Pero no lo cojas por costumbre, solo como recurso para liberar, ¿vale? — Dylan asintió y se lanzó a abrazarla, y ella le estrechó.
Cuando se separaron, puso una mano en su brazo. — No obstante, hablaremos de esto más detenidamente durante las Navidades. — ¿Me voy a ir contigo a Irlanda? — Alice sonrió. — Sí y no. ¿No quieres ver a papá? — Preguntó alzando una ceja. Dylan titubeó. — Sí, sí, claro… Es solo que… — ¿No esperabas que quisiera estar con papá? — El chico apretó los labios. — ¿Quieres? — Ella suspiró con resignación. — Lo que papá y yo queramos siempre va a estar supeditado a lo que quieras tú. Yo ahora tengo una familia más, tengo a los O’Donnell, pero tú también puedes tenerlos, están deseando conocerte. Pero también quiero que estés con papá y los abuelos todo lo que puedas, que vuelvas a Saint-Tropez y veas a los tíos y los primos, que puedas celebrar de verdad. Pero también sé que el año pasado te lo pasaste muy bien con los O’Donnell. — Él asintió. — La verdad es que sí. — Pues tendrás de los dos. Yo voy a pasar la Nochebuena y Navidad en Ballyknow, y la tata y Erin también, pero el día veintiséis allí se celebra el banquete de San Esteban, así que Darren te traerá a Irlanda con él y estaremos allí todos juntos un par de días, hasta que nos vayamos a La Provenza. — ¿Todos? — Preguntó emocionado. — Marcus, las tías, los O’Donnell, tú y yo. — Dylan se volvió a abrazar a ella. — ¡GRACIAS, HERMANA, GRACIAS! Ya no hace falta que me regales nada más, de verdad que no. — Eso la hizo reír. — Bueno, bueno, ya veremos. — Se separó y tomó su carita en las manos. — Tú prométeme que hablarás al menos con el abuelo y los primos de cualquier cosa que te preocupe. Y la tata puede que siempre esté de broma, pero te aseguro que si quieres hablarle de cualquier cosa, te va a escuchar y ayudar en lo que pueda. — ¿Y papá? — Alice tomó aire. — Papá está sanándose. Tú ni tienes por qué esconder nada, pero quizá si necesitas ayuda, es mejor que no recurras a él, pero si necesitas ser sincero con él, con dulzura y tacto, siempre puedes serlo. — Dylan asintió y Alice tomó su mano. — Y ahora a ver que ha hecho tu cuñado. No he medido yo bien el movimiento de dejarle la comida. —
Llegaron con el ponche y encontraron una mesa que parecía mínimo para cinco personas. Suspiró y miró a los jóvenes. — Él siempre ha sido así, pero es que no os imagináis cómo son en Irlanda con la comida, no han hecho más que empeorarlo. — Los niños rieron y ella se sentó, cogiendo una patata frita. Cuando se la terminó miró a Marcus y dijo. — Me temo que se me ha metido del todo Irlanda en la piel, porque acabo de pensar “vaya birria de patata, esto ni se puede comparar con las de Ballyknow”. — Y volvieron a reír, y Alice echó un poquito del ponche en los vasos aún vacíos de cada uno. — Porque siempre encontremos un días para venir a esta feria. Con las plantas, los juegos… Y los piratas. — Dijo con retintín, y todos brindaron. Sería otra cosa que retendría para siempre, por si acaso, por asegurarse un rincón de felicidad eterno. Oli con la corona, su hermano aún con cara de niño, los ojos llenos de felicidad y sabiduría de Marcus. La Navidad.
Cuando se separaron, puso una mano en su brazo. — No obstante, hablaremos de esto más detenidamente durante las Navidades. — ¿Me voy a ir contigo a Irlanda? — Alice sonrió. — Sí y no. ¿No quieres ver a papá? — Preguntó alzando una ceja. Dylan titubeó. — Sí, sí, claro… Es solo que… — ¿No esperabas que quisiera estar con papá? — El chico apretó los labios. — ¿Quieres? — Ella suspiró con resignación. — Lo que papá y yo queramos siempre va a estar supeditado a lo que quieras tú. Yo ahora tengo una familia más, tengo a los O’Donnell, pero tú también puedes tenerlos, están deseando conocerte. Pero también quiero que estés con papá y los abuelos todo lo que puedas, que vuelvas a Saint-Tropez y veas a los tíos y los primos, que puedas celebrar de verdad. Pero también sé que el año pasado te lo pasaste muy bien con los O’Donnell. — Él asintió. — La verdad es que sí. — Pues tendrás de los dos. Yo voy a pasar la Nochebuena y Navidad en Ballyknow, y la tata y Erin también, pero el día veintiséis allí se celebra el banquete de San Esteban, así que Darren te traerá a Irlanda con él y estaremos allí todos juntos un par de días, hasta que nos vayamos a La Provenza. — ¿Todos? — Preguntó emocionado. — Marcus, las tías, los O’Donnell, tú y yo. — Dylan se volvió a abrazar a ella. — ¡GRACIAS, HERMANA, GRACIAS! Ya no hace falta que me regales nada más, de verdad que no. — Eso la hizo reír. — Bueno, bueno, ya veremos. — Se separó y tomó su carita en las manos. — Tú prométeme que hablarás al menos con el abuelo y los primos de cualquier cosa que te preocupe. Y la tata puede que siempre esté de broma, pero te aseguro que si quieres hablarle de cualquier cosa, te va a escuchar y ayudar en lo que pueda. — ¿Y papá? — Alice tomó aire. — Papá está sanándose. Tú ni tienes por qué esconder nada, pero quizá si necesitas ayuda, es mejor que no recurras a él, pero si necesitas ser sincero con él, con dulzura y tacto, siempre puedes serlo. — Dylan asintió y Alice tomó su mano. — Y ahora a ver que ha hecho tu cuñado. No he medido yo bien el movimiento de dejarle la comida. —
Llegaron con el ponche y encontraron una mesa que parecía mínimo para cinco personas. Suspiró y miró a los jóvenes. — Él siempre ha sido así, pero es que no os imagináis cómo son en Irlanda con la comida, no han hecho más que empeorarlo. — Los niños rieron y ella se sentó, cogiendo una patata frita. Cuando se la terminó miró a Marcus y dijo. — Me temo que se me ha metido del todo Irlanda en la piel, porque acabo de pensar “vaya birria de patata, esto ni se puede comparar con las de Ballyknow”. — Y volvieron a reír, y Alice echó un poquito del ponche en los vasos aún vacíos de cada uno. — Porque siempre encontremos un días para venir a esta feria. Con las plantas, los juegos… Y los piratas. — Dijo con retintín, y todos brindaron. Sería otra cosa que retendría para siempre, por si acaso, por asegurarse un rincón de felicidad eterno. Oli con la corona, su hermano aún con cara de niño, los ojos llenos de felicidad y sabiduría de Marcus. La Navidad.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Se puso las manos en las caderas, mirando orgulloso el despliegue que había organizado en una mesa para más personas de los que eran. Olive le miraba con cara de circunstancias. - Alice va a decir que te has pasado. - Intensificó la mirada. - Porque te has pasado. - Si sobra, nos lo llevamos para cenar. A esa cena en la que los niños quejicas no venís. - ¿Acabas de llamar a Alice niña quejica? - Te lo he dicho a ti. - Y le sacó la lengua, gesto que Olive le repitió. Para su desgracia, y aunque no era necesario ser adivino para vérselo venir, fue la Gryffindor la que acertó, solo había que verle a Alice la cara. - Todo es poco para mi princesa y mis hermanitos pequeños. - Dylan parecía encantado, pero la cara de Olive era de plantearse fuertemente si la estaba vacilando.
El comentario de Alice sobre las patatas le hizo reír fuertemente. - No esperaba encontrar calidad, honestamente. - Por eso ha intentado suplirlo con cantidad. - Se burló Olive, provocando risitas maliciosas en Dylan. Marcus le dio un tirón flojito de una trenza. - ¡Au! - Estás poniendo el gofre de chocolate en grave peligro. - ¿También has comprado gofres de chocolate? - Se sorprendió Dylan, pero le brillaron los ojos con el reflejo de la genética golosa de Janet, claramente. Marcus se puso digno. - Por ahora no. - Y a este paso os vais a ir los dos a comprarlos como buenos tortolitos. Obviamente ese comentario se lo guardó para su pensamiento. Tomaron cada uno su vaso de ponche y brindaron entre sonrisas. Qué lejos quedaba el sufrimiento de Nueva York, y qué miedo habían pasado de pensar que no tendrían eso otra vez. - Hay que repetir esto esta noche cuando vengan Lex y Darren. - Sintió las miradas, pero no dejó a nadie hablar, sino que rápidamente respondió con ofensa. - ¡No comáis si no queréis! - Y todos rieron. Mucha burla con sus cantidades de comida, pero al final estaban todos comiendo.
- Bueno. - Anunció tras un rato de comida, con una sonrisilla, mirando a los niños. - Ahora es cuando nos ponéis al día de todos los cotilleos de Hogwarts. - Casi se atragantan los dos, atropellándose por contarlo todo a la vez. Se tuvo que reír con el bombardeo de información, aunque había mucha gente a la que no conocía, por ser de las promociones y casas de los dos niños, que no eran la suya. - Y un día. - Continuó Olive, entusiasmada. - Después de un partido de quidditch de Gryffindor contra Slytherin, escuché a la capitana de mi equipo decir que mientras estuviera O'Donnell en la capitanía no tenían nada que hacer, y todos estaban en plan, "joer pues eso no es así, pues tenemos que ganar, pues la liga y no se qué", y ella decía, "siendo el capitán O'Donnell, lo tenemos crudo, vamos a tener que buscar otras tácticas", y todos como "blablá pues no me parece pues somos mejores pues tal", y ella venga a insistir. - Definitivamente tenemos que repetir esto cuando vengan Lex y Darren. - Comentó Marcus entre risas, mirando a Alice. Eso sí, se iba a rebosar por el banco de orgullo hinchado. Dylan, mojando una patata en salsa como si nada, comentó. - A Mike le gusta un montón. - ¿Mike Conroy? - Sí. - ¡Buah, lo sabía! - Marcus se miró con Alice con cara de estar perdiéndose algo, pero el cotilleo continuó. - Está siempre diciendo que es muy guapo y que como es gay y su novio un Hufflepuff a lo mejor tiene posibilidades. - Oh, wow. - Exclamó Marcus, sorprendido por la brutal sinceridad y normalidad de los niños comentándolo, pero estos siguieron. - Pero que le da un poco de miedo porque tiene cara de serio pero que en verdad eso le pone. - ¡¡Oh!! - Se escandalizó Marcus, porque oír a Dylan hablar así no se lo vio venir. Ni tampoco, insistía, la normalidad de los dos niños con el tema. Olive rio bajito. - Me parece normal. Su hermana estaba enamorada de Marcus. - Ya no atinaba ni a exclamar, solo a hacer gestos con las manos, pero la niña siguió. - Y la he escuchado decirle a Colin un montón de veces "esto el prefecto O'Donnell no lo haría así", y la oía cuchichear con las de su clase en plan "mira qué guapo es, mira qué ojos tiene, mira cómo sonríe, mira..." - ¿Hola? - Interrumpió, ya encontrando al fin hueco para hablar, aunque fuera para decir eso. Los niños le miraron. - ¿De quién estamos hablando? - Olive arqueó las cejas. - De Hanna Conroy, la hermana de Mike Conroy. Hanna está en quinto de Gryffindor y Mike está en segundo de Hufflepuff. - Dylan se encogió de hombros. - Mike es buen chico. - Hanna es un poco tonta, no me junto con ella. Pero la oigo hablar. - Respondieron él y ella respectivamente. Dylan puso cara de diablillo. - Y a Mike le gusta Lex y a Hanna le gustabas tú. - Marcus trató de hacer memoria. No recordaba a ninguna Hanna Conroy. - Pobrecita. Espero no haberla ignorado. - Los niños le miraron con cara de obvio aburrimiento. - Tú no ignorabas a nadie, Marcus. - Pero no me acuerdo de ella. - Porque es medio lela. - Insistió Olive. Dylan chistó. - Póbrecita. - El hermano también es medio lelo. Tú es que ves bueno a todo el mundo. - Olive miró a Marcus con malicia y añadió. - Beverly Duvall la odia. - Marcus soltó una carcajada espontánea. Me pregunto por qué, pensó, pero volvió enseguida a su preocupación. - Pero en serio: no recuerdo... - Porque estaba siempre cuchicheando en su grupito y mirándote pasar de reojo, y no hacía más que reírse como una boba. ¿A que sí conoces a Bertha Parkins? - ¡Sí! A Bertha, sí. - Porque ella era a la que mandaban siempre a preguntarte cosa. Y luego volvía al grupito y se ponían "AY QUÉ MONO ES, AY ME HA CONTESTADO, MIRA TENGO UN PERGAMINO ESCRITO POR ÉL, AY LO VOY A ENMARCAR". - Te estás inventando todo eso. - Respondió azorado, pero los dos niños rieron. - El otro día castigaron a Creevey por culpa de ellas. - Marcus suspiró. Creevey castigado, qué novedad. - A ver, ¿por qué? - Porque no paraban de meterse con Colin y de usarte a ti de comparativa. - Pues eso está muy feo, decídselo de mi parte también. Colin es un prefecto estupendo. Pero ¿qué tiene que ver Creevey ahí? - Pues que les soltó un discursazo sobre que "el prefecto O'Donnell jamás usaría su posición para mancillar la del que viene detrás y que están juzgando tu criterio en el nombramiento de Colin y que son unas descerebradas y que tú ni las mirarías y que se laven la boca antes de hablar de ti y blablá". - Marcus alzó los brazos y los dejó caer. - Hay que fastidiarse. Me voy y me empieza a defender. - Y al equipo de Ravenclaw le tiene dicho que el único que puede lanzarle bludgers a tu hermano es él. - Marcus se frotó la frente, suspirando. Olive se encogió de hombros. - La prefecta Ming dice que eso es técnica y moralmente inapropiado. - Ya se me va a cortar la comida. - Se resignó, porque lo que le faltaba era Amber en la ecuación. No sabía si le alegraba o no ver que todo en Hogwarts seguía igual que cuando lo dejó.
El comentario de Alice sobre las patatas le hizo reír fuertemente. - No esperaba encontrar calidad, honestamente. - Por eso ha intentado suplirlo con cantidad. - Se burló Olive, provocando risitas maliciosas en Dylan. Marcus le dio un tirón flojito de una trenza. - ¡Au! - Estás poniendo el gofre de chocolate en grave peligro. - ¿También has comprado gofres de chocolate? - Se sorprendió Dylan, pero le brillaron los ojos con el reflejo de la genética golosa de Janet, claramente. Marcus se puso digno. - Por ahora no. - Y a este paso os vais a ir los dos a comprarlos como buenos tortolitos. Obviamente ese comentario se lo guardó para su pensamiento. Tomaron cada uno su vaso de ponche y brindaron entre sonrisas. Qué lejos quedaba el sufrimiento de Nueva York, y qué miedo habían pasado de pensar que no tendrían eso otra vez. - Hay que repetir esto esta noche cuando vengan Lex y Darren. - Sintió las miradas, pero no dejó a nadie hablar, sino que rápidamente respondió con ofensa. - ¡No comáis si no queréis! - Y todos rieron. Mucha burla con sus cantidades de comida, pero al final estaban todos comiendo.
- Bueno. - Anunció tras un rato de comida, con una sonrisilla, mirando a los niños. - Ahora es cuando nos ponéis al día de todos los cotilleos de Hogwarts. - Casi se atragantan los dos, atropellándose por contarlo todo a la vez. Se tuvo que reír con el bombardeo de información, aunque había mucha gente a la que no conocía, por ser de las promociones y casas de los dos niños, que no eran la suya. - Y un día. - Continuó Olive, entusiasmada. - Después de un partido de quidditch de Gryffindor contra Slytherin, escuché a la capitana de mi equipo decir que mientras estuviera O'Donnell en la capitanía no tenían nada que hacer, y todos estaban en plan, "joer pues eso no es así, pues tenemos que ganar, pues la liga y no se qué", y ella decía, "siendo el capitán O'Donnell, lo tenemos crudo, vamos a tener que buscar otras tácticas", y todos como "blablá pues no me parece pues somos mejores pues tal", y ella venga a insistir. - Definitivamente tenemos que repetir esto cuando vengan Lex y Darren. - Comentó Marcus entre risas, mirando a Alice. Eso sí, se iba a rebosar por el banco de orgullo hinchado. Dylan, mojando una patata en salsa como si nada, comentó. - A Mike le gusta un montón. - ¿Mike Conroy? - Sí. - ¡Buah, lo sabía! - Marcus se miró con Alice con cara de estar perdiéndose algo, pero el cotilleo continuó. - Está siempre diciendo que es muy guapo y que como es gay y su novio un Hufflepuff a lo mejor tiene posibilidades. - Oh, wow. - Exclamó Marcus, sorprendido por la brutal sinceridad y normalidad de los niños comentándolo, pero estos siguieron. - Pero que le da un poco de miedo porque tiene cara de serio pero que en verdad eso le pone. - ¡¡Oh!! - Se escandalizó Marcus, porque oír a Dylan hablar así no se lo vio venir. Ni tampoco, insistía, la normalidad de los dos niños con el tema. Olive rio bajito. - Me parece normal. Su hermana estaba enamorada de Marcus. - Ya no atinaba ni a exclamar, solo a hacer gestos con las manos, pero la niña siguió. - Y la he escuchado decirle a Colin un montón de veces "esto el prefecto O'Donnell no lo haría así", y la oía cuchichear con las de su clase en plan "mira qué guapo es, mira qué ojos tiene, mira cómo sonríe, mira..." - ¿Hola? - Interrumpió, ya encontrando al fin hueco para hablar, aunque fuera para decir eso. Los niños le miraron. - ¿De quién estamos hablando? - Olive arqueó las cejas. - De Hanna Conroy, la hermana de Mike Conroy. Hanna está en quinto de Gryffindor y Mike está en segundo de Hufflepuff. - Dylan se encogió de hombros. - Mike es buen chico. - Hanna es un poco tonta, no me junto con ella. Pero la oigo hablar. - Respondieron él y ella respectivamente. Dylan puso cara de diablillo. - Y a Mike le gusta Lex y a Hanna le gustabas tú. - Marcus trató de hacer memoria. No recordaba a ninguna Hanna Conroy. - Pobrecita. Espero no haberla ignorado. - Los niños le miraron con cara de obvio aburrimiento. - Tú no ignorabas a nadie, Marcus. - Pero no me acuerdo de ella. - Porque es medio lela. - Insistió Olive. Dylan chistó. - Póbrecita. - El hermano también es medio lelo. Tú es que ves bueno a todo el mundo. - Olive miró a Marcus con malicia y añadió. - Beverly Duvall la odia. - Marcus soltó una carcajada espontánea. Me pregunto por qué, pensó, pero volvió enseguida a su preocupación. - Pero en serio: no recuerdo... - Porque estaba siempre cuchicheando en su grupito y mirándote pasar de reojo, y no hacía más que reírse como una boba. ¿A que sí conoces a Bertha Parkins? - ¡Sí! A Bertha, sí. - Porque ella era a la que mandaban siempre a preguntarte cosa. Y luego volvía al grupito y se ponían "AY QUÉ MONO ES, AY ME HA CONTESTADO, MIRA TENGO UN PERGAMINO ESCRITO POR ÉL, AY LO VOY A ENMARCAR". - Te estás inventando todo eso. - Respondió azorado, pero los dos niños rieron. - El otro día castigaron a Creevey por culpa de ellas. - Marcus suspiró. Creevey castigado, qué novedad. - A ver, ¿por qué? - Porque no paraban de meterse con Colin y de usarte a ti de comparativa. - Pues eso está muy feo, decídselo de mi parte también. Colin es un prefecto estupendo. Pero ¿qué tiene que ver Creevey ahí? - Pues que les soltó un discursazo sobre que "el prefecto O'Donnell jamás usaría su posición para mancillar la del que viene detrás y que están juzgando tu criterio en el nombramiento de Colin y que son unas descerebradas y que tú ni las mirarías y que se laven la boca antes de hablar de ti y blablá". - Marcus alzó los brazos y los dejó caer. - Hay que fastidiarse. Me voy y me empieza a defender. - Y al equipo de Ravenclaw le tiene dicho que el único que puede lanzarle bludgers a tu hermano es él. - Marcus se frotó la frente, suspirando. Olive se encogió de hombros. - La prefecta Ming dice que eso es técnica y moralmente inapropiado. - Ya se me va a cortar la comida. - Se resignó, porque lo que le faltaba era Amber en la ecuación. No sabía si le alegraba o no ver que todo en Hogwarts seguía igual que cuando lo dejó.
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Ivanka
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Se rio en silencio, simplemente admirando el momento, dejando a los chicos disfrutar de Marcus, que ella lo tenía todo el tiempo, mientras calmaba su espíritu después de la conversación con Dylan y el darse cuenta de que iba a tener que ver a su padre esa misma noche. Disfrutaría del momento y ya está. Simplemente rio, como todos los demás, cuando mencionaron lo de repetir para la cena, y Alice señaló los platos. — Desde luego, sobras va a haber. Y tu hermano que seguirá pensando en qué significa “pensar en la cena”. — Bueno, o igual no, igual está liadillo ahora mismo, pero dentro de un rato, pensó para sí con una sonrisilla traviesa.
Le apetecía mucho oír cotilleos de Hogwarts, echaba de menos esas cosas un montón, y quería dejarse llevar por esa sensación de hablar de cosas livianas y sin importancia. Alice nunca había sido una chismosa, pero siempre había sido MUY curiosa, y como la gente se pusiera a hablar cerca de ella sin tenerla en cuenta, algo se activaba en un rincón de su cabeza y le hacía poner la oreja. La mayor parte de las veces, desconectaba porque no era interesante, pero claro, con algo se quedaba. Se cruzó de brazos mientras seguía picoteando. — Lo de Conroy era un secreto a voces. — Dijo, ante la mirada de Marcus. — Cariño, por favor, ¿nunca te fijaste en cómo miraba a tu hermano? Pero si se quedaba petrificado. — Dijo con evidencia. Se rio de la franqueza de su hermano y luego señaló a Oli, asintiendo largamente cuando dijo lo de Hanna. Entornó los ojos y negó, mirando a la niña. — Es inútil, casi nunca se daba cuenta de esas cosas. — Oli le devolvió una mirada traviesa. — ¿Casi nunca? — Alice se puso traviesilla también. — Bueno… Cuando Cassey Roshan le ponía ojitos creo que sí que se daba cuenta. — Cassey es de mi casa. — Contestó la chica. — Y este año hubo un chico y se puso de rodillas en la puerta suplicándole que estuviera con él, que era el amor de su vida. — Alice suspiró. — Sin novedades en el frente de nuevo. — Y siguió riéndose con la historia sobre las niñas de Gryffindor. — Te voy a decir más, no se acuerda porque había tantas que hacían eso, que no pueden caber todas en su cabeza. — Los niños más se rieron. — ¿Y a que a ti no te molesta, Alice? — Dijo la chica. — Es que de la hermana no se enamoraba nadie, menos Theo. — Eso la hizo estallar en risas. — Gracias, patito, tu sinceridad siempre apreciada. — Pero a tu hermana no le molesta porque no es tóxica, no por eso. — De nuevo le salió una carcajada. — ¿Quién te ha enseñado eso? — Oli se encogió de hombros. — Se lo oigo a las niñas mayores, y Beverley Duvall contó que tú también te enamoraste de un prefecto que era como Marcus. — Dylan la miró sin sorpresas. — Pues claro. —
Le dio una fuerte carcajada respecto a lo de Creevey y señaló a Marcus. — Ohhhh, mi amor, ¿no estás contento de que tus enseñanzas calaran tanto? Mira a Ben defendiendo a Colin. Eso es precioso. Quizá no exactamente lo que te imaginabas, con la prefecta Ming dictando leyes de quidditch y todo eso, pero mira qué bonita armonía. — Alzó las cejas y dijo. — Yo creo que Ben tiene cierta querencia por los prefectos… — Tú también. — Dijo Oli picándola en el brazo. — Porque me han contado que una vez bailaste con el prefecto Jacobs delante de todo el colegio. — Ella puso media sonrisa. — Es verdad, pero porque éramos amigos. — Y que te dejó ganar la final de duelos porque estaba enamorado de ti. — Alice levantó el índice. — No señora, me ofreció unas tablas que no cogí, y no porque estuviera enamorado ni nada de eso, sino porque creía que merecíamos los dos ganar. No las cogí, por suspicaz, y ganó él. Así que corrige el rumor, que la gente es muy chismosa. — Dylan se apoyó sobre sus codos, comiendo dulces. — Mi hermana y el colega estaban destinados el uno al otro. Se amaban desde siempre, como agua en el desierto, y si no, que me pregunten a mí, que yo lo cuento. — Y ella le miró con el cariño de la seguridad de que su hermano sabía lo que era el amor bueno y verdadero y estaba convencido de ello.
Un par de horas más tarde, tras varios paseos y unas cuantas plantas compradas, consiguió convencer al grupo (especialmente a Marcus) de que podían dejar los gofres para aperitivo mientras veían el espectáculo. Ya caía la luz cuando se acercaron al recinto de las estatuas del mundo de hielo, que eso sí que era nuevo. — Igual los que las han hecho son alquimistas. — Sugirió Olive. — No lo creo, pero seguro que son bonitas y tienen fantasías. — Yo quiero ver la de la Justicia. Hay un pasillo que son las figuras del tarot. — Alice se llevó las manos a la cara. — Al final vamos a tener tarot de todas formas. — Se inclinó sobre Marcus y susurró, haciéndole cosquillitas en el costado. — ¿No quieres tú ver los amantes? ¿O el alquimista? — Y justo, desde la periferia de la vista, vio unas caras conocidas. — Esa es Eunice McKinley, con el tío alto, que parece bastante mayor que ella. — Dijo, tratando de disimular justo después. — Y que me caiga un rayo si la rubia que está ahí no es la tía loca que te persiguió en el examen de alquimia. — ¿QUIÉN? — Preguntaron los niños. — Chssst. Que van delante de nosotros. No miréis. — ¿Será su novio? — Especuló Olive. — Anda, mirad para otro lado que nos vamos a delatar. —
Le apetecía mucho oír cotilleos de Hogwarts, echaba de menos esas cosas un montón, y quería dejarse llevar por esa sensación de hablar de cosas livianas y sin importancia. Alice nunca había sido una chismosa, pero siempre había sido MUY curiosa, y como la gente se pusiera a hablar cerca de ella sin tenerla en cuenta, algo se activaba en un rincón de su cabeza y le hacía poner la oreja. La mayor parte de las veces, desconectaba porque no era interesante, pero claro, con algo se quedaba. Se cruzó de brazos mientras seguía picoteando. — Lo de Conroy era un secreto a voces. — Dijo, ante la mirada de Marcus. — Cariño, por favor, ¿nunca te fijaste en cómo miraba a tu hermano? Pero si se quedaba petrificado. — Dijo con evidencia. Se rio de la franqueza de su hermano y luego señaló a Oli, asintiendo largamente cuando dijo lo de Hanna. Entornó los ojos y negó, mirando a la niña. — Es inútil, casi nunca se daba cuenta de esas cosas. — Oli le devolvió una mirada traviesa. — ¿Casi nunca? — Alice se puso traviesilla también. — Bueno… Cuando Cassey Roshan le ponía ojitos creo que sí que se daba cuenta. — Cassey es de mi casa. — Contestó la chica. — Y este año hubo un chico y se puso de rodillas en la puerta suplicándole que estuviera con él, que era el amor de su vida. — Alice suspiró. — Sin novedades en el frente de nuevo. — Y siguió riéndose con la historia sobre las niñas de Gryffindor. — Te voy a decir más, no se acuerda porque había tantas que hacían eso, que no pueden caber todas en su cabeza. — Los niños más se rieron. — ¿Y a que a ti no te molesta, Alice? — Dijo la chica. — Es que de la hermana no se enamoraba nadie, menos Theo. — Eso la hizo estallar en risas. — Gracias, patito, tu sinceridad siempre apreciada. — Pero a tu hermana no le molesta porque no es tóxica, no por eso. — De nuevo le salió una carcajada. — ¿Quién te ha enseñado eso? — Oli se encogió de hombros. — Se lo oigo a las niñas mayores, y Beverley Duvall contó que tú también te enamoraste de un prefecto que era como Marcus. — Dylan la miró sin sorpresas. — Pues claro. —
Le dio una fuerte carcajada respecto a lo de Creevey y señaló a Marcus. — Ohhhh, mi amor, ¿no estás contento de que tus enseñanzas calaran tanto? Mira a Ben defendiendo a Colin. Eso es precioso. Quizá no exactamente lo que te imaginabas, con la prefecta Ming dictando leyes de quidditch y todo eso, pero mira qué bonita armonía. — Alzó las cejas y dijo. — Yo creo que Ben tiene cierta querencia por los prefectos… — Tú también. — Dijo Oli picándola en el brazo. — Porque me han contado que una vez bailaste con el prefecto Jacobs delante de todo el colegio. — Ella puso media sonrisa. — Es verdad, pero porque éramos amigos. — Y que te dejó ganar la final de duelos porque estaba enamorado de ti. — Alice levantó el índice. — No señora, me ofreció unas tablas que no cogí, y no porque estuviera enamorado ni nada de eso, sino porque creía que merecíamos los dos ganar. No las cogí, por suspicaz, y ganó él. Así que corrige el rumor, que la gente es muy chismosa. — Dylan se apoyó sobre sus codos, comiendo dulces. — Mi hermana y el colega estaban destinados el uno al otro. Se amaban desde siempre, como agua en el desierto, y si no, que me pregunten a mí, que yo lo cuento. — Y ella le miró con el cariño de la seguridad de que su hermano sabía lo que era el amor bueno y verdadero y estaba convencido de ello.
Un par de horas más tarde, tras varios paseos y unas cuantas plantas compradas, consiguió convencer al grupo (especialmente a Marcus) de que podían dejar los gofres para aperitivo mientras veían el espectáculo. Ya caía la luz cuando se acercaron al recinto de las estatuas del mundo de hielo, que eso sí que era nuevo. — Igual los que las han hecho son alquimistas. — Sugirió Olive. — No lo creo, pero seguro que son bonitas y tienen fantasías. — Yo quiero ver la de la Justicia. Hay un pasillo que son las figuras del tarot. — Alice se llevó las manos a la cara. — Al final vamos a tener tarot de todas formas. — Se inclinó sobre Marcus y susurró, haciéndole cosquillitas en el costado. — ¿No quieres tú ver los amantes? ¿O el alquimista? — Y justo, desde la periferia de la vista, vio unas caras conocidas. — Esa es Eunice McKinley, con el tío alto, que parece bastante mayor que ella. — Dijo, tratando de disimular justo después. — Y que me caiga un rayo si la rubia que está ahí no es la tía loca que te persiguió en el examen de alquimia. — ¿QUIÉN? — Preguntaron los niños. — Chssst. Que van delante de nosotros. No miréis. — ¿Será su novio? — Especuló Olive. — Anda, mirad para otro lado que nos vamos a delatar. —
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Miró a Alice con cara de reproche. - No me hagas hablar... - Dejó caer. Bien que le vino a Alice y a todos la querencia que Cassey le tenía cuando el juicio contra Layne. Lo de la pedida de rodillas le dejó con la boca abierta. Por un momento miró a Alice maldiciendo que se le hubieran adelantado en el gesto romántico... hasta que lo repitió en su mente, imaginándose la escena, y decidió que era demasiado Gryffindor precipitado y heroico para su gusto, así que mejor no haberlo hecho. Eso sí, la afirmación de Dylan sobre que de Alice solo se enamoró Theo le hizo soltar una carcajada. - Bueno... - Aunque prefería no darle más cancha a los cotilleos de esos dos. No es como que hiciera falta, ellos tenían ya información de sobra, mucha de ella falsa. Ahora fue Marcus el que se dedicó a observar cómo Alice se defendía con una sonrisilla. Historia en Hogwarts tenemos los dos, princesa. Eso sí, el comentario de Dylan le hizo revolverle los rizos con cariño. - Gracias, colega. Y sin peticiones innecesarias en sitios públicos ni nada. - Los niños rieron.
Al final tanta tontería y se quedaba sin postre, lo estaba viendo venir. Picó varias veces a Olive con lo de no haber dejado hueco en su estómago y clamó deshonra sobre la casa Gallia por no querer dulces, aunque no es como que de Alice le sorprendiera, más bien iba por Dylan. Aunque entre compras, risas y paseos, no le importó postergarlo. Ahora iban al lugar en el que estaban las estatuas de hielo, que ciertamente le daba bastante curiosidad. - Nos persigue el tarot. - Bromeó. Al comentario de Alice, revisó que los niños no atendían y le dijo sugerente. - Al alquimista ya lo tienes aquí... y creía que al amante, también. - Se mojó los labios y se ahorró añadir más comentarios, que estaban con compañía. Pero se le cortó el tonteíto con la referencia a quienes estaban por allí. Debía habérsele teñido la cara de un desprecio marca Horner que le salió tan espontáneo que ni tiempo le dio a contenerlo.
- Yo sé quién es ese. - Le susurró a Alice. - Se me acercó cuando estaba en primero, uno de los primeros días, y me dijo "yo soy amigo de tu primo Percival", y en fin, varias ofertas de amistad marca Slytherin influyente. Yo respondí con educación y no le volví a hablar más: el apellido Gaunt siempre me ha hecho ir en dirección contraria. - Arqueó las cejas. - Si es novio de Eunice, le lleva seis años. Estaba en séptimo cuando nosotros estábamos en primero, tiene un año menos que Percival. - Suspiró en silencio y, poniendo las manos en los hombros de Olive, recondujo. - Vamos por aquí. - Porque no tenía ninguna ganas de encontrárselos.
- ¡Mira! ¡Flamel! - Señaló Dylan. Le miró. - Algún día seguro que le conoces, colega. ¿No te da nervios? - Me dan ganas de desmayarme y solo es su estatua de hielo. - Eso les hizo reír, pero también burlarse de él, porque nadie se creía que no estuviera deseando conocerle y trabajar con él. - Marcus, cuando hagan tu figura de hielo, ¿cómo de cerca estarás de Flamel? - Estás tú muy chistosa para tener un gofre pendiente todavía. - Que noooo que va en serio. - Dijo Olive entre risas. Pero una voz más irrumpió por allí. - Algunos se lo tienen tan creído que ya están buscando hueco para su estatua. - Marcus miró lentamente y con desdén hacia el lugar de la voz. Alecta, junto a Eunice y el chico, que no parecía recordarle (ni importarle lo más mínimo), le miraba con burla despreciativa y los brazos cruzados. Eunice parecía debatirse entre la incomodidad de enfrentarles directamente y las ganas de quedar por encima. Se decidió por lo primero. - Qué va. Ya mismo se pone a tener niños y se le olvidan sus planes. - Alecta rio con ella. Las dos les miraban con ojos desafiantes, deseando una confrontación. No les iba a dar ese gusto. - ¿Aquella sabéis quién es? - ¡Es Bathilda Bagshot! La historiadora. - Mira, te acercas al gofre. - Olive rio y, con mucha dignidad, se enganchó de su brazo y dijo un poco más alto. - Es que es la zona de los que hacen historia, por eso algún día tú vas a estar aquí. - La rodeó con el brazo y se la llevó, esperando que Dylan y Alice hicieran lo propio yéndose con ellos, mientras decía. - Vamos donde los jugadores de quidditch famosos, que luego tenemos que contárselo al mejor capitán que ha tenido la casa Slytherin. - Esa sí que iba para Eunice. Pero lo dicho, no pensaba dar ni media respuesta a esas dos. No quería ni verlas.
Al final tanta tontería y se quedaba sin postre, lo estaba viendo venir. Picó varias veces a Olive con lo de no haber dejado hueco en su estómago y clamó deshonra sobre la casa Gallia por no querer dulces, aunque no es como que de Alice le sorprendiera, más bien iba por Dylan. Aunque entre compras, risas y paseos, no le importó postergarlo. Ahora iban al lugar en el que estaban las estatuas de hielo, que ciertamente le daba bastante curiosidad. - Nos persigue el tarot. - Bromeó. Al comentario de Alice, revisó que los niños no atendían y le dijo sugerente. - Al alquimista ya lo tienes aquí... y creía que al amante, también. - Se mojó los labios y se ahorró añadir más comentarios, que estaban con compañía. Pero se le cortó el tonteíto con la referencia a quienes estaban por allí. Debía habérsele teñido la cara de un desprecio marca Horner que le salió tan espontáneo que ni tiempo le dio a contenerlo.
- Yo sé quién es ese. - Le susurró a Alice. - Se me acercó cuando estaba en primero, uno de los primeros días, y me dijo "yo soy amigo de tu primo Percival", y en fin, varias ofertas de amistad marca Slytherin influyente. Yo respondí con educación y no le volví a hablar más: el apellido Gaunt siempre me ha hecho ir en dirección contraria. - Arqueó las cejas. - Si es novio de Eunice, le lleva seis años. Estaba en séptimo cuando nosotros estábamos en primero, tiene un año menos que Percival. - Suspiró en silencio y, poniendo las manos en los hombros de Olive, recondujo. - Vamos por aquí. - Porque no tenía ninguna ganas de encontrárselos.
- ¡Mira! ¡Flamel! - Señaló Dylan. Le miró. - Algún día seguro que le conoces, colega. ¿No te da nervios? - Me dan ganas de desmayarme y solo es su estatua de hielo. - Eso les hizo reír, pero también burlarse de él, porque nadie se creía que no estuviera deseando conocerle y trabajar con él. - Marcus, cuando hagan tu figura de hielo, ¿cómo de cerca estarás de Flamel? - Estás tú muy chistosa para tener un gofre pendiente todavía. - Que noooo que va en serio. - Dijo Olive entre risas. Pero una voz más irrumpió por allí. - Algunos se lo tienen tan creído que ya están buscando hueco para su estatua. - Marcus miró lentamente y con desdén hacia el lugar de la voz. Alecta, junto a Eunice y el chico, que no parecía recordarle (ni importarle lo más mínimo), le miraba con burla despreciativa y los brazos cruzados. Eunice parecía debatirse entre la incomodidad de enfrentarles directamente y las ganas de quedar por encima. Se decidió por lo primero. - Qué va. Ya mismo se pone a tener niños y se le olvidan sus planes. - Alecta rio con ella. Las dos les miraban con ojos desafiantes, deseando una confrontación. No les iba a dar ese gusto. - ¿Aquella sabéis quién es? - ¡Es Bathilda Bagshot! La historiadora. - Mira, te acercas al gofre. - Olive rio y, con mucha dignidad, se enganchó de su brazo y dijo un poco más alto. - Es que es la zona de los que hacen historia, por eso algún día tú vas a estar aquí. - La rodeó con el brazo y se la llevó, esperando que Dylan y Alice hicieran lo propio yéndose con ellos, mientras decía. - Vamos donde los jugadores de quidditch famosos, que luego tenemos que contárselo al mejor capitán que ha tenido la casa Slytherin. - Esa sí que iba para Eunice. Pero lo dicho, no pensaba dar ni media respuesta a esas dos. No quería ni verlas.
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Lo último que se esperaba era que Marcus conociera al que a todas luces parecía el novio (o prometido, que con esa gente nunca se sabía) de Eunice. La pregunta era qué haría la otra Gaunt allí. — Ellos siempre con sus ofertas de dudosa confiabilidad. — Dijo entre dientes y echando una mala mirada al grupito. Le diría cuatro cosas a Eunice sobre cómo había tratado a su hermano, pero no estaban allí para eso. No obstante, Marcus había pensado como ella y había colocado la etiqueta de novio al muchacho, que por lo visto era familia de la rubia. Vio cómo reconducía a Olive y le siguió. Sí, parecía lo mejor, porque no estaba en su ánimo arruinarse el día con Slytherins de clase alta de los que no tenían fin.
Sonrió, orgullosa a lo que había señalado su hermano. — No sabes lo feliz que me hace que sepas reconocer a Flamel. — Dylan sonrió como un patito orgulloso y se dedicó, al igual que su amiga, a soñar alto por Marcus. Pero antes de que se diera cuenta, ya tenían a las malditas privilegiadas allí, haciendo sus comentarios al aire. Gustosa se volvería y le preguntaría a Eunice si es que ese era su plan, dejarlo todo por traer chiquillos de muy pura raza mágica al mundo y olvidar todo por lo que había estudiado y destacado en Hogwarts, y a la otra decirle que si pretendía ser alquimista que no podía sentirse intimidada por alguien como Marcus, porque era como un marinero que se empeña en salir con tormenta a navegar. Pero nada de todo eso llegó a decir, porque Marcus pasó, y ella se fue detrás de él. — Hermana. — Susurró Dylan. — ¿Qué ha pasado? — Ella negó con la cabeza y susurró. — La chica rubia que va con Eunice es alquimista también. Se presentó al examen de Plata el mismo día que nosotros, y suspendió. — El niño asintió. — Ah… Y cree que el colega tiene la culpa. — Pues eso parece. — Su rabia inunda el sitio. Derretiría las estatuas. — Alice entornó los ojos. — Venga, vamos a ver la galería donde va a estar Lex. — Dijo ya en voz más alta y riéndose de la reacción de la siempre orgullosa Gryffindor del grupo.
Se pusieron a imitar a algunas de las estatuas, se perseguían entre ellas y reían, y a las que tenían efectos de movimientos o iluminación las hacían activarse una y otra vez como niños pequeños. Aún no habían llegado a las del tarot, pero una llamó su atención. Era una mujer con un vaporoso vestido y rodeada de plantas, movida por el viento y mirando al cielo. Se separó un poco de los demás para verla y leyó el cartelito de debajo. — La sanadora. — Sonrió. Le gustaba, le atraía esa figura y sintió que… Conectaba con ella, como Marcus debía conectar con el Alquimista del tarot u Olive con la Justicia. Oh, y venía de Irlanda… Qué curioso. — ¡Ay! ¿Qué más quieres que haga Phoebus? — Le llegó a su oído. Se asomó por la sanadora y vio a la alquimista discutir con el otro Gaunt. — Que dejes de seguir a O’Donnell y te quedes con nosotros, para eso te han traído. — Ella rio hirientemente y lo miró de arriba abajo. — Debes ser el único tío del mundo que quiere que la carabina se quede arruinándole la cita. Aprovecha para meterle mano a tu cachorrita y déjame hacer lo que me dé la gana. — Alice tragó saliva. Menuda situación. Pero el tal Phoebus la agarró del antebrazo y susurró violentamente. — ¿Es que no te importan nada las apariencias? Si la gente nos ve solos, podrían empezar a cuchichear. — Temió que fuera a tener que intervenir, pero la chica se deshizo solita de él, con una sonrisa heladora y simplemente dijo. — No. — Decidió que era momento de alejarse y se metió al pasillo del tarot con los demás, acercándose a Marcus. — Creo que la Gaunt te está siguiendo. — Dijo en un susurro juguetón. — ¿Crees que persigue tu habilidad o al alquimista que viene con ella? — Siguió vacilándole. Tiró de él hasta la estatua del alquimista, frente a quien le puso, abrazándole por la espalda. Apareció por su costado, como si les evaluara a ambos. — Mmmmm yo creo que me quedo con el mío. Antes he visto una que me ha gustado, luego te la enseño… — ¡Mira, Alice! — Le llamó Dylan. Ambos se girarion y le vieron ante una estatua de una mujer que elevaba la mirada y una mano hacia una estrella. — ¡Era la carta de mamá! ¿A que se parece a ella? — A Alice le brillaron los ojos y acarició los rizos de Dylan. — La verdad es que sí, patito. Le habría encantado. — Al final del día, sí que le quedaban recuerdos y se emocionaba, incluso creía ver a su madre en ciertos sitios. Ya podía estar tranquila. Olive les llamó de otro lado. — ¡LOS AMANTES! — Shhh. — Le pidió Alice, para que no llamara demasiado la atención. — Daros un besito aquí, delante de los amantes. Sois las dos personas más enamoradas del mundo, tenéis que hacerlo. — Ella se giró hacia Marcus y se encogió de hombros con una sonrisita. — El público manda. — Y le dio un piquito, antes de susurrar solo para él. — Aunque mi amante hace más cosas… Cuando nadie nos ve, claro. —
Sonrió, orgullosa a lo que había señalado su hermano. — No sabes lo feliz que me hace que sepas reconocer a Flamel. — Dylan sonrió como un patito orgulloso y se dedicó, al igual que su amiga, a soñar alto por Marcus. Pero antes de que se diera cuenta, ya tenían a las malditas privilegiadas allí, haciendo sus comentarios al aire. Gustosa se volvería y le preguntaría a Eunice si es que ese era su plan, dejarlo todo por traer chiquillos de muy pura raza mágica al mundo y olvidar todo por lo que había estudiado y destacado en Hogwarts, y a la otra decirle que si pretendía ser alquimista que no podía sentirse intimidada por alguien como Marcus, porque era como un marinero que se empeña en salir con tormenta a navegar. Pero nada de todo eso llegó a decir, porque Marcus pasó, y ella se fue detrás de él. — Hermana. — Susurró Dylan. — ¿Qué ha pasado? — Ella negó con la cabeza y susurró. — La chica rubia que va con Eunice es alquimista también. Se presentó al examen de Plata el mismo día que nosotros, y suspendió. — El niño asintió. — Ah… Y cree que el colega tiene la culpa. — Pues eso parece. — Su rabia inunda el sitio. Derretiría las estatuas. — Alice entornó los ojos. — Venga, vamos a ver la galería donde va a estar Lex. — Dijo ya en voz más alta y riéndose de la reacción de la siempre orgullosa Gryffindor del grupo.
Se pusieron a imitar a algunas de las estatuas, se perseguían entre ellas y reían, y a las que tenían efectos de movimientos o iluminación las hacían activarse una y otra vez como niños pequeños. Aún no habían llegado a las del tarot, pero una llamó su atención. Era una mujer con un vaporoso vestido y rodeada de plantas, movida por el viento y mirando al cielo. Se separó un poco de los demás para verla y leyó el cartelito de debajo. — La sanadora. — Sonrió. Le gustaba, le atraía esa figura y sintió que… Conectaba con ella, como Marcus debía conectar con el Alquimista del tarot u Olive con la Justicia. Oh, y venía de Irlanda… Qué curioso. — ¡Ay! ¿Qué más quieres que haga Phoebus? — Le llegó a su oído. Se asomó por la sanadora y vio a la alquimista discutir con el otro Gaunt. — Que dejes de seguir a O’Donnell y te quedes con nosotros, para eso te han traído. — Ella rio hirientemente y lo miró de arriba abajo. — Debes ser el único tío del mundo que quiere que la carabina se quede arruinándole la cita. Aprovecha para meterle mano a tu cachorrita y déjame hacer lo que me dé la gana. — Alice tragó saliva. Menuda situación. Pero el tal Phoebus la agarró del antebrazo y susurró violentamente. — ¿Es que no te importan nada las apariencias? Si la gente nos ve solos, podrían empezar a cuchichear. — Temió que fuera a tener que intervenir, pero la chica se deshizo solita de él, con una sonrisa heladora y simplemente dijo. — No. — Decidió que era momento de alejarse y se metió al pasillo del tarot con los demás, acercándose a Marcus. — Creo que la Gaunt te está siguiendo. — Dijo en un susurro juguetón. — ¿Crees que persigue tu habilidad o al alquimista que viene con ella? — Siguió vacilándole. Tiró de él hasta la estatua del alquimista, frente a quien le puso, abrazándole por la espalda. Apareció por su costado, como si les evaluara a ambos. — Mmmmm yo creo que me quedo con el mío. Antes he visto una que me ha gustado, luego te la enseño… — ¡Mira, Alice! — Le llamó Dylan. Ambos se girarion y le vieron ante una estatua de una mujer que elevaba la mirada y una mano hacia una estrella. — ¡Era la carta de mamá! ¿A que se parece a ella? — A Alice le brillaron los ojos y acarició los rizos de Dylan. — La verdad es que sí, patito. Le habría encantado. — Al final del día, sí que le quedaban recuerdos y se emocionaba, incluso creía ver a su madre en ciertos sitios. Ya podía estar tranquila. Olive les llamó de otro lado. — ¡LOS AMANTES! — Shhh. — Le pidió Alice, para que no llamara demasiado la atención. — Daros un besito aquí, delante de los amantes. Sois las dos personas más enamoradas del mundo, tenéis que hacerlo. — Ella se giró hacia Marcus y se encogió de hombros con una sonrisita. — El público manda. — Y le dio un piquito, antes de susurrar solo para él. — Aunque mi amante hace más cosas… Cuando nadie nos ve, claro. —
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
La capacidad de Eunice, Alecta y el otro Gaunt de empañar su felicidad era absolutamente nula, porque apenas desaparecieron de su vista retomaron la excursión, riendo e imitando a los personajes célebres, con Marcus haciendo poses para estudiar cuál quedaría mejor allí y ofendiéndose cómicamente por la falta de respeto a tan ilustres personalidades. Estaba siendo una jornada perfecta y empezaban a dolerle hasta las mejillas de tanto reír. Estaba tan ocupado en hacer tonterías con los dos niños que no se había percatado de la puntual desaparición de Alice, y el comentario cuando volvió le hizo soltar un resoplido de desdén. - Que lo siga intentando con ambas cosas. Ninguna la va a conseguir. - Un Marcus feliz era un Marcus que se venía muy arriba... Bueno, realmente Marcus se venía arriba con cualquier excusa. Rio cuando Alice le colocó frente al alquimista del tarot y le abrazó por detrás, aunque escuchaba sus comentarios de fondo mientras se perdía un poco en la visión ante él. - ¿Sí? Pues debe ser muy bueno el tuyo para que te quedes con él... - La luz que alumbraba el sendero del conocimiento en la mano, y ese símbolo del infinito flotando sobre su cabeza... que no dejaba de moverse y moverse... por toda la eternidad...
La llamada de Dylan le devolvió a tierra, girándose y mirando con una sonrisa lo que señalaba. Se acercó a la estatua. - Mi suegra es mucho más guapa. - Dylan soltó una risita entre dientes, negando con la cabeza. - Pelota... - ¡Eh! Nada que ella no supiera. Solo que en su momento yo era muy tímido para dec... - Ni pudo terminar porque Dylan (y Olive en imitación) interrumpió con sonoras carcajadas y negativas. - ¡Tú siempre has sido igual de pelota! - ¡Se dice educado! De verdad, qué poco sentido del protocolo. - Y más se reían los otros, y él también. Pero la Gryffindor se les había ocurrido y ahora clamaba a gritos una de las cartas más controvertidas del tarot, haciendo a Marcus mirar apurado a los lados. - Lo dicho, ningún sentido del protocolo ni del decoro. - Incidió, burlón. Y estuvo a punto de decirlo de verdad después del comentario de Alice, que afortunadamente solo había oído él, pero optó por recibir su beso y tomarla de la cintura, mirándola con cariño y una sonrisita. - Soy mejor que una estatua de hielo, ya lo he dicho antes. - Y tras reír de nuevo, le dio otro beso.
Abandonaron la zona de las estatuas y, en pleno paseo, los menores se fueron de cabeza a un cartel flotante con alas que señalaba un espectáculo con búhos justo antes del de piratas. Empezaron a pegar botes preguntando si podían ir, pero Marcus tenía otros planes. - Vale, ya en serio, ¿queréis gofres o no? - ¡¡Sí!! - Pues como a nosotros no nos importa no ver a los búhos, id vosotros, buscad un buen sitio para poder ver luego el de piratas y nosotros os llevamos los gofres. - Aceptaron en medio segundo y corrieron en la dirección oportuna. Marcus miró a Alice con una sonrisa ladina. - No se han pensado mucho irse a ver un espectáculo los dos solitos. - Agarró a Alice con cariño por la cintura y rozó su nariz con la mejilla de ella. - Y mira por donde, eso nos da también un ratito a nosotros. - La tomó de la mano y la recondujo. - Ven, que tenía pendiente hacer una cosa. -
Los muérdagos estaban en el mismo lugar que el año pasado, eso no había cambiado. Con un cosquilleo en el pecho, se acercó junto a Alice hasta ponerse bajo uno de ellos, frente a frente con ella. - ¿Sabías que, en la cultura escandinava, las bolitas del muérdago se usaban para hacer infusiones que eran buenas para el corazón? - Hizo una caída de ojos. - Me lo contó una chica muy guapa justo debajo de uno, para justificarme por qué es la planta que cura el corazón y, por tanto, de los enamorados. - Se acercó un poco más a ella y, mucho menos chulesco y mucho más enamorado entregado, musitó. - Me quedé sin respuesta a mi pregunta ese día... ¿Soy entonces el chico adecuado? - Se mojó los labios y acarició su mejilla. - Te quiero, Alice. Cómo hubiera deseado tener la valentía suficiente para decírtelo en ese momento. Solo podía soñar en que al próximo año las cosas fueran diferentes... Y menos mal que ha sido así. - Y se acercó para dejar un lento beso en sus labios, de esos que hacían que el mundo desapareciera a su alrededor.
- Si es que no sé ni de qué me sorprende. - Oyó la taciturna voz de Lex, aunque con un punto alegre indudable porque desde luego no llevaba mala jornada. Marcus y Alice miraron con la resignación de, una vez más, verse interrumpidos. - Ay, pero mira qué bonito y qué romántico es. Yo es que me emociono con estas cosas. - Ciertamente Darren parecía al borde de las lágrimas. Empezó a tirarle a su novio de la manga. - Anda, yo también quiero un beso bajo el muérdago, eso es de enamorados... - Lex rio al comentario de su novio y después, socarrón, continuó con su burla. - ¿Ya os habéis deshecho de los niños para ir a hacer manitas? ¿Dónde os los habéis dejado? - ¡LEXITO, MIRA! ¡UN ESPECTÁCULO CON BÚHOS! - Marcus hizo un gesto con las manos en señal de evidencia. - Ya sabes dónde están. - Aaaaaaay ahora quiero ver los buhitos, pero también quiero un beso bajo el muérdago. - Marcus se aguantó la risa y miró a Alice, pensando apuesto a que mi hermano se está alegrando muchísimo de haber salido de casa. - Apuestas bien. - Respondió Lex, y ante la mirada de Marcus rio y se encogió de hombros. - Olvidaba lo divertido que era esto y echaba de menos ver tu cara de mosqueado. - Ñeñeñe. - Fue toda la madura respuesta de Marcus al respecto.
La llamada de Dylan le devolvió a tierra, girándose y mirando con una sonrisa lo que señalaba. Se acercó a la estatua. - Mi suegra es mucho más guapa. - Dylan soltó una risita entre dientes, negando con la cabeza. - Pelota... - ¡Eh! Nada que ella no supiera. Solo que en su momento yo era muy tímido para dec... - Ni pudo terminar porque Dylan (y Olive en imitación) interrumpió con sonoras carcajadas y negativas. - ¡Tú siempre has sido igual de pelota! - ¡Se dice educado! De verdad, qué poco sentido del protocolo. - Y más se reían los otros, y él también. Pero la Gryffindor se les había ocurrido y ahora clamaba a gritos una de las cartas más controvertidas del tarot, haciendo a Marcus mirar apurado a los lados. - Lo dicho, ningún sentido del protocolo ni del decoro. - Incidió, burlón. Y estuvo a punto de decirlo de verdad después del comentario de Alice, que afortunadamente solo había oído él, pero optó por recibir su beso y tomarla de la cintura, mirándola con cariño y una sonrisita. - Soy mejor que una estatua de hielo, ya lo he dicho antes. - Y tras reír de nuevo, le dio otro beso.
Abandonaron la zona de las estatuas y, en pleno paseo, los menores se fueron de cabeza a un cartel flotante con alas que señalaba un espectáculo con búhos justo antes del de piratas. Empezaron a pegar botes preguntando si podían ir, pero Marcus tenía otros planes. - Vale, ya en serio, ¿queréis gofres o no? - ¡¡Sí!! - Pues como a nosotros no nos importa no ver a los búhos, id vosotros, buscad un buen sitio para poder ver luego el de piratas y nosotros os llevamos los gofres. - Aceptaron en medio segundo y corrieron en la dirección oportuna. Marcus miró a Alice con una sonrisa ladina. - No se han pensado mucho irse a ver un espectáculo los dos solitos. - Agarró a Alice con cariño por la cintura y rozó su nariz con la mejilla de ella. - Y mira por donde, eso nos da también un ratito a nosotros. - La tomó de la mano y la recondujo. - Ven, que tenía pendiente hacer una cosa. -
Los muérdagos estaban en el mismo lugar que el año pasado, eso no había cambiado. Con un cosquilleo en el pecho, se acercó junto a Alice hasta ponerse bajo uno de ellos, frente a frente con ella. - ¿Sabías que, en la cultura escandinava, las bolitas del muérdago se usaban para hacer infusiones que eran buenas para el corazón? - Hizo una caída de ojos. - Me lo contó una chica muy guapa justo debajo de uno, para justificarme por qué es la planta que cura el corazón y, por tanto, de los enamorados. - Se acercó un poco más a ella y, mucho menos chulesco y mucho más enamorado entregado, musitó. - Me quedé sin respuesta a mi pregunta ese día... ¿Soy entonces el chico adecuado? - Se mojó los labios y acarició su mejilla. - Te quiero, Alice. Cómo hubiera deseado tener la valentía suficiente para decírtelo en ese momento. Solo podía soñar en que al próximo año las cosas fueran diferentes... Y menos mal que ha sido así. - Y se acercó para dejar un lento beso en sus labios, de esos que hacían que el mundo desapareciera a su alrededor.
- Si es que no sé ni de qué me sorprende. - Oyó la taciturna voz de Lex, aunque con un punto alegre indudable porque desde luego no llevaba mala jornada. Marcus y Alice miraron con la resignación de, una vez más, verse interrumpidos. - Ay, pero mira qué bonito y qué romántico es. Yo es que me emociono con estas cosas. - Ciertamente Darren parecía al borde de las lágrimas. Empezó a tirarle a su novio de la manga. - Anda, yo también quiero un beso bajo el muérdago, eso es de enamorados... - Lex rio al comentario de su novio y después, socarrón, continuó con su burla. - ¿Ya os habéis deshecho de los niños para ir a hacer manitas? ¿Dónde os los habéis dejado? - ¡LEXITO, MIRA! ¡UN ESPECTÁCULO CON BÚHOS! - Marcus hizo un gesto con las manos en señal de evidencia. - Ya sabes dónde están. - Aaaaaaay ahora quiero ver los buhitos, pero también quiero un beso bajo el muérdago. - Marcus se aguantó la risa y miró a Alice, pensando apuesto a que mi hermano se está alegrando muchísimo de haber salido de casa. - Apuestas bien. - Respondió Lex, y ante la mirada de Marcus rio y se encogió de hombros. - Olvidaba lo divertido que era esto y echaba de menos ver tu cara de mosqueado. - Ñeñeñe. - Fue toda la madura respuesta de Marcus al respecto.
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
En cuanto Marcus mandó a los niños al espectáculo de los búhos y les trasladó a ellos a por los gofres supo que su tonteíto había funcionado, aunque fuera para lo que más les gustaba, que era robarle minutillos al tiempo solo para estar solos y darse los mimitos o arrumacos que pudieran, sin miradas indiscretas ni comentarios capciosos. — Yo tampoco me pensaba ni un segundo quedarme a solas contigo… — Dejándose mimar con una risita, y luego prácticamente dejándose arrastrar por Marcus hacia el centro de la feria de nuevo.
Antes de darse cuenta, Marcus se puso a contarle una historia que le resultaba muy familiar, y que puso una sonrisa absolutamente enamorada en su rostro, mirándole como la bobalicona que era. Sabía que estaban debajo del muérdago, exactamente igual que el año anterior. Los ojos le brillaron, absolutamente cautivada. — No, no eres el adecuado. — Tragó saliva, para controlar el tono. — Eres el único, y siempre o serás. Eres mucho más que simplemente adecuado, eres un alma gemela como nunca ha existido, eres el dueño de mi corazón, mi cuerpo y cada sentimiento de amor, pasión o devoción que se ha despertado en mí. — Una lágrima se le cayó a la vez que le salía una risa cuando le dijo que la quería y susurró. — Y mira lo lejos que hemos llegado. — Y se fundió en aquel beso tan tierno y bonito. Nada podría separarla de aquel tacto que veneraba.
Nada excepto la voz de Lex, claro. Se separó y suspiró. — Lex, algún día voy a hacer una lista de las veces que me has interrumpido y me voy a ir vengando de una en una. — El chico entornó los ojos con aburrimiento y dijo. — No, qué va, tu corazón Hufflepuff te lo impide. — Negó. — ¿Y qué es eso de “una lista”? Por Merlín, deja esas cosas a los Slytherin. — Ella le sacó la lengua, pero enseguida tuvieron que echarse a reír con la reacción de Darren. No te quejes de mi corazón Hufflepuff, pensó, para que le oyera Lex. Tomó a Marcus de los hombros y dijo. — Vamos a por lps gofres, anda. — Porque Lex había puesto la cara más O’Donnell que tenía de “¿cómo voy a besarme con mi novio delante de mi hermano así como así en medio de esta feria?”, así que se lo puso en bandeja para que lo hiciera.
Estando en el puesto de gofres aún, muerta de risa porque no lograban levitar todos los gofres, y Marcus estaba sembrado, se puso a llamar a gritos a sus cuñados. — ¡A VER! AYUDA LA ORDEN DE MERLÍN, POR FAVOR. — Y Darren se acercó con Lex de la mano, que haría mucho teatro, pero traía una sonrisita supertonta, cuando su oído volvió a captar otra transmisión. — Venga, no seas niña chica, Eunice, por favor, me estás poniendo en vergüenza delante de todo el mundo. — Giró los ojos, buscando a la mencionada y al musculitos Gaunt, y, efectivamente, estaban cerca de allí. — Bueno, ¿y que te cuesta que vayamos al espectáculo aunque sea? ¿Qué más da que tu prima se haya perdido? Solo es un espectáculo de Navidad… — Pero Alice no era la única mirando. En realidad estaban llamando bastante la atención. Cruzó una mirada con Lex y le mandó el mensaje de no merece la pena, no va a querer ni que la saludes. Darren se acercó y se puso a ayudar a Marcus con su alegría habitual, pero, en cuanto se alejaron un poco puso cara de pena y chasqueó la lengua. — La pobre Eunice nunca va a encontrar lo que le haga feliz, porque nunca va a entender que la vida que le plantean es incompatible con la felicidad. — Alice le miró y dijo. — Eres demasiado bueno, cuñado. Eunice nunca pensaría así de ti. — Él se encogió de hombros. — Eso es indiferente. A mí siempre me da pena alguien así. —
Llegaron al espectáculo y Olive y Dylan saltaron y saludaron. — ¡LEXITOOOO! ¡HAS VENIDOOOO! — Se pusieron a vacilarle. Él resopló. — No me libro de vosotros ni de vacaciones. — Pero los niños se lanzaron a abrazarle, y tirarle del pelo, y hacerle cosquillas, y, en general, a darle infierno hasta que empezara el concierto. Ella, por su parte, se dedicó a picar un poco a su hermano con el orden de los sitios, y a untar chocolate del gofre en la nariz de su novio y a reír con Darren, y en un momento dado vio entrar a Eunice con el novio y Alecta (que aparecía y desaparecía como un demiguise). No, Darren tenía razón. No tenían ni idea de lo que era la felicidad.
Antes de darse cuenta, Marcus se puso a contarle una historia que le resultaba muy familiar, y que puso una sonrisa absolutamente enamorada en su rostro, mirándole como la bobalicona que era. Sabía que estaban debajo del muérdago, exactamente igual que el año anterior. Los ojos le brillaron, absolutamente cautivada. — No, no eres el adecuado. — Tragó saliva, para controlar el tono. — Eres el único, y siempre o serás. Eres mucho más que simplemente adecuado, eres un alma gemela como nunca ha existido, eres el dueño de mi corazón, mi cuerpo y cada sentimiento de amor, pasión o devoción que se ha despertado en mí. — Una lágrima se le cayó a la vez que le salía una risa cuando le dijo que la quería y susurró. — Y mira lo lejos que hemos llegado. — Y se fundió en aquel beso tan tierno y bonito. Nada podría separarla de aquel tacto que veneraba.
Nada excepto la voz de Lex, claro. Se separó y suspiró. — Lex, algún día voy a hacer una lista de las veces que me has interrumpido y me voy a ir vengando de una en una. — El chico entornó los ojos con aburrimiento y dijo. — No, qué va, tu corazón Hufflepuff te lo impide. — Negó. — ¿Y qué es eso de “una lista”? Por Merlín, deja esas cosas a los Slytherin. — Ella le sacó la lengua, pero enseguida tuvieron que echarse a reír con la reacción de Darren. No te quejes de mi corazón Hufflepuff, pensó, para que le oyera Lex. Tomó a Marcus de los hombros y dijo. — Vamos a por lps gofres, anda. — Porque Lex había puesto la cara más O’Donnell que tenía de “¿cómo voy a besarme con mi novio delante de mi hermano así como así en medio de esta feria?”, así que se lo puso en bandeja para que lo hiciera.
Estando en el puesto de gofres aún, muerta de risa porque no lograban levitar todos los gofres, y Marcus estaba sembrado, se puso a llamar a gritos a sus cuñados. — ¡A VER! AYUDA LA ORDEN DE MERLÍN, POR FAVOR. — Y Darren se acercó con Lex de la mano, que haría mucho teatro, pero traía una sonrisita supertonta, cuando su oído volvió a captar otra transmisión. — Venga, no seas niña chica, Eunice, por favor, me estás poniendo en vergüenza delante de todo el mundo. — Giró los ojos, buscando a la mencionada y al musculitos Gaunt, y, efectivamente, estaban cerca de allí. — Bueno, ¿y que te cuesta que vayamos al espectáculo aunque sea? ¿Qué más da que tu prima se haya perdido? Solo es un espectáculo de Navidad… — Pero Alice no era la única mirando. En realidad estaban llamando bastante la atención. Cruzó una mirada con Lex y le mandó el mensaje de no merece la pena, no va a querer ni que la saludes. Darren se acercó y se puso a ayudar a Marcus con su alegría habitual, pero, en cuanto se alejaron un poco puso cara de pena y chasqueó la lengua. — La pobre Eunice nunca va a encontrar lo que le haga feliz, porque nunca va a entender que la vida que le plantean es incompatible con la felicidad. — Alice le miró y dijo. — Eres demasiado bueno, cuñado. Eunice nunca pensaría así de ti. — Él se encogió de hombros. — Eso es indiferente. A mí siempre me da pena alguien así. —
Llegaron al espectáculo y Olive y Dylan saltaron y saludaron. — ¡LEXITOOOO! ¡HAS VENIDOOOO! — Se pusieron a vacilarle. Él resopló. — No me libro de vosotros ni de vacaciones. — Pero los niños se lanzaron a abrazarle, y tirarle del pelo, y hacerle cosquillas, y, en general, a darle infierno hasta que empezara el concierto. Ella, por su parte, se dedicó a picar un poco a su hermano con el orden de los sitios, y a untar chocolate del gofre en la nariz de su novio y a reír con Darren, y en un momento dado vio entrar a Eunice con el novio y Alecta (que aparecía y desaparecía como un demiguise). No, Darren tenía razón. No tenían ni idea de lo que era la felicidad.
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Él que seguía aún emocionado por las palabras de Alice, pero Lex y Darren habían tenido el don de la oportunidad de pillarles. Historia de su vida. Mira que tenía ganas de estar con su hermano, ¿pero tenía que ser justo mientras se decía cosas bonitas con su novia? Si oyera Lex eso, diría que ellos estaban así el noventa por ciento del tiempo, como para no coincidir. A Marcus le seguiría pareciendo mal tino. Fueron a por los gofres y rozó su mejilla con un dedo, aunque ya no había lágrimas en ella. - Qué poco me gusta verte llorar... Ya sé que era de felicidad. - Apuntó sin perder la sonrisa, antes de que ella lo dijera. - Algún día te acostumbrarás tanto a mis ñoñerías que, al menos, habré conseguido que dejes de llorar. - Añadió medio en broma medio en serio.
El momento gofres fue para verlo. - Una cascada de fresas. Eso no lo tiene el de la fuente de chocolate. - Dijo entre risas, porque por supuesto que se había echado todos los toppings posibles en su gofre y ahora tenía que hacer un equilibrio inaudito para que no se le cayeran, y Marcus no era un genio en las habilidades psicomotrices precisamente. - Esto no está bien pensado. - Siguió riendo, a riesgo de que le devolvieran que lo que no estaba bien pensado era echarle tanto encima a un gofre, no el formato de traslado. - ¡Pero cuñadito! - Clamó Darren, y la risa casi le hace tirar más cosas, por lo que tuvo que hacer un movimiento un tanto extraño para mantenerlo todo. Y entonces, él también captó la pelea, de la que Lex y Alice parecían haberse dado cuenta antes. Se ahorró un suspiro y siguió a sus cosas con los gofres. Lo sentía mucho, pero no le daba la menor pena ninguna de esas personas. Era de las que se habían buscado su destino propiamente dicho. Y no sería él quien más aprobara del mundo el estilo de vida y las formas de Ethan, pero demostraba que se podía salir de ese sistema si así lo querías. Y nadie iba a convencerle de que un chico homosexual y sumamente deslenguado como él lo iba a tener más fácil que Eunice, cuyas notas no eran nada malas y que había sido prefecta y capitana del equipo de quidditch de su casa.
Al espectáculo, a decir verdad, no le estaban haciendo mucho caso, porque entre comer gofres, mancharse unos a otros, reír y ver cómo los niños se metían con su hermano, el espectáculo de piratas apenas estaba de fondo. - ¿Lo de que me lleguen vibraciones de gente que te odia va a ser mucho más habitual a partir de ahora? Lo digo por irme acostumbrando. - Y, tras la frase, Lex señaló con un gesto de los ojos hacia donde estaba Alecta, a quien Marcus se había empeñado en ignorar fuertemente. Rodó los ojos y suspiró, pero su hermano rio entre dientes. - Sí, tú ríete, pero es muy probable que seas famoso antes que yo, y eso levanta envidias. - ¿Estás de coña? - Respondió Lex casi pisando el final de su frase. - Tú ya eres famoso, Marcus. Me he enterado hasta yo de que dejaste con la cara torcida a toda una comisión de alquimistas. - Claro, te mandé una carta. - Qué tonto eres cuando quieres. Se comenta por todo el colegio, se comenta en el Ministerio. La gente sabe que te has ido a Irlanda y en Slytherin tienen muy mala hostia hablando y ya están diciendo que a saber qué cosa chunga andas buscando en un país mucho más mierda que el nuestro... - ¡Oye! - Pero que tiene tela de magia de la chunga. - Marcus simplemente echó aire por la nariz, fingiendo ofensa por el insulto gratuito a Irlanda, pero como estrategia para evitar entrar en detalles. Ya hablarían de la investigación más adelante. - Pues lo que tú dices: nido de víboras envidiosas. - Lex se encogió de hombros. - Si ya lo sé. Lo decía por lo de la fama. Tú ya eres casi famoso. - Marcus ladeó una sonrisilla. - Tú lo vas a ser el año que viene. Estoy seguro. - Se acercó a él por el banco y primero dio un leve toquecito con el hombro, pero al final apoyó la cabeza en el de su hermano. - Te he echado mucho de menos, Lex. Un montón. - No veía la cara de su hermano, solo sintió unos segundos de silencio hasta que respondió. - Y yo también... Lo de Nueva York fue una mierda. - Marcus soltó aire de nuevo por la nariz, esta vez con cierta tristeza. Alzó la cabeza y trató de sonreír. - Ya nos pondremos al día. Tenemos que buscarnos un día de hermanos para estar los dos solos. Si no nos da tiempo en Londres, en Irlanda, antes de que te vayas. ¿Te apetece? - Lex puso una sonrisa leve y casi infantil. - Mucho. - Pues sea. - Resolvió, decidido, dándole otro bocado al gofre como si nada, pero notaba la mirada de cariño de Lex sobre él.
El momento gofres fue para verlo. - Una cascada de fresas. Eso no lo tiene el de la fuente de chocolate. - Dijo entre risas, porque por supuesto que se había echado todos los toppings posibles en su gofre y ahora tenía que hacer un equilibrio inaudito para que no se le cayeran, y Marcus no era un genio en las habilidades psicomotrices precisamente. - Esto no está bien pensado. - Siguió riendo, a riesgo de que le devolvieran que lo que no estaba bien pensado era echarle tanto encima a un gofre, no el formato de traslado. - ¡Pero cuñadito! - Clamó Darren, y la risa casi le hace tirar más cosas, por lo que tuvo que hacer un movimiento un tanto extraño para mantenerlo todo. Y entonces, él también captó la pelea, de la que Lex y Alice parecían haberse dado cuenta antes. Se ahorró un suspiro y siguió a sus cosas con los gofres. Lo sentía mucho, pero no le daba la menor pena ninguna de esas personas. Era de las que se habían buscado su destino propiamente dicho. Y no sería él quien más aprobara del mundo el estilo de vida y las formas de Ethan, pero demostraba que se podía salir de ese sistema si así lo querías. Y nadie iba a convencerle de que un chico homosexual y sumamente deslenguado como él lo iba a tener más fácil que Eunice, cuyas notas no eran nada malas y que había sido prefecta y capitana del equipo de quidditch de su casa.
Al espectáculo, a decir verdad, no le estaban haciendo mucho caso, porque entre comer gofres, mancharse unos a otros, reír y ver cómo los niños se metían con su hermano, el espectáculo de piratas apenas estaba de fondo. - ¿Lo de que me lleguen vibraciones de gente que te odia va a ser mucho más habitual a partir de ahora? Lo digo por irme acostumbrando. - Y, tras la frase, Lex señaló con un gesto de los ojos hacia donde estaba Alecta, a quien Marcus se había empeñado en ignorar fuertemente. Rodó los ojos y suspiró, pero su hermano rio entre dientes. - Sí, tú ríete, pero es muy probable que seas famoso antes que yo, y eso levanta envidias. - ¿Estás de coña? - Respondió Lex casi pisando el final de su frase. - Tú ya eres famoso, Marcus. Me he enterado hasta yo de que dejaste con la cara torcida a toda una comisión de alquimistas. - Claro, te mandé una carta. - Qué tonto eres cuando quieres. Se comenta por todo el colegio, se comenta en el Ministerio. La gente sabe que te has ido a Irlanda y en Slytherin tienen muy mala hostia hablando y ya están diciendo que a saber qué cosa chunga andas buscando en un país mucho más mierda que el nuestro... - ¡Oye! - Pero que tiene tela de magia de la chunga. - Marcus simplemente echó aire por la nariz, fingiendo ofensa por el insulto gratuito a Irlanda, pero como estrategia para evitar entrar en detalles. Ya hablarían de la investigación más adelante. - Pues lo que tú dices: nido de víboras envidiosas. - Lex se encogió de hombros. - Si ya lo sé. Lo decía por lo de la fama. Tú ya eres casi famoso. - Marcus ladeó una sonrisilla. - Tú lo vas a ser el año que viene. Estoy seguro. - Se acercó a él por el banco y primero dio un leve toquecito con el hombro, pero al final apoyó la cabeza en el de su hermano. - Te he echado mucho de menos, Lex. Un montón. - No veía la cara de su hermano, solo sintió unos segundos de silencio hasta que respondió. - Y yo también... Lo de Nueva York fue una mierda. - Marcus soltó aire de nuevo por la nariz, esta vez con cierta tristeza. Alzó la cabeza y trató de sonreír. - Ya nos pondremos al día. Tenemos que buscarnos un día de hermanos para estar los dos solos. Si no nos da tiempo en Londres, en Irlanda, antes de que te vayas. ¿Te apetece? - Lex puso una sonrisa leve y casi infantil. - Mucho. - Pues sea. - Resolvió, decidido, dándole otro bocado al gofre como si nada, pero notaba la mirada de cariño de Lex sobre él.
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Debía ser la única que desviaba la vista de cuando en cuando al espectáculo, porque ahora mismo sus acompañantes estaban más entretenidos en picarse y disfrutar del tiempo juntos, y ella aprovechaba para observar, porque en cualquier otro momento le preguntarían por qué estaba tan callada. Lo estaba porque miraba a su hermano, buscando signos de trauma o tristeza que no hubiera podido ver antes, pero solo veía… A su patito. Haciéndose mayor, sí, pero con el brillo Gallia en la mirada, su sonrisa traviesa… Puede que hubiera sorteado ese bache, sí. Miraba a Lex y Marcus, buscando un poco lo mismo, quizá rencor por haberles separado en su mejor momento, primero por Nueva York y luego por Irlanda… Pero también parecían simplemente contentos de estar juntos. Notó una mano en su rodilla y se encontró con los ojos de Darren y su templada sonrisa. — Está todo bien, cuñadita. — Ella le devolvió la sonrisa y susurró. — Desde aquel día en cuarto en el que nos castigaron juntos has sabido leerme. — Él rio brillantemente. — No es tan difícil, aguililla. Solo hay que imaginarse el peor escenario posible y contar con él, esa eres tú. — Se rio y palmeó su mano con cariño.
Empezó la parte final del espectáculo, donde cantaban la canción de “enamórate de mí esta Navidad” y se quedó mirándose embobada con Marcus, recordando el año anterior, cuando se miraban pensando en decirse justamente aquello. Le duró poco porque ya tuvo que saltar Olive, sobresaltándola. — ¡ALICE! ¿A que aunque yo sea una chica podría ser pirata? — No creo que haya humano, centauro o criatura viviente que se atreviera a llevarte la contraria a ti precisamente. Me apiado de él, vaya. — Le picó Lex, a lo que Alice le miró con una ceja alzada. — Es que es infinita. Es más cabezota que nadie que yo haya conocido. — Es la forma que conozco de alcanzar lo que me propongo. Venga, Alice, dime que sí. — La aludida asintió. — Sin duda, Oli. Yo siempre me identifiqué con las piratas. — Pues yo con el lorito del capitán. Es así todo cuqui, habla mucho y va siempre en el hombro del capitán— Dijo alegre Darren, guiñando un ojo a Lex, a lo que todos se echaron a reír. Pero Dylan la miró con penita. — ¿Tenemos que irnos ya? — Alice se mordió los labios por dentro. Había sido una muy responsable tutora y hermana mayor, podía ser guay un ratito más. — Podemos dar una vuelta más por la feria, sin entrar en ninguna atracción más, pero para que Lex y Darren puedan ver las cosas antes de llevarnos a Olive. —
La vuelta fue, desde luego prolífica, sobre todo porque pudo escaquearse para comprarle a Marcus la caja de cosas que había fichado en la tienda de pociones especiales sin llamar mucho la atención y un par de regalos más, y porque se enteró, gracias a la parada (excesivamente larga para ella) que hicieron en la tienda de quidditch, que su hermano pretendía presentarse el año siguiente a las pruebas para el equipo y Lex se dedicaba a entrenarle, tirándole una y otra pelota, riendo con él. Finalmente, y yendo ya muy cargados entre las plantas, los regalos, una quaffle de entrenamiento que Lex se había empeñado en comprarle a Dylan y de todo, se dirigieron a la salida. — Vale, tenemos que dejar a los pequeños en sus nidos, pero si queréis, id tirando para la casa y prep… — Ah no no. — Saltó Lex. — Estos monos me han dado el trimestre. Yo voy a casa por lo menos de los Clearwater a ponerlos en vergüenza. — ¡LEX! ¡NO! — Olive había enrojecido. — ¿Cómo que no? ¡Darren! ¡Saca la trompeta esa de colores que le has comprado a tu primita! Que vamos a llegar con gran fanfarria. — ¡Lex! ¡Que te mato! — ¡No no! Te vas a morir tú de la vergüenza. — Seguían los otros vacilando. La verdad es que no quería llegar con tanto jaleo a su casa, pero podían darle esa despedida a Olive, incluyendo hacerles pasar un poquito de vergüencilla, y así, hacérselo más fácil a Dylan, porque luego podría ponerse la cosa un poco tensa.
Empezó la parte final del espectáculo, donde cantaban la canción de “enamórate de mí esta Navidad” y se quedó mirándose embobada con Marcus, recordando el año anterior, cuando se miraban pensando en decirse justamente aquello. Le duró poco porque ya tuvo que saltar Olive, sobresaltándola. — ¡ALICE! ¿A que aunque yo sea una chica podría ser pirata? — No creo que haya humano, centauro o criatura viviente que se atreviera a llevarte la contraria a ti precisamente. Me apiado de él, vaya. — Le picó Lex, a lo que Alice le miró con una ceja alzada. — Es que es infinita. Es más cabezota que nadie que yo haya conocido. — Es la forma que conozco de alcanzar lo que me propongo. Venga, Alice, dime que sí. — La aludida asintió. — Sin duda, Oli. Yo siempre me identifiqué con las piratas. — Pues yo con el lorito del capitán. Es así todo cuqui, habla mucho y va siempre en el hombro del capitán— Dijo alegre Darren, guiñando un ojo a Lex, a lo que todos se echaron a reír. Pero Dylan la miró con penita. — ¿Tenemos que irnos ya? — Alice se mordió los labios por dentro. Había sido una muy responsable tutora y hermana mayor, podía ser guay un ratito más. — Podemos dar una vuelta más por la feria, sin entrar en ninguna atracción más, pero para que Lex y Darren puedan ver las cosas antes de llevarnos a Olive. —
La vuelta fue, desde luego prolífica, sobre todo porque pudo escaquearse para comprarle a Marcus la caja de cosas que había fichado en la tienda de pociones especiales sin llamar mucho la atención y un par de regalos más, y porque se enteró, gracias a la parada (excesivamente larga para ella) que hicieron en la tienda de quidditch, que su hermano pretendía presentarse el año siguiente a las pruebas para el equipo y Lex se dedicaba a entrenarle, tirándole una y otra pelota, riendo con él. Finalmente, y yendo ya muy cargados entre las plantas, los regalos, una quaffle de entrenamiento que Lex se había empeñado en comprarle a Dylan y de todo, se dirigieron a la salida. — Vale, tenemos que dejar a los pequeños en sus nidos, pero si queréis, id tirando para la casa y prep… — Ah no no. — Saltó Lex. — Estos monos me han dado el trimestre. Yo voy a casa por lo menos de los Clearwater a ponerlos en vergüenza. — ¡LEX! ¡NO! — Olive había enrojecido. — ¿Cómo que no? ¡Darren! ¡Saca la trompeta esa de colores que le has comprado a tu primita! Que vamos a llegar con gran fanfarria. — ¡Lex! ¡Que te mato! — ¡No no! Te vas a morir tú de la vergüenza. — Seguían los otros vacilando. La verdad es que no quería llegar con tanto jaleo a su casa, pero podían darle esa despedida a Olive, incluyendo hacerles pasar un poquito de vergüencilla, y así, hacérselo más fácil a Dylan, porque luego podría ponerse la cosa un poco tensa.
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
- Al final lo conseguí. Te enamoraste de mí esa Navidad. Deduzco que fui convincente pidiendo la canción. - Bromeó, como si él tuviera mano alguna en el espectáculo, mientras acariciaba su mejilla con ternura. Cuántas cosas habían pasado en ese último año, parecía mucho más tiempo. Los comentarios de los demás le hacían reír, y negar con la cabeza en el caso de Darren. - ¡Eh! ¿Por qué estamos dando por hecho que no soy yo el capitán? - Tú eres la cosa esa tan estética y extremadamente pesada que hay en el mascarón de proa. - Marcus le dedicó a Lex una sonora pedorreta. - Me has llamado guapo. - Se llevó a su terreno.
Dieron una vuelta más por la feria (Marcus tenía menos ganas de irse que los niños, que ya era decir, y eso que también le apetecía un montón estar en su casa con su querida Orden de Merlín), y tras esta decidieron que era la hora de marchar, que ya hacía bastante rato que se les había hecho de noche. Los comentarios de su hermano le hicieron reír a carcajadas, y ciertamente se alegraba de verle mucho más sociable, sobre todo con los niños. Antes de irse, se puso al lado de Olive. - Búscame una piedra bonita en el camino de vuelta, antes de aparecernos. - La niña le miró extrañada y casi burlona, pero se puso a mirar el suelo mientras caminaban. No tardó en acercársele. - Esta. ¿Para qué la quieres? - Me he comprometido con cierta dama a llevarle un detallito. - Olive soltó una pedorreta mientras rodaba exageradamente los ojos. - Como sigas dándole cosas a Rose, la vas a malacostumbrar y no te la vas a quitar nunca de encima. Es superpesada. - Marcus se encogió de hombros con una sonrisilla. Los niños eran lo suyo, no le estorbaban para nada, y a él le encantaba quedar divinamente. Para las contadas ocasiones en las que veía a la niña, podía hacerlo.
Cuando se aparecieron en el jardín de los Clearwater, Lex seguía metiéndose con los niños, pero si conocía de algo a su hermano ya lo estaba viendo desinflarse conforme notaba que aquello era real. Estaba más sociable, pero no tanto, y la timidez siempre le iba por delante. Claro que los Clearwater eran ideales recibiendo gente. - ¡¡Lex!! ¡Qué bien que estás aquí, que antes no nos ha dado tiempo a saludarte! ¡Hola, Darren! - ¡Hola, señor Clearwater! - ¡¡Anda!! ¡Pero si son los chicos de la feria! - Añadió Goldie, apareciendo por detrás de su marido. Rose ya asomaba también por allí con carita de curiosidad e ilusión. - ¡Pasad, pasad, por favor! - No queremos ser mucha molestia, señores Clearwater, que ya es tarde. - ¡Bah, bobadas! - Resolvió el hombre, entrando y dando por hecho que todos irían tras él. - Desde que estuve en España, añoro los tiempos en los que uno podía felizmente acostarse a las doce de la noche y seguían preguntándole "¿ya te vas a dormir? ¿Tan pronto?" - La mujer, con una sonrisilla, se acercó a ellos y les dijo en falsa confidencia. - Dos meses estuvo, pero le marcó mucho. - Rieron y entraron, pero Marcus tenía una mirada encima puesta, y no la pensaba ignorar.
- Rose, ¿tendrías papel y colores? - La niña se sorprendió un poco, parpadeó y, acto seguido, asintió muy rápido y salió corriendo. - Ay, Lex, nuestra hija habla MARAVILLAS de ti. - Papá. - Advirtió Olive entre dientes. Lex ya estaba empezando a ponerse colorado, pero Gerald no se dio ni medio por aludido, por lo que continuó. - Cómo nos alegra que estos dos niños tan buenos tengan un protector en Hogwarts. Porque son muy buenos, pero también son revoltosillos, ¿a que sí, Dylan? - Tengo que reconocer que un poco a veces, señor Clearwater. - Respondió el niño, todo educación (muy callado estaba para lo que él era) pero también todo honestidad Gallia. - Y mi niña tiene puro carácter Gryffindor... - ¡Papá! - ...Que no sé de quién lo ha sacado, porque yo siempre fui un Gryffindor muy tranquilito. Un gatito, vamos. - ¡Toma! - Apareció Rose con un taco de papeles y varios estuches de colores, ofreciéndoselos a Marcus. Acto seguido le dijo con ojos brillantes. - ¿Vamos a pintar? ¿Quieres que te dibuje un caracol? Me salen muy bonitos. - Estoy deseando ver ese caracol. - Respondió Marcus, agachándose para apoyarse en la mesita central. - Pero primero quiero enseñarte una cosita. Para verla bien, te tienes que poner un poquito más lejos. Sí, ahí está bien. - Cualquiera presente (excepto Rose, claro) ya sabrían lo que iba a hacer, y prefería que la niña no metiera las manos, a ver si iban a tener un disgusto. Dibujó un círculo de trasmutación sencillito y colocó la piedra que le había dado Olive en el centro. En apenas segundos después de juntar sus manos, la piedra adoptó la forma de una rosa tallada, firme y hecha de roca, pero perfectamente definida. Sacó la varita y apuntó a los pétalos. - ¡Colovaria flavum! - Estos se tiñeron de amarillo. Señaló entonces al tallo. - ¡Colovaria viridis! - El mismo adoptó un color verde, aunque ninguno de los dos perdía el trasfondo de piedra. Se lo tendió ceremoniosamente a Rose, que le miraba alucinada, mientras los dos mayores loaban la proeza como si fuera la primera vez que veían magia. - Esta es resistente como una roca. Nunca se te va a estropear. - Le miró con ojos brillantes. - ¡¡GRACIAS!! - Chilló, enganchándosele al cuello. Los padres rieron levemente, y Lex también, y este último les dijo. - Bueno, como veréis, mi hermano tiene mucha mejor mano con los niños. - ¡Hala qué bonita! Lexito, mira. - Darren, paralelamente, se había hecho con la flor y la miraba alucinado. Lex rodó los ojos. - Y con los no tan niños. - Cuando Rose se le desenganchó, Marcus le dijo a Darren. - Yo te hago otra si quieres, cuñado. - Miró a Rose de nuevo. - Aunque esta es especial. En realidad, es regalo de tu hermana. Ella ha seleccionado la mejor piedra de la feria para ti. - Claramente Olive no se lo había visto venir, y se puso roja como un tomate. Rose se lanzó ahora hacia ella. - ¡¡Gracias, hermana!! - Lex le miraba y negaba con la cabeza. Marcus se encogió de hombros. ¿No querías fanfarria? Esto es lo mío.
- ¿Me lo puedo quedar? - Preguntó Rose con respecto al círculo dibujado. Marcus movió la varita, cambiando varios símbolos de lugar en el dibujo, haciendo el círculo inservible. Le dio un toquecito a Rose en la nariz. - Así mejor. Para que te lo guardes de recuerdo pero no transmutes algo sin querer. - La niña soltó una risita cristalina. Luego dio un saltito y clamó. - ¡Cuando sea mayor voy a ser alquimista para hacer mis propias flores! - Marcus rio. - Estaré encantado de recibirte como aprendiz en mi taller. - Si todos los niños que de pequeños juraban que iban a ser alquimistas lo fueran de verdad, no estarían ante la ciencia casi extinta ante la que estaban, pero no perdían nada soñando. - ¡¡VOY A HACERTE UN CARACOL!! - Afirmó, lanzándose de rodillas ante la mesa y dibujando en otro papel como si le fuera la vida en ello. Goldie les miró. - Quedaos a cenar. - Qué va, venimos llenos. - Empezó, y luego miró a Lex. Venga, que lo estás deseando. El chico oyó el mensaje, se aclaró la garganta y adoptó el tono más distendido que tenía en el registro. - Sí, cierta señorita tenía antojo de gofres. - ¡Vaya! ¡Pues al final habéis comido gofres todos! - Se indignó Olive, pero en realidad se les veía tan felices que el pequeño tira y afloja que siguió en el que se metían unos con otros solo les hizo reír. - Es el caracol más bonito que he visto en mi vida. Estoy por jurar que vi uno justo así en Irlanda el otro día, ¿a que sí, Alice? - Respondió una vez fue obsequiado con el dibujo de Rose, y su estancia en casa de los Clearwater iba llegando a su fin. Aún tenían que dejar a Dylan.
Dieron una vuelta más por la feria (Marcus tenía menos ganas de irse que los niños, que ya era decir, y eso que también le apetecía un montón estar en su casa con su querida Orden de Merlín), y tras esta decidieron que era la hora de marchar, que ya hacía bastante rato que se les había hecho de noche. Los comentarios de su hermano le hicieron reír a carcajadas, y ciertamente se alegraba de verle mucho más sociable, sobre todo con los niños. Antes de irse, se puso al lado de Olive. - Búscame una piedra bonita en el camino de vuelta, antes de aparecernos. - La niña le miró extrañada y casi burlona, pero se puso a mirar el suelo mientras caminaban. No tardó en acercársele. - Esta. ¿Para qué la quieres? - Me he comprometido con cierta dama a llevarle un detallito. - Olive soltó una pedorreta mientras rodaba exageradamente los ojos. - Como sigas dándole cosas a Rose, la vas a malacostumbrar y no te la vas a quitar nunca de encima. Es superpesada. - Marcus se encogió de hombros con una sonrisilla. Los niños eran lo suyo, no le estorbaban para nada, y a él le encantaba quedar divinamente. Para las contadas ocasiones en las que veía a la niña, podía hacerlo.
Cuando se aparecieron en el jardín de los Clearwater, Lex seguía metiéndose con los niños, pero si conocía de algo a su hermano ya lo estaba viendo desinflarse conforme notaba que aquello era real. Estaba más sociable, pero no tanto, y la timidez siempre le iba por delante. Claro que los Clearwater eran ideales recibiendo gente. - ¡¡Lex!! ¡Qué bien que estás aquí, que antes no nos ha dado tiempo a saludarte! ¡Hola, Darren! - ¡Hola, señor Clearwater! - ¡¡Anda!! ¡Pero si son los chicos de la feria! - Añadió Goldie, apareciendo por detrás de su marido. Rose ya asomaba también por allí con carita de curiosidad e ilusión. - ¡Pasad, pasad, por favor! - No queremos ser mucha molestia, señores Clearwater, que ya es tarde. - ¡Bah, bobadas! - Resolvió el hombre, entrando y dando por hecho que todos irían tras él. - Desde que estuve en España, añoro los tiempos en los que uno podía felizmente acostarse a las doce de la noche y seguían preguntándole "¿ya te vas a dormir? ¿Tan pronto?" - La mujer, con una sonrisilla, se acercó a ellos y les dijo en falsa confidencia. - Dos meses estuvo, pero le marcó mucho. - Rieron y entraron, pero Marcus tenía una mirada encima puesta, y no la pensaba ignorar.
- Rose, ¿tendrías papel y colores? - La niña se sorprendió un poco, parpadeó y, acto seguido, asintió muy rápido y salió corriendo. - Ay, Lex, nuestra hija habla MARAVILLAS de ti. - Papá. - Advirtió Olive entre dientes. Lex ya estaba empezando a ponerse colorado, pero Gerald no se dio ni medio por aludido, por lo que continuó. - Cómo nos alegra que estos dos niños tan buenos tengan un protector en Hogwarts. Porque son muy buenos, pero también son revoltosillos, ¿a que sí, Dylan? - Tengo que reconocer que un poco a veces, señor Clearwater. - Respondió el niño, todo educación (muy callado estaba para lo que él era) pero también todo honestidad Gallia. - Y mi niña tiene puro carácter Gryffindor... - ¡Papá! - ...Que no sé de quién lo ha sacado, porque yo siempre fui un Gryffindor muy tranquilito. Un gatito, vamos. - ¡Toma! - Apareció Rose con un taco de papeles y varios estuches de colores, ofreciéndoselos a Marcus. Acto seguido le dijo con ojos brillantes. - ¿Vamos a pintar? ¿Quieres que te dibuje un caracol? Me salen muy bonitos. - Estoy deseando ver ese caracol. - Respondió Marcus, agachándose para apoyarse en la mesita central. - Pero primero quiero enseñarte una cosita. Para verla bien, te tienes que poner un poquito más lejos. Sí, ahí está bien. - Cualquiera presente (excepto Rose, claro) ya sabrían lo que iba a hacer, y prefería que la niña no metiera las manos, a ver si iban a tener un disgusto. Dibujó un círculo de trasmutación sencillito y colocó la piedra que le había dado Olive en el centro. En apenas segundos después de juntar sus manos, la piedra adoptó la forma de una rosa tallada, firme y hecha de roca, pero perfectamente definida. Sacó la varita y apuntó a los pétalos. - ¡Colovaria flavum! - Estos se tiñeron de amarillo. Señaló entonces al tallo. - ¡Colovaria viridis! - El mismo adoptó un color verde, aunque ninguno de los dos perdía el trasfondo de piedra. Se lo tendió ceremoniosamente a Rose, que le miraba alucinada, mientras los dos mayores loaban la proeza como si fuera la primera vez que veían magia. - Esta es resistente como una roca. Nunca se te va a estropear. - Le miró con ojos brillantes. - ¡¡GRACIAS!! - Chilló, enganchándosele al cuello. Los padres rieron levemente, y Lex también, y este último les dijo. - Bueno, como veréis, mi hermano tiene mucha mejor mano con los niños. - ¡Hala qué bonita! Lexito, mira. - Darren, paralelamente, se había hecho con la flor y la miraba alucinado. Lex rodó los ojos. - Y con los no tan niños. - Cuando Rose se le desenganchó, Marcus le dijo a Darren. - Yo te hago otra si quieres, cuñado. - Miró a Rose de nuevo. - Aunque esta es especial. En realidad, es regalo de tu hermana. Ella ha seleccionado la mejor piedra de la feria para ti. - Claramente Olive no se lo había visto venir, y se puso roja como un tomate. Rose se lanzó ahora hacia ella. - ¡¡Gracias, hermana!! - Lex le miraba y negaba con la cabeza. Marcus se encogió de hombros. ¿No querías fanfarria? Esto es lo mío.
- ¿Me lo puedo quedar? - Preguntó Rose con respecto al círculo dibujado. Marcus movió la varita, cambiando varios símbolos de lugar en el dibujo, haciendo el círculo inservible. Le dio un toquecito a Rose en la nariz. - Así mejor. Para que te lo guardes de recuerdo pero no transmutes algo sin querer. - La niña soltó una risita cristalina. Luego dio un saltito y clamó. - ¡Cuando sea mayor voy a ser alquimista para hacer mis propias flores! - Marcus rio. - Estaré encantado de recibirte como aprendiz en mi taller. - Si todos los niños que de pequeños juraban que iban a ser alquimistas lo fueran de verdad, no estarían ante la ciencia casi extinta ante la que estaban, pero no perdían nada soñando. - ¡¡VOY A HACERTE UN CARACOL!! - Afirmó, lanzándose de rodillas ante la mesa y dibujando en otro papel como si le fuera la vida en ello. Goldie les miró. - Quedaos a cenar. - Qué va, venimos llenos. - Empezó, y luego miró a Lex. Venga, que lo estás deseando. El chico oyó el mensaje, se aclaró la garganta y adoptó el tono más distendido que tenía en el registro. - Sí, cierta señorita tenía antojo de gofres. - ¡Vaya! ¡Pues al final habéis comido gofres todos! - Se indignó Olive, pero en realidad se les veía tan felices que el pequeño tira y afloja que siguió en el que se metían unos con otros solo les hizo reír. - Es el caracol más bonito que he visto en mi vida. Estoy por jurar que vi uno justo así en Irlanda el otro día, ¿a que sí, Alice? - Respondió una vez fue obsequiado con el dibujo de Rose, y su estancia en casa de los Clearwater iba llegando a su fin. Aún tenían que dejar a Dylan.
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Ivanka
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
No tenía duda de que la llegada no iba a dejar indiferente a nadie, porque, si bien Lex se había relajado, todos venían cada vez más arriba, desde los padres de Olive a Marcus muy arriba por poder ganarse a otra niña más para su séquito de adoradoras. Luego dirá que no sabía nada de las niñas enamoradas de él, pensó con media sonrisilla. Lo de “que ya es tarde” no se lo creía ni él, porque no había cosa que le gustara más en el pueblo que les invitaran a entrar en todos lados, y más de un día habían cenado dos veces y tomado postre tres, así que todos sabían que iban a entrar y quedarse un rato. Claro está, ella habría preferido quitarse la tirita de dejar a Dylan con su padre cuanto antes, pero los Clearwater eran muy buena gente y contribuían mucho al espíritu y la alegría navideña.
Se situó con Goldie un poco apartada del jaleo que se había montado en la zona de sofás con Gerald y Rose interviniendo con colores y demás, y se acercó, curiosa, al árbol de navidad. — ¿Te gusta? Intento que sea… Familiar, más que estéticamente bonito. — Le dijo Goldie. Alice observó y rio. Era el árbol de una madre Hufflepuff sin duda. Adornos superantiguos, junto con algunos muy elegantes y bonitos, y otros claramente hechos por las niñas. Fotos, plantitas por supuesto… — Esos son los más bonitos. — Aseguró. Suspiró y acarició uno de los adornos. — Cuando tenga el mío, te llamaré para que me ayudes a que parezca el de una auténtica madre Hufflepuff. — Goldie le acarició la espalda con los ojos brillantes. — Debes echarla mucho de menos. Y Dylan también. — Alice miró sonriente a su hermano, que intentaba quedar bien con su sonrisita Gallia delante del padre de Olive y a Marcus, que claramente iba a transmutarle otra flor a Rose, que lo miraba embobada. — En realidad está aquí todo el rato. — Y en cuanto Marcus tiñó la flor de amarillo la señaló. — Aunque mi madre la habría querido morada. Siempre morada. — ¡Ay, pues recuérdame que te dé una cosita antes de iros! — Pero ambas se acercaron a los demás, mientras Rose se afanaba en pintar el caracol. Ella, por su parte, se sentó en el brazo del sofá, rodeando los hombros de Marcus con una sonrisa embobada, porque cuando se ponía así de tierno, ella se derretía. — Sí, mi amor, si tu taller va a ser más bien una hospedería a este paso. — Le picó. Eso querría él, desde luego, reflotar la alquimia. En cuanto la estudiaran tres días, la mayoría se echaría a temblar, pero por soñar… Y ya que estaban con el pique dijo. — No, no, ni hablar de cenar, que hemos encargado a cierta pareja que PENSARA en la cena. — Dijo mirando significativamente a Lex, que dio un bote en su sitio, ofendido. — ¡Es que! ¡A ver, señor Clearwater! Dígame usted qué significa “pensar” la cena, cuando ya le he dicho que ni idea de cocinar ni de la comida que hay en la casa ni nada. — El aludido resopló. — Uf, chico, cuando te dicen eso, échate a temblar, porque no es tan fácil nunca como “pues frío un huevo” o algo así. — Goldie se puso las manos en las caderas y miró a su marido. — Anda que… Menudo ejemplo para tus hijas y las generaciones jóvenes. Darren, cariño, ¿puedes explicarle a mi marido a lo que se refería Alice? — Su cuñado, que había estado aparentemente concentrado en el caracol de Rose, se giró y dijo. — ¿Eh? ¡Ah! Lo de la cena, vaya rayada trae. Te refieres a que pensemos en una solución para cenar, ¿no? Pues yo ya he comprado delicias indias en el puesto de la feria y me han dicho que os ha sobrado comida, que ya me lo imaginaba estando mi cuñadito implicado en una comida, y más ahora que viene de Irlanda, y con eso tenemos de sobra. — Goldie y Alice señalaron a Darren con evidencia, ante el total desconcierto de los otros dos, pero menos mal que Rose rompió la tensión con la conclusión de su obra de arte que todos se apresuraron a loar (quizá un poco de más, la niña estaba como si le hubieran adelantado los regalos de Navidad).
Apenas estuvieron un cuarto de hora más antes de empezar a despedirse, momento que Goldie aprovechó para darle una macetita con violetas a Alice. — Para tu madre. Para su tumba, quiero decir. Por si vas esta Navidad, y, si no, las plantas en tu jardín de Irlanda, para que tengas un cachito de ella. — Ella sonrió emocionada y le dio un abrazo. — Muchas gracias, de verdad. — Alice aprovechó y le dio un paquetito con unas semillas irlandesas y una guía para plantarlas, junto con una maceta alquímica que recreaba las condiciones de la tierra de allí. — Esto se lo pones a Olive de nuestra parte el día de Navidad. — Goldie también se emocionó y entre eso, y que Dylan no quería irse, la despedida fue una montaña rusa emocional.
Cuando al final separaron a los niños (y a Rose de Marcus) y lograron salir, Alice miró a Lex y Darren. — Bueno, ya que el cuñado sí ha pensado, os dejo yendo a casa para que pongáis la mesa. — Lex parpadeó confuso y miró a Darren. — ¡Es que! ¿Por qué no me has dicho que se podía comprar hecho? ¿Que valían sobras? Es que no entiendo nada… — Pero Dylan les calló, porque debió sentir su nerviosismo y se lanzó a abrazarles de despedida. — Feliz Navidad, chicos. — Dijo con cariño, y los dos le devolvieron el abrazo. — Cuídate, compi, que enseguida iré a por ti para que conozcamos la Isla Esmeralda. — Dylan asintió y se recolgó solo del cuello de Lex, que lo levantó como si fuera un muñeco y le dijo con un tono más bajito, sin soltarle. — Lo sé. — Ellos dos con sus cosas de siempre, pero hizo sonreír a Alice. Cogió a Dylan de un brazo y a Marcus del otro y les miró. — ¿Listos? — Y ante la mirada de ambos, les apareció en Guildford.
Estaba empezando a nevar allí con algunos copitos sueltos al viento, y en la puerta de su casa había un bonito hechizo con trineos y renos, que se perseguían y dejaban una estela de polvito brillante rojo, verde y dorado. — ¡Mira, hermana! ¡Un hechizo de papá! ¡PAPÁ! — Llamó Dylan, corriendo hasta la puerta. Alice aprovechó para mirar alrededor. El jardín delantero había visto días mejores, pero tampoco estaba catastrófico. Su padre abrió la puerta y recibió a Dylan en sus brazos. — ¡Patito! ¡Mi patito está en casa! — Levantó la cabeza y les miró, emocionado, pero claramente sin saber qué decir. — Vamos, dentro, que está nevando. — Dijo Alice, como excusa para romper el tenso momento y para echar un ojo en la casa. No obstante, no se libró del abrazo, al que respondió protocolariamente. — Mi pajarito… Qué bien te veo, hija, estás preciosa, te veo feliz… — Hola, papá. — Y ante su frío saludo, se dirigió a Marcus. — ¡Marcus, muchacho! ¡Qué alegría poder verte! Cuentan cosas maravillosas de vuestros exámenes, debéis estar logrando de todo en una tierra tan mágica como Irlanda. — ¡Papi! Me ha encantado el hechizo de la puerta. — Intervino su hermano lleno de energía. — ¿De veras, hijo? Pues sube a tu cuarto, que verás la sorpresa. — Él se marchó tirando todo sin pensar, y eso les dejaba a los tres solos abajo y la tentación de marcharse de inmediato era muy grande. Cada vez que entraba en aquella casa, la sentía menos suya, y solo quería volver a sentirse en terreno seguro. Suspiró y se puso a recoger las cosas de Dylan y quitando su baúl y demás de por medio, que debía llevar ahí desde que lo hubieran mandado aquella misma mañana.
Se situó con Goldie un poco apartada del jaleo que se había montado en la zona de sofás con Gerald y Rose interviniendo con colores y demás, y se acercó, curiosa, al árbol de navidad. — ¿Te gusta? Intento que sea… Familiar, más que estéticamente bonito. — Le dijo Goldie. Alice observó y rio. Era el árbol de una madre Hufflepuff sin duda. Adornos superantiguos, junto con algunos muy elegantes y bonitos, y otros claramente hechos por las niñas. Fotos, plantitas por supuesto… — Esos son los más bonitos. — Aseguró. Suspiró y acarició uno de los adornos. — Cuando tenga el mío, te llamaré para que me ayudes a que parezca el de una auténtica madre Hufflepuff. — Goldie le acarició la espalda con los ojos brillantes. — Debes echarla mucho de menos. Y Dylan también. — Alice miró sonriente a su hermano, que intentaba quedar bien con su sonrisita Gallia delante del padre de Olive y a Marcus, que claramente iba a transmutarle otra flor a Rose, que lo miraba embobada. — En realidad está aquí todo el rato. — Y en cuanto Marcus tiñó la flor de amarillo la señaló. — Aunque mi madre la habría querido morada. Siempre morada. — ¡Ay, pues recuérdame que te dé una cosita antes de iros! — Pero ambas se acercaron a los demás, mientras Rose se afanaba en pintar el caracol. Ella, por su parte, se sentó en el brazo del sofá, rodeando los hombros de Marcus con una sonrisa embobada, porque cuando se ponía así de tierno, ella se derretía. — Sí, mi amor, si tu taller va a ser más bien una hospedería a este paso. — Le picó. Eso querría él, desde luego, reflotar la alquimia. En cuanto la estudiaran tres días, la mayoría se echaría a temblar, pero por soñar… Y ya que estaban con el pique dijo. — No, no, ni hablar de cenar, que hemos encargado a cierta pareja que PENSARA en la cena. — Dijo mirando significativamente a Lex, que dio un bote en su sitio, ofendido. — ¡Es que! ¡A ver, señor Clearwater! Dígame usted qué significa “pensar” la cena, cuando ya le he dicho que ni idea de cocinar ni de la comida que hay en la casa ni nada. — El aludido resopló. — Uf, chico, cuando te dicen eso, échate a temblar, porque no es tan fácil nunca como “pues frío un huevo” o algo así. — Goldie se puso las manos en las caderas y miró a su marido. — Anda que… Menudo ejemplo para tus hijas y las generaciones jóvenes. Darren, cariño, ¿puedes explicarle a mi marido a lo que se refería Alice? — Su cuñado, que había estado aparentemente concentrado en el caracol de Rose, se giró y dijo. — ¿Eh? ¡Ah! Lo de la cena, vaya rayada trae. Te refieres a que pensemos en una solución para cenar, ¿no? Pues yo ya he comprado delicias indias en el puesto de la feria y me han dicho que os ha sobrado comida, que ya me lo imaginaba estando mi cuñadito implicado en una comida, y más ahora que viene de Irlanda, y con eso tenemos de sobra. — Goldie y Alice señalaron a Darren con evidencia, ante el total desconcierto de los otros dos, pero menos mal que Rose rompió la tensión con la conclusión de su obra de arte que todos se apresuraron a loar (quizá un poco de más, la niña estaba como si le hubieran adelantado los regalos de Navidad).
Apenas estuvieron un cuarto de hora más antes de empezar a despedirse, momento que Goldie aprovechó para darle una macetita con violetas a Alice. — Para tu madre. Para su tumba, quiero decir. Por si vas esta Navidad, y, si no, las plantas en tu jardín de Irlanda, para que tengas un cachito de ella. — Ella sonrió emocionada y le dio un abrazo. — Muchas gracias, de verdad. — Alice aprovechó y le dio un paquetito con unas semillas irlandesas y una guía para plantarlas, junto con una maceta alquímica que recreaba las condiciones de la tierra de allí. — Esto se lo pones a Olive de nuestra parte el día de Navidad. — Goldie también se emocionó y entre eso, y que Dylan no quería irse, la despedida fue una montaña rusa emocional.
Cuando al final separaron a los niños (y a Rose de Marcus) y lograron salir, Alice miró a Lex y Darren. — Bueno, ya que el cuñado sí ha pensado, os dejo yendo a casa para que pongáis la mesa. — Lex parpadeó confuso y miró a Darren. — ¡Es que! ¿Por qué no me has dicho que se podía comprar hecho? ¿Que valían sobras? Es que no entiendo nada… — Pero Dylan les calló, porque debió sentir su nerviosismo y se lanzó a abrazarles de despedida. — Feliz Navidad, chicos. — Dijo con cariño, y los dos le devolvieron el abrazo. — Cuídate, compi, que enseguida iré a por ti para que conozcamos la Isla Esmeralda. — Dylan asintió y se recolgó solo del cuello de Lex, que lo levantó como si fuera un muñeco y le dijo con un tono más bajito, sin soltarle. — Lo sé. — Ellos dos con sus cosas de siempre, pero hizo sonreír a Alice. Cogió a Dylan de un brazo y a Marcus del otro y les miró. — ¿Listos? — Y ante la mirada de ambos, les apareció en Guildford.
Estaba empezando a nevar allí con algunos copitos sueltos al viento, y en la puerta de su casa había un bonito hechizo con trineos y renos, que se perseguían y dejaban una estela de polvito brillante rojo, verde y dorado. — ¡Mira, hermana! ¡Un hechizo de papá! ¡PAPÁ! — Llamó Dylan, corriendo hasta la puerta. Alice aprovechó para mirar alrededor. El jardín delantero había visto días mejores, pero tampoco estaba catastrófico. Su padre abrió la puerta y recibió a Dylan en sus brazos. — ¡Patito! ¡Mi patito está en casa! — Levantó la cabeza y les miró, emocionado, pero claramente sin saber qué decir. — Vamos, dentro, que está nevando. — Dijo Alice, como excusa para romper el tenso momento y para echar un ojo en la casa. No obstante, no se libró del abrazo, al que respondió protocolariamente. — Mi pajarito… Qué bien te veo, hija, estás preciosa, te veo feliz… — Hola, papá. — Y ante su frío saludo, se dirigió a Marcus. — ¡Marcus, muchacho! ¡Qué alegría poder verte! Cuentan cosas maravillosas de vuestros exámenes, debéis estar logrando de todo en una tierra tan mágica como Irlanda. — ¡Papi! Me ha encantado el hechizo de la puerta. — Intervino su hermano lleno de energía. — ¿De veras, hijo? Pues sube a tu cuarto, que verás la sorpresa. — Él se marchó tirando todo sin pensar, y eso les dejaba a los tres solos abajo y la tentación de marcharse de inmediato era muy grande. Cada vez que entraba en aquella casa, la sentía menos suya, y solo quería volver a sentirse en terreno seguro. Suspiró y se puso a recoger las cosas de Dylan y quitando su baúl y demás de por medio, que debía llevar ahí desde que lo hubieran mandado aquella misma mañana.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Se tenía que reír con la crisis que tenía Lex con la cena, negando y chistando varias veces. - No has heredado nada de la abuela Molly ¿eh? - Señaló a Darren balanceando el índice. - Muy bien, cuñado, pero demasiado rápida esa asunción de que iba a sobrar comida. - ¿Pero a que ha sobrado? - Sí, pero ha sido una asunción rápida. - Provocó varias risas con su comentario. Tras un buen rato de secuestro por parte de Rose al que él no opuso ninguna resistencia, abandonaron la residencia de los Clearwater. Pasó un brazo por los hombros de Alice y la achuchó con cariño, con los ojos puestos en la macetita de violetas. - Es preciosa. Le va a encantar. - Por supuesto que se había deshecho en agradecimientos con Goldie por el detalle cuando Alice no miraba. Ahora, ante la perspectiva de ver a William tal y como estaba la situación, y la macetita que les había dado Goldie, notaba un nudo de emoción en la garganta. Decidió centrarse en despedirse de Lex y Darren hasta que volvieran a verse en casa.
Lo del nudo no mejoró cuando aterrizaron en casa Gallia. El hechizo del jardín hizo que le brillaran los ojos como si fuera un niño, olvidando por un segundo el ambiente que tenían alrededor. Eso era obra de William, apostaría su vida a ello aunque no lo hubiera visto en el jardín de su propia casa. Trató de disimular sonriendo al entusiasmo de Dylan, pero estaba a punto de venirse abajo y rogarle a Alice compasión. Pero se había jurado a sí mismo que tendría paciencia y no insistiría, no quería echar por tierra las Navidades y ese día tan bonito desde tan temprano. Ver a William abrazarse con Dylan no mejoró su capacidad de aguante, y tuvo que sonreír con ternura. Alice podía pedirle que le diera espacio, pero no que controlara su cariño hacia ese hombre ni su deseo de que todo volviera a la normalidad.
El abrazo que Alice le dio a William, desde luego, no estaba impregnado de espíritu navideño. Su esperanza de que se reblandeciera al verle había tenido una vida corta. Sonrió a William y se acercó a él para saludarle, comedido pero afectuoso. - Feliz Navidad, William. Me alegro de verte. - Amplió la sonrisa. - Es una tierra muy especial. Estamos aprendiendo mucho. - Para su gusto, estaba siendo infinitamente menos cálido de lo que le gustaría, pero seguro que mucho más de lo que Alice esperaba. Dylan subió corriendo a su habitación y el ambiente abajo se quedó muy tenso. Como Alice se puso a recoger lo que había por allí, tomó aire, tratando de gestionar la incomodidad, y sonrió tensamente a William. - Entonces, ¿estáis haciendo muchos progresos? - Quiso hablar el hombre con normalidad. Marcus asintió. - Bastantes... Son preciosos los hechizos, William. - Gracias. - Contestó el hombre, pero miraba a Alice de reojo, como si quisiera la aprobación de ella. Marcus optó por callar.
Lo del nudo no mejoró cuando aterrizaron en casa Gallia. El hechizo del jardín hizo que le brillaran los ojos como si fuera un niño, olvidando por un segundo el ambiente que tenían alrededor. Eso era obra de William, apostaría su vida a ello aunque no lo hubiera visto en el jardín de su propia casa. Trató de disimular sonriendo al entusiasmo de Dylan, pero estaba a punto de venirse abajo y rogarle a Alice compasión. Pero se había jurado a sí mismo que tendría paciencia y no insistiría, no quería echar por tierra las Navidades y ese día tan bonito desde tan temprano. Ver a William abrazarse con Dylan no mejoró su capacidad de aguante, y tuvo que sonreír con ternura. Alice podía pedirle que le diera espacio, pero no que controlara su cariño hacia ese hombre ni su deseo de que todo volviera a la normalidad.
El abrazo que Alice le dio a William, desde luego, no estaba impregnado de espíritu navideño. Su esperanza de que se reblandeciera al verle había tenido una vida corta. Sonrió a William y se acercó a él para saludarle, comedido pero afectuoso. - Feliz Navidad, William. Me alegro de verte. - Amplió la sonrisa. - Es una tierra muy especial. Estamos aprendiendo mucho. - Para su gusto, estaba siendo infinitamente menos cálido de lo que le gustaría, pero seguro que mucho más de lo que Alice esperaba. Dylan subió corriendo a su habitación y el ambiente abajo se quedó muy tenso. Como Alice se puso a recoger lo que había por allí, tomó aire, tratando de gestionar la incomodidad, y sonrió tensamente a William. - Entonces, ¿estáis haciendo muchos progresos? - Quiso hablar el hombre con normalidad. Marcus asintió. - Bastantes... Son preciosos los hechizos, William. - Gracias. - Contestó el hombre, pero miraba a Alice de reojo, como si quisiera la aprobación de ella. Marcus optó por callar.
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Tampoco esperaba que a Marcus no le hicieran los ojos chiribitas con el hechizo, si le conocía de sobra. Al menos le servía para establecer conversación con su padre mientras ella comprobaba que todo estaba bien. La casa parecía más o menos limpia, aunque veía claros signos de hechizos desconotrolados de limpieza. — ¿Todo bien por aquí? — Preguntó, volviendo a dirigirse a él. — Bien, cariño, estupendamente. Os echo mucho de menos, claro, pero bueno, tampoco me dejan mucho solo entre tus tías, tus abuelos, tus suegros… Al final uno tiene que tener la casa siempre lista para que aparezca alguno por aquí. — Alice asintió. — Genial. ¿Cuándo os vais a Saint-Tropez? — Mañana mismo. — El día veintiséis va Darren a Calais a por él, le tenéis que llevar a la aduana. — Sacó unos papeles y se los tendió a su padre. Se había planteado dárselo a Erin, de la que más se fiaba en todo aquel equipo, pero no quería ponerse a media familia en contra. — Son los permisos de Dylan para viajar contigo y con él. No los perdáis, por favor, que no queremos problemas. Probablemente hable antes con Dylan, pero por favor, puntualidad, que en Irlanda ese día es el banquete de San Esteban y es importante que lleguen en hora. — Su padre asintió y se rascó la cabeza, nervioso. — Claro, claro, hija… — Nosotros iremos el veintiocho probablemente, ¿vale? — Él tragó saliva. — Sí, sí, nos hace mucha ilusión a todos que vuelvas a Francia, bueno, que volváis, va a ser… Bonito. —
Entonces, cuando iba a hablar de los regalos, recordó algo. Tenía un nudo en la garganta, pero… — ¡Dylan! ¡Baja! — Pidió. Y, mientras su hermano acudía, le dijo a su padre. — Daremos nuestros regalos a todos cuando lleguemos, y, si queréis, dejad los que tengáis para nosotros para entonces. — De nuevo su padre asintió, y parecía que iba a hablar, pero justo apareció Dylan, con la respiración agitada. — ¿Os vais ya? — Alice asintió. — Sí, tienes que descansar, que mañana tienes otro viaje. — ¡ES VERDAD! — Contestó el chico, que parecía superexcitado. No le venía bien para hablar en serio con él. — Escúchame que es importante. —Y él asintió, tratando de recomponerse. — Estate tú también pendiente de los papeles que le he dado a papá, que son el permiso que soy para que viajes. Habla con Darren para el viaje a Irlanda y sé responsable de tus papeles y tus cosas, ¿me lo prometes? — Dylan asintió con una sonrisa. — Te lo prometo, hermana. — Vale. — Se giró y sacó las violetas, dejándolas en las manos de su hermano. — Esto es otra cosa que te voy a pedir. — Acarició sus manos y le miró a los ojos. — Antes de iros a Saint-Tropez, id a la tumba de mamá a ponerlas y a desearle feliz Navidad, ¿vale? Será su regalito simbólico, a ella le encantaban las flores moradas. — Dylan asintió con una sonrisa, una que ella conocía porque era la de sentirse con un propósito. Miró a su padre fugazmente, y le vio con los ojos inundados. — Estoy orgullosa de mi patito. — Remató con una sonrisa.
Dejando las violetas a un lado, se dio un largo y fuerte abrazo con Dylan y se concentró en alegrarse porque finalmente habían logrado que esa Navidad fuera a ser todo lo normal posible para su familia, y en sentirse, ciertamente, orgullosa. — Pásatelo muy bien, patito. Que disfrutes mucho en La Provenza, y dales muchos besos y abrazos a todos de mi parte, ¿vale? — Pero Dylan no la soltaba. — Gracias, hermana. Gracias por todo. — Ella volvió a abrazarle y dejó un beso en su coronilla. — Feliz Navidad, cariño mío. Nos vemos el día veintiséis. — Y le dejó despidiéndose de Marcus para pasar el trago de abrazar a su padre mientras aún le duraba la alegría y el orgullo dentro. — Feliz Navidad, papá. Cuidaos mucho estos días. — Al separarse, su padre estaba directamente llorando, aunque se quitó las lágrimas muy rápido. — Gracias, pajarito. Gracias de verdad. — No hay de qué. — Aseguró, antes de agarrarse del brazo de Marcus y salir por la puerta, mientras ambos Gallia se despedían de ellos con la mano.
Cuando por fin se apareció en el jardín de los O’Donnell, sintió que podía volver a respirar, y eso hizo, llenó los pulmones, con los ojos cerrados, tratando de, con la espiración, sacar toda aquella tensión. Cuando los abrió, lo que vio fue a Marcus, iluminado por las luces de Navidad, y sonrió. — ¿Por qué eres tan condenadamente guapo? — Preguntó, riéndose. — Abrir los ojos y verte a mi lado siempre hace que todo haya merecido la pena. — Acarició su mejilla y le dio un beso corto. — Tú siempre me das las fuerzas que necesito. — Iba a darle otro beso, pero ya oyó una ventana abrirse. — ¡OYE! ¡QUE NO HE PUESTO UNA MESA PERFECTA PARA QUE OS DEIS EL LOTE BAJO LA NIEVE! — Alice suspiró y miró a su cuñado, a punto de decir algo. — ¡Si es que se os oye desde aquí dentro! Alice tan “oh, mi sol, eres el hombre más mejor del mundo” y mi hermano tan “con ese abrigo no puedo verle las…” — ¡Lexitoooo! Vamos a tener la fiesta en paz, que hemos puesto una mesa muy bonita. — Ella entornó los ojos y tiró de Marcus diciendo. — Sí, anda. Y no le entres al trapo, que sabe cómo provocarte mejor que nadie. —
Entonces, cuando iba a hablar de los regalos, recordó algo. Tenía un nudo en la garganta, pero… — ¡Dylan! ¡Baja! — Pidió. Y, mientras su hermano acudía, le dijo a su padre. — Daremos nuestros regalos a todos cuando lleguemos, y, si queréis, dejad los que tengáis para nosotros para entonces. — De nuevo su padre asintió, y parecía que iba a hablar, pero justo apareció Dylan, con la respiración agitada. — ¿Os vais ya? — Alice asintió. — Sí, tienes que descansar, que mañana tienes otro viaje. — ¡ES VERDAD! — Contestó el chico, que parecía superexcitado. No le venía bien para hablar en serio con él. — Escúchame que es importante. —Y él asintió, tratando de recomponerse. — Estate tú también pendiente de los papeles que le he dado a papá, que son el permiso que soy para que viajes. Habla con Darren para el viaje a Irlanda y sé responsable de tus papeles y tus cosas, ¿me lo prometes? — Dylan asintió con una sonrisa. — Te lo prometo, hermana. — Vale. — Se giró y sacó las violetas, dejándolas en las manos de su hermano. — Esto es otra cosa que te voy a pedir. — Acarició sus manos y le miró a los ojos. — Antes de iros a Saint-Tropez, id a la tumba de mamá a ponerlas y a desearle feliz Navidad, ¿vale? Será su regalito simbólico, a ella le encantaban las flores moradas. — Dylan asintió con una sonrisa, una que ella conocía porque era la de sentirse con un propósito. Miró a su padre fugazmente, y le vio con los ojos inundados. — Estoy orgullosa de mi patito. — Remató con una sonrisa.
Dejando las violetas a un lado, se dio un largo y fuerte abrazo con Dylan y se concentró en alegrarse porque finalmente habían logrado que esa Navidad fuera a ser todo lo normal posible para su familia, y en sentirse, ciertamente, orgullosa. — Pásatelo muy bien, patito. Que disfrutes mucho en La Provenza, y dales muchos besos y abrazos a todos de mi parte, ¿vale? — Pero Dylan no la soltaba. — Gracias, hermana. Gracias por todo. — Ella volvió a abrazarle y dejó un beso en su coronilla. — Feliz Navidad, cariño mío. Nos vemos el día veintiséis. — Y le dejó despidiéndose de Marcus para pasar el trago de abrazar a su padre mientras aún le duraba la alegría y el orgullo dentro. — Feliz Navidad, papá. Cuidaos mucho estos días. — Al separarse, su padre estaba directamente llorando, aunque se quitó las lágrimas muy rápido. — Gracias, pajarito. Gracias de verdad. — No hay de qué. — Aseguró, antes de agarrarse del brazo de Marcus y salir por la puerta, mientras ambos Gallia se despedían de ellos con la mano.
Cuando por fin se apareció en el jardín de los O’Donnell, sintió que podía volver a respirar, y eso hizo, llenó los pulmones, con los ojos cerrados, tratando de, con la espiración, sacar toda aquella tensión. Cuando los abrió, lo que vio fue a Marcus, iluminado por las luces de Navidad, y sonrió. — ¿Por qué eres tan condenadamente guapo? — Preguntó, riéndose. — Abrir los ojos y verte a mi lado siempre hace que todo haya merecido la pena. — Acarició su mejilla y le dio un beso corto. — Tú siempre me das las fuerzas que necesito. — Iba a darle otro beso, pero ya oyó una ventana abrirse. — ¡OYE! ¡QUE NO HE PUESTO UNA MESA PERFECTA PARA QUE OS DEIS EL LOTE BAJO LA NIEVE! — Alice suspiró y miró a su cuñado, a punto de decir algo. — ¡Si es que se os oye desde aquí dentro! Alice tan “oh, mi sol, eres el hombre más mejor del mundo” y mi hermano tan “con ese abrigo no puedo verle las…” — ¡Lexitoooo! Vamos a tener la fiesta en paz, que hemos puesto una mesa muy bonita. — Ella entornó los ojos y tiró de Marcus diciendo. — Sí, anda. Y no le entres al trapo, que sabe cómo provocarte mejor que nadie. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
No veía el momento de ver a Alice y William bien de nuevo. Al menos no percibía hostilidad, ciertamente su novia venía más relajada de Irlanda, pero tampoco rebosaba cariño. Quería pensar que la dirección en la que iban era la correcta... pero le faltaba paciencia para tanta espera. Y le dolía que las Navidades tuvieran que ser así. Sonrió con apoyo mientras Alice le daba a Dylan las violetas, y aprovechó para despedirse de William mientras ella hacía lo propio con su hermano. - ¿Tú cómo la ves? - Le susurró el hombre casi con auxilio. Le partía el corazón. - Mejor... solo... un poco más de tiempo. - Miró de reojo. No quería que le escuchara eso, pero lo siguiente sí lo dijo en voz normal. - En Nochevieja nos vemos, William. Estoy deseando volver a Francia. - Pero la mirada que le lanzaba al hombre era la de pedirle por favor que no perdiera la esperanza, que él tampoco lo había dicho, y William sonrió levemente y asintió.
- Feliz Navidad, colega. - Le dijo a Dylan mientras le abrazaba. Luego le miró a los ojos. - Cuidaos mutuamente ¿vale? Entiendes a lo que me refiero ¿no? - El chico asintió. - Perfectamente. - Sonrió, le guiñó un ojo y luego le picó en la barriga. - Ahora le cuentas a tu padre la que habéis liado con los gofres y cómo lo vas a hacer para aguantar un San Esteban en Irlanda después de las comilonas de Nochebuena y Navidad. - Dylan se quejó aunque entre risas, se despidió definitivamente de él y salió con Alice, que ya tiraba de él, claramente porque su tiempo en esa casa se había acabado.
Veía a Alice tratando de recobrar la normalidad nada más aterrizaron en su jardín, pero trató que la condescendencia y el leve temor a un rompimiento emocional no se reflejaran en su rostro. No lo pareció, porque Alice lo que hizo fue alabar su belleza y su apoyo, dándole alas a él para hacer lo mismo. - Pero ¿qué sería de mí sin ti, Alice Gallia? - Poco hago para lo que me gustaría hacer, pensó, pero se ahorró decirlo, y en su lugar, fue a piropearla de vuelta. Pero se vio interrumpido por los ladridos de su hermano. Y lo que dijo de él, si le hubiera tirado una bola de nieve a la cara, le hubiera impactado menos. - ¡¡MENTIRA!! - Chilló en el acto, azorado, y rápidamente se giró a Alice. - Cariño, eso es mentira, yo te veo preciosa con todas tus ropas, y no pienso, o sea, no en, ¡Lex, exijo que resarzas mi honor ahora mismo! - Gritó a la desesperada, girándose de nuevo hacia su ventana, pero solo oyó crueles risitas de aquellos dos. Gruñó, pero como Alice le estaba diciendo que no le entrara al trapo, respiró hondo. - Tienes razón. No lo pensé bien cuando dije que le echaba de menos. - Y aprovechó el camino entre el jardín y la casa para recomponerse y volver a la normalidad.
Entró dirigiéndose directamente a su hermano, que le esperaba despatarrado en uno de los sillones del salón. - Sé por qué dices eso. Y no, no voy a decir por envidia, aunque estaría bien que lo reconocieras. - Lex tenía cara de supremo aburrimiento y los ojos entornados hacia otra parte con mucha exageración. - Lo haces porque sabes... que ha llegado... el momento... un gran momento... - Ya lo estaba poniendo tenso, y en Darren generando la expectación que Marcus esperaba de un buen público. - El momento... en el que el alquimista O'Donnell... obsequia a la futura promesa del quidditch... - No. - ...Con los regalos... - Marcus, te dije que no vinieras con un camión de regalos. - Relájate. - Paró, con mucha tranquilidad y un gesto de la mano. - Que te he hecho todo el caso que podía hacerte teniendo en cuenta que no iba a dejar de hacerte regalos ni por haber pasado las pruebas, ni por tu cumpleaños, ni por Navidad. Los de Navidad te los daré en Navidad, evidentemente, pero los otros dos se me van a caducar esperando. - Lex se había cruzado de brazos y le miraba con apática expresión de "sorpréndeme". - Porque el primero de mis regalos ya te lo he dado, y no ha sido material. ¿O es que esta maravillosa velada sorpresa que te he concedido a solas con tu novio no te parece un buen regalo por tu mayoría de edad? - Darren soltó una risita entre dientes y le dijo a Lex. - Sí que hemos hecho cositas de mayores de edad... - No lo estropees. - Riñó Marcus, pero volvió a su modo. - Pero aún me queda un regalito más de cumpleaños, porque no se cumplen diecisiete años todos los días, y el de haber pasado las pruebas. - Alzó un índice, sonriente, y subió a su habitación. - Ahora mismo vuelvo. -
Sacó de su escondite los regalos y los dejó al pie de las escaleras, porque uno era escandalosamente visible y no quería destriparlo tan pronto. Volvió con un par de cajitas sobre un paquete envuelto en papel de regalo, y por supuesto con una sonrisa de oreja a oreja. - Este, en primer lugar, es un detallito que hemos querido tener Alice y yo con vosotros, recuerdo de América. - Y le tendió una caja a cada uno. - Toffees salados, típicos de allí. Eran los favoritos de Janet. - Miró a Alice con cariño. - Ooooh ¡me encantan! Si eran los favoritos de una Huffie, a mí también me van a gustar. ¡Gracias! - Dijo Janet. Lex simplemente les miraba con una sonrisa emocionada y la caja en las manos. - ¡Y ahora! - Su hermano soltó un sonoro suspiro. Todo lo que le pasaba era que no le gustaba ser el centro de atención y que le mimaran. Pues más le valía acostumbrarse si pensaba ser deportista de élite del juego más famoso entre los magos. - Alguien tiene sus contactos... y creo que esto te puede gustar. - Le tendió a Lex el paquete. El chico lo abrió, y la cara que puso mereció totalmente la pena. - Venga ya. - ¿¿Qué es?? ¡Oh! ¿Es tu primera camiseta oficial del equipo? - Preguntó Darren ilusionado, pero Marcus torció la cabeza. - No exactamente. - ¿Cómo has conseguido esto? Marcus, te tiene que haber costado una pasta. - No voy a entrar en esas disensiones y no me ha costado tanto, te digo que uno tiene contactos. - Lex observó la camiseta, alzada en sus manos. - Es una reliquia. Es la primera camiseta que lucieron los Montrose Magpies, la de 1674. - Qué fuerte, ¿ya había camisetas en esa época? - Bromeó Darren, aunque no le faltaba razón, porque parecía más un jubón que una camiseta. Luego, mirándola, añadió. - Ahora tú también eres un pajarito, mira, tiene uno en su escudo. - Lex le miró sin palabras. - Gracias. - Marcus hizo un gesto de la cabeza. - Y ahora, el de haber pasado la prueba. - Y volvió al pasillo.
Casi no se le ve escondido detrás de la enorme cesta. Darren ya se reía y aplaudía. - ¡Marcus! ¡Joder, no sirve de nada decirte que no te pases! - Pues no, la verdad, deberías dejar de hacerlo. - Comentó, mientras que ponía con un quejido de cansancio y satisfacción la cesta encima de la mesa. Las cuatro cabezas se asomaron a mirar. - Productos de quidditch de la tienda del primo Frankie y alguno que otro extra que encontré por ahí y pensé que podía venirte bien. Sinceramente, de la mitad de las cosas no me acuerdo, así que tendrás que preguntarle mañana a él para que te orien... - ¡¡HOSTIA ESE ABRILLANTADOR DE MADERA ES BUENÍSIMO!! - Clamó Lex, ojeando una de las cajas del interior de la cesta. Marcus se encogió de hombros. - O igual no hace falta. - Cuando Lex dejó de alucinar con lo que veía, se giró a él con expresión emocionada y le dio un abrazo. - Gracias. Eres un pelma, pero eres el mejor de los pelmas. - Rio levemente y le palmeó la espalda. - Yo también te quiero, Lex. - En el abrazo estaban cuando oyeron a Darren sorbiendo. - ¡Bueno! - Dijo con voz de quien se está aguantando las lágrimas. - Vamos a cenar, que al final sí que nos dan las tantas. -
- Feliz Navidad, colega. - Le dijo a Dylan mientras le abrazaba. Luego le miró a los ojos. - Cuidaos mutuamente ¿vale? Entiendes a lo que me refiero ¿no? - El chico asintió. - Perfectamente. - Sonrió, le guiñó un ojo y luego le picó en la barriga. - Ahora le cuentas a tu padre la que habéis liado con los gofres y cómo lo vas a hacer para aguantar un San Esteban en Irlanda después de las comilonas de Nochebuena y Navidad. - Dylan se quejó aunque entre risas, se despidió definitivamente de él y salió con Alice, que ya tiraba de él, claramente porque su tiempo en esa casa se había acabado.
Veía a Alice tratando de recobrar la normalidad nada más aterrizaron en su jardín, pero trató que la condescendencia y el leve temor a un rompimiento emocional no se reflejaran en su rostro. No lo pareció, porque Alice lo que hizo fue alabar su belleza y su apoyo, dándole alas a él para hacer lo mismo. - Pero ¿qué sería de mí sin ti, Alice Gallia? - Poco hago para lo que me gustaría hacer, pensó, pero se ahorró decirlo, y en su lugar, fue a piropearla de vuelta. Pero se vio interrumpido por los ladridos de su hermano. Y lo que dijo de él, si le hubiera tirado una bola de nieve a la cara, le hubiera impactado menos. - ¡¡MENTIRA!! - Chilló en el acto, azorado, y rápidamente se giró a Alice. - Cariño, eso es mentira, yo te veo preciosa con todas tus ropas, y no pienso, o sea, no en, ¡Lex, exijo que resarzas mi honor ahora mismo! - Gritó a la desesperada, girándose de nuevo hacia su ventana, pero solo oyó crueles risitas de aquellos dos. Gruñó, pero como Alice le estaba diciendo que no le entrara al trapo, respiró hondo. - Tienes razón. No lo pensé bien cuando dije que le echaba de menos. - Y aprovechó el camino entre el jardín y la casa para recomponerse y volver a la normalidad.
Entró dirigiéndose directamente a su hermano, que le esperaba despatarrado en uno de los sillones del salón. - Sé por qué dices eso. Y no, no voy a decir por envidia, aunque estaría bien que lo reconocieras. - Lex tenía cara de supremo aburrimiento y los ojos entornados hacia otra parte con mucha exageración. - Lo haces porque sabes... que ha llegado... el momento... un gran momento... - Ya lo estaba poniendo tenso, y en Darren generando la expectación que Marcus esperaba de un buen público. - El momento... en el que el alquimista O'Donnell... obsequia a la futura promesa del quidditch... - No. - ...Con los regalos... - Marcus, te dije que no vinieras con un camión de regalos. - Relájate. - Paró, con mucha tranquilidad y un gesto de la mano. - Que te he hecho todo el caso que podía hacerte teniendo en cuenta que no iba a dejar de hacerte regalos ni por haber pasado las pruebas, ni por tu cumpleaños, ni por Navidad. Los de Navidad te los daré en Navidad, evidentemente, pero los otros dos se me van a caducar esperando. - Lex se había cruzado de brazos y le miraba con apática expresión de "sorpréndeme". - Porque el primero de mis regalos ya te lo he dado, y no ha sido material. ¿O es que esta maravillosa velada sorpresa que te he concedido a solas con tu novio no te parece un buen regalo por tu mayoría de edad? - Darren soltó una risita entre dientes y le dijo a Lex. - Sí que hemos hecho cositas de mayores de edad... - No lo estropees. - Riñó Marcus, pero volvió a su modo. - Pero aún me queda un regalito más de cumpleaños, porque no se cumplen diecisiete años todos los días, y el de haber pasado las pruebas. - Alzó un índice, sonriente, y subió a su habitación. - Ahora mismo vuelvo. -
Sacó de su escondite los regalos y los dejó al pie de las escaleras, porque uno era escandalosamente visible y no quería destriparlo tan pronto. Volvió con un par de cajitas sobre un paquete envuelto en papel de regalo, y por supuesto con una sonrisa de oreja a oreja. - Este, en primer lugar, es un detallito que hemos querido tener Alice y yo con vosotros, recuerdo de América. - Y le tendió una caja a cada uno. - Toffees salados, típicos de allí. Eran los favoritos de Janet. - Miró a Alice con cariño. - Ooooh ¡me encantan! Si eran los favoritos de una Huffie, a mí también me van a gustar. ¡Gracias! - Dijo Janet. Lex simplemente les miraba con una sonrisa emocionada y la caja en las manos. - ¡Y ahora! - Su hermano soltó un sonoro suspiro. Todo lo que le pasaba era que no le gustaba ser el centro de atención y que le mimaran. Pues más le valía acostumbrarse si pensaba ser deportista de élite del juego más famoso entre los magos. - Alguien tiene sus contactos... y creo que esto te puede gustar. - Le tendió a Lex el paquete. El chico lo abrió, y la cara que puso mereció totalmente la pena. - Venga ya. - ¿¿Qué es?? ¡Oh! ¿Es tu primera camiseta oficial del equipo? - Preguntó Darren ilusionado, pero Marcus torció la cabeza. - No exactamente. - ¿Cómo has conseguido esto? Marcus, te tiene que haber costado una pasta. - No voy a entrar en esas disensiones y no me ha costado tanto, te digo que uno tiene contactos. - Lex observó la camiseta, alzada en sus manos. - Es una reliquia. Es la primera camiseta que lucieron los Montrose Magpies, la de 1674. - Qué fuerte, ¿ya había camisetas en esa época? - Bromeó Darren, aunque no le faltaba razón, porque parecía más un jubón que una camiseta. Luego, mirándola, añadió. - Ahora tú también eres un pajarito, mira, tiene uno en su escudo. - Lex le miró sin palabras. - Gracias. - Marcus hizo un gesto de la cabeza. - Y ahora, el de haber pasado la prueba. - Y volvió al pasillo.
Casi no se le ve escondido detrás de la enorme cesta. Darren ya se reía y aplaudía. - ¡Marcus! ¡Joder, no sirve de nada decirte que no te pases! - Pues no, la verdad, deberías dejar de hacerlo. - Comentó, mientras que ponía con un quejido de cansancio y satisfacción la cesta encima de la mesa. Las cuatro cabezas se asomaron a mirar. - Productos de quidditch de la tienda del primo Frankie y alguno que otro extra que encontré por ahí y pensé que podía venirte bien. Sinceramente, de la mitad de las cosas no me acuerdo, así que tendrás que preguntarle mañana a él para que te orien... - ¡¡HOSTIA ESE ABRILLANTADOR DE MADERA ES BUENÍSIMO!! - Clamó Lex, ojeando una de las cajas del interior de la cesta. Marcus se encogió de hombros. - O igual no hace falta. - Cuando Lex dejó de alucinar con lo que veía, se giró a él con expresión emocionada y le dio un abrazo. - Gracias. Eres un pelma, pero eres el mejor de los pelmas. - Rio levemente y le palmeó la espalda. - Yo también te quiero, Lex. - En el abrazo estaban cuando oyeron a Darren sorbiendo. - ¡Bueno! - Dijo con voz de quien se está aguantando las lágrimas. - Vamos a cenar, que al final sí que nos dan las tantas. -
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Alice rio con malicia y le guiñó un ojo a Lex, que la miró ofendido. — Confío en ti para que pongas cabeza en sus idas de olla y esto es lo que me encuentro. — Alice levantó las manos y se encogió de hombros. — ¿Qué puedo decir? Es que estoy de acuerdo con él. No todos los días entra uno en un pedazo de equipo de quidditch. — Y asintió también a lo del regalo de la casa. — Que además, te debíamos una de hace justo un año. — Ya iba a soltar Lex alguna tipo “y aún me arrepiento” cuando su novio se fue, una vez más, de la lengua, y no le quedó más que callarse y ser agradecido.
— Sí, sí, os pegan a los Hufflepuffs. Dulces como vosotros, con vuestro toquecito salado del humorcito… — Dijo picando a Darren en las costillas. Pero atendió a lo de la camiseta, bueno, el jubón, porque vaya pintas. — Yo no sé cómo se lanzaban a jugar con eso, tenía que ser incómodo tela. — Siempre me los había imaginado sin camiseta… — Comentó Darren, haciéndola reír. — La sangre O’Donnell de Lex le impediría jugar un partido oficial sin camiseta. — Replicó, picona, Alice. Y volvió a reírse al ver la cara de Lex cuando Marcus volvía a por más regalos, así que se encogió de hombros una vez más y se señaló, inocente. — ¿Crees que puedo hacer algo para detenerlo? Mejor remar en la misma dirección que él. — El segundo regalo le parecía todavía mejor, porque Alice, como mujer práctica que era, había descubierto el mundo del cuidado de la escoba gracias a Frankie y ahora le parecía absolutamente necesario saber más del asunto, sobre todo si Dylan quería hacer quidditch en el colegio. — La que va a necesitar clases de esto soy yo, visto que mi patito ahora quiere volar de verdad. — Le dio a Lex en la nariz y le guiñó un ojo. — Será que tiene otro pajarillo en el que fijarse. — Y Alice conocía ya de algo a Lex, sabía que se había emocionado, así que le dejó los segundos de intensidad con su hermano que su personalidad podía permitirse, antes de acercarse a él y susurrar. — Es su forma de demostrarte cuantísimo te quiere y cuánto te necesita. Tú solo tienes que dejarte querer. — Su cuñado se rio y le palmeó la mano. — A ti te ha ido bien así, por lo que veo. — Alice rio. — Ni te lo imaginas. — Y Lex volvió a ser Lex, arrugando el gesto. — ¡Ay, por favor! Qué asco, de verdad… —
Cenar los cuatro en casa O’Donnell la relajó y divirtió aún más de lo que esperaba. Los mejores momentos de su vida habían sido allí, así, y sentir que podía recuperarlos le hacía infinitamente feliz. — Hazme caso, Alice, que tu hermano va a ser un jugador muy bueno si se centra, y sabe Merlín la falta que le hace alguien así a su equipo… — Ella rio. — No recuerdo ningún Gallia que haya jugado al quidditch. Debe ser como una estrella fugaz en la familia. Aunque igual el tío Martin… — Bueno, es que los franceses y el quidditch… — Alice parpadeó y le tiró una miguita de pan, exagerando ofensa. — Bueno, y no me hagas hablar de los americanos, el chico realmente debe ser un prodigio teniendo en cuenta la base con la partía… — Darren se partía de risa y Alice miraba a Marcus. — ¡Mi amor! Defiende mi linaje o algo. ¡O al tuyo! Que no se atreve tu hermano a decir eso delante de los ochenta Laceys que vienen mañana. — Hasta Lex estaba soltando carcajadas. — Mi pobre patito… Como no se tome una pócima que te mejora al quidditch… — Y entonces recordó. — ¡Eh! ¡Tenemos una cosa de la feria! — Y se levantó a cogerla, mientras oía a su cuñado rumiar. — Seguro que alguna guarrería. — Pero, cuando llegó con la caja y la guía, le dijo. — Pues no las pruebes, y ya nos lo pasamos bien sin ti. — ¡Uy! ¿A ver? ¿Son piedras? — Preguntó Darren, siempre más colaborador, inclinándose sobre la mesa para mirar mejor. — Sí y no. Solo lo parecen. Se comen y supuestamente tienen efectos. Están hechas con alquimia. — ¿SÍ? ¡Qué guay! — Y tuvo que agarrarle la mano al chico, porque ya había pillado un cuarzo rosa y lo llevaba derechito a la boca. — ¡DARREN! Este hombre… Pero espérate que leamos la guía, por Merlín, ¿no te acabo de decir que supuestamente tienen efectos? — Aunque eso sería cuando se les quitara el ataque de risa, porque ahora los cuatro no paraban.
— Sí, sí, os pegan a los Hufflepuffs. Dulces como vosotros, con vuestro toquecito salado del humorcito… — Dijo picando a Darren en las costillas. Pero atendió a lo de la camiseta, bueno, el jubón, porque vaya pintas. — Yo no sé cómo se lanzaban a jugar con eso, tenía que ser incómodo tela. — Siempre me los había imaginado sin camiseta… — Comentó Darren, haciéndola reír. — La sangre O’Donnell de Lex le impediría jugar un partido oficial sin camiseta. — Replicó, picona, Alice. Y volvió a reírse al ver la cara de Lex cuando Marcus volvía a por más regalos, así que se encogió de hombros una vez más y se señaló, inocente. — ¿Crees que puedo hacer algo para detenerlo? Mejor remar en la misma dirección que él. — El segundo regalo le parecía todavía mejor, porque Alice, como mujer práctica que era, había descubierto el mundo del cuidado de la escoba gracias a Frankie y ahora le parecía absolutamente necesario saber más del asunto, sobre todo si Dylan quería hacer quidditch en el colegio. — La que va a necesitar clases de esto soy yo, visto que mi patito ahora quiere volar de verdad. — Le dio a Lex en la nariz y le guiñó un ojo. — Será que tiene otro pajarillo en el que fijarse. — Y Alice conocía ya de algo a Lex, sabía que se había emocionado, así que le dejó los segundos de intensidad con su hermano que su personalidad podía permitirse, antes de acercarse a él y susurrar. — Es su forma de demostrarte cuantísimo te quiere y cuánto te necesita. Tú solo tienes que dejarte querer. — Su cuñado se rio y le palmeó la mano. — A ti te ha ido bien así, por lo que veo. — Alice rio. — Ni te lo imaginas. — Y Lex volvió a ser Lex, arrugando el gesto. — ¡Ay, por favor! Qué asco, de verdad… —
Cenar los cuatro en casa O’Donnell la relajó y divirtió aún más de lo que esperaba. Los mejores momentos de su vida habían sido allí, así, y sentir que podía recuperarlos le hacía infinitamente feliz. — Hazme caso, Alice, que tu hermano va a ser un jugador muy bueno si se centra, y sabe Merlín la falta que le hace alguien así a su equipo… — Ella rio. — No recuerdo ningún Gallia que haya jugado al quidditch. Debe ser como una estrella fugaz en la familia. Aunque igual el tío Martin… — Bueno, es que los franceses y el quidditch… — Alice parpadeó y le tiró una miguita de pan, exagerando ofensa. — Bueno, y no me hagas hablar de los americanos, el chico realmente debe ser un prodigio teniendo en cuenta la base con la partía… — Darren se partía de risa y Alice miraba a Marcus. — ¡Mi amor! Defiende mi linaje o algo. ¡O al tuyo! Que no se atreve tu hermano a decir eso delante de los ochenta Laceys que vienen mañana. — Hasta Lex estaba soltando carcajadas. — Mi pobre patito… Como no se tome una pócima que te mejora al quidditch… — Y entonces recordó. — ¡Eh! ¡Tenemos una cosa de la feria! — Y se levantó a cogerla, mientras oía a su cuñado rumiar. — Seguro que alguna guarrería. — Pero, cuando llegó con la caja y la guía, le dijo. — Pues no las pruebes, y ya nos lo pasamos bien sin ti. — ¡Uy! ¿A ver? ¿Son piedras? — Preguntó Darren, siempre más colaborador, inclinándose sobre la mesa para mirar mejor. — Sí y no. Solo lo parecen. Se comen y supuestamente tienen efectos. Están hechas con alquimia. — ¿SÍ? ¡Qué guay! — Y tuvo que agarrarle la mano al chico, porque ya había pillado un cuarzo rosa y lo llevaba derechito a la boca. — ¡DARREN! Este hombre… Pero espérate que leamos la guía, por Merlín, ¿no te acabo de decir que supuestamente tienen efectos? — Aunque eso sería cuando se les quitara el ataque de risa, porque ahora los cuatro no paraban.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Bajo el muérdago Con Alice | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
- ¿Sabes lo que le hace falta a Dylan? - Comentó, aún masticando y señalando a Lex con el tenedor. - Centrarse en saber cuál es su equipo, porque si va animando a todo el mundo, no va a poder competir. - Darren rio a carcajadas y se inclinó hacia su novio. - Todavía está picadillo por ese partido Slytherin-Ravenclaw en el que Dylan llevaba una pancarta de serpientitas para animarte. - Es que utilizar a un menor para una traición así cuando ninguno de los dos equipos era el suyo me parece muy feo. - Dignificó, pero ya solo había risas a su alrededor, así que hizo un gesto con la mano y se dedicó a seguir comiendo. Pero la llamada de Alice le interrumpió, haciéndole dar un exagerado sobresalto en la silla que casi le tira la comida del tenedor. Se encogió exageradamente de hombros, con los ojos muy abiertos y la boca llena, haciendo a los otros dos reír con malicia. - A ver, mi amor, yo es que en disensiones de quidditch no entro. - Miró a Lex muy erguido. - Pero sí, mañana vas a tener que enfrentarte al primo Frankie y decirle eso de que los americanos no juegan bien al quidditch. Con la buena fe que ha tenido obsequiándote con esos maravillosos productos... - Como si se lo hubiera regalado y no hubiera, como bien dijo Sophia, hecho a Frankie de oro comprándole media tienda. Pero se escudaba en que sí que se llevó algún que otro producto regalado.
Llegó el momento de las piedras alquímicas y Marcus se frotó las manos. Él era extremadamente miedoso y prudente, y la alquimia la cogía con mucha cautela, pero esa caja venía con una guía así que quería pensar que sería algo bastante inocuo (y que era comida, y todo lo que fuera comida a él le venía bien). Ni tiempo le había dado a alcanzar dicha guía cuando Darren casi se mete una piedra en la boca sin verificar ni nada. Chistó. - Lex, vigila que tu novio no se muera, haz el favor. - Dudo que tú hayas comprado nada que provoque la muerte de nadie. - Dijo el otro sin la menor importancia, al revés, riéndole la gracia a Darren. Pero Lex también era O'Donnell y ya estaba echando un ojo a la guía por encima del hombro de Marcus. - Bueno, a ver... esto es más complicado de lo que parecía a simple vista. - Empezó a exponer, con la mirada en el papel en sus manos. - Para empezar... - Ay, Marcus, coge la piedra de tu horóscopo y te la comes y ya está. No creo que sea necesario sacarle la carta astral o algo. - Pues sí, listo, eso es justo lo que hay que hacer. - Respondió a Lex con recochineo. Eso gustó más a Darren. - ¡Ay, qué chulo! ¡Yo sé hacerlas! - Pues menos mal, porque aquí los dos científicos ya estaban pensando seguro en si teníamos libros de astrología en la casa para ver cómo se hace. - No estaba pensando eso. - Dijo Marcus con un exageradísimo e infantil tono burlón... pero sí que estaba planteándose si sería muy difícil sacar una carta astral. Marcus y Alice no eran muy dados ni a la adivinación ni al horóscopo, así que solo tenían las nociones básicas dadas en Astronomía y eran sobre constelaciones, no sobre lectura de cartas astrales. Pero para eso tenían un Hufflepuff esotérico en el grupo.
Darren ya había salido corriendo por la casa como loco buscando pergamino y pluma como si esa casa fuera como la suya y pudieran hallarse las cosas debajo del cojín del sofá, y no en el lugar establecido para ello. - En el segundo cajón de mi escritorio, Darren. - ¡¡VOY!! - Chilló cuando ya hubo dado varias vueltas. Marcus se aguantó la risa y Lex se cruzó de brazos, ceñudo. - En la sala de estar también hay. Podías haberle ahorrado subir al piso de arriba. - Marcus hizo una caída de ojos y se retrepó en la silla, haciendo como que leía la guía. - ¿No os gusta tanto el deporte? Que se dé un paseo. - Castiguito marca Marcus por exceso de impulsividad, y por supuesto por meterse ambos con él en reiteradas ocasiones.
Darren no tardó en llegar y sentarse feliz a la mesa de nuevo, bien dispuesto. - A ver, las fechas de los cumples me las sé. - Las fue apuntando en un lado. - Pero necesito las horas de nacimiento. - Yo no me sé la mía. - Dijo Lex, entre desdeñoso y en pánico. Marcus rodó los ojos. - Las diez y dos minutos de la noche. - Wow, qué preciso. - Alucinó Darren, pero rápidamente se puso a escribir. Lex le miró tratando de entender por qué Marcus tenía semejantes datos en la cabeza. - ¿Por qué te...? ¿Acaso estabas delante o qué? - Delante no, pero técnicamente, estar, estaba. - Soltó un suspiro. - No se puede ser tan descastado, Lex. - Qué insufrible eres. - Masculló el otro, pero ya tenía los ojos por encima de lo que iba escribiendo su novio, que ahora trazaba unos extraños círculos en el papel. - ¿Mapa de constelaciones por casualidad no tendréis no? - Marcus soltó una carcajada mientras se levantaba. - Por favor... - En lo que iba a por él, oyó a Lex decir con burla. - Claro, Darren, por favor, qué preguntas haces. - Pero el otro, que estaba en sus cosas, soltó una risita. - Qué cuñado más completito tengo. - Y Marcus, con una sonrisa orgullosa y una miradita pinchona a Lex, le entregó a Darren el mapa de constelaciones cual obsequio. Ahí le dejaron hacer sus cosas bajo la atenta mirada de los cuatro.
- Marcus, ¿tu hora? - Diez y treinta y siete minutos de la mañana. - Lex negó con la cabeza, de nuevo sorprendido por sus excesos de precisión y lo que él consideraba datos absurdos llenando su cabeza. Darren soltó una risita. - Estos hermanos, si es que son contrarios en todo. Y, como todos los contrarios, simétricos... ¡Mirad! ¿Sabíais que los dos tenéis de ascendente el horóscopo del otro? - ¿De qué? - Marcus rodó los ojos con aburrimiento hacia Lex. - ¿Tú has cursado Astronomía? - ¿Tú recuerdas la de veces que te he pedido ayuda con Astronomía? - ¡Y te la he dado! - ¡Lo que hacías era regañarme! - ¡Vaaaaale! ¡Que estábamos en un momento bonito! - Cortó Darren, y luego señaló los datos y círculos dibujados. - Mirad. - Los otros tres se asomaron y Darren narró. - Marcus O'Donnell. Carta de nacimiento: 3 de junio de 1984, diez y treinta y siente minutos de la mañana, Reino Unido, Gran Londres, Londres. Horóscopo: Géminis. Ascendente: Virgo. Signo lunar: Leo. Uuuuh eso es una combinación interesante, cuñadito. De ahí salen tus dos caras, tu perfeccionismo y tu carisma y grandeza, seguro. - Marcus sonrió falsamente y asintió. Sí, seguro que es por eso, y no por ser hijo de quien soy. Darren continuó. - Tu roca sin duda es el ámbar, está presente en los tres horóscopos, y de hecho es la primera para Géminis. - Marcus tomó la piedra ámbar entre sus dedos, observándola mientras Darren hablaba. - Lo que sea que te dé, va a ser la mejor de las posibilidades. El Ojo de Tigre también lo tienes presente en las tres, aunque en menor medida, y el Cristal de roca lo tienes por Géminis y por Leo. - Siguió mirando los círculos. - Pero no te recomendaría el citrino, porque solo está en Leo y es tu signo lunar y uuuhh tú sabes, las lunitas, a veces fuffuff, te traen cosas adversas. - Marcus miró a Alice de reojo. - Bueno, no siempre... - Pero Darren alzó la cabeza y le dijo con gravedad. - Esta vez sí, hazme caso. - Déjalo, son cosas de estos. - Apostilló Lex. Darren continuó. - Vale, tus opuestos son Sagitario por Géminis, Piscis por Virgo... Anda, mira, Lexito, somos opuestos, pero no nos va mal, no había caído. - Soltó una risita y siguió. - Y Acuario por Leo. Así que... ¡Uh! Ni te acerques a las piedras azules. - Marcus puso expresión de fastidio. - ¡Jo! ¿Por qué? - ¡Mira! Todas las piedras de agua se te enfrentan: el lapislázuli, la turquesa, la azurita... La aguamarina es la única que quizás no te haga mucho daño, pero las otras igual te dan una diarrea. - Lex rio entre dientes. Marcus se cruzó de brazos con expresión de niño enfurruñado, pero no soltó su piedra de ámbar. Por si acaso.
- Voy con mi Lexito. - Continuó. - Alexander O'Donnell. Carta de nacimiento: 24 de agosto de 1985, diez y dos minutos de la noche, Reino Unido, Gran Londres, Londres. Horóscopo: Virgo. Ascendente: Géminis. Signo lunar: Sagitario. Antipatiquillo y perfectón, como se ponen a veces los Virgo, con una sorprendente segunda cara como todos los Géminis, y... bueno, con sus rarecillas, como los Sagitario, difícil de llegar hasta él. - Anda que me has puesto bien. - Se quejó Lex. Darren le dejó una caricia en la mejilla. - Veeeenga, que la segunda carita es buena. - Volvió a lo suyo. - Tu mineral no está tan claro como el de Marcus, pero yo creo que la amatista es el que mejor te viene, y después la sodalita. Hmmm... No compartes muchos con Géminis y los otros dos, podrías probar con el Ojo de Tigre en todo caso. A ver, signos opuestos: Piscis por Virgo, Sagitario por Géminis, ¡oh! Esto explica muchas cosas, porque tienes dos opuestos en tus ascendentes. ¡Claro! Por eso no te cuadran los minerales. - Los otros tres simplemente escuchaban las divagaciones de Darren con caras de no estar enterándose de mucho. - Pues a ver... ¡Uf! ¿Sabes lo que creo que va a pasar? ¡Que vas a tener efecto doble! ¡Bueno y malo! A ver, a ver... ¡Mira! ¡Ni uno en común entre Sagitario y Géminis, claro! Creo que los más seguros para ti son los de Virgo puro. El rutilo es el único. O, si te quieres arriesgar, puedes probar... con la calcedonia, que es de Géminis solo, o con el lapislázuli, que es de Sagitario. - Lex tenía cara de susto. Darren hizo un gesto tranquilizador con las manos. - Vale, a ver... Marcus tiene su ámbar. Voy a hacer las cartitas de Alice y mía y, según lo que tengamos nosotros, pues ya tú eliges ¿vale? -
Llegó el momento de las piedras alquímicas y Marcus se frotó las manos. Él era extremadamente miedoso y prudente, y la alquimia la cogía con mucha cautela, pero esa caja venía con una guía así que quería pensar que sería algo bastante inocuo (y que era comida, y todo lo que fuera comida a él le venía bien). Ni tiempo le había dado a alcanzar dicha guía cuando Darren casi se mete una piedra en la boca sin verificar ni nada. Chistó. - Lex, vigila que tu novio no se muera, haz el favor. - Dudo que tú hayas comprado nada que provoque la muerte de nadie. - Dijo el otro sin la menor importancia, al revés, riéndole la gracia a Darren. Pero Lex también era O'Donnell y ya estaba echando un ojo a la guía por encima del hombro de Marcus. - Bueno, a ver... esto es más complicado de lo que parecía a simple vista. - Empezó a exponer, con la mirada en el papel en sus manos. - Para empezar... - Ay, Marcus, coge la piedra de tu horóscopo y te la comes y ya está. No creo que sea necesario sacarle la carta astral o algo. - Pues sí, listo, eso es justo lo que hay que hacer. - Respondió a Lex con recochineo. Eso gustó más a Darren. - ¡Ay, qué chulo! ¡Yo sé hacerlas! - Pues menos mal, porque aquí los dos científicos ya estaban pensando seguro en si teníamos libros de astrología en la casa para ver cómo se hace. - No estaba pensando eso. - Dijo Marcus con un exageradísimo e infantil tono burlón... pero sí que estaba planteándose si sería muy difícil sacar una carta astral. Marcus y Alice no eran muy dados ni a la adivinación ni al horóscopo, así que solo tenían las nociones básicas dadas en Astronomía y eran sobre constelaciones, no sobre lectura de cartas astrales. Pero para eso tenían un Hufflepuff esotérico en el grupo.
Darren ya había salido corriendo por la casa como loco buscando pergamino y pluma como si esa casa fuera como la suya y pudieran hallarse las cosas debajo del cojín del sofá, y no en el lugar establecido para ello. - En el segundo cajón de mi escritorio, Darren. - ¡¡VOY!! - Chilló cuando ya hubo dado varias vueltas. Marcus se aguantó la risa y Lex se cruzó de brazos, ceñudo. - En la sala de estar también hay. Podías haberle ahorrado subir al piso de arriba. - Marcus hizo una caída de ojos y se retrepó en la silla, haciendo como que leía la guía. - ¿No os gusta tanto el deporte? Que se dé un paseo. - Castiguito marca Marcus por exceso de impulsividad, y por supuesto por meterse ambos con él en reiteradas ocasiones.
Darren no tardó en llegar y sentarse feliz a la mesa de nuevo, bien dispuesto. - A ver, las fechas de los cumples me las sé. - Las fue apuntando en un lado. - Pero necesito las horas de nacimiento. - Yo no me sé la mía. - Dijo Lex, entre desdeñoso y en pánico. Marcus rodó los ojos. - Las diez y dos minutos de la noche. - Wow, qué preciso. - Alucinó Darren, pero rápidamente se puso a escribir. Lex le miró tratando de entender por qué Marcus tenía semejantes datos en la cabeza. - ¿Por qué te...? ¿Acaso estabas delante o qué? - Delante no, pero técnicamente, estar, estaba. - Soltó un suspiro. - No se puede ser tan descastado, Lex. - Qué insufrible eres. - Masculló el otro, pero ya tenía los ojos por encima de lo que iba escribiendo su novio, que ahora trazaba unos extraños círculos en el papel. - ¿Mapa de constelaciones por casualidad no tendréis no? - Marcus soltó una carcajada mientras se levantaba. - Por favor... - En lo que iba a por él, oyó a Lex decir con burla. - Claro, Darren, por favor, qué preguntas haces. - Pero el otro, que estaba en sus cosas, soltó una risita. - Qué cuñado más completito tengo. - Y Marcus, con una sonrisa orgullosa y una miradita pinchona a Lex, le entregó a Darren el mapa de constelaciones cual obsequio. Ahí le dejaron hacer sus cosas bajo la atenta mirada de los cuatro.
- Marcus, ¿tu hora? - Diez y treinta y siete minutos de la mañana. - Lex negó con la cabeza, de nuevo sorprendido por sus excesos de precisión y lo que él consideraba datos absurdos llenando su cabeza. Darren soltó una risita. - Estos hermanos, si es que son contrarios en todo. Y, como todos los contrarios, simétricos... ¡Mirad! ¿Sabíais que los dos tenéis de ascendente el horóscopo del otro? - ¿De qué? - Marcus rodó los ojos con aburrimiento hacia Lex. - ¿Tú has cursado Astronomía? - ¿Tú recuerdas la de veces que te he pedido ayuda con Astronomía? - ¡Y te la he dado! - ¡Lo que hacías era regañarme! - ¡Vaaaaale! ¡Que estábamos en un momento bonito! - Cortó Darren, y luego señaló los datos y círculos dibujados. - Mirad. - Los otros tres se asomaron y Darren narró. - Marcus O'Donnell. Carta de nacimiento: 3 de junio de 1984, diez y treinta y siente minutos de la mañana, Reino Unido, Gran Londres, Londres. Horóscopo: Géminis. Ascendente: Virgo. Signo lunar: Leo. Uuuuh eso es una combinación interesante, cuñadito. De ahí salen tus dos caras, tu perfeccionismo y tu carisma y grandeza, seguro. - Marcus sonrió falsamente y asintió. Sí, seguro que es por eso, y no por ser hijo de quien soy. Darren continuó. - Tu roca sin duda es el ámbar, está presente en los tres horóscopos, y de hecho es la primera para Géminis. - Marcus tomó la piedra ámbar entre sus dedos, observándola mientras Darren hablaba. - Lo que sea que te dé, va a ser la mejor de las posibilidades. El Ojo de Tigre también lo tienes presente en las tres, aunque en menor medida, y el Cristal de roca lo tienes por Géminis y por Leo. - Siguió mirando los círculos. - Pero no te recomendaría el citrino, porque solo está en Leo y es tu signo lunar y uuuhh tú sabes, las lunitas, a veces fuffuff, te traen cosas adversas. - Marcus miró a Alice de reojo. - Bueno, no siempre... - Pero Darren alzó la cabeza y le dijo con gravedad. - Esta vez sí, hazme caso. - Déjalo, son cosas de estos. - Apostilló Lex. Darren continuó. - Vale, tus opuestos son Sagitario por Géminis, Piscis por Virgo... Anda, mira, Lexito, somos opuestos, pero no nos va mal, no había caído. - Soltó una risita y siguió. - Y Acuario por Leo. Así que... ¡Uh! Ni te acerques a las piedras azules. - Marcus puso expresión de fastidio. - ¡Jo! ¿Por qué? - ¡Mira! Todas las piedras de agua se te enfrentan: el lapislázuli, la turquesa, la azurita... La aguamarina es la única que quizás no te haga mucho daño, pero las otras igual te dan una diarrea. - Lex rio entre dientes. Marcus se cruzó de brazos con expresión de niño enfurruñado, pero no soltó su piedra de ámbar. Por si acaso.
- Voy con mi Lexito. - Continuó. - Alexander O'Donnell. Carta de nacimiento: 24 de agosto de 1985, diez y dos minutos de la noche, Reino Unido, Gran Londres, Londres. Horóscopo: Virgo. Ascendente: Géminis. Signo lunar: Sagitario. Antipatiquillo y perfectón, como se ponen a veces los Virgo, con una sorprendente segunda cara como todos los Géminis, y... bueno, con sus rarecillas, como los Sagitario, difícil de llegar hasta él. - Anda que me has puesto bien. - Se quejó Lex. Darren le dejó una caricia en la mejilla. - Veeeenga, que la segunda carita es buena. - Volvió a lo suyo. - Tu mineral no está tan claro como el de Marcus, pero yo creo que la amatista es el que mejor te viene, y después la sodalita. Hmmm... No compartes muchos con Géminis y los otros dos, podrías probar con el Ojo de Tigre en todo caso. A ver, signos opuestos: Piscis por Virgo, Sagitario por Géminis, ¡oh! Esto explica muchas cosas, porque tienes dos opuestos en tus ascendentes. ¡Claro! Por eso no te cuadran los minerales. - Los otros tres simplemente escuchaban las divagaciones de Darren con caras de no estar enterándose de mucho. - Pues a ver... ¡Uf! ¿Sabes lo que creo que va a pasar? ¡Que vas a tener efecto doble! ¡Bueno y malo! A ver, a ver... ¡Mira! ¡Ni uno en común entre Sagitario y Géminis, claro! Creo que los más seguros para ti son los de Virgo puro. El rutilo es el único. O, si te quieres arriesgar, puedes probar... con la calcedonia, que es de Géminis solo, o con el lapislázuli, que es de Sagitario. - Lex tenía cara de susto. Darren hizo un gesto tranquilizador con las manos. - Vale, a ver... Marcus tiene su ámbar. Voy a hacer las cartitas de Alice y mía y, según lo que tengamos nosotros, pues ya tú eliges ¿vale? -
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Ivanka
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Bajo el muérdago Con Marcus | En Feria de Navidad | 21 de diciembre de 2002 |
Suspiró flojito. Tenía que haberse leído aquella maldita guía, si llega a saber que iba de cartas astrales, se lo hubiera ahorrado, pero ya tarde, ya Darren estaba creando caos, encantado de que se prestaran a eso. Echó una mirada a Lex, eso sí, cuando dijo lo de los libros y pensó ¿y cómo lo harías si no? Pues así, claro, como lo hacía Darren, o como lo hubiera hecho él sin pensar, cogiendo una roca cualquiera y ganándose alguna consecuencia no muy agradable.
Por supuesto, Marcus se sabía las horas exactas tanto de Lex como suya, no esperaba menos. — Mi niño protocolario naciendo por la mañana todo ordenado. — Dijo con voz adorable. Rio a lo de las constelaciones. — ¿Quién no tiene? — Darren rio y la miró de reojo. — Aaaay como nos sale lo Ravenclaw a veces… — Ella parpadeó. — Lo digo en serio, son importantes para la magia. — ¿Eso sí y las cartas astrales no? — No he dicho nada. — Se defendió ella. — No con la boca, pero con la cara lo dices todo, la verdad. — Le recriminó Lex. — Anda, presta atención. — Le instó. Eso sí, se rio de lo de que eran contrarios pero complementarios, le veía hasta sentido. — Roar. — Le dijo a Marcus pasándole flojito las uñas por la cara cuando dijo lo de la luna. — ¡A ver por favor! — Se quejó Lex. — ¡Que lo ha dicho tu novio! Aunque su única luna soy yo… — Nada, tampoco eso le iban a dejar tener. No obstante, sonrió a lo del ámbar. — Oye es bonita, y muy usada en alquimia. — Aunque lo de evitar las piedras azules le iba a dar penilla, y ya se pusieron morritos de niño enfadado. Escuchando los de Lex entornó los ojos. — Vamos, que podría ser cualquiera o ninguno. — Típico del horóscopo, pensó también para sí misma. — La calcedonia es muy irlandesa. — Puso tono de Oly. — Conecta con tu “yo” ancestral, Lex O’Donnell. — Él le sacó la lengua, pero cogió la piedra. — Jugar contigo es un coñazo. — Le recriminó, como si fuera un niño grande.
Claro, ahora le tocaba a ella, pero puso su mejor sonrisa. — Pues nací en San Mungo también, y a las dos de la tarde, después de comer, probablemente mi madre se hubiera hartado de tarta o de algo así y dije que ya estaba bien. — Mira, eso hizo reír a todos. El efecto Janet. — ¡Mira! Si es que es una aries enérgica y entusiasta, cuando eras más chiquitilla eras una cabrita loca. — Darren era tan adorable que tenía que reírse con sus cosas. — Adora la libertad, los retos y las ideas. Mi Ravenclaw indómita. — Sonrió y asintió. — Pues sí. O así era cuando nací, claramente. — Otra cosa con la que no cuenta nunca el horóscopo, que luego viene la vida. Darren abrió los ojos al mirar su luna. — Uhhhh y con una luna inestable… Libra de gran temperamento y emocionalidad, pero muy inclinada al hogar. — Temperamento tiene, sí. — Dijo Lex, picón. — Tú no, tú eres muy medido. — Le devolvió Alice. — Pero sí que soy hogareña, sí. Venga, ¿y lo otro? — Ohhhh leo. Gran determinación y fuerte personalidad. Nadie te puede acusar de no ser decidida, cuñi, ¿es o no? — Ella se encogió de hombros y sonrió. — Bueno, ¿y eso en qué se traduce con las piedras? — Pues a ver, vamos a ver tus opuestos. — Pareció quedarse un poco pillado. — Claro, eso… Es que… Tu opuesto es justo… Libra. Y el de libra aries para la lunita. Eres una mujer de contrastes… Te pasa un poco como mi Lexito, ¿sabes? — Alice suspiró. — Pero no desesperes… Solo… Evitemos igual también las de agua. — ¡JA! Los dos obsesos del azul castigados. — Se burló Lex. Ella resopló, pero Darren parecía sudar la gota gorda con el mineral. — Lo vamos a dejar en cuarzo rosa. Resulta que es el punto en el que se encuentran tus dos contrarios, ¿vale valito? — Alice no pudo evitar reír y busco la piedra. — Oye es bien bonita. —
— ¡Y solo quedo yo! Nací a horita festiva, a las cinco, como para el té, jeje. Y en Londres también ¡fíjate!— Dijo alegre. — Bueno, es obvio que soy piscis, ¿no? Sensible, imaginativo, siempre explorando facetas de la vida, me adapto y fluyo como el agua, siempre vivo y feliz. — Si, eso no había quien lo negara. — Mi ascendente virgo… ¡COMO MI LEXITO PRECIOSO! — Y su Lexito se dejó besar en la mejilla y estrujar. — Que me hace ser más amante de la estabilidad y las cositas bien hechas que la media de mi casa… Y mi luna lunera es libra, que me hace sacar mi venilla Gryffindor justiciera, muy en consonancia con lo demás. Soy cuqui, vamos. — Alice rio y se apoyó en su hombro. — Nos habíamos dado cuenta. — Y mis piedras son geniales, eh, pero claramente tengo que ir a por la amatista, presente en los tres y muy muy poderosa. —
Vale, pues ya lo tenían todo listo… Pero todos se habían quedado un poco parados. Alice suspiró. — A ver, la de la determinación soy yo, ¿no? — Cogió la piedra y le dio un mordisquito. No estaba dura, como se esperaba, tampoco blanda. Lo que estaba era buenísima. — Uhhh qué rica. — Siguió comiéndola. — Es como que sabe a… Cítricos y fresa, y tiene un puntito de… ¿canela? — Uuuuuy… — Dijo Darren con una risilla. — Nada nada, come, come, mujer, dale. El cuarzo rosa es la piedra sanadora de corazones, así que muy apropiada para mi amada enfermera. — Ella entornó los ojos y se la terminó. — Venga, cuñadito, dale. — El chico cogió la amatista. — Mmmm qué… antigua sabe. — Se tuvieron que reír. — ¿Cómo que antigua, Darren? — Sí, ya sabéis… Como a comida de club importante y esas cosas… — Más gracia le hacía, la verdad. — Bueno y… ¿qué se supone que tiene que pasar? — Y fue preguntarlo y… No, otra vez no, por Merlín. Ya notaba el cosquilleo en el pecho, y la mirada se le iba a Marcus, el calor… Al menos esta vez no se lo pegaría… — Alice. — Le llamó Lex. Maldita fuera. — ¿Estás bien? — Aha. — Dijo ella muy recta. — Menos mal, porque eres muy importante para todos. — Eso la hizo parpadear. — ¿Qué? — Creo que lo que mi pareja quiere decir es que el efecto de tu piedra asignada es el de provocar amor en todas sus formas. Alexander, como siempre ha tenido por ti un sentimiento cercano a lo fraternal y conoce de tus adversas circunstancias, te lo ha hecho ver por efecto de la piedra. — Todos se volvieron al chico, estupefactos. — ¿Darren? — Es la amatista. Me vuelve correcto y apropiado. Así viejuno, sesudo, como queráis llamarlo. Es la piedra de la inteligencia. Pero sí, Alice, eres sin duda muy apreciada por cuantos te rodean. —
Por supuesto, Marcus se sabía las horas exactas tanto de Lex como suya, no esperaba menos. — Mi niño protocolario naciendo por la mañana todo ordenado. — Dijo con voz adorable. Rio a lo de las constelaciones. — ¿Quién no tiene? — Darren rio y la miró de reojo. — Aaaay como nos sale lo Ravenclaw a veces… — Ella parpadeó. — Lo digo en serio, son importantes para la magia. — ¿Eso sí y las cartas astrales no? — No he dicho nada. — Se defendió ella. — No con la boca, pero con la cara lo dices todo, la verdad. — Le recriminó Lex. — Anda, presta atención. — Le instó. Eso sí, se rio de lo de que eran contrarios pero complementarios, le veía hasta sentido. — Roar. — Le dijo a Marcus pasándole flojito las uñas por la cara cuando dijo lo de la luna. — ¡A ver por favor! — Se quejó Lex. — ¡Que lo ha dicho tu novio! Aunque su única luna soy yo… — Nada, tampoco eso le iban a dejar tener. No obstante, sonrió a lo del ámbar. — Oye es bonita, y muy usada en alquimia. — Aunque lo de evitar las piedras azules le iba a dar penilla, y ya se pusieron morritos de niño enfadado. Escuchando los de Lex entornó los ojos. — Vamos, que podría ser cualquiera o ninguno. — Típico del horóscopo, pensó también para sí misma. — La calcedonia es muy irlandesa. — Puso tono de Oly. — Conecta con tu “yo” ancestral, Lex O’Donnell. — Él le sacó la lengua, pero cogió la piedra. — Jugar contigo es un coñazo. — Le recriminó, como si fuera un niño grande.
Claro, ahora le tocaba a ella, pero puso su mejor sonrisa. — Pues nací en San Mungo también, y a las dos de la tarde, después de comer, probablemente mi madre se hubiera hartado de tarta o de algo así y dije que ya estaba bien. — Mira, eso hizo reír a todos. El efecto Janet. — ¡Mira! Si es que es una aries enérgica y entusiasta, cuando eras más chiquitilla eras una cabrita loca. — Darren era tan adorable que tenía que reírse con sus cosas. — Adora la libertad, los retos y las ideas. Mi Ravenclaw indómita. — Sonrió y asintió. — Pues sí. O así era cuando nací, claramente. — Otra cosa con la que no cuenta nunca el horóscopo, que luego viene la vida. Darren abrió los ojos al mirar su luna. — Uhhhh y con una luna inestable… Libra de gran temperamento y emocionalidad, pero muy inclinada al hogar. — Temperamento tiene, sí. — Dijo Lex, picón. — Tú no, tú eres muy medido. — Le devolvió Alice. — Pero sí que soy hogareña, sí. Venga, ¿y lo otro? — Ohhhh leo. Gran determinación y fuerte personalidad. Nadie te puede acusar de no ser decidida, cuñi, ¿es o no? — Ella se encogió de hombros y sonrió. — Bueno, ¿y eso en qué se traduce con las piedras? — Pues a ver, vamos a ver tus opuestos. — Pareció quedarse un poco pillado. — Claro, eso… Es que… Tu opuesto es justo… Libra. Y el de libra aries para la lunita. Eres una mujer de contrastes… Te pasa un poco como mi Lexito, ¿sabes? — Alice suspiró. — Pero no desesperes… Solo… Evitemos igual también las de agua. — ¡JA! Los dos obsesos del azul castigados. — Se burló Lex. Ella resopló, pero Darren parecía sudar la gota gorda con el mineral. — Lo vamos a dejar en cuarzo rosa. Resulta que es el punto en el que se encuentran tus dos contrarios, ¿vale valito? — Alice no pudo evitar reír y busco la piedra. — Oye es bien bonita. —
— ¡Y solo quedo yo! Nací a horita festiva, a las cinco, como para el té, jeje. Y en Londres también ¡fíjate!— Dijo alegre. — Bueno, es obvio que soy piscis, ¿no? Sensible, imaginativo, siempre explorando facetas de la vida, me adapto y fluyo como el agua, siempre vivo y feliz. — Si, eso no había quien lo negara. — Mi ascendente virgo… ¡COMO MI LEXITO PRECIOSO! — Y su Lexito se dejó besar en la mejilla y estrujar. — Que me hace ser más amante de la estabilidad y las cositas bien hechas que la media de mi casa… Y mi luna lunera es libra, que me hace sacar mi venilla Gryffindor justiciera, muy en consonancia con lo demás. Soy cuqui, vamos. — Alice rio y se apoyó en su hombro. — Nos habíamos dado cuenta. — Y mis piedras son geniales, eh, pero claramente tengo que ir a por la amatista, presente en los tres y muy muy poderosa. —
Vale, pues ya lo tenían todo listo… Pero todos se habían quedado un poco parados. Alice suspiró. — A ver, la de la determinación soy yo, ¿no? — Cogió la piedra y le dio un mordisquito. No estaba dura, como se esperaba, tampoco blanda. Lo que estaba era buenísima. — Uhhh qué rica. — Siguió comiéndola. — Es como que sabe a… Cítricos y fresa, y tiene un puntito de… ¿canela? — Uuuuuy… — Dijo Darren con una risilla. — Nada nada, come, come, mujer, dale. El cuarzo rosa es la piedra sanadora de corazones, así que muy apropiada para mi amada enfermera. — Ella entornó los ojos y se la terminó. — Venga, cuñadito, dale. — El chico cogió la amatista. — Mmmm qué… antigua sabe. — Se tuvieron que reír. — ¿Cómo que antigua, Darren? — Sí, ya sabéis… Como a comida de club importante y esas cosas… — Más gracia le hacía, la verdad. — Bueno y… ¿qué se supone que tiene que pasar? — Y fue preguntarlo y… No, otra vez no, por Merlín. Ya notaba el cosquilleo en el pecho, y la mirada se le iba a Marcus, el calor… Al menos esta vez no se lo pegaría… — Alice. — Le llamó Lex. Maldita fuera. — ¿Estás bien? — Aha. — Dijo ella muy recta. — Menos mal, porque eres muy importante para todos. — Eso la hizo parpadear. — ¿Qué? — Creo que lo que mi pareja quiere decir es que el efecto de tu piedra asignada es el de provocar amor en todas sus formas. Alexander, como siempre ha tenido por ti un sentimiento cercano a lo fraternal y conoce de tus adversas circunstancias, te lo ha hecho ver por efecto de la piedra. — Todos se volvieron al chico, estupefactos. — ¿Darren? — Es la amatista. Me vuelve correcto y apropiado. Así viejuno, sesudo, como queráis llamarlo. Es la piedra de la inteligencia. Pero sí, Alice, eres sin duda muy apreciada por cuantos te rodean. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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